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Opinión

16 de Septiembre de 2019

La fisura de Frida Kahlo

"No voy a enfrascarme en analizar o criticar la relación que tuvo Frida con Diego, pero sí me detendré en aquello que incomoda desde el lente de la modernidad cuando ve espacios de fisuras, ya sea en uno o en los demás, en un contexto donde la dependencia se ha tornado patológica", escribe la socióloga Leonor Lovera.

Leonor Lovera
Leonor Lovera
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Hace poco leía una noticia que cuestionaba si Frida Kahlo podía ser realmente un ícono feminista, en donde aquello que vendría a tensionar el aura feminista que se le ha instalado, sería su amor por Diego Rivera. Sin ir más lejos, en la noticia se reporta que en marchas feministas ya se escucha el slogan “Abandona a tu Diego Rivera”, debido a que causa rechazo la dependencia que despertaba este hombre en ella.

La misma noticia, remarca que el feminismo prospera con ideas y convicciones, no con diosas, porque la lucha por la igualdad tendría que originarse a partir de una convicción íntima y desde una trayectoria personal.

Acá no voy a enfrascarme en analizar o criticar la relación que tuvo Frida con Diego, pero sí me detendré en aquello que incomoda desde el lente de la modernidad cuando ve espacios de fisuras, ya sea en uno o en los demás, en un contexto donde la dependencia se ha tornado patológica. Por tanto, todo acto que se lleve a cabo tiene que surgir de uno mismo, siendo el yo individual el único que podría orientar nuestro camino, tanto para identificarse feminista como para relacionarse con un otro en términos amorosos y/o sexuales. No se permiten referentes. No se permite mirar más allá de nuestro propio ombligo.

Al respecto, la socióloga Eva Illouz nos recuerda que para algunas corrientes de la teoría psicoanalítica, el yo ideal es aquel que está en condiciones de poder combinar la autonomía y el apego, mientras que sería la versión popular de la psicoterapia (aquella que insta a las “mujeres que aman demasiado” a que amen menos y que promete el poder de la “autoestima”) la encargada de ubicar en el centro del yo y de las relaciones interpersonales, a la autonomía.

Entonces vemos cada vez más a gente protegida de no mostrar fisuras que revelen algún tipo de dependencia, protección que entra en conflicto cuando el foro interno reclama reconocimiento, como le pasó a un hombre que entrevisté en una ocasión, quien llegó diciendo que le encantaba su soltería, otorgando un discurso bastante new age al respecto. Sin embargo, al final quiebra en llanto, revelando que se moría por estar en pareja. Pero ese llanto incomoda en el contexto actual, donde se apunta a este yo-desvinculado que muchas veces no sabe cómo moverse en las arenas movedizas de la modernidad. De ahí la crítica de algunas mujeres diciendo que ya no hay hombres, porque ante la caída de los códigos tradicionales en el proceso de conquista, ya nadie tiene muy claro cómo abordar al otro y, ante esa incertidumbre, varios se están quedando paralizados, otros se largan a llorar, pero la mayoría se queda sin hacer nada al respecto por miedo a caer.

Y es justamente la ética del caer la que aborda el filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno, Slavoj Zizek, quien comenta que hace unos años en Francia, y en algunos países de habla inglesa, el concepto “falling in love”, cuya traducción textual sería “caer en el amor” que es la forma en inglés de decir “enamorarse”, buscaba ser reemplazado por el “to be in love without the fall”, es decir, “estar enamorados sin el caer” bajo cierto rechazo, cultural, por caer y, de esta forma, perderse en el otro. No vaya a ser que nos pillemos pensando más en otra persona que en nuestros propios quehaceres. Porque al parecer, como continúa Zizek, todos quieren conseguir una cosa, sin pagar el precio que tiene esa cosa. Por tanto, queremos azúcar, pero sin calorías; queremos cerveza, pero sin alcohol; queremos estar acompañados, pero sin engancharnos.

Y ya que el panorama allá afuera es incierto, debido a la caída de esos códigos conocidos (pero sin haber escrito unos nuevos), al parecer se busca habitar la sensación de control desde el moldeamiento personal. Por tanto, hoy yo decido de quién me enamoro y de quién no. Pero si luego me equivoco en esa elección, el único gran responsable seré yo (lógica no reducida solo a la esfera amorosa), abandonando la culpa religiosa de antaño y reemplazándola por una culpa personal. Pero culpa al fin y al cabo, la cual históricamente ha funcionado como mecanismo regulador de las masas, ahora obsesionadas con no encontrar pifias ni en sí mismas ni en sus personajes destacados. Todos libres de polvo y paja, completamente coherentes con los ideales de la modernidad. Pero tanta coherencia termina alienando las subjetividades. De esta manera, creo que hay cosas que simplemente se nos escapan de las manos y no coinciden con nuestra identidad feminista ni con ninguna otra etiqueta con la que nos identifiquemos. Por más que tengamos clara la película, de repente nuestro deseo nos falla. Con esto no quiero justificar la violencia en las relaciones de pareja ni las relaciones tóxicas, no me lleven a ese extremo. Solo quiero cuestionar esta pretensión de linealidad en las identidades y biografías. Hay cosas para las cuales no encontraremos una respuesta, y cómo se habita esa incertidumbre según el contexto histórico y cultural, es lo que me llama la atención. Incertidumbre con la que Frida decidió seguir adelante, y es que ella tampoco pudo resolver todos sus enigmas respecto a Diego. Ya se preguntaba “cómo carajos lo haces para conquistar a tanta mujer si estás tan feo hijo de la chingada”. Lo que sí se puede dilucidar, es que Frida no cumplió con los estándares de su época, pero tampoco con los de ahora.

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