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Opinión

16 de Diciembre de 2019

Columna de Tomás de Rementería: El Peso de la Responsabilidad

"Especial mención merece el comportamiento de nuestro Presidente, el eje del poder político en Chile, en vez de comportarse como un líder se ha comportado como un ludópata oficial, no pudiendo contener su pulsión irracional de conseguir una “ganada” política en cada uno de sus actos como lo ha intentado hacer con proyectos que deben manejarse seriamente como su propuesta de reducción del número de parlamentarios, la ley anti saqueos o la participación de las Fuerzas Armadas en la protección de infraestructura critica", escribe Tomás de Rementería.

Tomás de Rementería
Tomás de Rementería
Por

Tomás de Rementería Venegas; Abogado y Académico de la Universidad Paris 1 Pantheón- Sorbonne 

La sola existencia del poder político representa en si una paradoja, en búsqueda de la libertad e igualdad de las personas se comete el acto liberticida y diferenciador de establecer una dominación a través de la delimitación de los ciudadanos en gobernantes y gobernados. Los gobernantes al ser ungidos como tales (sean estos funcionarios del ejecutivo, magistrados o legisladores) se convierten en personas privilegiadas, con acceso a la emisión de órdenes coercitivas y supremas sobre aspectos importantísimos en la vida de las personas.

La existencia de este elemento disruptivo en la vida política de las naciones,  trae por consiguiente que nuestros políticos están sometidos a una responsabilidad por sus actos y su investidura ostensiblemente superior a la de las personas comunes. En efecto, la legitimidad del sistema, la aceptación del acto innatural de someterse al dominio de otro, reposa en la confianza depositada en nuestras autoridades por factores racionales, siendo el principal la estimación de las personas de que sus gobernantes tienen la capacidad y personalidad suficientes para soportar el peso de su responsabilidad.

Lamentablemente, en estos casi dos meses de protesta social nuestras autoridades de manera prácticamente unánime no han podido soportar el peso de su responsabilidad. Antonio Gramsci alguna vez dijo que en la oscuridad entre un viejo y un nuevo mundo, era el momento donde aparecían los monstruos y en el caso chileno no ha sido la excepción. Nuestros monstruos se han hecho presentes en la forma de autoridades irresponsables, que además de no hacerse cargo de sus actos, banalizan la función política y crean las condiciones para continuar el derrumbe de la cosa pública.

Por un lado, vemos a un gobierno totalmente incapaz de hacerse cargo de sus funciones regalianas. El gobierno que ha tratado de culpabilizar a otros de sus errores e infundir temor en la población esparciendo teorías sin sustento dignas de un grupo familiar de WhatsApp. La creación de una cortina de humo a través de una cantinela irrisoria de que toda crítica al Presidente y todo acto destinado a hacerle rendir cuentas sería un atentado riesgoso para la democracia demuestra el nivel de abandono de la racionalidad a la cual ha llegado el ejecutivo. La peripatética campaña comunicacional de ministros, intendentes y otros funcionarios a través de redes sociales en apoyo al presidente es otra muestra de la banalización y desconocimiento de la situación que se encuentran. Particularmente irresponsable ha sido también la relativización de las graves violaciones a los derechos humanos reconocidas por prestigiosas institucionales internacionales y, en lo simbólico, que no haya existido ninguna disculpa oficial  a las víctimas de abusos sexuales, irreversibles lesiones oculares, torturas y homicidios ejecutados por agentes estatales.

Especial mención merece el comportamiento de nuestro Presidente, el eje del poder político en Chile, en vez de comportarse como un líder se ha comportado como un ludópata oficial, no pudiendo contener su pulsión irracional de conseguir una “ganada” política en cada uno de sus actos como lo ha intentado hacer con proyectos que deben manejarse seriamente como su propuesta de reducción del número de parlamentarios, la ley anti saqueos o la participación de las Fuerzas Armadas en la protección de infraestructura critica. Definitivamente, el elemento icónico de la irresponsabilidad oficial en estos largos días fue la declaración de guerra hecha por el Presidente Piñera en los albores de la convulsión social que agudizo irremediablemente el conflicto.

A esta actuación desastrosa en el ejecutivo debemos sumarle a un General Director de Carabineros, que además de ser ineficiente, ha sido indolente en reconocer graves violaciones a los derechos humanos, continuando en su cargo en una circunstancias que en cualquier democracia occidental lo habrían condenado a la perdida de sus funciones y a una por segura responsabilidad penal. La estrategia comunicacional y operacional de toda la oficialidad ha sido provocativa (caso células malignas, emisión sonora del himno institucional, la promesa de no dar a ningún carabinero de baja, entre otras situaciones) y en sus redes sociales podemos dilucidar un evidente intento de hacer la vista gorda de la grave situación de legitimidad que vive la policía, una institución que constituye un eje clave para la paz social y estabilidad de cualquier ambiente político.

Sin embargo, esta irresponsabilidad no ha sido un patrimonio exclusivo del ejecutivo. Hemos visto una facción de la oposición coquetear con el caos relativizando ciertos actos de violencia inexplicable, y haciendo una apología absurda a una facción de los manifestantes (la llamada primera línea). El uso por parte de una diputada del Partido Humanista de una capucha de color en el hemiciclo es simbólico de la poca comprensión del rol de autoridad, ¿Cuál es el sentido de embozarse teniendo privilegios como el fuero y la irresponsabilidad sobre sus declaraciones?, ¿No es una obligación de las autoridades siempre estar a cara descubierta ante los ciudadanos que los legitiman? ¿No es en parte una burla hacia las personas que por su seguridad se encapuchan en manifestaciones, hacerlo en uno de los lugares más seguros de Chile?

Las respuestas parecen evidentes, pero lamentablemente no ha sido el único hecho deplorable ocurrido en el legislativo. Ya un grupo de diputadas RN rompió imágenes de víctimas de las violaciones a los derechos humanos, otros han confundido el parlamento con una cantina barata y se han repartido golpes y por último hemos visto como actores políticos han apoyado el hostigamiento (a través de sus informaciones privadas) de autoridades que no han votado como creen que deberían hacerlo. Un espacio aparte merece la claudicación del ejercicio del poder por parte de la oposición al no coordinarse y dirigir convirtiéndose en el carro de cola de la manifestación social pensando que por un proceso inerte espontaneo va convertirse en una alternativa al deficiente gobierno actual.

Cabe resaltar, que hoy la clase política nacional tiene una especial y extraordinaria responsabilidad que le ha encomendado el poder constituyente, siendo los depositarios del mandato ciudadano de llegar a un acuerdo que haga posible una nueva constitución política. Sin embargo, hemos visto que de lado y lado se han generado críticas injustificadas, maximalismos y negaciones irracionales. El proceso de escribir una Constitución democrática es naturalmente complejo, y es un proceso deliberativo lleno de concesiones mutuas para llegar a acuerdos y tomas de decisión racionales en torno a las ritualidades de producción y al contenido de la carta.

El  momento constituyente representa un instante de discontinuidad excepcional en la evolución político-jurídica de un país. Es así, como la fundación jurídica para algunos pensadores conservadores podría ser comparable al milagro teológico que trae consigo la venida de un dios creador todopoderoso. Para mí, resulta comparable al instante de inspiración creativa de un artista en el cual forma en su consciencia la esencia de su obra. Sean el milagro o la inspiración, los momentos constituyentes son efímeros y como la materia misma mutan de un momento a otro, siendo además expresiones de la esquiva voluntad general del pueblo es evidente que su naturaleza variable y mudadiza es aún mayor. Siguiendo el ejemplo de la experiencia del artista y su momento de inspiración creativa, si este no es materializado este se extingue y con él su posible culminación artística. El peso de la responsabilidad del artista es construir a través de su momento creativo y no dejar que este se pierda, es la misma responsabilidad que pesa sobre la comunidad política al verse frente a un momento constituyente, no dejar que el momento caduque sin cambiar nada defraudando a los ciudadanos que los sostienen.

A modo de conclusión, resulta evidente que nuestras autoridades han estado mayoritariamente al debe (con las notables excepciones de nuestra Corte Suprema, la Defensoría de la Niñez, la Defensoría Penal Pública y el Instituto Nacional de los Derechos Humanos) en asumir la responsabilidad que su especial función conlleva. Han sido días repletos de excesos y defectos, y una carestía absoluta de las virtudes clásicas como son la justicia, la templanza, la prudencia y la fortaleza. Sin embargo, aún es el momento que nuestra clase política se haga cargo de su responsabilidad, que asuma sus funciones y no claudique de ellas, esto dependerá de la capacidad que tengan de no caer en la tentación de sentirse voces de la calle, y que puedan servir como lo que son representantes legislando responsablemente sobre las demandas ciudadanas y especialmente, llevando a buen puerto el actual momento constituyente.

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