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Reportajes

20 de Diciembre de 2019

Infancia ante situaciones de conflicto: la participación de niños y niñas en el estallido social

Marcelo Calquín

Caceroleos, marchas, clases suspendidas, cobertura periodística continua. Militares en la calle, personas fallecidas, desaparecidas, mutiladas. El Presidente asegurando que Chile estaba en guerra y luego el toque de queda. Desde el 18 de octubre pasado ha salido a la luz información que sido compleja de digerir. Y si ha sido difícil para los adultos, para el mundo infantil aún más.

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Los primeros días del llamado estallido social, Macarena Fernández y Marcelo Rojas veían las noticias de la tele todo el día. No era algo habitual en su familia, pero dada la magnitud de la situación no podían dejar de hacerlo. Solo la apagaron para resguardar a su hijo de cuatro años y medio; para que no viera los saqueos y el accionar de los militares y carabineros ante las múltiples manifestaciones que se estaban desarrollando en todo Chile, cuya principal demanda era, es, tener una vida más digna. 

Eso sí, se sentaron con él y le explicaron en palabras simples lo que ocurría: que el jefe del país tenía muchas cosas y las había repartido mal, que unos tenían mucho, otros más o menos y otros muy poco. Él entendía que la palabra jefe quería decir que era el líder de un grupo. Ese día le mostraron con imágenes lo que era una marcha y horas después fueron como familia a manifestarse a la plaza de Linares, sabiendo que era un contexto seguro para el niño. 

Fueron con un sartén y una cuchara de palo, mientras que su hijo llevó su propio kit: una pequeña sartén de juguete, con una cuchara para tocarla, igual como lo hacían sus papás. Allá, en la plaza, se encontró con un niño de su jardín, jugaban a pillarse y se reían cuando veían a los adultos saltar y gritar “el que no salta es paco, el que no salta es paco”. Era como un juego. “Los cantos de las marchas los aprendió muy rápido. Llegaba a la casa cantando, o a veces le cambiaba las letras”, recuerda Marcelo Rojas. Una de esas era “El pueblo unido jamás será vencido”, la histórica canción de protesta de Quilapayún. 

Para ambos padres era relevante participar con su hijo en las marchas. “Cuando mi familia me preguntaba por qué lo había llevado, mi respuesta era que él tenía que aprender, desde que es niño, a que es un actor social importante y que tiene que forjar la idea de la justicia social. Para nosotros el estallido social fue importante, entonces como se crea una importancia a partir de nosotros, le tenemos que explicar a nuestro hijo lo que está pasando en el país en que vive”, dice Macarena. 

Sujetos de derecho

Hace 30 años, cuando Chile suscribió a la Convención de los Derechos del Niño, hubo un cambio de paradigma sobre cómo el mundo adulto debe relacionarse con la infancia en términos de política pública. A partir de ese hito, los niños transitaron de ser un objeto de protección a ser sujetos de derechos. A tener el derecho a participar y a informarse, lo que se produce a partir de los cuatro años, cuando hay un dominio del lenguaje. 

La psicóloga clínica Patricia Castillo señala que en el contexto nacional “los niños están insertos dentro de una sociedad que está convulsionada, pero lo está en todas partes: van al mall y ven a la gente gritar y saltar, van a la feria, salen a la calle y escuchan a los adultos, ven noticias. Es difícil mantenerlos al margen del conflicto porque los atraviesa en todas las esferas de la vida”. 

Desde esa vereda, y junto a la Red de investigación interdisciplinaria sobre el protagonismo y los derechos humanos de las infancias latinoamericanas, ha ido recopilando información acerca de la participación infantil en un escenario que es complejo de entender. A través de sus redes sociales, les han llegado distintas iniciativas del mundo adulto para acompañar y dar espacios de contención a los menores. 

Una de ellas fue la actividad que se realizó en la Escuela básica Bernardo O’Higgins, ubicada en la población José María Caro de la comuna de Lo Espejo. Ahí, los niños y las niñas traspasaron a un papelógrafo lo que les gustaría que pasara en el país: más igualdad social, menos represión policial, que bajen los precios de la casas y que hayan papas fritas con pollo y casata los viernes, fueron algunas de las ideas que escribieron en el papel. 

El colegio República del Paraguay, ubicado en Recoleta, hizo un ejercicio enfocado en las emociones de los menores. De hecho, ese fue el título del dibujo que finalmente resultó, cuyo contenido está marcado por la presencia de tanquetas militares lanzando agua y hombres vestidos de verde que apuntan a las personas con un arma. 

Cabildo infantil: la participación de los menores

Las niñas del Hogar Villa Yarur se sientan formando un pequeño círculo. Están al aire libre, en el patio de la Casa del Encuentro de La Pintana. Es primera vez, desde que empezaron las movilizaciones, que se hace un cabildo infantil en esa comuna. Deben ser cerca de 15, quienes tienen entre uno y 13 años, y están acompañadas de familiares. Después de escuchar una banda infantil y tomar bebida, se separan en dos grupos: las que quieren participar del cabildo y las que quieren estar en el taller literario.

Cuando se fundó Chile, se hacían cabildos para que la gente tomara decisiones importantes”, les cuenta una de las monitoras. Ninguna de las niñas sabía de qué se trataba esa palabra. Sin embargo, de pronto una dice: “Ah, es sentarse para hablar de cómo están las cosas en el país”. En la instancia les dan a elegir dos opciones para desarrollar la actividad, si escribirle una carta al Presidente, o bien a un niño que vive en otro país, explicándole lo que está pasando en Chile. Porque ellas sí saben lo que está pasando. Después de ponerse de acuerdo entre todas, optan por la segunda.

La carta, también escrita en un papelógrafo, dice: “Te queremos contar que en Chile están las cosas muy mal, porque subieron los pasajes y la gente le dice a Piñera (el presidente) ‘Chile no se vende’”. Más abajo, algunas propuestas: “Que bajen los precios, que le den los sueldos a los abuelitos, a los niños les gusta ir a la escuela”. 

Pese al caos que se transmitía por la televisión los primeros días del estallido, la Casa del Encuentro nunca cerró sus puertas. Franco Ramírez, psicólogo clínico familiar y encargado de la sede de La Pintana, cuenta que junto a los cuidadores decidieron sacar los juguetes a la calle, para que los niños y niñas habitaran el espacio público. En esos juegos vio como de alguna forma el contexto social los permeó, como esas semanas los juegos de los niños en el arenero consistían en construir y destruir castillos, castillos que luego se convertían en balas. “Eso tenía bastante similitud con lo que estaba pasando en las noticias o con lo que se estaba hablando en la calle”, dice. Sin embargo, observa que ha visto en sus expresiones “más que ansiedad o angustia, que es lo que usualmente uno tendería a pensar que sucede, los niños están más activos, despiertos”. 

Qué tanto entienden las demandas de la calle es una de las preguntas que queda en el aire. Diego Blanco, psicoanalista y director clínico de la Casa del Encuentro asegura que “las entienden perfectamente porque es parte de la historia de ellos. No hay nada que explicar. La otra vez Kevin, que tiene seis años, me decía: ‘antes las zanahorias se compraban con monedas y ahora se pagan con billetes, y los jefes deben pagar más, porque están pagando menos’”.  

Al igual que los cabildos de adultos, los infantiles han surgido de manera espontánea. Algunos fueron organizados por comunas, otros por colectivos, unos pocos por instituciones. El de la comuna de Ñuñoa surgió por la inquietud de madres y padres, por cómo abordar el conflicto social con sus hijos. Se trabajó con metodologías específicas por rango etario, el cual iba desde los cuatro hasta los 13 años. La actividad por grupo duraba 90 minutos, mientras en paralelo se hacían otras artísticas. En total asistieron 120 menores.

El foco de la conversación estuvo puesto en recoger los sueños e intereses que cada participante tenía sobre el país. Para el grupo entre seis y nueve años, una de las mayores preocupaciones era el cuidado del medioambiente. “Un mundo con más flores, justicia para los animales y no más basura por todas partes” fueron parte de sus deseos. Pero también tuvieron palabras para referirse a lo que inevitablemente veían y escuchaban: “No más tele, la tele miente, dicen cosas que no son verdad y hacen rabiar a las personas adultas”, o bien: “Que los pacos se vayan del país porque son malos”. 

Disparos en el barrio

El hijo de Josefina Valenzuela estaba en Viña del Mar cuando empezó todo. Un par de días después regresó a su casa, en Santiago, y le empezó a hacer preguntas como solo los niños saben hacerlas: directamente. “Mamá, ¿por qué los carabineros andan matando gente? ¿Por qué la gente está marchando?”, le preguntó el menor de cuatro años y medio. “Le tuve que decir que en este país las condiciones eran muy injustas, que había gente que trabajaba mucho y que no le alcanzaba para vivir, que habían abuelitos que no les alcanzaba la plata para comer o para comprar sus remedios. Entonces, que todas esas personas que estaban enojadas estaban saliendo a la calle para pedir que por favor esas cosas se terminaran”, cuenta Josefina.

Fue la semana del toque de queda cuando un evento en particular lo descolocó. Cerca de su casa, a pasos de la estación de metro Grecia, carabineros seguían a un grupo de secundarios. Todos corrían. De pronto se sintieron disparos. Él también los escuchó, pero su mamá no lo dejó asomarse por la ventana. “Preguntaba ¿por qué los carabineros le están disparando a les niñes? Ese episodio agudizó el miedo. Un día, de la nada, empezó a llorar  no de pataleta ni de rabia, sino que de angustia. Me dijo que le tenía mucho miedo a los carabineros y que no quería que volvieran a aparecer. Me preguntó si acaso a él también lo iban a matar”, recuerda la madre.

Pese a su temor por la policía, el menor de cuatro años y medio ha acompañado a su madre a diferentes manifestaciones culturales desde que se inició el estallido. De hecho, el día que se puso fin al toque de queda, y con ello la presencia de militares en la calle, fueron como familia a celebrar a Padre Hurtado. La gente gritaba “renuncia Piñera”, “renuncia Chadwick”, y para él era como una fiesta.

Josefina ha estado atenta a los cambios que podría desarrollar su hijo. “Lo que más le ha llamado la atención son los carabineros, las pistolas y la muerte. He visto que ha sido algo recurrente en sus juegos, en las historias que inventa, así que hemos tratado de guiarlo. Otro  día me dijo: ‘mamá, ¿los carabineros no piensan? ¿No saben hablar, por eso tienen armas?’”.

La denuncia del Mineduc

Un compilado de videos extraídos de redes sociales alertó al ministerio de Educación. Las imágenes mostraban a niños y niñas, de entre cinco a diez años, gritando consignas en sus establecimientos educacionales, en las salas de clases, en el patio. “Renuncia Piñera, el que no salta es paco, no sala cuna universal, Piñera, entiende, Chile no se vende, Piñera, cobarde, tus manos tienen sangre”. 

A raíz de esas grabaciones, la ministra de Educación Marcela Cubillos acusó de adoctrinamiento político en las escuelas, razón por la que solicitó a la Defensoría de la Niñez e Instituto Nacional de Derechos Humanos interponer acciones de protección a favor de los menores. Al mismo tiempo, apoyó el proyecto de ley anunciado por parlamentarios de Chile Vamos, el cual busca reforzar las atribuciones de la Superintendencia de Educación con el fin de aplicar sanciones más drásticas cuando se infrinja la libertad de enseñanza, como quitar el reconocimiento oficial al establecimiento educacional

En esa oportunidad, Cubillos dijo que “el adoctrinamiento político de los niños en las escuelas, por parte de quienes están llamados a educarlos, es una forma de violencia y de vulneración de sus derechos”, agregando que se trata de una forma de violencia “menos visible que un overol blanco lanzando una molotov, pero es violento ver a niños de jardín infantil repitiendo, como si fuera un juego, consignas políticas que una educadora les enseña”. 

Desde el gremio de educadores de párvulos ven recelo la medida. La presidenta del Colegio de Educadores de Párvulos, María Soledad Rayo, indica: “Si yo preguntara (a los niños y niñas) quiénes saben quién es el señor Piñera, o si conocen el sentido de lo que están diciendo, lo más probable es que no. Creo que fue una medida poco asertiva, porque esto no es algo generalizado. No sé, me causa muchas dudas la forma en que se generalizó con los videos para llegar a decisiones como esta”.

La lectura que hace la psicóloga Patricia Castillo es que hay una instrumentalización de los niños y niñas para enviar un mensaje al mundo adulto. Los menores, al decir renuncia Piñera, “no buscan tener una injerencia directa sobre el Estado, es una práctica de amor. Los niños hacen ese tipo de cosas como regalo para el mundo adulto, es una forma de decirle al mundo adulto ‘yo te escuché, yo sé que para ti es importante que renuncie Piñera, me lo aprendí’. Es como el dibujo que se pega al refrigerador”, explica. 

A partir de las denuncias establecidas la Superintendencia solicitó antecedentes a los establecimientos. En caso de resolver que hubo una infracción a la normativa, la sanción se traduce a pagar una multa, cuya cifra máxima es de $28 millones.  Consultada respecto al tema, la Defensoría de la Niñez no emitió declaraciones. 

Desde que comenzó su segundo gobierno, el Presidente Sebastián Piñera ha asegurado en distintas oportunidades que “los niños van a estar primeros en la fila”, en cuanto las prioridades por atender en materia de política pública. 

Diego Blanco, de la Casa del Encuentro, observa que “al decir que los niños estén primeros en la fila, se debe tener cuidado con esa consigna para que no se transforme en una forma de domesticar y administrar la infancia ya que también hoy se necesitan espacios sociales de escucha participativa. Más que mal, hoy los que están en primera fila luchando en la calle son muchas veces niños y niñas a quienes no se les ha escuchado y se les ha vulnerado sus derechos humanos”. La misma visión tiene Franco Ramírez, quien complementa: “Mientras los niños sean vistos como personas a quienes cuidar, educar y proteger, me parece que son sujetos más viables de sostener. En cambio, como sujetos políticos, se vuelven parte de un ámbito social inquietante, que nos interpela”.

Tanto el gremio de educadores como los psicólogos y psicólogas coinciden en un punto: interpretar lo que dicen los niños y niñas y acompañarlos, o bien quedarse con la literalidad. Porque para escuchar al mundo infantil, hay que poner una atención y una escucha distinta.

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