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Reportajes

29 de Agosto de 2019

En la piel de Marianela, la hija rebelde del mayordomo de Merino

Marianela Pineda (63) quedó huérfana a los 17 años cuando Guillermo Pineda, su padre y mayordomo del almirante José Toribio Merino, murió en un accidente. Hace un año se exhumaron los restos de Guillermo, porque Marianela sospechaba que fue asesinado por agentes de la dictadura. Se define como revolucionaria, irreverente e insurrecta. Fue hippie en los setenta y bailarina de un café nocturno. Soñó con ser frentista. Ama la literatura y a Leonardo DiCaprio. Durante 27 años fue adicta a las drogas y en los noventa estuvo en la cárcel por tráfico, pero a los dos meses salió en libertad. Dice que su vida es como para la pantalla grande. “Si hicieran una película de mi vida me gustaría que la Tamara Acosta interpretara mi papel”, dice a The Clinic la hija de un hombre que fue testigo silencioso de la dictadura de Pinochet. Un hombre, que según ella, fue asesinado para amedrentar a Merino.

Por

“Soy un personaje”, dice Marianela Pineda, mientras se mueve entre los puestos de frutas y verduras que hay por la calle Brasil, en pleno Valparaíso. Va a paso lento y pausado, muy contrario a lo acelerado de sus palabras. Lleva un sombrero de cuero, lentes y una bolsa de género. Nunca tuvo hijos, pero tiene 25 gatos, que para ella son como lo mismo. Todos tienen nombre y dice que los sabe identificar. Uno de ellos se llama Yasir Arafat, como el líder palestino y otro Vladimir Putin, su “pandilla”.

El puerto la vio nacer y crecer, pero también le trajo dolor. Su padre, Guillermo Pineda fue, durante 16 años, el mayordomo y chofer del almirante José Toribio Merino, uno de los cerebros del Golpe de Estado e integrante de la Junta Militar. Él era políglota, experto en banquetes y el encargado de recibir a las autoridades internacionales que llegaban hasta Valparaíso. “Era un hombre muy inteligente y culto”, dice Pineda. 

Él recibió a Charles de Gaulle en 1964 y a Indira Gandhi en 1968. Incluso, fue el anfitrión para la visita de la Reina Isabel. Una de sus últimas visitas fue Fidel Castro, cuando vino a Chile en 1970. Guillermo le tomó fotos que Pineda, su hija, atesora hasta el día de hoy. “Igual le debe haber ardido a mi papá”, cuenta riéndose.

El primero de enero de 1974 a las 7:20 de la mañana Guillermo salió de su casa en auto junto a su esposa, Gladys Sotomayor, para ir a visitar a unos amigos en Cerro Placeres. Nunca más volvieron. Su auto se desbarrancó. Marianela Pineda tenía 17 años. Quedó huérfana junto a sus tres hermanos, Ricardo, Guillermo y Gladys. “Siempre supe que fue raro, toda la vida tuve esa sospecha; nos entregaron las urnas selladas”, cuenta.

Guillermo Pineda

La muerte de sus padres se hizo pasar como muerte en servicio y les rindieron honores en Valparaíso. “Yo estaba orgullosa de que le hicieran un funeral de héroe a mi papá, pero todo era una mentira”, dice Pineda.

Su hermano mayor, quien también se llamaba Guillermo, estudiaba Construcción Civil y era comunista. Según ella, le hizo abrir los ojos durante los primeros años de la dictadura. “Me dijo: ‘date cuenta, están matando al país como lo hicieron con nuestros papás’”.

Llegada la democracia, Pineda se acercó a la abogada Carolina Zumaeta, quién la derivó hasta Francisco Ugaz, en Santiago, para contarle su historia. Esa búsqueda constante por la verdad en el caso de sus padres la llevó a realizar una querella en 2015, para posteriormente hacer una exhumación de sus restos en el Cementerio de Playa Ancha de Valparaíso. 

En esa oportunidad, el 5 de julio de 2018, The Clinic estuvo presente en la exhumación conversando con Marianela Pineda. Ella cuenta que la ayudaron Haydée Oberreuter, una sobreviviente de tortura, y Carolina Merino, la hija del almirante Merino. 

Para Pineda la ayuda de Carolina Merino fue esencial. “Dio dos testimonios a favor de nosotros, porque ella quería mucho a mi papá. Se echó a su familia encima”. Según ella, su padre era muy querido por el almirante. “El viejo (Merino) tenía a mi papá muy regalón, lo quería mucho. Él no tuvo nada que ver en su muerte”.

En el reportaje sobre la exhumación, Oberreuter también habló y dio teorías sobre la muerte de los padres de Pineda, diciendo que los podrían haber asesinado con el objetivo de enviar un “mensaje” a Merino.

Testimonio de Marianela Pineda a The Clinic en 2018

Hoy, a un año de la exhumación, Pineda cuenta que tras la publicación del reportaje de Alejandra Matus para The Clinic, recibió amenazas, que la llamaron dos veces a su casa amedrentándola anónimamente. “Me decían que no me anduviera metiendo en cosas. Yo les respondía: ‘¡No le tuve miedo a los milicos y te voy a tener miedo a ti, hueón!’. Los aparatos de seguridad todavía existen, ¿tú creís que no hay hueones de la CNI contratados?”, cuenta.

Los restos de Guillermo Pineda y Gladys Sotomayor descansan momentáneamente a 12.500 kilómetros de Valparaíso, en Viena, Austria, para ser estudiados y así definir cuál fue la causa de muerte. La investigación sigue en curso.

Marianela Pineda junto a sus padres

LA GATA ACTIVISTA

Pineda está sentada en un restaurante de la calle Bernardo O’Higgins. Se saca su sombrero de cuero y se queja de un dolor en su pantorrilla derecha. “La pelá me está llevando por las piernas”, dice en voz alta. 

Es pensionada del ejército y se atiende en Capredena. Pero, a pesar de eso y de que su padre haya sido la mano derecha del almirante Merino, ella se declara de izquierda. Se define como revolucionaria, irreverente e insurrecta. En su tiempo libre escribe cuentos, en donde firma como “La gata activista”. Fue seleccionada en el concurso Letras de Vida y según ella, tiene seguidores. “Escribía de cuando era chica. Lo usaba para desahogarme en mi época oscura. Pero escribía puras hueás, nunca tan Charles Bukowski”, dice.

Sus cuentos los define como “marquianos”, de realismo mágico. Eso sí, empezó a escribir con menos regularidad luego de la exhumación de sus padres. “Me fui a la cresta, todo mi mundo cambió. Empecé a despertar con crisis de pánico y llorando”, dice.

Además de los cuentos, Pineda dice que tiene muchos diplomas: cuidadora de enfermos de la Cruz Roja, liderazgo, repostería, hotelería y cocina internacional. “No ejerzo ninguna hueá”. Llegó hasta mitad de tercero medio y quería ser profesora. Era su sueño. “Los mejores años de mi vida fueron del 64 al 68”, dice al recordar su infancia en el puerto. En su juventud dice que “era loca, una Janis Joplin”. Según ella, la muerte de sus padres afectó en eso. 

Marianela Pineda a los 16 años

El cariño que le tenía José Toribio Merino a su papá, Guillermo Pineda, se traspasó a su hija Marianela. El almirante le hacía regalos todas las navidades, sin falta. Un día cuando estaba con sus amigos en la plaza llegó un auto del que salieron dos hombres con lentes oscuros. “Los hombres de negro”, como les decía Pineda, le pasaron una caja con ropa de regalo. Era de parte de Merino. 

Su relación con el almirante también le ayudó al momento de buscar trabajo. En 1974, luego de la muerte de sus padres, entró a la Escuela de Sanidad Naval, recomendada por el mismo Merino. Pero no duró mucho y la despidieron. “Me pitié una calavera porque me puse a bailar ‘mira como baila el esqueleto’. Fue un condoro. Me echaron cagando”, cuenta.

Dos años después, y pese a esa situación, Merino la volvió a recomendar. “No conozco un caso así: que te echen y que te vuelvan a meter a la Armada y más encima en plena dictadura. Él tenía muchas consideraciones conmigo, no tengo nada que decir”, recuerda. Pero ella misma dice que hay que separar las cosas: “El viejo fue excelente conmigo, pero yo no me voy a cegar de que fue el gestor del Golpe de Estado. Aunque igual Merino fue el hueón más inteligente, salió intacto y como héroe. Al otro (Pinochet) lo trajeron escondido para acá y nos dejaron toda la hediondez, porque lo cremaron en Concón (risas)”. 

Con los años Pineda se fue distanciando de la familia Merino. De hecho, no fue al funeral del almirante cuando murió. “¿Pa’ qué iba a ir?”, se pregunta. Hoy solo tiene relación con Carolina Merino, pero visitó varias veces a Margarita Riofrío, la viuda del almirante, en su penthouse frente al casino de Viña del Mar. Se juntaban a tomar té. Pineda decía que era para “apretarla” por el caso de su padre. “Nunca se cocinó la vieja”, dice.

DICAPRIO, PASTILLAS Y EL “NO”

Llega un garzón a la mesa y le da a elegir entre una Coca-Cola o una Sprite. “Mejor Coca. Eso sí no estoy ni ahí con los gringos. Bueno, la Sprite igual es gringa”, dice ella. A pesar de su rechazo a Estados Unidos se considera fanática del actor Leonardo DiCaprio. Ella es una “dicapriana” de corazón. “El Lobo de Wall Street es magistral. Me gustó la escena cuando el hueón se sale arrastrando. A mí me ha pasado igual (risas). El otro que me gusta es el Keanu Reeves. Es piola, quitado de bulla. Anda en New York y nadie lo huevea”.

Marianela en 1981

A finales de los años 70, cuando Pineda vivía en Canal Beagle, Viña del Mar, probó por primera vez el Desbutal, una pastilla que se conocía popularmente como “la rubia de los ojos celestes”. “Yo no sé cómo caí en las drogas. Había un loco que vendía eso donde yo vivía, no doy el nombre porque no soy sapa, pero me acuerdo que le pasé un billete de 500 pesos de la época. Y ahí empecé po’”. 

Fueron 27 años, entre marihuana y pastillas. “Fui locateli desde chica, pero no era mala. Era hippie. Una vez mi padre me dijo, ‘Hija, no busques emociones fuertes’. Fue lo primero que hice después de que murió (risas)”.

Recién llegados los años ochenta, Pineda entró a trabajar de bailarina en un café nocturno. “Fui la primera de Valparaíso”, dice ella. “Ahora soy una vieja, pero a mí me gustaba todo lo que fuera emoción fuerte”. Trabajó ahí ocho meses. “Me echaban de todos lados. A mí me gustaba bailar a la Janis Joplin y los hueones querían que bailara Michael Jackson, cosas modernas”. Una noche, el café fue allanado por Carabineros, pero ella logró zafarse gracias a su vínculo con los uniformados. “Les mostré la tarjeta de la Armada y no me hicieron nada po’, me respetaron. Yo era temeraria, no estaba ni ahí”.

En plena dictadura se rebeló contra el sistema que el jefe de su padre instauró. Apoyaba al “No” para el plebiscito de 1988 y según dice, estuvo ahí “batallándola”. “Me llevé cualquier paliza. Gritaba y todo eso, pero siempre estaba protegida por un ángel que era mi papá”. Esa protección que dice ella, la lleva colgada en su cuello: un relicario dorado con las fotos de sus padres, Guillermo y Gladys, en blanco y negro.

Incluso tuvo el sueño de entrar al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Ahí tenía amigos, pero nunca se concretó. “Una amiga me dijo ‘para qué te fuiste a meter con ellos, vo’ soy de la Armada, habrían creído que no estabas con ellos. Te salvaste de que te chingaran los hueones’”, cuenta Pineda.

Y a pesar de haber luchado contra Pinochet nunca votó. “Nos preparamos la noche anterior, decíamos ‘vamos a sacar a este viejo hueón’. Nos pusimos a tomar y yo me quedé raja. Me tomé unas pastillas para dormir y mi pareja, José, me intentaba despertar. Al final no fui a votar. Más lo que me retó. Se daba vueltas por toda la casa diciendo ‘vamos a perder, vamos a perder’. Yo le decía que el pueblo era más poderoso, que íbamos a ganar”.

EN CANA

—¡Me trae la cuenta, mi amor! — le grita Pineda al garzón. 

Se pone sus lentes y le da un sorbo a la botella de bebida. Ella dice que no le gustan los vasos. Se queja nuevamente del dolor en su pierna derecha.

Los años noventa fueron distintos: cayó por primera vez a la cárcel por tráfico de drogas. 

Corría el año 1995 y Pineda movía sus mercancías en Valparaíso. Hacía las entregas ella misma, en frasco o en caja, dependiendo del encargo. “A veces partía a las cuatro de la mañana para vender a la subida Cumming. Yo era audaz, no le tenía miedo a nada. Me hacía respetar”, dice.

Un día en el puerto, cuando iba en camino a visitar a una amiga, la agarraron dos sujetos de los brazos. Eran carabineros del OS-7. “Su carnet, por favor. ¡Está detenida!”, le dijo uno de ellos. A Pineda la tomaron y la tiraron dentro de una patrulla. “¡La tenemos! ¡La tenemos!”, gritaban los carabineros por las radios. “Decían eso po’. Era como si fuera Pablo Escobar (risas)”, dice.

Al día siguiente Pineda salió en la portada de La Estrella de Valparaíso, con nombre y apellido. “Me tuvieron pa’l hueveo como una semana. ‘La jefa de la banda’ decía el diario po’ (risas). Hácete esa. Es como para una película del DiCaprio”. 

Dentro de la cárcel molestaba a los gendarmes y la interrogaban para que dijera con quién trabajaba. Nunca dio ningún nombre.

Alcanzó a estar solo dos meses presa y salió en libertad. Otra vez aparece la figura de Merino en su vida. “Yo pienso que él me sacó, siempre me cuidó y estuvo pendiente de mí”. Tras su liberación, Pineda dejó el negocio para siempre. “¡Toqué fondo! Me cabrié. No me causaba placer, era gastadero de plata”.

ALMODÓVAR

Marianela Pineda camina por la vereda de calle Brasil, frente a las palmeras del bandejón central. Siempre a paso lento, pausado. Tiene una consulta con su psiquiatra en el Centro de Salud Capredena, en el mismo lugar donde explotó una bomba en enero de 1988 que dejó un muerto y 18 personas heridas. Pineda dice que estuvo ahí y que se salvó de milagro porque estaba en un costado de la sala de espera, conversando con una señora. De esa intensidad han sido sus sesenta años de existencia, algo que se contradice con sus pasos relajados e intermitentes. 

Pineda empuja la puerta y entra. Saluda a la secretaria del centro médico. La secretaria que la recibe dice que siempre se nota cuando ella llega, que es famosa en Capredena.

Pineda quiere escribir un libro autobiográfico con todas sus memorias e historias y dice que podría estar listo en dos años más. Repite una y otra vez que ella es “un personaje”, que una amiga que vive en España siempre le dice que su vida es como de película y que debería contactar a Pedro Almodóvar para que la dirija. “Si hicieran una película de mi vida me gustaría que la Tamara Acosta interpretara mi papel”.

Agarra su bolsa de género lentamente y se sienta en las sillas azules de la recepción. Tiene que hacer hora para que la atiendan. Se toma una pequeña pausa. Una de las pocas que ha tenido en su vida.












 


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