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Entrevistas

5 de Noviembre de 2019

Julia Toro, artista y fotógrafa: “Siento que estoy recién parida a una nueva época”

Julia Toro

La fotógrafa Julia Toro cumplió 86 años un día antes del estallido de esta movilización social. En lo que quedaba del año iba a participar en tres exposiciones - Chaco, Buenos Aires y la Festival Internacional de Fotografía en Valparaíso – que se suspendieron por todo lo que está pasando. Pero ella está expectante y esperanzada y dice que esas cosas ya no tienen importancia. Julia Toro, una de las fotógrafas emblemáticas del país, dice: “Ni yo tengo ganas de ver exposiciones ahora. La verdadera exposición ahora es lo que está pasando en la calle. Hemos pasado a otra era”.

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Esto pasó así: es 17 de octubre de 2019 y la emblemática fotógrafa nacional, Julia Toro, celebra su cumpleaños número 86 con su hijo Mateo y un grupo de amigos del mundo del arte. Al día siguiente, comienza la movilización social más importante desde el regreso a la democracia en Chile. Y entonces todo se detiene. Antes, en lo que quedaba del año, Julia, que siempre está llena de actividades, iba a exponer algunas de sus fotografías sobre vida religiosa llamada Mujeres Apasionadas en la Feria Chaco, iba a estar en el Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso, exponer en Buenos Aires y realizar un taller de Estética y Fotografía en la Factoría Santa Rosa. Estaba haciendo collages y pinturas famosas sobre piedras. Además, la documentalista Alejandra Carmona estaba trabajando en una película sobre ella. “Está entretenida la vida”, decía ella por esos días previos a su cumpleaños. “Con los años la vida se va achicando, pero a mí me ha aparecido un arcoíris de cosas que hacer. Me he preocupado de la vida interior. Todos esos terrenos son tan sutiles y pueden ser tan cursis si una los explica. Pero he creado unas disciplinas. Una cosa que me marcó hace hartos años fue una frase del I Ching que decía: ‘No dejar que la vida vaya hacia la nada’. Las ganas de ir dejando huella. Va por ahí. Suena pretencioso, pero una sabrá qué huellas deja. Que nunca sea una un suspiro. Dejar algo. La fotografía, la escritura, las pinturas”. 

Pero después del 18 de octubre todo se detiene. Las exposiciones se suspenden, por ahora. Y Julia queda suspendida en un estado que ella misma califica de incertidumbre y esperanza, de expectación y emoción profunda. “En la fiesta de mi cumpleaños todo era alegría y comunicación. Al día siguiente, se había dado vuelta la tortilla. Estaban la incertidumbre y el miedo, pero también el estallido de felicidad, el amor por tu vecino, por el pueblo que se reunió, las millones de personas en la marcha, es muy emocionante. Siento que estoy recién parida a una nueva época. Hemos sido lanzadas a una cosa muy nueva y ojalá muy favorable. Estoy entregada a esta nueva vida con mucha esperanza. Era inevitable que sucediera: los escándalos, los robos, el descaro de la impunidad ya era demasiado, algo vergonzoso”, dice en su casa blanca que parece de isla griega, pero en un pasaje de Pedro de Valdivia.

Va de jeans, pañuelo floreado al cuello y aros largos. El living es una muestra de arte: sus fotografías en blanco y negro, algunos collages y pinturas. Julia se pone de pie y vuelve al living con un cuaderno. Es una de sus libretas de apuntes donde escribe a mano, con una caligrafía perfecta, sin borrones ni tachaduras y donde a veces dibuja eventos del día a día. Una jardinera con flores. Una Julia con lentes y una chaqueta nueva.  Hace un tiempo empezó a escribir estas libretas como ejercicio de memoria, aunque escribir lo hacía desde mucho antes: aún guarda cuadernos suyos del año 83 en adelante. Los que tenía antes se perdieron, por ahí. “Estaba haciendo un ejercicio con la memoria: antes de dormirme, acordarme del día, una práctica de lo más antipática y difícil que hay. Y un día le conté a mi hijo que estaba haciendo eso y me dijo: ‘¿Por qué no lo escribes mejor?’. Empecé a escribir y me empezaron a regalar cuadernos maravillosos. La letra se ha ido arrugando con los años, eso sí, igual que una”. 

Ahora esos cuadernos serán parte de un libro autobiográfico que publicará con la editorial Penguin Random House.

DEJARSE LLEVAR POR LA MAREA

Julia Toro nació en Talca. Fue la hija menor de una familia acomodada, burguesa, “niñita bien, cubierta totalmente”, como dice ella. Muy pequeña, se vino a Santiago a vivir con sus abuelos en Providencia. Aquí estudió en el Santiago College. Nada le gusta más a Julia Toro que sus recuerdos en el Santiago College. “El día que entré al colegio fue el más feliz de mi vida. Vivía con mis abuelos y encontrarse con este lugar maravilloso con otras niñitas lindas. ¡Y yo era una más! Yo era niñita buena, buena, buena. Aplicada, aplicada, aplicada. Todo lo aprendía con devoción”.  Salió del colegio. Se casó con el pololo que tenía desde los 14 años. “Virgen y de traje de novia”, dice ella. “La verdadera dictadura es nacer y crecer en una familia burguesa, católica donde la virginidad era estrictamente vigilada y la parte sexual era pecaminosa”. Se fue a vivir a Vitacura y tuvo tres hijos. “Era una vida latosona. Tenía a mis hijos en la Alianza Francesa, la vida común y corriente de una señora de barrio”. 

Hasta que a los 38 años, después de 19 años casada, se enamoró de un fotógrafo. Entonces para Julia empezó otra vida: la suya, la de la fotografía. “Mi vida cambió completamente. Se dio vuelta la tortilla y de esa vida no quedó nada más que mis hijos. Me fui de la casa. Fue un tomo que abría y otro que se cerraba. Me arrastró la marea y me arrastró para bien. Cambié de estatus económico, pero la parte económica no me costó jamás. El hombre con el que decidí armar mi vida era bohemio y yo nunca había ido a un bar. Una está tan enamorada también que no le importa nada, nada”. 

El fotógrafo era Jaime Goycolea y juntos partieron al Valle del Elqui en pleno gobierno de la Unidad Popular. “Pensaba que en el valle me iba a latear profundamente, me aburro frente a una puesta de sol. Pero a la semana estaba perdidamente enamorada del lugar. Todo me deslumbró. El aire, la noche, las estrellas, las montañas que te acunan, la angosta franja de paisaje al medio. Me levantaba temprano y partía al río, vivíamos en la mitad de la montaña”. Antes de la fotografía, Julia dibujaba y pintaba: había tenido clases con Adolfo Couve a quien conoció mientras ambos hacían clases en el colegio San Ignacio. En el Valle retomó los lápices y comenzó a esbozar rostros, figuras humanas, una antesala de lo que le esperaba. “Lo mío no era el paisaje, sino las personas. Sabía desde antes que era artista”. A los tres años y medio volvieron a Santiago. Un día después del golpe, nació su hijo menor, Mateo, el 12 de septiembre del 73. 

La cámara fotográfica llegó a sus manos por casualidad. Un día vio a una de sus hijas que estaba embarazada sacándose la ropa.  “Corrí donde Jaime y le dije: ‘Por favor, ven a tomar esta foto maravillosa’. Él tomó la cámara y me la pasó. Esa fue mi primera foto consciente. Pero la primera, primera fue una que tomé queriendo hacer una mímica de él, encontraba tan divertido cómo hacía cosas y se tiraba al sueño para tomar fotos”, cuenta ella. Ambas imágenes están en el libro Hijos. Fotografías en blanco y negro, de otra época, registros de su vida cotidiana, de su familia. Sus hijos, la cocina, calles vacías, el campo. Su vida íntima. Su instinto. Julia nunca quiso estudiar formalmente fotografía. “Soy autoatencional, no autodidacta. Le ponía mucha atención a lo que hacía mi pareja y eso me fue entrando por osmosis. Por amor y por osmosis. Es un balde: entra la música y tú haces la coreografía finalmente. No lo veo como un aprendizaje. Es poner atención, poner atención y poner atención. No quise estudiar fotografía porque no quería que me desviaran de mi propio mirar. Una lástima porque podría haber aprendido más técnica y porque la fotografía es cara, imagínate la cantidad de papeles arruinados, pero no quise ser amaestrada, manipulada, no sé. Me resistí a que dijeran ahora tienes que hacerlo así o así se encuadra. Qué te pasa”. 

¿Eres muy independiente?

-As much as possible.

El año 76 el Museo de Arte Contemporáneo la invitó a exponer alguna de sus fotografías en una colectiva de artistas Borges en La Plástica: creían que ese año Borges ganaría el Nobel de Literatura. Nunca lo ganó. La única fotógrafa era ella. Sus imágenes de la iglesia de la Merced que estaba siendo arreglada, con sus columnas, sus estatuas de santos y ángeles, llamaron la atención. Luego revista Paula la contrató para hacer fotografías de los Benedictinos de los Trapenses. “Como en esa época no teníamos laboratorio, pedí usar los laboratorios de la revista Paula cuando estaban en Providencia. Estaba fascinada, como provinciana. Por probar tantas cosas salieron todas las fotos malas, pero las publicaron. Eran la muerte de lindas”, recuerda. A su hijo Mateo lo fotografió desde su nacimiento el 12 de septiembre del 73 hasta que cumplió 17 años, la misma cantidad de tiempo que había durado la dictadura en este país. La muestra se llamó Historia de un Niño Chileno. En los ochenta también se dedicó a fotografiar el mundo del arte: a Jorge Tellier, Raúl Zurita, Rodrigo Lira, Pedro Lemebel, Diamela Eltit. También performances de la escena cultural de esos años con Carlos Leppe, Juan Dávila y Nelly Richard.

Pero Julia Toro no solo registra vida cotidiana y vida religiosa. También es conocida por su fotografía erótica, cuerpos jóvenes que se besan, se tocan, se jabonan, se encienden en una tina de baño o besándose contra la pared. Ella les pide el consentimiento a sus modelos para retratarlos en esas situaciones. Le gusta el proceso del desnudo: verlos sacarse la ropa, vestirse de nuevo, el eros, ese mundo que le era tan prohibido de niña. Ellos le dicen que sí en general. “Tenía unos vecinos que era muy bonitos, oye. Y cuando vi su baño, de azulejos, la tina con patas, les pregunté si estaban dispuestos a hacer una fotografía, me habían regalado un rollo muy especial. Encantados, me dijeron. Cuando se iban a pasar, ellos ya querían seguir, ya terminé de hacerles fotos. El acto sexual no me interesa, lo encuentro más bien bastante brutal. Pero sí me interesa el eros por tanto tabú en la niñez. La belleza del eros es lo que me interesa. Mis hijas eran tan lindas, sus desnudos, había un amor tan grande en hacer esas fotos. Ellas nunca tuvieron problemas”, dice. 

Has dicho que la belleza te mata. ¿Qué es lo bello para ti?

-Es amplio. Tú eres bella, por ejemplo. 

Pero qué busca tu ojo fotográfico.

-Yo ya no busco, encuentro. Son encuentros y me pasó desde la primera foto. Si me preguntas de qué me arrepiento en la vida son las fotos que no tomé. De no haber sido lo suficientemente cara de raja para tomarlas. Cómo tan desalmada, te dices. Pero me arrepiento de las fotos que no tomé.

En una de esas fotos que no tomó hay un hombre que agoniza en un hospital. La luz entra por la ventana. El hombre es muy cercano a Julia. Julia lo va a ver y piensa: qué buena foto es ésta. Pero no la toma. Y se despide del hombre. Pide que no cuente muchos detalles de estas cosas que cuenta. No quiere hablar mal de nadie, dice. No quiere herir a nadie. Hubo heridas. Pero más fueron las recompensas. De todos modos. Hay pasados que prefiere no visitar.

LA GUILLOTINA AL DRAMA

Julia también tiene otra vida que se asoma de vez en cuando en sus palabras. “Cuando yo sufría”, dice. “Cuando sufría”. “Antes perdí harto tiempo pensando en el amor. Fui enferma de romántica, muy antigua, mucho Hollywood. Eso es muy antiguo, pero no cuesta nada recaer. Hay que despertar. Eso fue el siglo XX, pero ya estamos en el siglo XXI”.  Esa vida sufriente se acabó a los 55 años cuando leyó un libro sobre Psicología Avanzada y se dio cuenta de que pasarlo mal no era una obligación, sino una opción. Entonces comenzó a meditar, algo que también le sirvió cuando hace cinco años falleció una de sus hijas de cáncer. “Yo no dejo que nada anide en mí.  Si algo malo lo anidas y le das y le das, no se va a ir nunca. Son mecanismos de defensa no darle cabida a lo malo, a la depresión ni a los malos pensamientos. Soy disciplinada en este sentido. No hago una una meditación de ashram, sino a la chilena: me siento derecha en la silla, empiezo a tomar en cuenta la respiración y reviso mentalmente mi cuerpo. Parto por la cabeza, mi frente, paso por el corazón, los intestinos, todo lo voy sintiendo”. 

Hace poco una periodista feminista le preguntó si ella era feminista también. Julia le contestó: “Soy femenina. Me interesan las personas humanas, ya sean hombres o mujeres”. 

¿Y el erotismo qué espacio tiene en tu vida?

-El amor y el erotismo ya pasaron, aunque nunca mueren del todo. Pero tampoco le pones atención ni lo anidas. Pasan como una ráfaga. Me interesa estar en lo que estoy: pintar, fotografiar, escribir, hacer collages y tener talleres. Mi vida está llena. 

Qué maravilla decir eso a tus 86 años.

-Yo soy tercera edad. No lo veo, lo siento. Tengo mis achaques: me duele el cuello, la espalda, hago una gimnasia que me dieron para mis dolores. Es una secuencia que aprendí y la practico. Si se nubla y llueve, terrible, me duele todo. Pero la vida mía es bastante encantadora. Tengo muy buenos amigos, un hijo que me lleva las cosas y me cuida mucho, vivimos juntos. Y además, trabajo en lo mío. Hay muchas mujeres extraordinarias: la Carmen Barros tiene más de 90 y está muy bien. Y hay varias así que han estado despiertas, se han preocupado de su cuerpo, especialmente de la lectura. Pienso que quizás me queden 10 años. Quiero que la cabeza se mantenga clara, creativa y que no me duela mucho el cuerpo. Que el cuerpo me acompañe as much as possible. Cada uno construye su vida, cada uno es resultado de su vida. Yo no me puedo identificar con esas viejitas que están mal, prefiero no tomar esas fotos mentales, borrarlas de ahí. Yo ya cumplí, hice mi quehacer en el mundo, ahora estoy en los descuentos y quiero que estos años sean tranquilos y felices dentro de las circunstancias. Mi corazón está vibrando todo el tiempo. 

Ahora qué sientes con lo que está pasando en el país

-Lo que te digo: estoy expectante, esperando, todo esto es muy nuevo. Pero tengo esperanza. Que me haya pillado todo esto a esta edad…. Si hubiera estado en plenitud de mis facultades físicas estaría en la calle. Pero me he sentido muy parte de. Es muy lindo. Las expresiones de arte han sido muy emocionantes: la música, los fotógrafos han sacado sus mejores fotos. La que más me gusta es esa en Plaza Italia: están todos arriba de la escultura y en la cima está la bandera mapuche. De ahí se descuelga todo el relato de la historia, con mucho fuego. Es como la foto de la bandera chilena llena de barro, tiene esa calidad de emblema. 

Pareciera eso sí que el gobierno no escucha lo que está pasando.

-Claro. Tienen tan abultadas sus billeteras que eso les impide ver el bosque.

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