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Opinión

20 de Enero de 2020

Columna de Josefina Araos: Apretar los dientes

"Más que para justificar una agenda represiva, la idea de la amenaza extranjera le permite a Piñera seguir resistiéndose a aceptar la magnitud de la fractura que se evidenció en Chile hace ya tres meses. Y es por eso que, en alguna medida, la estrategia hasta ahora ha sido “apretar los dientes”, confiados en que, tarde o temprano, las cosas volverán a su lugar original", escribe Josefina Araos.

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Josefina Araos, investigadora Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)

Nadie se salva en la última encuesta CEP. Como señaló Ricardo González, encargado de la encuesta, los bajísimos porcentajes de confianza y aprobación son una señal de castigo a la institucionalidad política en general. El escenario es muy complejo, pues lo que está en el suelo no es otra cosa que la instancia central de conducción y mediación de nuestra vida común. En ese sentido, los desafíos que la clase política tiene por delante son de enorme magnitud, sobre todo considerando que tenemos un proceso de cambio constitucional por delante. Ahora bien, aunque aquí nadie puede sacar cuentas alegres, es evidente que las cifras golpean con mayor fuerza al Ejecutivo, pues en un sistema marcadamente presidencialista como el nuestro es a él a quien le corresponde asumir un papel protagónico en el manejo de la crisis. El problema es justamente que con una aprobación tan baja se hace difícil pensar cómo hará el gobierno para seguir navegando.

Por lo visto, La Moneda es consciente de ello, y como señaló una nota de Reportajes de El Mercurio, ya se barajan ciertas alternativas para enfrentar este escenario. Lo preocupante es que las iniciativas esbozadas hasta ahora no parecen ser las más indicadas. Aunque en más de una ocasión se ha sugerido al presidente ceder protagonismo para que figuras sectoriales de alta aprobación como Ignacio Briones lideren la conducción de la crisis, Piñera y sus más cercanos estarían promoviendo un refuerzo del segundo piso, que lo ponga a él en el centro. La pregunta que surge es si acaso el presidente tiene conciencia de que la única manera de que un objetivo así sea exitoso es que algo significativo haya cambiado al interior de su entorno más íntimo. Y de ello, por el momento, no hay ninguna señal.

Parte importante de las dificultades que ha tenido el gobierno desde el 18 de octubre reside en el hecho de que carece de una interpretación sofisticada de lo que ocurre en Chile. Así, Piñera se ha mantenido, casi sin variaciones, entre dos polos que forman una misma hipótesis: la incredulidad y el miedo. El contundente triunfo en las últimas elecciones, que aún hoy no dejan de mirar con complacencia, vuelve inexplicable para Piñera la explosión de esta crisis, pues parecía evidente que la ciudadanía había declarado su adhesión completa al modelo de desarrollo vigente. Por lo mismo, se ha convencido también de la existencia de un enemigo poderoso que, desde afuera, quiere desestabilizarlo todo. Más que para justificar una agenda represiva, la idea de la amenaza extranjera le permite a Piñera seguir resistiéndose a aceptar la magnitud de la fractura que se evidenció en Chile hace ya tres meses. Y es por eso que, en alguna medida, la estrategia hasta ahora ha sido “apretar los dientes”, confiados en que, tarde o temprano, las cosas volverán a su lugar original. Sin embargo, todo indica que aquello que explotó con el incendio de las estaciones del metro es más bien la apertura de un nuevo ciclo, y no una pequeña crisis coyuntural. Y avanzar en él exige articular un relato que hasta ahora el Presidente no parece poseer.

Cuesta, entonces, mirar con optimismo la opción por la que La Moneda se estaría inclinando para lidiar con la bajísima aprobación del Presidente. ¿Qué nuevos elementos ha introducido Piñera en su lectura de este estallido que lo hacen pensar que asumir mayor protagonismo lo ayudará a ganar apoyo y legitimidad? ¿Por qué habría de cambiar su relato si el círculo que lo rodea –Chadwick insólitamente incluido– sigue siendo el mismo? Sin modificaciones en esa línea, más vale que el presidente se resigne de una vez a entregar el liderazgo, quizás ya la única alternativa que va quedando para ocupar, aunque sea en las sombras, el centro de su gobierno.

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