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Opinión

11 de Noviembre de 2019

[Columna de Claudio Barrientos] Uñas pintadas: el lugar político de las homosexualidades en la crisis del Chile post-transicional

"No permitamos que los homosexuales sean despolitizados y mal entendidos, ahora no fuera, sino dentro del discurso de los derechos humanos. Los derechos humanos y civiles deben abrirse a las especificidades, múltiples experiencias y diferencias de la población LGBTQ+", escribe Claudio Barrientos.

Claudio Barrientos
Claudio Barrientos
Por

Claudio Javier Barrientos

Académico Escuela de Historia de la Universidad Diego Portales

La ciudad que habitamos todos es, un lugar donde lo abyecto puede camuflarse, pasar desapercibido entre la “normalidad” y el “orden” que ocultan todo aquello que incomoda, o es leído como no aceptable, o anormal. A casi 30 años del primer gobierno democrático, la sociedad chilena ha construido una ética pública en torno a los derechos humanos, que en estos días se ha manifestado con fuerza a raíz de los estados de emergencia y toques de queda. Los militares en la calle nos han devuelto a los ciclos de memoria anclados en la dictadura y lo que hoy llamamos postdictadura, como tiempo indefinido, interminable y en permanente duelo, que conecta los eventos, los hechos y los discursos de la contingencia con los tiempos del autoritarismo militar. El fin de la dictadura marcó una época de Informes y Comisiones de Verdad que generaron políticas de memoria y derechos humanos desde la sociedad civil en torno a desaparecidos, ejecutados políticos y tortura.

Los inicios de los movimientos y demandas LGFBQ+ no fueron, necesariamente, parte activa de la discusión política en torno a este tipo de derechos a nivel de sociedad civil, ni de gobierno. Hoy, la discusión parece estar en otro punto y las denuncias de violaciones, y agresiones sexuales a mujeres y a hombres, han sido expuestas y condenadas como vulneración de los derechos humanos de los ciudadanos movilizados. Esto hace creer que hemos avanzado un gran trecho desde 1990 con miras al 2020. Pero estos progresos en materia de derechos humanos y LGBTQ+ esconden una paradoja respecto del lugar que las homosexualidades tienen en contextos de crisis e inestabilidad político-social. En este texto quiero reflexionar sobre la política de represión a hombres homosexuales, porque creo que puede ser una entrada para comprender el contexto de violencia política y sexual de 2019, más que pensar en construir continuidades con la dictadura, creo que las formas de violencia que hemos visto en estos días están dentro de una construcción histórica de las memorias y las lógicas represivas de un ciclo específico de “la transición autoritaria” chilena. 

Durante el pimer gobierno de la Concertación, cada 4 de marzo desde 1991 se hacía una marcha que conmemoraba el aniversario de la Comisión Rettig, como una forma de presionar por una política de verdad que diera cuenta de lo ocurrido y del paradero de los desaparecidos en dictadura. La marcha era convocada por organizaciones de derechos humanos y de familiares de detenidos desaparecidos y expresos políticos entre otros actores de la sociedad civil del periodo. En 1993, con el Movilh recién formado, organizaciones LGBTQ+ y un grupo de personas Trans que estaban cerca del Cerro Santa Lucía, se sumaron a la manifestación que conmemoraba el segundo aniversario de dicha Comisión, demandando una política más decisiva en torno a verdad, memoria y justicia en casos de violaciones a los derechos humanos. El Movilh había llamado a homosexuales y lesbianas a sumarse a la manifestación, y las organizaciones civiles habían pedido que los homosexuales marcharan, paradójicamente “a la cola” y sin pancartas alusivas a sus demandas específicas, para no empañar la lucha en contra de la impunidad.

Evitar llamar la atención no fue un objetivo que se lograra, los rostros pintados y consignas de las personas LGBTQ+ recalcaron por sí mismas, su condición de “seres humanos” demandando respeto y derechos propios, al tiempo que, en palabras de Lemebel: “invirtieron duelo por color”. Sin embargo, al mismo tiempo, incomodaron y opacaron la marcha de las organizaciones de derechos humanos, y se convirtieron en una expresión exotizada de los estereotipos gay y travestis, que la prensa del periodo no resistió en retratar y resaltar como la presencia más llamativa en la manifestación, expropiando a los homosexuales de su lugar en la lucha política del periodo. Pedro Lemebel cuestionó el papel de los homosexuales en el espacio público y en la política de la transición a la democracia en un texto que, parafraseando a Kundera, tituló “La insoportable levedad del Gay[1]. En él decía que el maquillaje y los tacones altos de los homosexuales, expresaban una sonrisa incómoda y triste de las “locas” puestas en vitrina en el espacio público. Un espacio que les había sido negado, y que cuando irrumpían en él, se les despolitizaba y desaparecía.

En la marcha del 93 los homosexuales no tenían muertos o mártires “legítimos” que mostrar. No podían colgarse una fotografía en el pecho para demandar “fin a la impunidad”. Sus muertos y muertas en dictadura habían sufrido una doble desaparición, al no poder contarse en víctimas de violaciones a los derechos humanos porque, o no participaron abiertamente de un movimiento o partido político, o porque su condición homosexual no les hacía víctimas aceptables y objeto de justicia y reparaciones en los inicios de la transición.

En 2019, el caso de Jossué Maureira marca otro lugar para los homosexuales en la lucha política y en la política de los derechos humanos. El joven agredido, es estudiante de cuarto año de medicina de la Universidad Católica, y no solo denunció los abusos por parte de carabineros con su nombre y apellido, sino que, hasta el mismo rector de la universidad salió públicamente denunciando el caso y las acciones legales a seguir. Las instancias universitarias hablaron ambiguamente de “violencia física y abusos” por parte de carabineros. Sin embargo, Jossué relató con detalles su caso, el énfasis de su discurso fue que el tipo de violencia experimentado estuvo en directa relación con su homosexualidad.

Según el joven, las agresiones comenzaron cuando los policías se percatan que tenía las uñas pintadas de rojo. Lo obligan a confesar y vociferar su condición de homosexual y además de apremios ilegítimos fue penetrado con una luma. Creo que es un avance que el caso de Jossué Maureira y otros hombres agredidos sexualmente sean acogidos por la institucionalidad pública de derechos humanos. Creo que es importante que estos hombres den la cara y se atrevan a denunciar este tipo de violencias, sin sentir vergüenza y las expresen como lo que son: violencia sexual y política. Por lo mismo, es importante que estas violencias sean parte de un análisis no solo de derechos humanos, sino también de violencias LGBTQ+. Las uñas pintadas de Jossué actuaron como una forma de desestabilización en las construcciones hegemónicas de masculinidad.

Si los policías no hubieran reparado en sus uñas, su sexualidad habría pasado desapercibida, como les ocurre a los hombres homosexuales en la ciudad. Sería otro ciudadano más, reprimido injustamente en una protesta social, bajo toque de queda. Sin embargo, sus uñas pintadas potenciaron el nivel de tortura sexual de que fue objeto. La penetración, usando una luma como ortopedia de poder y sometimiento, lo situaron forzadamente en la condición de “pasivo” y penetrado por la autoridad masculina de los carabineros. Lo obligaron a gritar que era “maricón”. No bastaban sus uñas, no bastaban los insultos, él debía gritarlo para satisfacer la homofobia de sus represores. A los heterosexuales no los obligan a gritar su condición sexual. En medio de la crisis, gritar su homosexualidad restablecía, al menos por un momento y precariamente, el “orden” alterado con el estallido social.

Por tanto, retomando a Lemebel, en “La insoportable levedad del gay”, no permitamos que una ampliación universalizante de derechos humanos oblitere, que Jossué y otras formas de disidencia, experimentan no solo una vulneración de sus derechos humanos como cualquier otro actor social, sino que se enfrentan en la contingencia y en la volatilidad de la protesta social y la represión, una forma específica de violencia política contra personas LGBTQ+. No permitamos que los homosexuales sean despolitizados y mal entendidos, ahora no fuera, sino dentro del discurso de los derechos humanos. Los derechos humanos y civiles deben abrirse a las especificidades, múltiples experiencias y diferencias de la población LGBTQ+. Las disidencias han estado presentes en el estallido social y en los cabildos, pero no por un concepto de igualdad universal y homogenizante, sino por un reconocimiento y un sistema de derechos que les permita no solo tener, sino ejercer los derechos LGBTQ+ que merecen.


[1]Revista Página Abierta, 26 de marzo de 1993. En www.yeguasdelapocalipsis.cl accesado el 26/10/2019.

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