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Opinión

20 de Noviembre de 2019

Columna de Jaime Retamal: No son 30 Simces, son 30 años del Simce

Agencia Uno
Jaime Retamal Salazar
Jaime Retamal Salazar
Por

Una nueva jornada de controversias en torno al Simce se cierne sobre el sistema escolar. Cada año la respuesta es más displicente aún. Es como si los distintos gobiernos no escucharan a las comunidades escolares. Es como si a los distintos aparatos del Estado que dirigen esta medición no les interesara saber qué dicen los especialistas en educación sobre las consecuencias en los modos de producir enseñanza y aprendizaje, en la manera de interpretar el currículum nacional, o en el deterioro que se produce en la experiencia escolar debido a lo que significa preparar a grupos de cursos completos para que respondan un test estandarizado.

La displicencia sin embargo no logra por arte de magia hacer desaparecer la indignación. El Simce es una gran mercado en sí mismo, es una industria, se lleva millones de dólares del presupuesto nacional, que bien podrían servir para fortalecer áreas más sensibles del currículum, de nuestra pésima infraestructura de los establecimientos públicos, o para simplemente dejarlos ahí como un fondo para fortalecer los proyectos educativos que cada escuela o liceo quiera desarrollar. Pues no. Es más fuerte la displicencia del mercado y con ello cada año aumenta más la indignación.

El Simce se creó en los 80 como mecanismo de control y regulación del mercado. Antes de que arribara la democracia en los 90, los distintos actores que asumirían el control del ministerio de educación, ya estaban convencidos de las “bondades” del instrumento. Al terminar el primer mandato presidencial democrático, se evacuó un informe del Mineduc que decía que antes, en dictadura, había peor Simce que ahora, en democracia. De ahí en más, puro vértigo neoliberal a favor de un test que hacía correr los pingos del oficialismo o la oposición.

El Simce es un símbolo gigantesco de la educación de mercado, pero también de la clase política ensimismada en su propio mundo de rencillas, dimes y diretes. El Simce es un extraordinario prismático para observar en detalle el horizonte al que ha llegado el deterioro de la educación en Chile. No es lo mismo usar el tiempo pedagógico para preparar a los estudiantes en el rendimiento de una prueba estandarizada que usarlo para la belleza del aprender, para la aventura del ensayo y del error, para la sensibilidad del comprender profundo una obra de arte o la literatura universal, o la propia historia, o el propio lenguaje.

No es lo mismo, pero la displicencia sigue. Ahí esta la prueba, la displicente. La experiencia escolar lo sabe de profundis: no son 30 SIMCEs, son 30 años de SIMCE. La discusión constitucional que se viene tendrá a la educación como uno de sus campos de discusión. Ojalá ese debate nos pille despiertos a todos desde el inicio. Hay que saber desde ya que en una comunidad de diálogo como esa -la constituyente- cada uno de sus participantes no serán propiamente hablando ángeles, sino que cada uno tendrá intereses que defender. El interés del mercado educacional o el interés de refundar una nueva educación pública que construya un nosotros igualitario. Ojalá nos pille despiertos y podamos terminar con esto que simboliza año a año el displicente SIMCE.    

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