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Cultura

14 de Junio de 2019

Charly García en Santiago: porque sé que te puedo estimular

El argentino logró encajar un concierto memorable, y de paso espantó a todas aquellas críticas que lo instaban a tomar su posición como objeto de museo. Su voz, desgastada por el trajín de una vida peligrosa, sabe impostarse en sus canciones y toma fuerza gracias al apoyo de sus música/os, en especial de la cantante Rosario Ortega, que lo apoya en los coros. Un concierto con el que el artista prolonga su leyenda, insiste en su propuesta, y estimula a la/os que viven atenta/os, en un mundo sigue girando al revés.

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Por Raimundo Echeverría.

Pensaba que no venía más. La regularidad con que estaba ofreciendo conciertos en Argentina daba para ilusionarse, así como su deteriorado aspecto llamaba a la resignación. Y repentinamente lo anuncian, iba a tocar en un mes más. Y de un momento a otro, se abrieron las cortinas rojas, y Charly y su banda abrían con De Mí y una clásica provocación: no te olvides de mí, porque sé que te puedo estimular.

Los aplausos bajaron estruendosos en dirección al oído de Charly, quién agradecía sentado al extremo izquierdo del escenario, rodeado de teclados y micrófonos. Desde ahí dirigió las acciones de su banda: miradas buscando los ojos de sus música/os, la mano derecha agitándose en el gesto de una orden, llamados urgentes al técnico para que trajera la guitarra. Cualquier duda sobre su claridad mental queda disuelta al verlo de maestro de orquesta; es en la ejecución de sus canciones en donde el artista del Say no More se muestra como lo conocemos: arrojado, honesto, poderoso, choro. Charly es el jefe y la vanguardia es así.

En un inicio de alto vuelo, siguieron La máquina de ser feliz y Rivalidad (porque nunca van a conseguir/cambiarme, baby), hermosas canciones de su último disco, Random (2017), y luego Yendo de la cama al living, primer hit que reconocen los asistentes, y que responden con un ¡Olé, olé, olé, olé, Charly, Charly! Fue uno de los pocos momentos en que el Movistar Arena se acercó a la exaltación, pues la tónica fue el silencio, la moderación, los celulares grabando videos, cortesía de un público que asiste a conciertos yo no sé para qué. Los altos precios de los tickets generan un efecto análogo a lo que sucede con los partidos de la selección: se llena el recinto con gente que no tiene idea por qué está ahí.

Charly, en cambio, ofreció un despliegue brillante. Tomó la guitarra eléctrica para acompañar el riff de Cerca de la revolución, luciéndose como en los viejos tiempos; en Canción de dos por tres, se puso al frente de un teclado para revivir ese épico solo que tantas veces imaginé en vivo; con la desgarradora Cuchillos trajo a Mercedes Sosa a Santiago, gracias a unas proyecciones en que salían ambos hace unos veinte años atrás, sonriendo, regaloneando, era para llorar a mares; Asesíname la cantó como si le hubieran dado amor a cuentagotas hace no tanto. Un round de alta intensidad emocional, con un Charly que tocó como si fuera la última vez, como lo hacía cada vez que daba un buen show.

El argentino logró encajar un concierto memorable, y de paso espantó a todas aquellas críticas que lo instaban a tomar su posición como objeto de museo. Su voz, desgastada por el trajín de una vida peligrosa, sabe impostarse en sus canciones y toma fuerza gracias al apoyo de sus música/os, en especial de la cantante Rosario Ortega, que lo apoya en los coros. Un concierto con el que el artista prolonga su leyenda, insiste en su propuesta, y estimula a la/os que viven atenta/os, en un mundo sigue girando al revés.

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