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Opinión

18 de Julio de 2019

[Columna de Julio Osses] Vivir para cantar: Drama en un solo acto

"Juan había cumplido 44 años cantando en ese coro. Hoy tiene 66. Nadie se lo ha dicho a la cara, pero su nombre está en esa lista maldita de los 59 despedidos del Teatro Municipal, que se completa con 13 nombres más llamados a retiro. Juan dice que a él no le arrancan nada. Que le sacan sus horarios, su sueldo, pero no su amor apasionado por la música. Que él tiene clarísimo que el problema no es el teatro ni el arte. Dice que el origen de la debacle es el estilo excéntrico, liberal económicamente y controvertido del francés Frederic Chambert, actual director del teatro". Escribe Julio Osses.

Julio Osses
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Recién es la mitad de la tarde y el sol ya se va del centro de Santiago. El pequeño riachuelo de gente que avanza por calle Estado viene desde el frontis del Teatro Municipal cantando “Va Pensiero”, de la ópera Nabucco, la más política y rebelde de Verdi, pero también una de las melodías más sobrecogedoras en la historia de la música occidental. El improvisado coro en romería tal vez no contiene a todos los que aparecieron hoy en la lista maldita de 59 despedidos, que se completa con 13 nombres más llamados a retiro. Pero si hay muchos de ellos, acompañados de los dirigentes del sindicato técnico, el de ballet y el del coro. Van camino a la Municipalidad para ojalá reunirse con el alcalde y escuchar su opinión de lo que consideran una barbaridad.

Juan había cumplido 44 años cantando en ese coro. Hoy tiene 66. Su rutina diaria de llegar a las 10 AM al teatro, donde se separaban los grupos de cantantes masculinos de las voces femeninas en dos salas, para practicar el idioma de la próxima ópera, su pronunciación correcta y luego las partes de cada pieza musical, ya no va más. Nadie se lo ha dicho a la cara, pero su nombre está en esa lista. Lo supo porque un amigo le había mencionado, por WhatsApp, el rumor un día antes. Hoy, se hizo realidad.

Juan dice que a él no le arrancan nada. Que le sacan sus horarios, su sueldo, pero no su amor apasionado por la música. Que él tiene clarísimo que el problema no es el teatro ni el arte. Dice que el origen de la debacle es el estilo excéntrico, liberal económicamente y controvertido del francés Frederic Chambert, actual director del teatro, quién reemplazó al saliente Andrés Rodríguez hace tres años.

Frederic Chambert

Juan dice que lo que se le está dando a la gente que paga abonos de más de 100 mil pesos por darse un baño de alta música y ballet clásico no tiene la calidad debida. Él sabe que habrá gente que creerá que lo dice de picado, pero se apresura a aclarar que si un sentimiento lo llena, ese no es la rabia. En el frontis de la Municipalidad, Juan se desborda de emoción cuando una periodista se acerca a pedirle declaraciones. Las lágrimas le hacen un discreto charco de nobleza, impotencia y nostalgia en las cuencas de los ojos. Pero luego se le pasa hablando de su vida en el teatro. Juan coincide con sus compañeros en que los sueldos de los exhonerados no van a acabar con la crisis del Municipal. El cáncer está en la dirección del teatro y el diagnóstico que los trabajadores hacen para el futuro próximo del es gravísimo.

Después de cuatro décadas cantando, Juan, igual que los otros miembros del coro reciben en promedio cerca de 800 mil pesos de sueldo. Los técnicos y cuerpo de ballet pueden ganar incluso menos. Juan recibe un bono por antigüedad de 30 mil pesos. Y su vida ha sido montar óperas y trabajar duro en ellas, incluso sábados si es necesario. Pero se acabó. El Municipal parece entender que tiene plata para pagar su indemnización, que él calcula en cerca de 10 o 12 millones, y la de sus compañeros más antiguos. Pero no para mantenerlos en sus puestos. Ni a ellos ni a los más jóvenes.

Sigue pasando la hora. Un grupo de mujeres hermosas llaman mi atención. Son reconocibles por la belleza armónica de su lenguaje corporal, su cuello largo, piernas firmes y figura estilizada. Las integrantes del cuerpo de Ballet que acompañan al grupo de pacíficos manifestantes son jóvenes. También están despedidas. Igual que los tres integrantes del departamento de vestuario que estaban en juicio contra el teatro por acoso laboral y otra gente del departamento técnico. Ninguno de ellos ha recibido el trato que ahora se les da a los regisseurs. A uno en particular. Las historias corren de un lado para otro mientras esperamos a los pies del caballo de Valdivia, en la Plaza de Armas. El regisseur es el director de escena de un montaje. Define las plantas de movimientos y planifica lo que ocurre sobre el escenario. Su trabajo termina, en teoría, el día de estreno del montaje. Luego es el jefe de escenario quién soluciona y mantiene la calidad escénica. Pero cuenta que Chambert, el villano galo en esta tragedia, se ha tomado la atribución de hospedarlos en un hotel por temporadas completas. Es que acá, durante la espera en el kilómetro cero, se repiten muchos comentarios sobre el estilo excéntrico del francés que pasó a la historia bufa de la lírica chilena cuando mandó insolentemente a jubilarse a la prestigiosa soprano chilena Cristina Gallardo Domâs por “descuidar su voz” y “estar acabada”.

Pero Chambert no quiere sentirse solo y tiene a sus amigos. Después de todo, algo de experiencia tiene y por tanto algunas amistades habrá hecho. Tal vez el pequeño teatro de Tolousse del que proviene no le dio para conectar con grandes estrellas del bel canto como hizo su predecesor Rodríguez, quien gracias a su experiencia era capaz de tener cantando a Leo Nucci en el Municipal, pocos días después de terminar una temporada en el prestigioso Metropolitan Opera House, o elencos completos que llegaban a cantar al Municipal después de funciones a tablero vuelto en el Columbia Theatre for the Performing Arts.

Juan conoce las historias de Chambert, incluyendo la muy mentada de aquella vestuarista francesa. Nadie sabe bien, pero cuando llegó a Chile, la separaron del resto del cuerpo de vestuario, le dieron un taller en calle Tenderini donde trabajó apartada un tiempo confeccionando los trajes de los solistas en paralelo a la alabada labor de los vestuaristas del Municipal. Hoy dirige un departamento del teatro. La rabia y la pena se mezclan con la risa. Alguien se acuerda del amigo regisseur con evidentes síntomas de Alzheimmer que Chambert trajo hace no mucho tiempo para hacerse cargo de un montaje. No era su culpa. Pero todos los días volvía a tomar las mismas decisiones de la jornada anterior. O la escenografía que trae otro amigo de Chambert todos los años, se usó en tres óperas distintas, no se confeccionó en el prestigioso taller del teatro, y se ocupará en Cosi Fan Tutte, el próximo montaje del Municipal.

El cielo santiaguino toma esa claridad epifánica que anuncia la muerte del día cuando el silencioso grupo sigue compartiendo historias como esta. Los turistas se toman fotos en la Plaza de Armas. Hay algo terrible en el contraste entre la legítima banalidad del visitante ocasional y lo que está en juego esta tarde aquí.

Pasa el rato. Una, dos horas. Nada nuevo sale del frontis de la Municipalidad. Los trabajadores vuelven al teatro. El despido aún no es oficial y temen que se les acuse de abandono de trabajo. Alguien le dice a Juan que los están llamando a la oficina del director del coro. De a uno. Por la puerta entreabierta, se oyen loas a los trabajadores despedidos. Alguien diciendo que, con su salida, se convierten en héroes. Y se escucha otra cosa más. Por órdenes superiores, nadie puede retirar nada de los casilleros personales. Juan se asoma por la puerta. Le dice a su jefe que no quiere lisonjas. Es más, no quiere que le digan nada. ¿Estamos despedidos? ¿Confirmado? Ok. Eso lo entiende. Pero si “hasta ayer éramos artistas y hoy somos delincuentes” no tiene nada más que escuchar.

“Las órdenes vienen de arriba, Juan”, le responde alguien. Juan, que como buen cantante profesional sabe, entiende y aprecia el valor del silencio, no dice nada.

Abajo, en el foso de la orquesta, no hay ánimo para ensayar el montaje de la ópera bufa Cosi Fan Tutte, y los músicos no tienen ganas de tocar. Piensan en sus compañeros. Una vez más, es el silencio el que habla.

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