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Opinión

9 de Agosto de 2019

Columna de Elena Pantoja: Los deudos

Nunca entendí cómo mi papá y mi tío, dos adultos fuertes, con hijos y nietos, perdieron la compostura y lloraban abrazados en el auto, camino al cementerio, a despedir a la abuela. Tenía 13 o 14 años, estaban deshechos, y yo suponía que por ser chica, ellos deberían consolarme. Solo entendí ese amor y por […]

Elena Pantoja
Elena Pantoja
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Nunca entendí cómo mi papá y mi tío, dos adultos fuertes, con hijos y nietos, perdieron la compostura y lloraban abrazados en el auto, camino al cementerio, a despedir a la abuela. Tenía 13 o 14 años, estaban deshechos, y yo suponía que por ser chica, ellos deberían consolarme.

Solo entendí ese amor y por defecto la tristeza que significa perder a un padre, cuando murió mi viejo, hace dos años. Agonizó unos días y me quedaba a su lado, haciéndole cariño en la cara, tomándole la mano, cantando suavecito al oído, poniendo mi cabeza en su pecho para escuchar sus latidos y asegurarme que no me dejara sola. En su sopor, me dio el último abrazo. Subí a la camilla y lo abracé hasta que las enfermeras llegaron a retarme.

Cuando me avisaron su muerte, hice lo mismo. Acaricié su cara pero estaba fría, ojos cerrados, su mano no apretó la mía y en su pecho solo había silencio. No hay nada mas devastador que escuchar ese silencio. En ese momento, casi 30 años después, entendí el dolor cuando despidió a su madre. Nadie volvería a quererlos como la abuela y su amor incondicional. Nadie los amaría tanto como ella. Nadie me va a volver a amar como lo hizo mi padre, porque es una relación única e irrepetible. No tiene que ser buena por obligación, pero es única e irrepetible, lo que lo hace inolvidable.

El duelo finalmente es un egoísmo horrible, la rebeldía de tener que seguir viviendo sin ese amor incondicional, que perdonaba las más aberrantes metidas de pata y por supuesto celebraba como si fuera una olimpiada cualquier acierto.

Entendí lo que es convertirse en deudo, ser parte de los que quedamos acá, los que cuestionan lo injusta que es la Parca cortando hilos por estos lados; son los que buscan explicaciones que no existen, lidian con el silencio mientras ordenas un closet ajeno –pero familiar- descifras cajones de papeles antiguos, lidias con la AFP por certificados que recién te enteras que existen y con la inmensa tristeza de seguir viviendo sin el dueño del 50% de tus genes. Entendí a los amigos que pasaron por esto antes, que son los que saben decir las palabras adecuadas: preferentemente nada, porque no existe una palabra que consuele una pérdida. Son quienes te dan la bienvenida a este selecto grupo solidario -al que nadie quiere pertenecer- pero que la muerte año a año se encarga de aumentar los cupos; no hay cómo huir: todos perderemos a nuestros padres. Son los deudos los que entienden la tragedia de un teléfono que no va a contestar nunca más, del abismo que significa una silla vacía en el almuerzo del domingo o de un cumpleaños sin el festejado; son los que cuentan los días que llevan de deudo como se cuentan los días de una cadena perpetua, sabiendo que no tiene término ni olvido. Es una carga que se aprende a llevar, a veces un poco más liviana, a veces con risa; algunos rezan, algunos conversan con los muertos, buscando una respuesta o señal que les permita seguir sintiendo ese cariño; algunos los imaginan junto a quienes se fueron antes que ellos, felices; algunos ven en sus hijos una pequeña reencarnación, algún gesto heredado que acompañará otra generación. Otros miramos al cielo, buscamos entre las estrellas alguna respuesta, pero lo único que llega es el amanecer. Insistimos en la siguiente noche. Es lo que hacemos los deudos.

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