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Cultura

10 de Agosto de 2019

Crítica de Gonzalo Schwenke: Cola iluminada

Este volumen de temática gay, y por decisión editorial, está divido en tres grande actos o 32 capítulos breves para agilizar la lectura. Por lo que la autoficción, abre nuevos campos comerciales para la cultura LGTB+ con tintes de autoayuda, como si la experiencia individual enmarcada en un marco ideológico tuviese, por definición misma, la representatividad de lo colectivo. Así, inicia su viaje descubrimiento con el cambio de Colegio de Dios al Instituto Nacional. Entonces, las formas de comportamientos deben acoplarse a la ley del más fuere y al más burlón entre otras violencias en permanente visibilización: masculinidades en construcción, divergencias, materiales, psicológicas, entre otras.

Por

*Gonzalo Schwenke, profesor y crítico literario.

Cola Mala (2019) es la primera novela de “El rey feliz”, seudónimo de un periodista que vive en Santiago. A raíz del fallecimiento de la madre, desarrolla en 222 páginas su proceso de afiliación familiar y construcción identitaria social o afectiva, con una narrativa cómica que se apega más a la novela gráfica de Gay gigante (2015), y no a la literatura barroca de Lemebel. Dicha distinción permite establecer qué podemos esperar de este tipo de literaturas de blog y que están dimensionadas en la cultura del consumismo líquido del siglo XXI.

Este volumen de temática gay, y por decisión editorial, está divido en tres grande actos o 32 capítulos breves para agilizar la lectura. Por lo que la autoficción, abre nuevos campos comerciales para la cultura LGTB+ con tintes de autoayuda, como si la experiencia individual enmarcada en un marco ideológico tuviese, por definición misma, la representatividad de lo colectivo. Así, inicia su viaje descubrimiento con el cambio de Colegio de Dios al Instituto Nacional. Entonces, las formas de comportamientos deben acoplarse a la ley del más fuere y al más burlón entre otras violencias en permanente visibilización: masculinidades en construcción, divergencias, materiales, psicológicas, entre otras.

Son los tiempos de las tomas y las revueltas estudiantiles del 2006 (derrotadas prontamente por los burócratas), el narrador es un asiduo consumidor de la cultura pop mediatizada por la televisión que lo enmarca, e incluso lo diseñan en su imaginación. No por nada, Sailor Moon es un alto referente gay, Kudai (resucitados por enésima vez), las series musicales o sobreactuadas de TV cable, las series Inuyasha o Pokemon. Del mismo modo, son los años de los juegos de cartas Mitos y leyendas, las coreografías del axe, las películas de Harry Potter y el Fotolog al Facebook al Messenger.

No falta el matón del colegio que, en su masculinidad agresiva, cumple con la paradoja de ser curioso con lo homosexual, pero ante la negativa, lidera estas disciplinas de venganza: “[Los] Cuadernos rotos, chicles pegados en la ropa, escupos, útiles que desaparecían del interior de mi mochila y los infaltables papes por mera diversión. Tras la expulsión del señor Rancio el bullying no hizo más que aumentar” (57). El que acusa se vuelve débil y debe ser marginado por los compañeros. En estas micro-sociedades, cualquier defensa de los docentes o el sistema administrativo aumentaría estas situaciones.

Estas personas se encuentran encajonadas, y cumplen con la ley darwiniana, o se adapta al sistema o muere. De modo que, nuestro protagonista desarrolla su estado psicológico: “Las burlas sobre mi sexualidad, eso sí, no me afectaban tanto. Me dolía mucho más sentirme incomprendido, mirado en menos, sin amigos que quisieran jugar conmigo a la hueá que fuese” (58). El denominado Bestia quien tiene una voz aguda, utiliza la vieja confiable de jugar a la pelota, para sobrellevar sus años de homosexual encubierto en el liceo. Este personaje se reconoce como personaje tipo de traidor o converso, que debe permanentemente validarse ante el resto para mimetizarse con el resto.
Al igual que la novela juvenil Mala conexión de Jo Witek, que relata el caso de una niña de 14 años frente a la manipulación virtual de un adulto que la obliga a sacarse fotos provocativas. Los afectados buscan información en la televisión o Internet (porque los padres no son un referente, sino todo lo contrario), pero las respuestas son embrolladas. Además, los encargados han normalizado los distintos tipos de bullying y los alumnos victimarios son reincorporados meses más tarde. Por consiguiente, se ha instalado en la población el honor de sobrevivir a esto, como mérito que te convierte en el buen ciudadano. El mismo que aguanta las alzas en las cuentas de luz, locomoción colectiva, la venta de nuestros recursos naturales a países asiáticos, soportar varios tipos de violencia, entre ellos, la de los empresarios que contaminan el agua, te venden el agua embotellada y realizan un negocio impecable. Ok, recemos.

Es necesario mencionar que la escritura de este periodista es casi oral, con diálogos directos, y precarias reflexiones de su situación de cierto privilegio, pues no observa otras realidades o existencias paralelas, por lo que el grado de victimización es patente y restringido en su alta ingenuidad. Ahora bien, los conflictos que rayan en la anécdota, finalizan tan rápido como los dulces masticables, lo que impide profundizar en estas relaciones que están marcadas en el relato. Es necesario reconocer que, este volumen es un tipo de escrituras de/para blog que representa lo que es, incapaz de salir de este ámbito.

Si bien Cola Mala desarrolla el concepto del viaje en busca de la identidad, el relato no posibilita una diferenciación de este yo con otras subculturas adolescentes como los emos o los pokemones, lo que limita el campo de acción de otras discriminaciones. Asimismo, la personificación de este tipo de gay es una impronta sintética, y donde no todos son de esta manera, pero es el disfraz que mejor puede desplegar.

Cola Mala. El rey feliz. Planeta Ediciones, 2019, 222 páginas.
Gonzalo Schwenke es profesor y crítico literario.
Valdivia, 2019.

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