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Nacional

22 de Julio de 2015

La historia del joven fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri tras el giro del caso que le costó la vida en Dictadura

El texto, escrito por Isidora Alcalde y Lowry Doren y publicado en el sitio www.casosvicaria.cl, hoy toma más sentido que nunca, toda vez que tras la declaración del exconscripto Fernando Guzmán el caso tomó un inesperado vuelco que le permitirá al ministro Mario Carroza reconstruir la verdad tras el asesinato, que como es sabido le dejó graves quemaduras a Carmen Gloria Quintana.

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Crédito: Verónica de Negri, madre de Rodrigo Rojas, en el funeral de su hijo. Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales.

“El fotógrafo que vino a morir a Chile”, se titula la historia de Rodrigo Rojas de Negri, el joven que a los 19 años volvió a su país de origen para reconocerlo, pero que en uno de los hechos más macabros acontecidos en la dictadura de Augusto Pinochet terminó perdiendo la vida tras ser quemado vivo por un grupo de uniformados.

El texto, que reproduce parcialmente este medio,  fue escrito por Isidora Alcalde y Lowry Doren y publicado en el portal http://www.casosvicaria.cl hoy toma más sentido que nunca, toda vez que tras la declaración del exconscripto Fernando Guzmán el caso tomó un inesperado vuelco que le permitirá al ministro Mario Carroza reconstruir la verdad tras el asesinato, que como es sabido le dejó graves quemaduras a Carmen Gloria Quintana.

El relato parte cuando se encuentran, inesperadamente, por primera vez Rojas y Quintana, tres días antes de transformarse en las víctimas del macabro hecho.

“La joven de 18 años, de tez morena y cabello oscuro, estudiante de ingeniería de ese plantel (Usach), está focalizada en sacar a los niños del estrés generado por la represión que sufre el barrio en cada protesta. Reparte dulces, juega al luche y salta la cuerda. A los padres les entrega panfletos para informarlos sobre el paro nacional de la semana entrante, fijado para el miércoles 2 y jueves 3 de julio de 1986. En ese momento aparece alguien a quien nunca antes ha visto. Le atraen inmediatamente sus casi 2 metros de altura (1,93, para ser exactos), el pelo negro rizado, piel clara y ancha espalda.

-¿Quién es ese joven tan atractivo?- le pregunta a una compañera de universidad.
-Es un fotógrafo que viene llegando de Estados Unidos

De acuerdo a la reconstrucción de la historia, “ella sobrevivió a duras penas y se transformó en el rostro de las atrocidades del régimen. El joven de 19 años murió a los cuatro días. Antes, sin embargo, alcanzó a declarar ante dos jueces que los autores de la agresión habían sido militares”.

Rodrigo Rojas, tal como lo recordó en su edición de hoy el diario estadounidense The New York Times, volvió el año 1986 a Chile tras diez de exilio en Estados Unidos.

Alcalde y Doren escribieron en el reportaje que la vuelta del joven fotógrafo es “para retratar con su cámara las protestas y la represión, y para contribuir con los esfuerzos para derrocar a la dictadura. Venía de una familia de fuerte compromiso político y, a pesar de la distancia, nunca dejó de sentirse chileno y de izquierda”.

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Crédito: Reconstitución de escena “Caso Jóvenes Quemados”. Archivo diario La Nación. Universidad Diego Portales

Trece años antes de eso hecho, en un casa ubicada en Valparaíso, cerca de “La Sebastiana” de Neruda, un pequeño Rodrigo vive un episodio en el que entrega un libro a un marino que había ido a buscar a su madre para llevársela, todo esto después del golpe.

En ese entonces, prosigue la crónica, en esa casa la política era tema central, sobre todo en la sobremesa de los fines de semana.

Su madre Verónica, cita textualmente el artículo, militaba en las Juventudes Comunistas y había estudiado Economía, carrera que abandonó por su enfoque demasiado neoliberal. Comenzó a tomar cursos universitarios sobre marxismo. Se compró un ejemplar de El capital, de Marx, que le leía en voz alta a su hijo, para que se durmiera por las noches. “Muchas veces llegaba cansada y él me preguntaba las cosas exactas, que me hacían analizarlo desde otro ángulo. Era muy hábil”, recuerda Verónica De Negri.

Rodrigo tenía tres años cuando participó en una marcha por Salvador Allende. Fue el primer acto político al que asistió. Mientras todos cantaban “¡Venceremos, venceremos…!”, él pronunciaba “Enceremos…”.

Ya en 1975, Rodrigo se va a vivir a Canadá con sus abuelos. En 1977 su madre logra salir del país y llega a Washington donde se junta con Rodrigo.

Al principio, la vida de Verónica en Washington no fue fácil. Partió trabajando como camarera. Rodrigo ya no tenía las comodidades de Quebec y muchas veces tuvo que cumplir el rol de padre con su hermano menor. A sus 12 años decidió colaborar en el caso judicial del ex canciller Orlando Letelier, quien había sido asesinado un año antes en Washington por la DINA. Verónica cuenta que tenía que concurrir a diario a la corte, llevando documentos para el proceso. Por las tardes le sacaba fotocopias a las audiencias, las que luego leía a Isabel Margarita Morel, viuda de Letelier. Le pagaban 10 dólares por cada documento reproducido. Fue así como juntó 387 dólares para comprar su primera cámara, una Nikon F2. “El problema estaba en que no iba a clases por estar revelando”, recuerda su madre.

Pese a la lejanía, Rodrigo nunca dejó de sentirse chileno, trataba de mantenerse conectado con sus raíces, participaba de un grupo folclórico

“Decía que apenas cumpliera los 18 años volvería a su país”, parafrasea el reportaje.

Marcelo Montecino, un fotógrafo chileno radicado en Washington, se convirtió en su gran maestro. “Rodrigo venía todos los días a mi casa, era como un hijo. Mi hijo mayor en esa época era muy chico, así que él lo cuidaba”, recuerda Montecino, que por entonces tenía 45 años.

El regreso

-Mamá, me voy a Chile- anunció en marzo de 1986 Rodrigo cuando ya tenía 19 años recién cumplidos.

Es así que luego de 10 años de exilio, el muchacho tomó su equipo fotográfico y un pequeño maletín. Regresó a su país con un pasaje de retorno, sólo para evitar ser enrolado en el servicio militar obligatorio.

En la población La Victoria, una de las más combativas de esos años, Rodrigo conoció a Álvaro Hoppe, su partner durante su estadía en Chile. Con él y su hermano, el también fotógrafo Alejandro Hoppe, compartió días enteros sacando fotos.

Se estableció en La Reina, en la casa de su tía Amanda de Negri, quien le generó nexos con la población Los Nogales de Estación Central. Allí Amanda conocía al sacerdote jesuita José Aldunate, fundador del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, que denunciaba las violaciones a los derechos humanos con manifestaciones callejeras no violentas. Rodrigo estaba muy interesado en cubrir esas protestas, en la que los activistas recibían sin defenderse los lumazos y empellones de Carabineros.

En esos días quedó prendado de Pilar Vergara, una atractiva periodista y fotógrafa de la Vicaría de la Solidaridad, con quien solía toparse cubriendo algunas protestas. La joven se transformó en una suerte de amor platónico.

En medio de la convulsión social que se vivía, dicen que Rodrigo parecía no preocuparse por los riesgos mientras ejercía su labor como fotógrafo.

Todo es pasó hasta que el fatídico 2 de julio, que en síntesis se relata así: “Rodrigo se desesperó y, sin conocer la zona, corrió más rápido que todos por una estrecha calle llamada Fernando Yunge, hacia el sur. Carmen Gloria huyó en la misma dirección. La patrulla militar interceptó al joven dos cuadras más adelante. A unos metros Carmen Gloria vio que los soldados lo golpeaban fuertemente en el suelo. “Yo pensé en devolverme y seguir corriendo, o en quedarme ahí y esperar a que me detuvieran. Pero me di cuenta que ya estaba fregada y que me iban a perseguir con más fuerza”. La joven también fue interceptada. Unos efectivos la llevaron con fuerza hasta donde estaba Rodrigo y la lanzaron al suelo.

Tras varios golpes e insultos a los dos, unos reclutas encontraron el bidón con bencina abandonado por los demás manifestantes, lo que enfureció aún más a los uniformados. Fue en ese momento cuando el jefe de la patrulla, el teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, llamó por walkie talkie a tres oficiales de Inteligencia, que llegaron en un camión militar.

La hermana de Carmen Gloria, Emilia Isabel, huía junto a su novio cuando sintió los gritos de ella y los insultos de los atacantes. Así lo detallaría la querella criminal presentada al día siguiente por el padre de ambas muchachas, Carlos León Quintana, quien relata lo que vio Emilia Isabel: “Sobre la vereda sur estaban botados dos cuerpos, uno de los cuales era el de su hermana Carmen Gloria. De pronto uno de los uniformados se acercó a ella y su pololo que la acompañaba y encañonándola y bajo insultos la hizo caminar (…) donde después de revisarla e interrogarla la dejó ir”.

Según la reconstrucción de hechos realizada por el abogado de la Vicaría de la Solidaridad Héctor Salazar, sobre la base de más de una docena de testimonios entregados por testigos a ese organismo de la Iglesia Católica, los dos jóvenes fueron impregnados con el combustible que estaba en el bidón. Luego, ambos fueron obligados a tenderse boca abajo, a corta distancia entre uno y otro. De acuerdo con Salazar –quien representó a los jóvenes junto al también abogado de la Vicaría Luis Toro– otro efectivo militar lanzó una artefacto incendiario que también habían abandonado los manifestantes, justo en medio de ambos”.

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