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Opinión

24 de Diciembre de 2019

Mauricio Jürgensen sobre Jorge González: Bicho raro

Agencia UNO
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Por Mauricio Jürgensen

Recopilado por Sebastián Flores

Su cuerpo tullido es la cruel metáfora de un país entero: un Chile con dificultad para expresarse, pero que sabe perfectamente bien lo que quiere. El 18 de octubre lo pilló en su calma rutina actual. Mirando tele, hablando con amigos por teléfono, regaloneando con los más cercanos. Y pensó que no estaba tan equivocado, que nunca lo había estado y que era muy probable que sus canciones de batalla, esas de aguda observación social que firmó en los 80 al frente de Los Prisioneros, iban a tener nueva vida. Y no pudo ser más simbólico.

Dos semanas antes del estallido, se nos reveló en una encuesta que Chile era el país que más consumía reggaetón y ritmos urbanos en la región, duplicando incluso a gigantes como México. Nos pareció curioso pero parecimos conformarnos con la siempre indescifrable tesis de “lo popular”. Pero todo cambió o empezó a cambiar con las revueltas y las protestas que nos recordó esa rabia anestesiada por ritmos foráneos. El repertorio de batalla, desde Víctor Jara hasta Sol y Lluvia, pasando por Violeta Parra, Fiskales y LaFloripondio, empezó a tener otro significado. Una nueva vida que tuvo su más emocionante expresión la tarde del viernes 25 de octubre de 2019 con un millón 200 mil personas reunidas en el centro de Santiago y muchísimas postales de grupos cantando El Baile de los Que Sobran, esa de “nadie nos va a echar de más, nadie nos quiso ayudar de verdad”, con profunda emoción.

Por eso hablar de Jorge González en este contexto es hablar de una lucidez que escasea en el mundo de la música actual. Porque sobra el compromiso, pero falta la claridad con la que el sanmiguelino supo retratar el Chile de su época. Es una constatación feroz no solo por su desmedro físico, sino por la vigencia de su “mirada país”, sobre todo la que prensó en sus primeros discos y siendo apenas un veinteañero que, entre otras cosas, se rebeló contra lo que él llamó el “Llanto Nuevo”, un género de cantautoría pasiva, según su mirada, y que se atrevió a cuestionar duramente como hizo en Nunca Quedas Mal con Nadie (“tu guitarra, oye imbécil barbón, se vendió al aplauso de los cursis conscientes”). Porque, para ser justos, el universo musical de Los Prisioneros fue mucho más que “El baile de los que sobran” y su recuerdo tal como ha quedado claro a partir de esa urgencia supera largamente aquella penosa teoría de la nostalgia ochentera. Revival de esa década, bien por otros, pero no por una pluma que sigue siendo la mejor banda sonora de un país a casi 40 años de haberse estrenado.

Cientos de músicos cantan el Derecho de vivir en paz de Victor Jara frente a la Biblioteca Nacional. Foto: Agencia UNO

Para ser justos hubo otros que también lo vieron venir. El mundo del hip hop que desde el margen siempre ha tenido una conexión más profunda respecto a la desigualdad u otros temas anticipó en nombres como Portavoz la desigualdad prensada en un tema como “El otro Chile”, postal dolorosa de las causas que de algún modo originaron el descontento social del último tiempo. Esas eran las rimas que estaban cantando las urgencias de hoy, sin embargo, no tuvieron el impacto de las canciones de Los Prisioneros en la década de los ochenta y por eso es razonable cuando González dice que le apena que esa realidad del 86, plena dictadura, se asemeje a lo de hoy. Desigualdad, abuso, marginalidad, dos Chile habitando un mismo lugar con privilegios para algunos y miserias para otros.

El “Jorge” también ha dicho que le alegra ver que Chile no estaba tan dormido como él pensaba y que si estallamos como lo hicimos es porque habla de nuestra personalidad. Aguantamos hasta que la cosa no daba más y explotamos con todo, uniéndose a ese baile de los postergados donde también aparece esa frase acuñada por Miguel Tapia, “pateando piedras”, que era lo que hacían cuando volvían caminando del colegio en San Miguel, básicamente una gran metáfora de lo que significa la vida en el margen, el ritual de los que nada tienen y por lo tanto nada que perder.

González no volvió a firmar canciones como las de los ochenta, navegó otras aguas, rehusó vivir del pasado y repetir fórmulas. Y lo que no hizo como letrista, lo desarrolló como observador cuando le tocó hablar en entrevistas o escenarios importantes para Chile, como la Teletón o el Festival de Viña. Sostuvo un discurso claro y sin miedo, y no estaba exagerando como se ha visto en entrevistas antiguas que han sido viralizadas en las últimas semanas con la misma idea: “Jorge la tuvo siempre clara”. Lo que uno esperaría entonces es que pasara algo más con su figura y legado más allá del razonable halago a sus capacidades. Porque cuando llega el momento de la verdad y se caen todas las máscaras, no es malo recordar el verdadero sentido de las cosas. Un sentido que Jorge González siempre tuvo claro.

*Él es periodista. Participa como panelista en “El matinal de los que sobran” de El Desconcierto.

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