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Opinión

15 de Diciembre de 2019

“No nos soltemos”: acerca de la performance “El veroir empezó” de Cecilia Vicuña

Valentina Manzano

"Tenemos que volver a vernos y oírnos si es que queremos hacer una asamblea constituyente y que este despertar milagroso, como ella le llama, concluya en algo bueno", escribe la autora.

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*Texto escrito por María José Barros Cruz, del Centro de Estudios Culturales Latinoamericano (CECLA) de la Universidad de Chile

Luego de décadas de adoctrinamiento neoliberal, muchos pensábamos que el tejido social estaba totalmente destruido y atomizado. Nos sentíamos habitantes de un país ruinoso con envoltorio de jaguar, donde cada uno debía rascarse con sus propias uñas, y que el poeta José Ángel Cuevas renombró durante los primeros años de la transición como “ex Chile”. Aletargados, depresivos y frustrados, habíamos dejado de ser, de reunirnos, de conversar, de mirarnos y también de luchar. Sin embargo, en estos casi dos meses de movilizaciones, la fuerza de lo colectivo ha vuelto a brotar con vitalidad y creatividad gracias al impulso -una vez más- de los estudiantes secundarios. Porque no debemos olvidarlo. Ellos fueron los primeros protagonistas de esta historia que se sigue escribiendo en las calles y que nos ha vuelto a reencontrar.

El 12 de diciembre recién pasado la artista visual y poeta chilena Cecilia Vicuña realizó su performance El veroir empezó en el Centro Cultural Gabriela Mistral de Santiago, inmediatamente después de la intervención Un violador en tu camino del Colectivo LASTESIS. Todo esto ocurrió en el marco de la jornada Activismo y Artes Movilizados que organizamos como Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos en conjunto con el GAM. Poco a poco, quienes nos encontrábamos en la plaza central, nos fuimos moviendo hasta formar un círculo alrededor de la artista y el grupo de voluntarias que sostenían frente a sus rostros los anteojos para “ver la verdad del ver”, tal como ella misma los ha definido, y que encuentran su origen en sus Palabrarmas que comienza a crear en 1974 estando fuera de Chile. Me refiero a esas palabras-cuerpos, palabras-mágicas, palabras-subversivas, palabras-semillas que Vicuña ha decidido reeditar en homenaje a todas y todos los jóvenes que han perdido sus ojos por la acción represiva de la policía.

Foto: Valentina Manzano

Mientras escuchábamos su canto ritual, ancestral y frágilmente poderoso, los ánimos se fueron apaciguando y nuestros cuerpos se fueron encontrando. “El dolor del abuso” y “El culto del lucro que todo lo mata”, nos susurraba la artista al oído para recordarnos cuál es la verdadera violencia que detonó el estallido social que hoy estamos viviendo. Posteriormente, y siempre con esa cadencia suave que la caracteriza, la poeta comenzó a enlazarnos, pero esta vez lo hizo sin recurrir a sus hilos y fibras tejedoras de costumbre. “Mírala a ella”, “Mírate a los ojos”, “Ojo con ojo”, “Dónde están los ojos que fueron asesinados”, “Mírense”, “Mira”, nos cantaba amorosamente. El ejercicio consistió en volver a mirarnos unos a otros a través de los anteojos de la “ver-dad”, que entre todas y todos fuimos intercambiando y haciendo circular para reencontrarnos emocionados en esas miradas espontáneas, anónimas y amorosas. Porque al vernos nos encontramos. Porque ver la verdad duele. Porque vimos la herida de los hasta ahora casi 300 ojos mutilados por los agentes del Estado. Porque debemos defender el derecho a ver y vernos que está siendo brutalmente violentado.

Foto: Valentina Manzano

Pero hay algo más. En sus manos Cecilia Vicuña llevaba unas ramas verdes. Eran lawen. Plantitas sanadoras, plantitas medicina, plantitas “campechanas”, como escribió Gabriela Mistral en su Poema de Chile. A través de este gesto, la artista nos hizo recordar un secreto muy bien guardado por las mujeres y que mi amiga Rubí Carreñó me ha enseñado en estos años de amistad: las plantas son poderosas. Y es que, efectivamente, la performance El veroir empezó fue una plegaria y una sanación que todos de alguna manera necesitábamos. Cecilia me lo dijo algunas horas después cuando ya nos devolvíamos. Tenemos que volver a vernos y oírnos si es que queremos hacer una asamblea constituyente y que este despertar milagroso, como ella le llama, concluya en algo bueno.

Después de intercambiar los anteojos, quienes participábamos de esta acción nos volvimos a sentar en el piso y la poeta nos invitó a tomarnos de las manos. “Ahora yo me meto en este tejido”, siguió cantando unos segundos antes de concluir. Nos habíamos encontrado y no queríamos soltarnos. Al igual que en la performance de LASTESIS, terminamos esta acción colectiva, corporal, colaborativa y pública con un gran afafan. Sin temor a equivocarme, pienso que todas y todos los que estuvimos ahí nos sentimos mejor al volver a nuestras casas.

Frente a la retórica bélica asumida por el presidente y la violación sistemática a los derechos humanos ocurrida en esta primavera chilena, me quedo con uno de los versos cantados por la artista en su intervención: “Ojo con ojo”. Que nuestra resistencia siga siendo la celebración de la vida y ese tejido humano que Cecilia Vicuña nos lleva regalando hace ya varias décadas.

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