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Opinión

30 de Octubre de 2017

Columna de Federico Galende: Sobre Santiago Maldonado y el triunfo de macrismo

"Los pueblos suelen cambiar de humor, en casi todos los casos de manera más caprichosa y heterogénea que la que le suponen los estadistas y los equívocos cazadores del “voto objetivo”. Los mismos que ayer iban por un salario más digno, una escuelita para sus hijos o una subvención a la cuenta del agua, puede que hoy estén detrás de otras causas".

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EL TIEMPO ESTÁ DESPUÉS

 

A solo tres días de las elecciones, el macrismo tenía para este fin de semana un panorama funesto, con todos los vientos soplándole en contra: debía explicar la aparición repentina del cuerpo de Maldonado flotando en las aguas del río Chubut, bajarle el tono a los dichos vertiginosos de una de sus candidatas, Lilita Carrió, contener la arremetida de Cristina (cuya aspiración a un cupo en el Senado les alteró el libreto) y dar cuenta de las alzas que se colaron tímidamente en la prensa: la del gas -que anexa un 40 por ciento al récord del 400 por ciento que habían ya conseguido-, la de los combustibles, la de las prepagas, la telefonía, el taxi, el transporte. Todo esto sumado a la medida arriesgada de clausurar por edicto el popular “fútbol para todos”.

Pero el mismo viento que los amenazaba hasta este domingo cambió abruptamente de curso, desprendió estos vestigios del clima de malestar que los interpretaba y reacomodó todas las piezas. ¿Un sismo? ¿Un golpe de dados? No: el macrismo -un menjunje formado por conservadores peinados a la moda, radicales con ambiciones, peronistas arrepentidos y una clase empresarial que se decidió a hacer política en serio- dejó con elegancia que los auditaran como correspondía, se encerró a mascar chicles en camarines y esperó con paciencia el veredicto.

Y el veredicto no pudo ser mejor: lo cosecharon todo en el último minuto de juego, con una serenidad que irrita y que tiene pizcas de indiferencia canchera y provocadora, pero que vaya si les dio resultado, el suficiente como para que desde este lunes sea un delirio no asumir que hay macrismo para rato.

Sobra decir que algunos no tragan el jarabe con facilidad, pero hay que tener cuidado porque en esto quizá está el problema: el kirchnerismo, cuyo ideario emancipatorio y justa distribución de la renta que este cronista apurado no se atrevería a discutir, comete el error de pensar que el viento que sopla a favor es el de las razones que se sigue dando a sí mismo. La dificultad es que en política esto nunca es así: las razones no es bueno convertirlas en materia de obstinación y de ningún modo es interesante buscar responsables en las capas medias o bajas que retiraron su apoyo. Si fuera el caso, entonces habría que hablar de un populismo con relentes proféticos e iluministas, a la manera de una extraña sopa cocinada con restos de nacional populismo y relampagueantes textos de Kant.

Lo único que se logra actuando así es que el rival se llene la boca con palabrotas que hoy cuentan con una encendida platea. Esas palabrotas aluden no sin fundamento a la altanería, el engreimiento, la soberbia y la cerrazón: las orejas de un movimiento que a partir del 2001, traumático instante crucial de la historia argentina, escuchó a los pobres y a los desheredados, se fueron taponando de a poco y empezaron a repetir el guion. Agreguémosle a esto los gemidos bien puestos por el macrismo en relación a las prácticas más que comprometedoras que tienen hoy a un alto funcionario como De Vido a un día del desafuero o a un ex secretario de Obras Públicas –el inefable José López- lanzando maletas con dólares al interior de un convento.

El término “Korrupción” –así escrito, con K- debería ser matizado o puesto en escala a fin de que pierda su envolvente general y maligna, pero sabemos que no parecen correr buenos tiempos para que sea una derecha cada vez más agresiva y globalizada la que se encargue de esta honrada tarea.

Como si al kirchnerismo no le lloviera sobre mojado, en el cadáver de Maldonado, peritado por más de cincuenta especialistas, dos veedores, un juez y varias cámaras registrando paso a paso la autopsia, no se hallaron rastros de golpes ni heridas de bala ni indicios de ahorcamiento ni ningún signo previsible de violencia. Todo indicaría que murió ahogado, luchando a solas contra el peso de tres pantalones, varias capas de abrigo y un par de borceguíes, arrinconado en el frío por los disparos ilegales de la Gendarmería, brazo armado de este gobierno que, en la misma línea de los “jefes”, se limitó a mascar chicle a orillas del agua sin tenderle una mano y dejándolo simplemente morir.

Todo esto es atroz: Maldonado no sabía nadar y la policía, más abyecta que si hubiese dejado escapar una bala, hizo la vista gorda mientras agonizaba. No se debería hacer esto con ningún ser humano ni ninguna de las cosas que está haciendo el macrismo. Son mentirosos, concentran los medios internacionales, endeudan a los pobres a favor de los ricos y componen una escenografía mística en la que no faltan criptas con tesoros impenetrables, bóvedas subterráneas con montañas de dólares y mordidas a destajo. Con esto borran de paso los Panamá Papers, la fuga de capitales, una deuda contraída a título de los poderosos que habrá que pagar durante los próximos cien años y un deslizamiento de billetes que emigran de la producción hacia la especulación financiera. Saben muy bien cómo estigmatizar el ciclo K y echar más leña a la hoguera en la que ya de por sí arde el peronismo.

Pero este no es el asunto; el asunto está en afinar el oído y realizar de una vez por todas un balance más pormenorizado. Los pueblos suelen cambiar de humor, en casi todos los casos de manera más caprichosa y heterogénea que la que le suponen los estadistas y los equívocos cazadores del “voto objetivo”. Los mismos que ayer iban por un salario más digno, una escuelita para sus hijos o una subvención a la cuenta del agua, puede que hoy estén detrás de otras causas: un poco de transparencia, una gestión sin tanta propina, atisbos de una mayor seguridad ciudadana o un decorado apacible en el que no sigan asomando misteriosos cadáveres.
Quienes demandan esto no están errados, no son idiotas ni gente alienada, y por eso es necesario escucharlos, rearmar una sobremesa distinta y aprender a conversar de otra forma.

El kirchnerismo está demasiado agitado y no da por el momento la impresión de entenderlo; si lo hiciera, entonces como dice una canción de Cabrera podríamos tener eventualmente otro carnaval, con la suerte de haber aprendido que no hay ya ningún rincón, ningún escondite en el que disolver todo eso que fuimos.
Pero por ahora el tiempo… el tiempo está después.

*Filósofo argentino

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