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Entrevistas

9 de Octubre de 2019

Timochenko, el último comandante en jefe de las Farc: De la guerrilla a la paternidad

Conocí a Timochenko en La Habana, el 24 de septiembre de 2015, al día siguiente de que se diera la mano con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, para sellar el compromiso de llegar a la paz tras seis décadas de conflicto armado. Rodrigo Londoño Echeverri, más conocido como Timoleón Jiménez “Timochenko”, fue el último comandante en jefe de la estructura militar de las FARC. Durante los 60 años que duraron los enfrentamientos, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), murieron asesinadas 262.197 personas: 94.754 de las víctimas fueron atribuidas a los grupos paramilitares, 35.683 a la guerrilla y 9.804 a agentes del Estado, entre otros responsables.

Por

El 23 de septiembre de 2015, en el Salón de Recepciones de El Laguito y acompañado por Raúl Castro, “Timo”, como le llaman sus amigos, se dejó ver en público por primera vez después de 40 años en el monte. Tenía 17 años cuando se fue con la guerrilla y hace pocos meses cumplió 60.  Hoy preside el partido político FARC -Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común- que aunque cambió su significado mantuvo la misma sigla de tiempos de la guerra. Timochenko era partidario de ponerle otro nombre ahora que reemplazaban las armas por el debate público, pero su postura resultó minoritaria entre los excombatientes, quienes optaron por priorizar la historia en vez de dar realce al corte.

Ese largo y extraño día de 2015 que pasamos juntos en la casa del músico Frank Fernández en el barrio Miramar de La Habana, nos tomamos hasta el agua de los floreros. Junto con él estaban Pastor Alape e Iván Márquez, quien hace unas semanas decidió abandonar el proceso de paz y volver a las armas junto a Jesús Santric y Hernán Darío Velasquez, “El Paisa”. 

“Sí, deben andar por Venezuela, aunque no estoy seguro dónde. Algunos dicen que por el Apure, pero quién sabe”, me dijo Timochenko.

– ¿Y por qué se descolgó Iván?

“Vaya uno a saber qué cagada hizo y se vio embarcado quién sabe en qué. Yo tengo la tesis de que se vieron pillados y, para salir dignamente y justificarse ante los demás, cogieron el argumento del incumplimiento de los acuerdos. Ahora bien, pueden hacer mucho daño con esos que se van mamando y que se van cansando al ver los incumplimientos, y ellos le hacen ofertas a la gente, cuando uno de los baluartes de las Farc fue siempre que ahí no había sueldos para nadie. Un movimiento guerrillero fundado en ofrecerle sueldos a la gente, olvídese. Y por eso yo le dije a Duque que no abandonara a la gente desmovilizada de las Farc, porque los narcos les ofrecen dinero. Saben usar armas, pues, y mientras más responsabilidades tuvieron en la guerrilla, más les ofrecen.

Por otra parte, Iván Márquez siempre tuvo conflicto con Timochenko. Él quería ser el líder máximo “y me hizo una campaña muy cochina, a la que yo nunca respondí. Hubo una guerrillera que cuando vio el video gritó: ¡Uy, por fin se le cumplió el sueño: ahora es jefe!” 

“Lo de Ivan y Santric es un suicidio. Se le deben haber cerrado los caminos, porque de otro modo no se entiende” me dijo Timo.

Ahora conversábamos en la oficina del partido FARC, cerca del centro de Bogotá. Por las escaleras y pasillos deambulaba mucho personal de seguridad. Los excomandantes son protegidos por exguerrilleros hoy contratados por el Estado. El ejército contra el que habían combatido por más de medio siglo, como es fácil de entender, no les daba garantías suficientes. De hecho, en su interior todavía hay sectores tributarios de la Guerra Fría que no consiguen dejar de verlos como enemigos conviviendo con otros más jóvenes dispuestos a dar vuelta la página.

El Proceso de Paz no ha sido sencillo, pero los excomandantes, que en ese momento se hallaban reunidos preparando la versión de sus culpas que al día siguiente entregarían a la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz), sabían que no lo sería, y por eso están furiosos y frustrados con la deserción de Iván Márquez. Pastor Alape me dijo que la consideraba “una cobardía”.

“No hay justificaciones” aseguró Timochenko-. Hay cosas que no debimos haber hecho y las hicimos, y toca asumirlo. Y que eso nos va a costar, pues claro. Que yo no era el jefe cuando esto, que yo no estaba cuando lo otro, pues no importa. 

Para quienes no estén adentrados en el asunto cuesta entenderlo, pero hoy los grandes defensores del Acuerdo de Paz son los comandantes de las Farc. Al ex presidente Juan Manuel Santos, un aristócrata de derechas, por promoverlo y llevarlo a cabo, el uribismo lo motejó de “castro-chavista”. Y por absurdo que pueda parecer, no pocos se lo creyeron. En Colombia, la paz no es una urgencia evidente. Mal que mal, llevan 200 años matándose porque sí y porque no. Desde que comenzaron a implementarse los Acuerdos de Paz hasta la fecha van cerca de 600 dirigentes sociales y en torno a los 200 exguerrilleros asesinados. A fines de octubre hay elecciones locales, y ya son siete los candidatos a alcaldes o gobernadores muertos y cientos los amenazados. La violencia, más que terminar, parece estar transformándose. Nuevos intereses están moviéndola. 

En La Habana, exactamente cuatro años antes, Timochenko me había dicho: “Nosotros no somos santos, porque en la guerra no se habla de tirar flores, lo que se echa es plomo (…) Cuando están cayendo bombas, y plomo, y cayendo muertos, cuando se ve asesinar a las familias de la gente nuestra, toca reaccionar. Y a veces se toman decisiones equivocadas…” A continuación confidenció que cuando estaba sentado a centímetros de Juan Manuel Santos le había dicho al oído: “bueno, presidente, si no acordamos, seguimos con el plomo”.

Ahora se le veía mucho más ordenado que entonces, más calmo y manso. Había cambiado la toalla colgando del cuello para secar el sudor tropical por una compostura oficinesca, y a la perplejidad de quien deja la selva y se adentra en la ciudad, ahora añadía las sorpresas de la paternidad. A su lado estaba Joanna Castro, su pareja 30 años menor, y en un coche, Joan Rodrigo, su hijo de dos años, que cada tanto lloraba sin perturbarlo.

– Es muy difícil que (como algunos dicen) Iván se junte con los del ELN. Los elenos no quieren a Iván, porque los maltrató mucho. Cuando estuvimos reunidos en Cuba le sacaron en cara los comunicados que había emitido en su contra. Que ahora puedan hacer alguna unidad, no creo… aunque es cierto que ya Iván no es de las Farc y vaya uno a saber qué son los elenos.

Timochenko duda seriamente que quienes retomaron las armas sean apoyados por Maduro. Según él, por muy bruto que sea un presidente, no pone en juego a un Estado en una aventura por el estilo. 

-Una vez Chávez nos dijo: “para la paz, lo que quieran; para la guerra, nada. Incluso le pedimos municiones y nos dijo que no”.

-Pero Maduro no es Chávez – le digo yo.

-Y el compromiso era de Chávez, es cierto – me respondió.

Con todo, Timochenko es optimista. Sostiene que Duque no quería el acuerdo, y no obstante el acuerdo se impuso. “Hoy son muchísimos más que para el plebiscito los que apoyan el proceso, y diría que más que antes del famoso video ése (se refiere al de Iván Márquez, Santric y el Paisa leyendo la proclama de su vuelta a las armas). La gente se asustó, vio al monstruo”.

¿Y cómo van a terminar ellos?

-Eso es lo triste: harán que otros se hagan matar diciéndoles esto y lo otro, que los incumplimientos y tal…

¿Por qué a Colombia le cuesta tanto la paz, Timo?

-Porque aquí, desde la independencia, la clase dirigente y económica se ha forjado a través del ejercicio de la violencia. Los grandes terratenientes fueron militares que estuvieron en la gesta libertaria, y se ganaron sus tierras por las armas. 

¿Se puede construir la paz con bloques que no dialogan, con mundos sin disposición a transar? 

-Para la paz, el primer requisito es el diálogo. Y en el caso nuestro, para conseguirla después de un conflicto tan largo, tiene que hacerse a partir de la verdad. Eso está en los principios de La Habana. Colombia necesita una verdad que le permita un relato común para conseguir una sociedad incluyente. Pero hay un sector de la clase dirigente que se restó del acuerdo porque no acepta que la construcción de ese relato nos incluya a nosotros, ni que movimientos alternativos puedan llegar a incidir sobre los caminos que deba tomar la patria.

¿Tú sigues creyendo en la Revolución?

-(Calla un buen rato) Yo creo que estamos en permanente revolución.

Eso me lo vas a tener que explicar.

-Nosotros generamos, en los acuerdos, las bases mínimas para una revolución. No una revolución radical, pero… ¿Qué es una revolución? Transformaciones, cambios… De esa que nos enseñaron en las primeras escuelas de la juventud comunista, no pues. La realidad a uno le va mostrando que eso no es así, que se da poco a poco. Se dan saltos, pero su gradualidad depende de circunstancias políticas, sociales, económicas y culturales. 

Transformaciones graduales y no de golpe.

-Y sin violencia.

¿En qué cosa que creías dejaste de creer?

-Ahí sí me pone en una reflexión compleja. (Ríe y luego calla) Básicamente sigo creyendo en lo que me llevó a la guerrilla: la necesidad de producir cambios profundos en la sociedad para que haya más igualdad, que sea más humana, que el hombre esté al centro y resuelva sus necesidades básicas. Eso lo sigo creyendo. Ahora, que esto se puede conseguir en 4, 5 o 10 años como soñábamos cuando entramos a la guerrilla… ya lo habríamos conseguido. Eso no es tan así. Del lado contrario otros están trabajando para que esas transformaciones no se den. Yo sigo creyendo en el marxismo como método de análisis, que fue lo que me enseñó Jacobo Arenas, es decir, no como un dogma ni fórmula, porque eso impide entender los momentos. Marulanda decía que “la garantía de un acuerdo con esta oligarquía es tener los fusiles en la mano”, pero eso funcionaba para aquel momento histórico concreto, y no para éste.

Entonces existía la URSS y el socialismo era una alternativa concreta que, de hecho, imperaba en más de la mitad del mundo.

-Es que las Farc no nacen por la URSS, ni siquiera por el ejemplo de la Revolución Cubana. Nace por una situación muy concreta y desaparece ahora como estructura armada a partir de una nueva lectura de la realidad colombiana. 

¿Por qué terminan las Farc?

-Porque ya no vemos posibilidades de alcanzar el objetivo a través de la lucha armada y nos convencimos de que se abría la opción a través de una democracia muy restringida, pero que tenía las condiciones para seguir. La práctica nos está demostrando que ahí hay más posibilidades de alcanzar apoyo de las masas para el proyecto nuestro.

NO JUSTIFICAR EL ASESINATO, NUNCA

Yo estuve en un campamento de las Farc antes de la paz, y mi impresión fue que vivían fuera del mundo, en una colonia desconectada de la realidad. ¿Qué te ha pasado al encontrarte con esta sociedad después de 40 años en la selva?

-Es como usted dice. Había cosas que no estábamos viendo. Allá en la selva nos estábamos metiendo nuestro propio cuento y habían cosas que no leíamos de manera correcta. Y el proceso de paz es el resultado de una lectura acertada de la sociedad en que estamos viviendo actualmente.

¿Qué cosas no estabas viendo?

-Triste reconocerlo, pero es cierto: la degradación de la guerra. Yo me negaba a usar esa palabra (“degradación”) y decía que era una palabra que utilizaba la derecha para desprestigiarnos y ocultar cosas, pero ya cuando salgo a estos escenarios y conozco lo que sucedió, y ya sobre el terreno, pueblos tomados por la guerrilla, zonas por las que pasó, constato que estábamos en un proceso de degradación muy profundo, que estaba causando mucho daño, incluso a la misma estructura de la guerrilla.

¿Hoy crees que existe algo que justifique matar?

-Ese es el paso que hemos dado: no justificar el asesinato de nadie, bajo ninguna circunstancia.

Tras una vida en el monte, ¿qué te llamó la atención de esta otra selva extraña que es la ciudad? Cuéntamelo anecdóticamente, en concreto. ¿Qué cosas te siguen sorprendiendo?

-Como está la gente metida en este aparato (muestra el celular). Ver a la gente concentrada en el teléfono, aislada de todo, en los buses, en todos lados, aislada de su entorno. Y mire que yo también, eh.

¿Es un mundo más degradado del que imaginabas en la selva? ¿Más pobre e injusto o más lleno de posibilidades de las que creías?

-Al menos en la sociedad colombiana hay mucha más desigualdad. En las grandes ciudades se pueden ver los contrastes entre esos centros comerciales donde hay de todo, pero para un sector muy pequeño de la sociedad, y las afueras donde usted encuentra la miseria y la pobreza. Está más visible la desigualdad, lo que confirma que hay que luchar para que esos desniveles disminuyan.

¿Echas de menos algo de los tiempos de la guerrilla?

-Aunque suene contradictorio, la tranquilidad. A pesar de la guerra, los bombardeos, los ametrallamientos y que uno estaba siempre pendiente de que le fueran a caer encima, estaba la tranquilidad de la selva y la naturaleza… eso lo extraña uno. 

¿Qué hemos ganado y qué perdido con el fin de la lucha revolucionaria?

-Hemos ganado dejar de matarnos. Uno justificaba, por ejemplo, que a veces se ajusticiara una persona porque nos delataba, porque nos hizo bombardear. Y bueno, esa persona que lo hizo tiene familia, tiene mujer…

¿Te pesa?

-A mí me duele que eso haya sucedido. Pero, claro, tiene su explicación, porque era la vida suya o la mía. Son las dinámicas que impone la guerra, que impone la confrontación. Afortunadamente ya no estamos ante esa eventualidad. Habrá gente que traiciona igual, pero ya la solución es otra. Se da en el debate, y el que ahora se quiere ir del partido se va, y listo. En la guerrilla irse era un delito: era desertar.

¿Te ha cambiado la perspectiva tener un hijo a estas alturas del partido, poderlo criar, vivir en pareja? Todas cosas que en la guerrilla no se podían.

-(Ríe) Eran imposibles. Y claro, eso le cambia a uno el día a día y la noche a noche. Y también cambia las decisiones que uno toma, porque ya no se trata sólo de pensar en los proyectos productivos para cinco o diez años, sino también en que si uno se muere tiene que dejarle algo. No me basta pensar en los ocho millones que nos dieron a cada uno, sino que necesito ingeniar un proyectico que le dé seguridad también a él. Antes uno decía “le hago hasta donde pueda: si hay para comer bien y si no, sigo pues”. Ahora debe haber también para la compañera que le está dando de mamar. 

Y me imagino que la preocupación por el cambio radical de la sociedad completa da paso a la preocupación por un pequeño núcleo…

-Pues sí, pero también piensa uno que esa sociedad que le toque vivir sea mucho mejor.  Y si en algo estamos contribuyendo para eso, bienvenido sea.

LAS MUCHACHAS Y LAS FARC

¿Qué esperarías tú de la izquierda del futuro? ¿Sobre qué pilares construirías hoy tu proyecto político?

-Pontificar sobre la izquierda, no me gusta. Uno no tiene una verdad revelada…

Eso ya es un cambio.

-Pues sí. Debemos ser más realistas, y es lo que nos está pasando ahora. Hay mucha mezquindad, mucho egoísmo, mucha búsqueda de beneficios para grupitos pequeños o incluso personales. Aquí no hay grandes partidos de izquierda. Y mire la dificultad que hemos tenido para conseguir la unidad en lo electoral. Hay quienes nos dicen “vamos juntos, pero no puede aparecer la rosa” (se refiere al logo de las FARC). Eso es una falta de respeto, una grosería. Por eso aunque no saquemos un solo voto, vamos con nuestro logo y nuestro nombre. La unidad se ha logrado solo en algunas regiones, pero la mayoría de los movimientos de izquierda nos ven como leprosos. Y no es que seamos un elemento determinante, pero ¡hombre! somos un actor que en buena medida creó las condiciones que hoy tienen las organizaciones de izquierda en Colombia para actuar. 

Ustedes vivieron en la selva, en contacto con la naturaleza. ¿Es el ecologismo  una causa para ustedes?

-Sí, claro, por supuesto. Determinante. Son temas que se han puesto porque de ello depende la sobrevivencia de la humanidad, más allá de cualquier dogma político. Si no conservamos la naturaleza, desapareceremos como especie. 

¿Y el feminismo, que también se impuso con tanta fuerza?

-¡Hombre, ya es hora de terminar la entrevista! (Ríe) Lo que hay que conseguir es la igualdad de derechos entre la mujer y el hombre, algo que en las FARC, en cierta medida, ya vivíamos. Que la mujer tenga derecho sobre su cuerpo. Esta es una sociedad muy machista.

Y las FARC también lo fueron.

-Las FARC las componían hombres y mujeres provenientes de la sociedad colombiana, y ese machismo se reflejaba en el día a día. Lo que se mantenía era la lucha permanente por formarnos todos dentro de un criterio distinto.

La comandancia eran puros hombres.

-Pero más allá, la mujer tenía sus derechos igual que un hombre. Otra cosa es que en la dinámica de la guerra se revelaba el machismo, pero si se mira con detalle fueron muchas las mujeres que ejercieron funciones de mando en la guerra. Y también en otras actividades distintas, no propiamente de la confrontación. Ingresar a las FARC era un elemento atractivo para las muchachas, porque en sus casas sí que las trataban machistamente, y en las FARC era distinto, tenían la posibilidad de ser ellas mismas y de pelear por sus derechos como el resto. 

¿Están considerando el ingreso de mujeres a la dirección o sigue siendo un grupo de hombres?

-Eso tiene que darse en la misma dinámica. Hay que buscarlo, hay que pelearlo, pero hay que ganarlo. A mí me parece que es hasta un irrespeto con la mujer misma decir “bueno, ahora que sean dos y dos”. Tiene que ganarse, y pueden ser tres mujeres y un hombre. ¿Por qué no? Lo que yo he visto en las que se llamaban zonas veredales, hoy los ETCR, donde está nuestra gente con los proyectos productivos y toda su actividad diaria –el Putumayo, el Caquetá-, cuando los dirigentes se han equivocado, quienes han tomado la responsabilidad y sacado los problemas adelante, son mujeres. 

¿Han funcionado esos proyectos productivos para reincorporar a la guerrillerada?

-Con muchas limitaciones, pero sí, han salido adelante, en buena medida sin el apoyo del gobierno y el Estado. Ahora el Estado se ufana de que tienen 24 proyectos activos, que cobijan un universo de mil y pico guerrilleros, cuando somos 12.000. 

DUDAR SIEMPRE

¿Te gusta lo que se está consiguiendo a partir de los acuerdos de paz? ¿Ves a Colombia transitando por un camino virtuoso? ¿O lo ves todo muy frágil y en el horizonte los riesgos de retrocesos?

-El retroceso siempre está a la orden del día, porque hay fuerzas que están luchando por ello. Aquí nos toca una batalla muy dura, para que las fuerzas que estamos empujando esto sean cada vez mayores. Y se está consiguiendo. Aparecen, claro, factores que desafortunadamente complican la situación, como estos que ahora desertaron del proceso (Iván Márquez, Santric, el Paisa…). Pero la tendencia es a sumar y sumar más gente en función de darle estabilidad a lo que se acordó en La Habana. No es fácil. No hay que bajar la guardia. 

¿Venezuela es un faro, un ejemplo, o a estas alturas del partido lo ves críticamente?

-Venezuela tiene cosas positivas.

¿Cuáles?

-Ahí hay un proceso de independencia. Desde que Chávez asumió el gobierno todas las fuerzas contrarias se unieron y hasta un golpe de Estado le dieron. El bloqueo ha sido permanente y ahora está más agudo. Yo con esto no quiero justificar los errores que pueda haber tenido la conducción, no soy quién para decirles lo que debieron haber hecho o no, pero a las finales yo admiro a esa gente que ha seguido ahí.

¿Sigue siendo el proyecto cubano el ejemplo a seguir?

-Cuba es un ejemplo del que se pueden aprender muchas cosas, pero Cuba es Cuba y Colombia es Colombia, Brasil es Brasil, Chile es Chile… (Ríe fuerte)

Son muchas las cosas que han cambiado en el mundo, ¿no?

-Por eso es que son muchas las cosas que se debieran pensar, pero la dinámica del día a día no lo deja a uno. Con el núcleo de camaradas –con Pastor, con Carlos Antonio- comentamos que en esta etapa el que sería un gran aporte sería Jacobo Arenas. Él enseñaba que el marxismo era dúctil y que había que analizar las situaciones a partir de la realidad concreta. 

Que la verdad no es una.

-Claro, la verdad se construye colectivamente. Eso va aprendiendo uno, que se sienta con personas de la vereda ideológica opuesta y aprende. Y también de gente que sin ser revolucionarios está haciendo cosas. En esa época Jacobo a uno lo impactaba, porque estábamos formados en las Juventudes Comunistas, idealizando la URSS y todo lo que viniera de allá, y Jacobo cuestionaba. Nunca quiso ir al mausoleo de Lenin en Moscú, porque decía que eso era una religión. “Es un crimen tener el cuerpo de ese camarada ahí”, decía él. Eso para todos era una herejía, una blasfemia. Y el tiempo le ha dado la razón. 

¿Y seguirá siendo el socialismo la respuesta?

-La historia demuestra que no. Lo que uno va aprendiendo es que en esto hay que dudar de todo. Dudar siempre, dudar de uno mismo. Y dado que estamos hablando carreta, yo me siento muy afianzado con lo que estamos haciendo, porque esto lo construimos a partir de dudar siempre. “Vamos por aquí, y si no es por aquí, ¿cuál es el camino? ¿Y por qué?”. Y uno se va afianzando. Con 50.000 obstáculos, claro, pero ahí está la clave, en superarlos. 

Las Farc, como las conocimos, y esta guerra, parece que terminan porque ya no tenía sentido ¿no?

-Sí, desapareció su razón de ser. Eso es en el fondo. Bien complicado. Tuvimos nosotros un encuentro espiritual, de meditación con una hindú y ahí hubo muchos intercambios. En uno de esos a mí se me salió sin pensarlo, decir que esas Farc en las que habíamos terminado no eran las Farc a las que yo ingresé. Esas a las que yo ingresé eran completamente distintas. Una señora que fue víctima de un secuestro me escribió una carta muy bonita… Claro que también el paramilitarismo generó unas situaciones…

¿Vives con miedo?

-Debo tenerlo, aunque el día a día no da tiempo para pensarlo.

¿Pero han matado a varios, no?

-Sí, y yo hablo de esas muertes porque toca hablar, pero no todas son reivindicables. Incluso algunas de esas son en manos de los elenos (ELN) y en manos de esos que llaman “disidentes”. Hay también algunos muchachos que se han metido en el negocio del narcotráfico y bueno…

O sea, hay de todo, casos muy diversos.

Sí, eso es así. Venganzas internas, negocios y también, claro, del ejército, como el caso de Dilma Torres.

¿Y los paramilitares están muy activos?

-Sí, pero lo que pasa es que el paramilitarismo de ahora hay que verlo distinto al que nosotros conocimos en los 90. No son iguales a las AUC, pero… son poderes económicos en las regiones, y cada región tiene su propia historia, y va formando sus propios ejércitos a defensa de intereses económicos y políticos. Usted tiene su hacienda y arma su propio ejército -4, 5, 10, 15 tipos- y entonces aparece uno que se le está atravesando y va y lo manda a matar. Que hay un dirigente impulsando una toma de tierras, lo manda matar. Así se van haciendo del poder a través del temor. Y tienen apoyo institucional, porque son los gamonales de la región: invitan a unos almuerzos al jefe del batallón, al comandante de policía o de la base militar. Así van manteniendo su feudo. 

Desde que nos vimos en La Habana, imagino que te ha cambiado mucho la vida, ¿no?

-Sinceramente, no me doy cuenta, porque me la paso en reuniones, esto, lo otro y el aparato éste (apunta su celular)… A las cuatro de la mañana me levanto a ver mensajes, a responder y a leer a ver qué dice la prensa. Cuando usted se da cuenta ya son las siete de la mañana y toca salir a un encuentro o cosas así.

Bien distinto de la vida en el monte.

-Uuuuh. Claro pues.

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