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Entrevistas

2 de Diciembre de 2019

Jorge Edwards, escritor: “Tener esperanza, y esperar, es pesado, es aburrido”

Emilia Rothen

El narrador y cronista, una de las mentes lúcidas de la literatura nacional, se da un tiempo para analizar con The Clinic el estallido social que comenzó hace ya 63 días, el parecido de esta coyuntura con otros momentos de la historia, de una nueva Constitución, las demandas sociales y su rechazo a la violencia. “Aquí no va haber níngún milagro”, suelta de entrada.

Por

Un grupo de mujeres de la tercera edad sale del departamento B. Lucen collares de perla, vestidos estampados y peinados elegantes. Las risas denotan que estuvo entretenido el almuerzo. Eso siempre ayuda en las entrevistas.

De repente, un hombre vestido de camisa, pantalones de tela y mocasines irrumpe en el marco de la puerta. Su voz es suave pero firme, como un funcionario, aunque él no quiera ser un funcionario. “¿Y ustedes son los del Clinic?, pasen, pasen” dice el susodicho, el novelista, cuentista y cronista Jorge Edwards (1931). Sin duda, uno de los escritores más brillantes de su generación, coetáneo de José Donoso y Guillermo Blanco, y cuya lucidez, que muestra en novelas como la magistral El museo de cera (1981) o Los convidados de piedra (1978), no escapa al análisis de –parafraseando a John Reed- los treinta días que estremecieron a Chile (y al mundo).

“¿Conocen la historia del milagro de la estampita?, es una leyenda de la colonia”, cuenta Edwards cuando entramos en su amplio departamento ubicado en plena calle Santa Lucía, con vista al cerro homónimo. Con esa anécdota empieza a hablar del estallido social.

“Aquí no va a haber ningún milagro. En esta protesta actual no va a haber milagros, por ningún lado, ni veo la espiritualidad tampoco, es una cosa que era muy chilena. Aquí había un espíritu, había un humor, había historiadores, había cronistas, qué se yo, pero yo no veo quién es el jefe de esta protesta”, afirma Edwards. 

Incluso, quien fuera nombrado persona non grata por la Cuba castrista, tiene una interpretación del estallido bastante particular, basada en el concepto de los carnavalesco. “Esta protesta me recuerda algo, mira. Hay un gran crítico literario del siglo XX, el ruso Mijail Bajtin y él tiene un texto maravilloso sobre Rabelais, lo carnavalesco en la obra de Rabelais. Yo creo que esta cosa tiene algo que ver con un carnaval porque ha durado un tiempo corto, determinado, quizás va a seguir, pero la última vez que hubo movimiento, yo miré por esa ventana y había un ballet en la calle, y estaba muy bien organizado porque uno movía un brazo aquí, un brazo allá y la música, todo. Yo dije ‘esto parece una coreografía de un carnaval imaginario que está en la imaginación de la gente. Está en el interior’. Entonces, hay una acumulación de rencores, de rabias, de odios, de injusticia, de cuestiones”. 

Jorge Edwards nos hace pasar al comedor. Una mesa larga, blanca. Copas elegantes, como en un matrimonio. Un mueble con finas terminaciones, y donde en una de las repisas hay apoyadas pequeñas figuras en que lo adornan y le dan vida al viejo madero barnizado. Una ventana grande domina el cuarto, parece de esas ventanas de las casas de campo, sin reja. Si el viento quisiera llevarle un regalo al autor de La última hermana, no tendría inconveniente alguno. Hay un sol agradable que ilumina con precisión, sin molestar. Un cuadro grande que recuerda una fiesta está ubicado al centro. 

Se sienta, nos sentamos. Me mira esperando la próxima pregunta.

Jorge Edwards. Foto: Emilia Rothen

¿Qué produjo el estallido?

-Yo no creo que haya habido un verdadero estallido, porque el estallido se habría notado, y yo no creo que haya habido una conducción, porque hay muchos que dicen que esto lo organizó Maduro, lo organizaron los chinos, no creo. Yo creo que es una acumulación de rabia, de rencores, de molestias que estaba ahí. Fue falta de previsión no verlo. Nada más.

¿A usted lo sorprendió?

-Sí, porque yo venía de España, y ese es un país que ha vivido una división profunda, una guerra civil y yo en España conozco gente que me dice que sus padres o tías fueron fusilados en la guerra. Para mí no es extraño que una sociedad esté dividida por dentro, pero no encontré la dimensión de la guerra civil, porque ahí hubo héroes desde el comienzo, tipos que resistieron y que murieron. Esto no lo entiendo bien, y para opinar en el The Clinic hay que ser inteligente. Yo no soy inteligente porque la inteligencia me aburre, a mi me gusta el ritmo, la música, la poesía, pero la inteligencia per se, me parece media latosa.

¿Recuerda algún episodio de la historia de Chile similar a este?

-Esa señora que se acaba de ir era compañera mía en la escuela de derecho en Pio Nono. Cuando hubo una protesta por el alza de precios de las micros, en ese tiempo, que yo tenía como 15 años, recuerdo compañeros de curso míos que salían con el bolsón de los libros lleno de piedras para tirárselas a las micros. Eso me hizo acordar este momento. Pero yo soy un ciudadano bastante pacífico, soy más bien del partido del orden, sin exagerar. No creo en el orden absoluto, pero en fin, soy más bien un ciudadano tranquilo y respetuoso de las leyes y de las instituciones. Algunos no se atreven a decirlo porque resulta demasiado conservador, pero a mí me da lo mismo.

-¿Le parece buena idea el proceso para una nueva constitución?

-Mira, frente a un cambio hay que tener una precaución esencial, que la explicó mejor que nadie en este país Andrés Bello, que fue un reformador, un legislador. Hay que hacer las cosas de forma de que los cambios no sean para peor. Que los cambios sean para mejorar. Si la nueva Constitución es para mejorar, para que haya más justicia, más equidad, para que la economía sea más productiva, bueno, de acuerdo, pero hay que tener cuidado porque todo cambio puede ser para peor. Siempre yo creo en la necesidad de analizar y de reflexionar en forma seria todo lo que signifique cambio, para que el cambio no sea para peor. Ese es el fondo del tema. 

“Confío más en la sonrisa que en la risa”

Jorge Edwards hace una pausa. El tiempo no es un asunto para él. Como en los relatos de Enrique Lihn, tiene el control de la narración. Se gira, se da vuelta y se pone a hablar sobre el cuadro festivo que tiene casi a su espalda. Explica que es un carnaval cubano, dibujado por el pintor isleño René Portocarrero. “Era un gordo encantador, simpatiquísimo, pero tenía un defecto que yo se lo perdonaba, era muy borrachín. Muy bueno para el frasco. Como yo fui diplomático allá tenía derecho a comprar whisky y le cambié eso (el cuadro) por whisky”. Carnaval por más carnaval. El concepto lo sigue.

Luego, se vuelve hacia nosotros. Es la señal para seguir.

Don Jorge, ¿cuál es el problema mayor que enfrenta Chile?

-Creo, quizás me equivoco, que es la educación. Es un problema serio en Chile, y que en el fondo todo comenzó con el Instituto Nacional. Yo me acuerdo que cuando yo era joven escritor, los alumnos del IN me invitaban y yo siempre iba. Me gustaba el ambiente y discutíamos y qué se yo, pero lo que hay que hacer es que los cambios sean para mejor, si se cambia una biblioteca, que tenga más libros; si se cambia un camino, que sea más ancho; si se incendia un edificio, que se construya otro que sea más bonito y más práctico. Pero la destrucción per se, no es convincente, hay que pensarla, porque a veces es necesario destruir para construir y otra cosa, es necesario conocer el pasado para poder inventar un futuro mejor, pero eso no es fácil, no se lo doy a nadie, no es fácil.

Jorge Edwards. Foto: Emilia Rothen

¿Habrá algo en la mentalidad chilena que explique esto?

-Yo creo otra cosa, que en el adn chileno hay una cosa de estar en contra de todo, y de ser anti todo, entonces yo me acuerdo de estos alumnos amigos míos que salían con un bolsón lleno de piedras y escogían cuidadosamente las piedras que rompían los vidrios. Yo prefiero la contemplación, prefiero la sonrisa, e incluso confío más en la sonrisa que en la risa. Prefiero un papirotazo a una bofetada, ¿ves tú? Y si miro pájaros, bueno, me gustan los zorzalitos.

Jorge Edwards toma otro respiro y complementa sus dichos: “El Clinic me parece a veces burocráticamente anti todo, hay que ser anti. Bueno, ¿por qué? de repente se puede ser pro. Eso es todo lo que yo pienso de The Clinic, pero me divierto con The Clinic”.

-Hemos visto muchas situaciones de violencia en las calles, ¿usted cree que la violencia es un medio o es un fin?

-Yo creo que la violencia se ha transformado, por desgracia, en un hábito malo, y en una tendencia un poco perversa, porque existen el sadismo y el masoquismo y toda clase de perversiones de las tendencias humanas. Y la tendencia a la violencia existe, a cada rato, basta estar en el patio de un colegio para comprobarlo, entonces, no creo que sea un medio para nada. Marx dijo que la revolución era partera de la historia, yo no creo que la violencia sea partera de nada. Yo creo que la violencia es una tendencia que puede ser desgraciada, que puede consistir en tirar cuadros a la basura. No estoy de acuerdo. Soy un ciudadano pacifista, como te habrás dado cuenta. 

-¿Qué piensa de las demandas sociales que hemos visto durante este movimiento?

-Yo creo que las demandas en general son justificadas, pero si tú tienes una demanda justificada no tienes derecho a incendiar una casa. Una demanda justificada tiene que expresarse, está bien para que se exprese, y no hay que reprimirla ni ahogarla, pero tampoco te da derechos superiores. Tú tienes unos derechos que limitan con el derecho de los demás y que no pueden pasar más allá. Esa es más o menos mi posición. 

Jorge Edwards se para. Nos acompaña a la puerta. Se detiene un momento, mira un cuadro que pende de un muro (que no es imaginario). Cuenta que es de un amigo suyo, el pintor Mario Carreño. “Me gustaría tener otra cosa de él, pero son muy caras, ya perdí la esperanza. Tener esperanza, y esperar, es pesado, es aburrido”.

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