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Entrevistas

24 de Enero de 2020

Así fueron los últimos años de Armando Uribe: “Evidentemente me voy a encontrar con Cecilia, quiera o no quiera”

Decía que desde que falleció su mujer en 2002, estaba esperando la muerte pero que nunca llegaba. Y que se aburría encerrado en un viejo edificio frente al Parque Forestal, rodeado de libros, escribiendo todos los días y viendo las noticias. Por eso aceptó a fines de diciembre una particular serie de entrevistas con The Clinic para hablar del “estallido”. Sin embargo, no pudo avanzar demasiado, ya que —finalmente— se cumplió su deseo. Esta es una reconstrucción de varios encuentros, llamados telefónicos y fragmentos inéditos de estos últimos años conversando con el poeta que odiaba que lo llamaran así y que creía sinceramente en que “la tontera” era un indicador de la chilenidad.

Por

—Hola, don Armando, ¿qué tal?

—Acá estoy. Cuénteme.

—Queremos entrevistarlo para The Clinic.

—¿Ahora escribes allí? Felicitaciones.

—¿Me aceptaría una entrevista? O una conversación. Eso sería mejor, porque…

—Si, pero por teléfono.

Armando Uribe retratado por Alejandro Olivares para The Clinic.

Esto pasó antes de Navidad. Sabía que Armando Uribe contestaba siempre a esa hora. Si uno intentaba llamar más temprano, por ejemplo, a las 9 o a las 18:15, sonaba desconectado. Pero si era a las 10:00, el poeta, intelectual y abogado no tenía problemas en conversar en la medida de sus fuerzas —quince, veinte minutos– aunque sin guardarse jamás su particular y negrísimo sentido del humor frente a temas como los 17 poetas postulantes al Premio Nacional de Literatura que hubo hace cuatro años. “Diecisiete vanidades. Algunas de esas más justificadas que otras”. Yo le decía que siempre se destacaba el pasado poético de Roberto Bolaño o Alejandro Zambra. Y él respondía: “Es que ese prestigio proviene, y lo digo con ánimo humorístico, del hecho que hayan dejado de hacer poesía”.

Luego comprobaría que su teléfono estaba instalado estratégicamente al lado de su cama en el segundo piso de su departamento, rodeado de libros con los lomos al revés (imposible saber qué autores son), cajas con cuadernos (ya hablaremos más delante de eso) y al frente un crucifijo con una foto suya de joven. Por eso esta fórmula de entrevista podría haber funcionado.

—¿Y cómo lo hacemos?

—Tendría que llamarme a esta hora, todos los días.

—¿A las 10:00?

—Sí. Y si quiero y me siento bien le contesto.

—¿Y si no?

—Mire: me llama al otro día y seguimos conversando.

CLAUDICACIÓN IN-TER-MI-TEN-TE

Es bastante conocido que desde 1998 tras la muerte de su hijo Francisco (le sobreviven cuatro) y luego con el fallecimiento de la artista Cecilia Echeverría, su esposa por 44 años, Uribe decidió no salir más a la calle y esperar de luto a la muerte que, para su molestia, no llegaba nunca. De esa época es su conocido libro Memorias para Cecilia que fue dictado por él, descaseteado y posteriormente editado. “Había cosas mal escritas en francés o cosas repetidas que el editor (Iván Quezada) afortunadamente eliminó y lo dejó mejor. Fue un libro hablado”, me dijo con cierta distancia frente a sus propios recuerdos en 2016, la primera vez que lo entrevisté.

“Claudicación in-ter-mi-ten-te. Ese es el nombre de mi enfermedad”, explicaba entonces. “Suena como de mentira, ¿cierto? Me la diagnosticaron hace más de diez años… Significa que puedo caminar unos metros, pero luego estoy obligado a detenerme. Psicológica y moralmente, también soy una persona de claudicación intermitente…”.

Lo tuve que esperar brevemente en su inmensa sala de estar, con las paredes llenas de libros y algunos muebles antiguos. Cuando bajó las escaleras, su figura impresionaba: alto, impecablemente vestido y perfumado. Ya no fumaba y tenía una pequeña flor en el bolsillo delantero de la chaqueta. Parecía un viajero del tiempo. De un Chile que se dispersó después del bombardeo a La Moneda. Y en cierta manera lo fue: nunca dejó de rabiar contra ese nuevo Chile de Pinochet que, como embajador en China de la UP y militante de la Izquierda Cristiana, lo mandó junto a Cecilia al exilio. En Francia hizo clases en La Sorbona, participó activamente en la denuncia contra la Dictadura, específicamente en el tema de derecho minero, del cual es experto. También publicó ensayos sobre Chile, artículos en diarios como Le Monde y tras regresar en 1988 escribió durísimas cartas abiertas a Patricio Aylwin y Agustín Edwards. De hecho, El Mercurio lo tenía vetado, aunque estaba obligado a nombrarlo cuando publicaba libros o ganaba el Premio Nacional de Literatura en 2004.

Sobre su poesía no le gustaba hablar mucho. En rigor esquivaba el análisis de cualquiera de los 60 títulos publicados o de haber pertenecido a la célebre generación del 50. Según él no se acuerda mucho de nada y que no es muy buen poeta. Aunque dejó caer en la mesa poemarios suyos con correcciones suyas o frases escritas con lápiz mina. “Por ahí dije que lo peor que me pudo haber pasado fue ser elogiado a los 16 años en El Mercurio por Roque Esteban Escarpa. Me condenó a escribir poesía”. Efectivamente en internet se pueden leer los elogios del profesor tras leer sus textos en la Academia Literaria del Colegio Saint George. “No quiero ni definirme poeta, porque hacerlo es una vanidad y tampoco soy muy bueno”.

UNA TEORÍA SOBRE LA TONTERA

La última vez que conversé con él en su casa en 2018 lo hizo recostado en su cama, pero vestido de traje oscuro, con la pared a su derecha y un pequeño televisor y el ventanal a la izquierda. Nada de ponerse de acuerdo con editoriales ni pautear exclusivas. Sabía que estaba por editarse Vida Viuda, la reedición de la segunda parte de sus memorias titulada originalmente: De memoria = By heart = Par coeur (después de Memorias para Cecilia). “Venga a mi casa esta tarde a las 17:30”. Ahora, leyendo los muy documentados artículos sobre su vida en la prensa, me doy cuenta que posiblemente fue la última entrevista extensa que dio en persona.

Armando Uribe – Efe

A Armando Uribe le gustaba hablar de Chile y reclamar por los cambios experimentados en el país. Recurría a veces a la psiquiatría. O a teorías personales no tan fáciles de rebatir. Como su rabia contra la elite chilena, ésa que se benefició económicamente tras el Golpe. Intenté profundizar —sin éxito— en su idea de que estábamos dominados por descendientes directos de europeos que se sienten más del país de origen de sus antepasados que a Chile (incluyendo a Aylwin y Bachelet).

Se quedó pensando un poco, pero no dijo nada. De lo que sí habló fue sobre “la tontera” de los chilenos. “Somos un país joven. Ya ni sé qué es lo que es Chile después del Golpe, pero lo que sí tengo claro es que la tontera es lo que nos distingue. Un buen chileno debe tener claro que es tonto”. Estuvo reflexionando sobre el tema un buen rato. Ahí me di cuenta de que estaba sin calcetines y que de alguna forma parecía un iluminado. Por lo que se podía ver por la ventana, ya estaba oscuro, pero no podías interrumpir a un entrevistado animado que rara vez hace las entrevistas en persona.

—Bueno, la tontera abre las puertas a la redención también ¿no cree?

—Así es. No sé si será hermoso, pero es algo decisivo.

LA MUERTE, DIOS Y CECILIA

Lo que sí le entusiasmaba a Uribe, al menos en esta etapa de su vida, era hablar de Dios, la muerte, el psicoanálisis y Cecilia. En cualquier orden.

—Usted es creyente.

—Si.

—No profundizan mucho en eso en las entrevistas que le he leído, mire…

Le mostré, entonces, un considerable montón de hojas impresas con entrevistas suyas. Algunas subrayadas. El las revisó con curiosidad. Y luego hizo un gesto de desprecio levemente teatral.

—Pero a ti te lo digo: me declaro cristiano. Y católico, apostólico y romano. Aunque le debo reconocer que he intentado ser ateo cuando joven pero no me resultó.

—Una vez usted dijo que Juan Pablo II era “un polaco tonto”.

—Así es.

—¿Qué la perece el movimiento feminista?

—Dios no es de sexo masculino. Y eso ya es suficiente para el más extremo feminismo. No le quita nada el que se use gramaticalmente en género masculino. E incluso que el hijo de Dios, venido al mundo según creemos los cristianos, que haya sido hombre no le quita nada de la naturaleza extra-sexo de lo divino.

—Los protestantes acusan a los católicos de idolatrar a la Virgen María.

—Y tienen razón. Eso es muy común, la necesidad de una imagen para adorar. Mire yo creo que al final, independiente de la religión, el tema es reconocer la tontera intrínseca del ser humano y reconocer a Jesús como hijo de Dios… Es decisivo para los que tenemos adhesión brutal a esta creencia. Y si hay un Padre y Espíritu Santo, también está el hijo que es, no que fue. Igual un sacerdote benedictino dijo que meterse en estos temas teológicos era la forma más segura de irse al infierno.

—¿Por qué?

—Porque es reducir el tema de la divinidad a un objeto y por lo tanto es irrespetuoso.

—¿Cómo entonces lo hace para comulgar si es que no sale de la casa?

—Viene un sacerdote a darme la comunión todas las semanas. Tuve que hacer un trámite en la Iglesia de la Veracruz en Lastarria.

Demás está decir que no alcanzamos a hablar del extraño incendio de esa Iglesia. En verdad, aunque me gustaría escribir lo contrario, no pudimos avanzar demasiado con la entrevista. Repasando ahora mismo el material sin editar que quedó respaldado en Word, libretas y en un archivo del celular que logré encontrar, me detengo en ciertos pasajes:

—A usted no le gustan ni las fotos ni hablar sobre sus libros.

—Es una mezcla de vanidad y para evitar quedar como tonto. Todos somos tontos. Es la prueba que Dios existe. Pero decir que todos somos tontos, ya es una tontera. ¿Ve?

—¿Desilusionado con el Chile de la transición?

—Me encontraban demasiado conflictivo. Juan Gabriel Valdés me dijo eso.

—Usted tenía sed de justicia nomás.

—Mire, no sé ni siquiera de qué tengo sed. En el Reader’s Digest aparecía un chiste: “Sólo sé que nada sé y ni siquiera eso lo sé con seguridad”. Es necio, pero ingenioso. Bueno, yo soy así.

—¿Le puedo preguntar de nuevo por Cecilia?

—Mire: ya le he dicho que quiero morirme para estar con ella. Pero aún no sucede. Y sé que es pecado desear la muerte. Pero todas las noches rezo por ella.

—Usted siempre dice que está esperando la muerte.  

—¡Ya está bueno ya! La capacidad de aportar algo no dura todos los años, cuando se es viejo. Estoy convencido por mi experiencia y por lo que he visto por otras personas: la larga vida entontece. Puede haber una sabiduría de niño, de adulto o de viejo, pero el hecho de tener más experiencia en el tiempo no significa que vayan acumulándose más saberes y verdades. En mi opinión la vida prolongada limita las capacidades para ver las realidades y opiniones.

Fotografía de Armando Uribe por Alejandro Olivares para The Clinic.

—Siempre terminamos hablando de la muerte.

—Mire: más que miedo, le tengo terror a la muerte y la posibilidad de irme al infierno que es un lugar vacío, sin Dios. Bueno, eso es el famoso “temor de Dios”, que me parece una buena forma de definir la conducta que hay que tener frente a la divinidad. Es algo que trasciende el temor. Es respeto.

—¿Envejecer sería acumular tiempo nomás?

Los seres humanos podemos tener la distinción o castigo de tener más conciencia que otras criaturas vivas, pero eso no significa que vean mejor las realidades de su propio tiempo y su poca persona. Lo interesante es que la conciencia está en el cerebro, pero el inconsciente en todo el cuerpo.

—Y usted trabaja más…

—Yo no trabajo nada.

—Me refiero a si usted trabaja más el inconsciente o el consciente.

—Lo que hago es leer el diario, aburrirme y hablar en primera persona de mí mismo, cosa que es mala educación. Y… mire, que bueno que se me vaya el hilo porque iba a darme un autoelogio a mí mismo. Menos mal que se me olvidó lo que creía que iba a decir.

LOS CUADERNOS INÉDITOS

En algún momento de la conversación, Uribe empezó a reflexionar sobre la arrogancia y la vanidad. Algo de lo que no podemos escapar, incluso siendo células. “Un embrión que no tiene conciencia, pero si inconsciente, tiene la convicción de que es Dios. Ese es el pecado original. Y tiene la posibilidad que no es así y que es un im-bé-cil por haberlo creído así. Y por seguir creyéndolo”. Sin darse cuenta elevó mucho la voz, pero de inmediato se contuvo. En ningún momento dijo que me fuera, pero se notaba levemente cansado.

Detrás de mí había un montón de cuadernos y empastes con sus textos inéditos, fruto de un trabajo diario de escritura a mano. Adivinándome el pensamiento me dijo: “No tengo decidido lo que haré con ellos cuando me vaya de acá. Hay una palabra que se usa mal: me es inclusive. Sé que es erróneo del punto de vista de la sintaxis, pero me es inclusive”.

—Ya, pero no es la idea que la familia se esté peleando después por los libros.

—(se ríe) ¡No, no! Mire, tanto no me ocupo. Y va a ser cierto que mis cuadernos no serán motivo de discrepancia entre mis hijos.

—¿Usted tiene realmente la certeza de que va a encontrarse con Cecilia?

—Evidentemente me encontraré con Cecilia. Lo quiera o no lo quiera. Es así. Con eso basta. El amor es adhesión brutal a ciegas. Y la fe es también, con las mismas palabras.

No alcanzamos a hablar de su hijo también fallecido, ni de lo mucho que le afectó no sólo el fin de la UP sino que la misma Transición, tampoco su visión del estallido o si le afectó el humo de las lacrimógenas. Aún me sorprende su lucidez que llegaba al extremo de tomarse con humor las veces que perdía el hilo de la conversación, aunque retomaría unos momentos después.

—Yo lo ayudo. Estábamos hablando de…

—No me ayude mucho. Es más genuino que se me olvide a andar corrigiéndome. O que me corrijan.

Esa misma actitud, que para algunos puede ser incluso prepotente, a mí me parecía entrañable. Era la misma que tenía en los contactos telefónicos.

—Usted fue de los pocos en anunciar en todos los tonos el denominado “estallido”.

—¡Qué tremendo esto que está pasando! Pero hablemos después, como quedamos.

Y cortó. Esta vez sí, para siempre.


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