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2 de Diciembre de 2019

Columna de Rafael Gumucio: Generación de mierda (no es la que usted cree)

Agencia UNO

Los convencimos que era posible un mundo sin frustración y le contamos una dictadura que muchos que mis contemporáneos vivieron protegidos mirando televisión, aunque ahora se inventan clandestinidades y denuncias que resultan perfectamente desnudas de peligro, ahora que el viejo está muerto y la vieja no termina nunca de morir.

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Hace un par de años una alumna que militaba en el anarquismo universitario me explicó la razón de su compromiso creciente con el movimiento. Su padre también había sido militante, pero del frente patriótico Manuel Rodríguez. Ahí había visto sus ideales y compañeros destruidos por las transas, mentiras y engaños de la transición. Había terminado por trabajar en la televisión donde, por esos azares que no son tan azarosos, yo había trabajado con él.

Me costó unir en mi cabeza este conocido de la tele con el hombre del que me hablaba su hija. La leyenda que la hija me contaba sobre su padre no era falsa, la tejía por lo menos una gran parte de elementos verdaderos: militancia, decepción, transición. Pero no dejaba de ser la mitad de la historia. La otra mitad era, que en ese horrible basurero atómico de idea que consistía en escribir chistes para la tele, estábamos más cómodos de lo que podíamos confesar. 

Y había actores, luces, plata fácil y más gente como nosotros que venía de la militancia o la poesía. La otra mitad de la verdad es que esa comodidad, conseguida con sangre, con fuego, con paciencia y pasión, no era necesariamente un crimen o una rendición sino una batalla, nuestra batalla, la de esa generación de mierda—los nacidos entre 1963 y 1978—que han preferido contarles a sus hijos una historia cómoda de renuncias y engaños, una historia de víctimas y victimarios que sus descendientes han interpretado de un modo glorioso y horriblemente literal en las calles y plaza de Chile. Una generación, la nueva, que ha venido a ser los héroes que no fuimos, sin que alcanzáramos a explicarles que no fuimos héroes no porque no pudimos serlo, sino porque no quisimos serlo, porque los héroes mueren y se van, y lo realmente heroico es quedarse y vivir y luchar.

Cobardes, vendidos, le hemos contado a la generación más joven una historia de agravios legendarios, asignándole a ellos el precio de pagar una deuda histórica que nunca nos interesó pagar a nosotros. Nos pusimos a lloriquear delante de ellos nuestros divorcios, infidelidades y malos negocios, obligándolos a ser adultos antes de tiempo y tratándolos como juguetes de nuestros caprichos poniéndoles cualquier nombre que nos sonara choro, llenándolos de talleres, terapias y pastillas para convencerlos que son únicos. Y si no lo eran, si dejaban de gustarnos, si no teníamos cómo pagar la pensión alimenticia, los abandonamos como los perros de la calle que idolatran como la única familia que les dejamos. 

Los convencimos que era posible un mundo sin frustración y le contamos una dictadura que muchos que mis contemporáneos vivieron protegidos mirando televisión, aunque ahora se inventan clandestinidades y denuncias que resultan perfectamente desnudas de peligro, ahora que el viejo está muerto y la vieja no termina nunca de morir. 

Nos acomodamos en el papel de gordos sin pluma que no quieren prohibir nada, pero tampoco pueden entonces permitir nada porque nunca se hicieron cargo realmente de lo suyo. Padres que no quieren poner límites, pero entregan entonces un descampado infinito, el desierto de nuestras buenas intenciones, el sudor ridículos de nuestros disfraces de encapuchados con sobrepeso, de nuestro entusiasmo trasnochado por una pureza que, sabemos por experiencia propia, es el peor enemigo de todo verdadero cambio social.

Generación de mierda, la mía. Generación que siguió a sus mayores que vivieron la clandestinidad y el exilio y que tuvo derecho a las décadas mayor de paz y prosperidad de la historia de Chile e hizo lo posible e imposible para que sus hijos y nietos no gozaran nunca más ni de la prosperidad ni de la paz, ni tampoco de la justicia social que no hicimos mucho por conseguir tampoco. 

Generación que no quiere asumir que la democracia fue su proyecto histórico y el mercado su fracaso, también histórico. Generación que no quiere asumir que separar estas dos partes de legado, -el mercado y la democracia-, es su tarea hoy, una tarea que la generación que viene, que cree que las dos cosas son naturales y automáticas (como el agua en la cañerías y la luz en el interruptor) no tienen porqué intentar. 

Generación de mierda, la mía, que quiere todavía jugar a ser irreverente a los cincuenta, pero sobre todo, quiere jugar a ser irrelevante cuando tiene edad de más para asumir las responsabilidades del mando. Generación que incendia la pradera porque su casa la tiene bien protegida en un cerro. Generación que nunca ha dado del todo la cara y que por eso ha parido de manera natural una generación de encapuchados. 

Feministas de La Morada que no les han contado a las de Las Tesis qué fue ser mujer en los 80. Frentistas y miristas, que no le han enseñado a sus supuestos descendientes de la barricada, compartimentación, táctica y estrategia. Generación que no le ha enseñado a la que le sigue que no tener miedo no es de valiente sino de inconsciente, que el miedo es también una manera de asumir que existe el enemigo. Una manera de saber que existe un otro que tiene poder y rabia también y que no se puede pasar por alto por un puro acto de voluntad. Generación de mierda, la mía, que no quiere enseñar porque no quiere asumir que la voluntad tiene un límite y que el infierno está pavimentado de buenas intenciones y los peores crímenes de almas buenas que no quieren ver lo que están viendo. 

Generación de pusilánimes, la mía, que no quieren que nadie más después de ellos tenga la oportunidad de ser adulto, es decir, de bailar lentamente con la muerte y, de a poco muy de a poco, imponerle por un segundo tu propio ritmo. Generación que ha tenido todas las oportunidades y ha desperdiciado solo el 70 por ciento de ellas, pero siente vergüenza por el otro 30 por ciento que gozó a escondidas sin compartir con nadie. Avara generación que ya se comió todo el pan y ahora quiere circo y más circo, sin importarle que los gladiadores, los leones y los cristianos sean sus hermanos chicos, sus hijos y hasta sus nietos. Da lo mismo que sepan por experiencia propia que lo que no tiene cabeza no tiene pie y lo que no tiene pie no avanza, da lo mismo que sepan que la crueldad policial no es nueva ni que Piñera no es otra cosa que Piñera, quieren una ola más de performances redentoras, un poco más de sangre y sudor y lágrimas para llenar su Instagram de fotos choras.

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