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Cultura

26 de Junio de 2019

Entrevista a la escritora chilena, Andrea Jeftanovic: “Es cautivante la mirada del viaje o viajar con la mirada”

"Chile y España no son fronteras geográficas, pero son fronteras culturales, en un punto. Y, también, es como un viaje, ese un texto más de la escritura, de cómo uno sitúa como escritura. Es como la pregunta que siempre está todo en contra para escribir. No hay tiempo, si tienes familia, si tienes hijos chicos. También, fue la pregunta de cómo permitir que convivan esos dos mundos. Siempre es una frontera en lo público, en lo privado. Todos vivimos, todo el tiempo, lo familiar y lo personal", dice la autora.

Por

¿Cómo empezó el proyecto de hacer este libro?

Hace mucho tiempo, yo diría que desde el 2000. Es un libro que me ha tomado veinte años, en el sentido que me ha acompañado los años que me he dedicado más a la escritura. Coincide porque el 2000 publiqué mi primera novela, que se llama Escenario de guerra. Hay inquietudes que están en esa novela, que, de algún modo lo recogen algunas crónicas, por ejemplo, la de Sarajevo, porque es una novela que trata de la guerra. De la llegada de los inmigrantes, esas temáticas. En esa época empecé a viajar. Después de salir de la universidad, de trabajar, me picó el bichito de los viajes, me puse b patiperra y fui registrando esos viajes. Comenzó como el típico diario de viaje y se fue ampliando en clave diálogo con mi propia formación de lectora y autora. Siempre me pareció que el viaje podía tomarse desde un punto de vista menos turísitco, hay un viaje un poco más profundo que no es solo visitar el lugar, cuando te expones a lo desconocido, a tus paradigmas, cambias tus puntos de vista, es el viaje como una experiencia de modificación personal.

Entonces, por eso lo fronterizo existe, está, son muchos lugares fronterizos. Pero, también, son fronterizos en términos simbólicos, de qué significa esa evidencia para ti o ese autor o esos conflictos, a veces geopolíticos, sociopolíticos, políticos, etc., cómo tienen resonancia en ti, un eco, porque son lugares de los que me han atraído sus universos culturales. Entonces, hay un diálogo con los escritores de esos lugares. Son escritores que han sido importantes para mí como autora, en mi formación, en mi escritura. Le tengo muchísimo cariño al libro porque ha implicado desplazamiento, ha implicado preguntas, lecturas y mucha investigación. Me interesa mucho crear una poética, una sintaxis; el lenguaje es un material fascinante que debes intervenir- Creo que es importante que el lenguaje sea un acontecimiento de belleza.

Sobre el relato de tu vida en San Francisco, estudiaste en Berkeley. ¿Eso es verdad?

Sí y no, hay muchos juegos en cada relato. Es un juego de contrapuntos. En este texto hay humor lúdico. A California llegué con el mito que uno lee, los lugares muchas veces, primero uno los lee. Era eso, Janis Joplin, LSD, todas las comunas hippies. Y la verdad es que todavía hay resabios de eso. Era viajar a esta California mítica, pero al mismo tiempo era darse cuenta de que había una California del 2000, que era muy distinta.

El relato sobre Clarice Lispector me encantó, porque la amo a ella. No tenía idea de ese background, de su vida en Brasil. Es super biográfico, con todos esos datos de su vida.

Sí, pero también el diálogo con los personajes literarios, que es una broma. Hay una frontera, a diferencia de los otros lugares, no son fronteras geopolíticas, aquí es una frontera mía, como escritora, qué hace uno cuando tiene esta tremenda musa, modelo inspirador, su persona me producía mucha curiosidad, me parecía muy sugestiva. Me propuse seguir los personajes literarios.  Es un invento mío, en mi cabeza, porque voy a lugares, recorro lugares donde ocurrieron los cuentos y, también, fui a su casa. Sin planificación ir a sus archivos, y de repente encontrar el test de Rorschach, que no puede ser más íntimo. Es lo más privado que uno puede tener. Más de un psicoanalista puede interpretarlo, pero encontrarme con eso, las claves de eso. Yo me tracé el mapa y fui varias veces. Eso me lo pidieron en la revista El Domingo. Yo hablo portugués, estudié portugués en Estados Unidos, y la embajada de Brasil estaba pidiendo algún periodista que fuera a Brasil a hacer una nota de Río de Janeiro. Ahí le propuse al editor lo de Lispector, entre otros autores brasileros. En la embajada me dijeron que no era muy concreto, y quién lo iba a ir cubrir. De hecho, fui un par de veces más, porque había muchos materiales.

No es común encontrar fotos en libros. ¿Estas fotos tienen que ver con una investigación de cosas que fuiste encontrando en el camino? ¿Cómo fue que llegaron con la editorial a decidir poner las fotos?

Cuando uno viaja, uno genera muchos archivos. La opción más obvia era, por ejemplo, haber comprado una foto bonita en una base de datos, que fue un poco la idea al principio, de un editor. Y no me representaba, tenian que ser mis fotos, que seguramente eran malas, no son fotos de una cámara profesional y, tampoco soy fotógrafa, me interesaban los archivos del viaje, desde los apuntes, quiero tomar un viaje, un mapa que está rayado, antes de Google Maps, uno iba a la oficina de turismo y te daban el itinerario. Porque también son itinerarios medios personales, internos. Yo creo que todos los viajes generan archivos. Me interesó incorporar eso, que tiene que ver con desplazarse y generar un material, material que puede ser desde una entrada a un museo que rayaste a un mapa, fotografías que tomé, y no eran las super fotografías, pero que esperaba que dialogaran con el texto. Por ejemplo, esa de Sarajevo, que es este hotel destruido, donde aparece esa paloma reventada en el baño. O Lispector, hay miles de fotos de Río de Janeiro mejores que las mías, no me cabe duda. Pero cómo es la mirada, encuentro que es super interesante que uno viaje con la mirada. El tema del mirar, del observar, de cómo uno registra el alrededor era algo que también me interesaba incorporar. Junto con el lenguaje, con la cosa más obvia, de lo literario, de lo escrito, el archivo del viajero, el archivo de la viajera.

Me encantaron estas frases que parten y que terminan los textos.

Eso lo incorporé, también, en mi otro libro. Hablo de mantras. En mi libro de cuentos me pasa lo mismo. Hay una frase de las esenciales en el texto, que para mí recoge la medula del texto y una frase, a veces, que duele leerla o a mí me dolió escribirla. Sale una esquirla y me interesa dejar la parte. De pronto, para mí, en la escritura del texto esa es la frase medular que disparó lo otro. No solamente avanzar en el viaje, sino, también, cómo se generan estas frases internas, mantras, que generan un ritmo de viaje. Son viajes muy circulares. Me interesó pensarlos así, más que en línea cronológica. Entonces, sí. Son como algo que tiene el pulso del cuento, de la crónica, del relato y no se rebota.

¿Cuál es el hilo conductor entre todas estas historias? Cada cuento tiene sus discusiones internas o puntos de vista. Todos tienen que ver, con lugares, viajes, con temas político sociales, con temas familiares, con muerte, con dolor ¿Hay algún tema que tú crees que los una a todos?

El eje podría ser eso de exponerse o desplazarse en lugares incómodos que te desafían a una modificación. Por eso está la idea de la frontera no solamente cuando uno dice, “Chile y Perú”, no. Es una frontera, tambien, más existencial. Un lugar que está lleno de cuestionamientos. De hecho, Chile y España no son fronteras geográficas, pero son fronteras culturales en un punto. Y, también, es un viaje, ese un texto más sobre la escritura. Porque siempre está todo en contra para escribir. No hay tiempo, si tienes familia, si tienes hijos chicos. También, fue la pregunta de cómo permitir que convivan esos dos mundos. Siempre es una frontera en lo público, en lo privado. Todos vivimos, todo el tiempo, lo familiar y lo personal. Lo tribal, lo nacional y lo que uno piensa de Chile y lo que se puede decir de Chile, y lo que uno es dentro de eso. Siempre estamos expuestos a esos permanentes roces. Entonces, también, de esos roces cómo sacar una modificación más personal, una especie de alquimia. Esa es mi idea. Y no en todos los viajes me sucede. Viajo mucho más que en esas crónicas, pero hay viajes en los que, como persona y como autora, hubo alquimia, un cambio de materiales, como se dice en la alquimia. Un cambio ¿transmutan los metales?, creo que sí. Cambian la calidad. Y para mí tienen mucho que ver con lo que he hecho. Porque ese libro, entre tanto, escribí siete libros. El de Escenario de guerra Geografía de la lengua, que son dos novelas. Después, escribí el ensayo Hablan los hijos, con Isidora Aguirre, y No aceptes caramelos de extraños. Pero ese es el primer libro y me ha acompañado en siete otros libros. Está la pregunta por qué uno está escribiendo, entre este mar maravilloso de escritores. Para mí fue como un libro espejo, donde iba pensando esas interrogantes y exponiéndome a lugares que me interrogaban.

El viaje a Sarajevo, era el que menos se me hacía real.

Ahí lo que hago es dialogar con fuentes literarias. Me encanta la Divina Comedia, entrar en en el infierno y pensar si existe ese túnel. Un viaje más literario, de cómo entrar a estos tres lugares que son el infierno, cuando Dante va con Beatriz. Va haciendo un recorrido. Entonces, pensé cómo ese túnel de Sarajevo era un poco entrar en un infierno,. El purgatorio, el infierno y todo eso. Yo leo mucho cada vez que viajo, a estos viajes especiales. Muchas veces, fueron otros seis meses de investigar libros, desde autores serbios, autores israelíes, otros autores que influyeron. Uno entra mucho en los países por los autores. Uno va a Austria, a Rusia y viajas con Chejov en la cabeza. Al menos, yo que soy media enferma de literatura, todo el día relaciono todo con los autores o bien estoy leyendo. Si voy a un país me interesa mucho cómo se ha trabajado e imaginado literariamente.

 En ese transcurso de tiempo, ¿qué sientes que ha cambiado en tu manera de escribir?

Desarrollé una afición por los archivos. Mi papá murió y guardé cosas a las que no prestré atención.  Y después, ordenando, aparecieron las cajas, empezaron a aparecer un montón de textos en serbocroata, de hecho, me conseguí una traductora. Me dio una fascinación por los archivos, porque siento que condensan cosas. Y no tienen que ser en los grandes archivos, también me puse a pensar en los archivos de la maternidad, porque estoy escribiendo una novela sobre la maternidad. Empecé a buscar las ecografías. Yo nunca había guardado muchas cosas, empecé a buscar y encontrar los cuadernos de otras épocas, del embarazo. Porque creo que es una época, una instancia o vivencia poco narrada. Me encanta la idea de la materialidad física. Creo que antes de ser una persona más abstracta de la escritura, me han fascinado más los materiales concretos, las cosas, los documentos, las fotos antiguas, las cosas que aparecen. Hay fotos que están en tu casa y uno no tiene idea de quienes son. No solamente que sean un archivo muy antiguo, sino lo azaroso de la materialidad, me interesa mucho. Fotos, cuadernos, mapas, cartas, creo que son detonantes. A mí me resultan detonantes para hacer otros libros, emergen otras ideas. Y también, la cosa espacial me interesaba mucho. De hecho, este libro tiene mucho que ver con una cosa que se puso medio de moda después. Este libro sobre el caminar, de Rebecca Solnit.

Es muy interesante la visión de Solnit sobre las caminatas. Cuéntame lo que mencionas de ella en el libro.

Es un prólogo  que  hago en esta versión sobre las resonancias delo espacial y, también, vinculando con el tema del género. Pensé por mucho tiempo que la consigna era la de Virginia Woolf, que había que tener un cuarto propio. Pero, yo creo que eso en el siglo XXI es poco. Tiene que ser la casa, la mitad de la casa, por lo menos, no el cuarto propio. Por lo menos la mitad de la casa, la casa completa, si uno vive sola. Toda esta discusión de que las mujeres podamos salir a la calle tranquilas. La posibilidad de que las mujeres circulemos por el espacio público, viajemos y no escribamos solo sobre el mundo íntimo. Los libros que he hecho son más intimistas, y me encanta también el tema familiar, pero este libro me atrajo mucho porque es la otra variante que tiene que haber. La posibilidad de que las mujeres podamos recorrer las calles, caminar. Que escribir pueda ser un ejercicio físico, sino es medio claustrofóbico, invasivo. Me interesó mucho eso y cómo estamos acostumbrados a los viajeros, pero menos a las viajeras. Y he tenido la suerte, las becas o los festivales que me he podido quedar en lugares.. Encuentro super simbólico que ahora las mujeres marchemos juntas, nos tomemos la calle. No sé, soy como todo el mundo, curiosa, voraz. Me encanta el mundo, me encanta viajar y poder pensar que uno también puede escribir, no solamente entre cuatro paredes, de los hijos, de la pareja, así, a lo Bombal. Sino que también se puede escribir del afuera, de la calle, de caminar, de ver y, también, con resonancias políticas. Pero, ese otro posicionamiento, poder narrar desde la calle, desde el afuera fue algo que me interesó. Y lo confirmé con estas lecturas. Cuando uno ve las marchas masivas de las mujeres, el 8M, empoderadas sobre el espacio, sobre la calle y sobre la ciudad. Me parece que es un gesto muy necesario de estos tiempos.

El nombre del libro Destinos errantes, ¿cómo llegaste a este nombre?

Contradictorio. Un oxímoron, como diciendo no tal cual, pero es verdad. La idea es que uno tiene destinos internos fijos, dónde naciste, tu pertenencia cultural, identitaria, el país al que perteneces, pero, también, es estar siempre en movimiento, sino que lata pensar que somos entes fijos. Y, también, cada nuevo destino espero que me arroje a ser una persona más errante, más móvil, en constante transformación. Los destinos, tanto desde los que uno parte o emerge como los que uno transita, deberían hacerte sentir más en el aire, más independiente. No hay nada peor que los lugares cristalizados en uno. Siempre tienes que estar cambiando, encuentro que lo errante es atractivo y motivante, sano incluso.

¿Qué proyectos tienes a futuro?

Estoy escribiendo una novela sobre la maternidad. Explorando una novela que al principio partió de un libro de cuentos. Hay tantos libros sobre la guerra, el amor, la muerte, muchos libros de duelo, de muerte, pero hay pocos libros de los nacimientos, de la crianza, porque creo que se ha frivolizado mucho. Tiene un aspecto frívolo. Pero, también, es una experiencia que, si le pones cabeza, es una experiencia humana tan importante como las otras mencionadas, hay algo de transformación, procesos biológicos interesantes y todo lo que sucede. Creo que la ideología de la maternidad es super nociva. Me interesa mucho el enfoque de género. Y en el nombre de la maternidad se han cometido los peores crímenes en contra de las mujeres. Desde la interrupción libre del embarazo, el tema de por qué las mujeres tienen que ser castigadas por la maternidad en el seguro social. Creo que ha sido super tramposo el discurso, la ideología. Sobre la maternidad existe una ideología nociva hacia las mujeres. Qué ganas de repensarlo, reconstruirlo y, al mismo tiempo, pensar en esa experiencia emocional, biológica, que es bien arrasadora.

El otro libro que estoy pensando es sobre el tema de los yugoslavos. Porque mi padre tenía un hermano gemelo, yo soy hija única, y él no tuvo hijos. Entonces, recibí todos sus papeles porque fui la única heredera, no de plata, sino de papeles y de una historia sobre la segunda guerra mundial. Tengo ganas de trabajar con esos archivos que están en un idioma que no entiendo. Quiero hacer esta historia de yugoslavos, y estoy trabajando con una traductora, que es una croata que se vino a vivir a Chile.

Además, trabajé mucho con Isidora Aguirre, que es la autora de la Pérgola de flores.  Hice un libro de conversaciones que se reeditará. La entrevisté por tres años y después me hice muy cercana a la familia de Isidora. Y cuando ella muere su dormitorio quedó lleno de archivos. Porque yo la iba a entrevistar todas las semanas, y tenía la carpeta de La Pérgola, la carpeta de Los que van quedando en el camino, tuvo como cuarenta obras. De cada obra tenía todas las carpetas de los manuscritos, de las investigaciones, de la gente que entrevistó, de la crítica. Y con este equipo, que es un archivista y otra literata, postulamos al Fondart y lo ganamos. Eran 20.000 documentos. Ordenarlos, clasificarlos, con gente que sabe hacer eso con papeles especiales. Ordenamos todo durante un año y medio. Y es genial ver lo que le pasa a ella mientras escribía La Pérgola, de hecho, tuvo una guagua mientras escribía La Pérgola. Es una suerte de lado B de los creadores. Yo trabajé en la Usach. Ella trabajó en la Usach. Y la Usach nos propuso una alianza, ellos albergaron todo el archivo y lo digitalizaron para el público general. En eso estamos, y en este año del centenario  hicimos una alianza con el Ministerio de las Culturas y el GAM:

¿Cuál es tu género favorito?

Ficción, por lejos. Es lo que más me gusta, pero necesito descansar la ficción. La ficción es muy asfixiante, demandante. He escrito novelas terribles, cuentos terribles, entonces necesito un poco de aire. A veces investigo tanto sobre un tema, para escribir ficción, que me quedo con todos esos materiales y los transformo en ensayo. A propósito de Solnit ahora hice un proyecto de investigación sobre las caminantes porque me quedó fascinando el tema.

¿Te gustaría escribir más obras, más teatro?

 Tendría que ser con alguien que me interesara, con un dramaturgo que me guiara en la estructura, pero dejaría automáticamente de escribir columnas de teatro.

 ¿Cómo llegaste a hacer críticas de teatro?

 En UC Berleye, hice estudios en dramaturgia.Tuve un profesor brillante. Era un curso sobre la tragedia en todas las épocas, desde Sófocles hasta ahora. Después, conocí a Isidora Aguirre y ella me formó en teatro chileno. Yo conocía algunas obras, pero conocí toda la movida del teatro chileno desde los 50 en adelante. Luego me llamaron de El Mercurio y me ofrecieron hacer críticas y dije que no. ¿Cómo iba a escribir en 48 horas? Si me demoraba tres a seis  meses en escribir un artículo. Les dije que no. Porque implicaba escribir sobre una obra que veía un sábado, y entregar el texto el lunes. Y lo otro era escribir con mis palabras, porque yo estaba acostumbrada a escribir novelas de 200 páginas. Bárbara Muñoz, la editora, me dijo que lo pensara. Me escribieron tres meses después y me propusieron hacer tres críticas de prueba y acepté. Siento que he aprendido más libertad, más confianza, en el sentido de poder relacionarlo con otros temas y llegar a un público más amplio. Ha sido un camino de aprendizaje increíble y nunca en mi vida pensé que podría escribir algo en 48 horas, 1.000 palabras. Al final me ha entrenado para escribir en varios formatos. Ha sido un aprendizaje difícil y no siempre quedo conforme, pero hay notas que salen super inspiradas y todo fluye rápido.

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.

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