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Opinión

27 de Enero de 2020

Columna de Jorge Heine: Armando Uribe, nuestro poeta Quijote

"En momentos en que Chile atraviesa por una de sus crisis más profundas, poca duda cabe que voces como las de Armando harán una enorme falta".

Jorge Heine
Jorge Heine
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El Derecho Minero es la más árida de las ramas del Derecho. Hay algo irónico en que uno de nuestros grandes vates, Armando Uribe Arce, quien nos acaba de dejar, haya sido también catedrático de esa especialidad en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. No tuve la suerte de ser su alumno allí en Pío Nono con Bellavista, ya que en esos años Armando estaba destinado como diplomático en la Embajada de Chile en Washington, pero esto no nos debería sorprender. Es parte de las múltiples, contradictorias facetas (un hombre de izquierda, pero que creía que la misa católica debería seguir siendo en latín), de un personaje singular. Abogado, diplomático, ensayista, poeta, católico hasta la médula, progresista, enamorado de su esposa, la artista visual Cecilia Echeverría Eguiguren,una belleza legendaria, con cuyas hermanas ídem era conocida en la sociedad santiaguina como la “canasta limpia”. Una de esas personalidades únicas y desbordantes, escasas en esta larga y angosta franja, de señores de terno gris y damas de vestidos beige.

Oscar Wilde dijo alguna vez, “Puse todo mi genio en mi vida, y solo mi talento en mi obra”, y este sayo le cae muy bien a Armando, quien siempre creyó en la estrecha unidad entre el artista y su obra. Con aspecto de protagonista de novela de misterio de los años treinta, sus ternos negros, eterno cigarrillo entre los labios, mirada intensa, pelo engominado (“cara de hueso”, alguien ha dicho), invariable corbata y camisas de cuello largo, propias de una película de Humphrey Bogart, tuvo una vida plena y lograda como pocas. Ella incluyó poemas alabados por Roque Esteban Scarpa en El Mercurio siendo Uribe aún un colegial en el St George; destinaciones diplomáticas en Nueva York, Washington y Beijing y llegar a ser embajador de Chile a los 37 años ; ejercer una cátedra en La Sorbona en París; y llegar a ser considerado la conciencia crítica de su patria durante un cuarto de siglo.

Fue mi vecino durante cinco años en el mismo edificio en la calle Ismael Valdés Vergara # 296. Construido por allá por 1950 por ese gran arquitecto que fue Juan Echenique (quien junto a su esposa, “Pilola” Celis, vivía en el octavo piso, el pent-house, con una vista memorable al Cerro San Cristóbal), el mismo está en la “cuadra de oro” de esa calle, casi sin tráfico, pero en pleno centro, y frente al Parque Forestal. 

Yo estaba en el segundo piso y él en el cuarto, y nos veíamos con cierta frecuencia compartiendo con vecinos muy especiales. Dedé Girardi, abuela del senador, vivía en el primer piso; Hilde, la viuda de Carlos Briones, en el quinto; Jaime de Aguirre y Andrés Gómez Lobo también pasaron por él. Un organillero venía todos los días de semana, tocaba su música al frente del edificio, y Armando le daba mil pesos.

Yo lo visitaba, y Armando, con esa gentileza de caballero andante, me ofrecía un café, y charlábamos sobre lo humano y lo divino. Tecnófobo por excelencia, me decía que detestaba los computadores, el correo electrónico y las TI, y que su única concesión en la materia era enviar y recibir faxes, con los que se comunicaba con su hijo en París. Sus versos los escribía a mano, y su prosa, ensayos y memorias, los dictaba a dedicados colaboradores. Le cargaba la vida social, pero más de alguna vez vino a almorzar a mi casa—recuerdo especialmente uno un sábado con mi buen amigo Federico Smith, que dio pie a un largo intercambio sobre filosofía. 

Se había criado en la Calle Dieciocho, y compartíamos el mismo amor por el centro de Santiago , tan aporreado estos días : 

/de ser un sitio mágico/por los recuerdos y las señoritas/ que caminaron por sus calles/ el centro de Santiago es archipiélago/ en que no navegan esas antiguas góndolas / que nos llevaban en la pisadera/
( Las Críticas de Chile, 1999).

Si bien un intelectual público por excelencia, autor de ensayos como Carta abierta a Patricio Aylwin , Carta abierta a Agustín Edwards y El accidente Pinochet, que requieren de un cierto desenfado, por no decir arrogancia lisa y llana, no buscaba los medios ni cobertura para sus numerosas publicaciones. Un ermitaño de tomo y lomo, casi no salía de su departamento (salvo para ir a misa dominical en la Iglesia de la Veracruz, en la calle Lastarria, a un par de cuadras, donde también iba mi esposa Norma), dedicado a lo suyo, que era escribir. ¡Y cómo escribía! 

Prolífico como pocos, publicaba sus poemarios y ensayos con una regularidad y frecuencia abismante, por no decir intimidatoria. Su esposa Cecilia , el amor de su vida, una mujer de gran garbo y francófila apasionada, falleció a los pocos años de nosotros llegar al edificio. Sin dejar de acusar el golpe, lejos de echarse a morir (como hacen algunos viudos), Armando volcó su pena en su pluma, produciendo un extenso volumen de 700 páginas (Memorias para Cecilia, 2002) sobre su vida juntos, seguida por otro, Vida viuda (2018).

Pero su actitud huraña no hacía sino picar la curiosidad de los periodistas, que desfilaban por su departamento como peregrinos a la Meca. En adición a su obra primaria, concedió numerosas entrevistas en las que pontificaba sobre los males del país, particularmente la hipocresía nacional, lo cual le valió ser considerado “la conciencia de Chile”.

Caballero de antigua escuela y de una corrección impecable en sus modales y trato, también encarnaba una rabia y un enojo muy profundo en contra de la injusticia y la hipocresía, que volcaba en su obra en prosa y en verso. En ese sentido, era conflictivo por antonomasia, como puede verse en su poemario, Odio lo que Odio, Rabio como Rabio ( 1999), 

/ Llega la edad con sus achaques/y ya no tienes dientes con que masques/las uñas se te quiebran de raíz/cuando caminas arrastras los pies/y todo te molesta en tu país/ es que la muerte es tu país, no ves? /.

En un país en que ser conflictivo es un descalificativo, su Premio Nacional de Literatura en 2004, aunque tan merecido como el que más, no dejó de sorprenderme.

Era esa fuerza motriz por ver un Chile mejor y más justo lo que lo motivaba y lo impelía a denunciar lo indebido y el abuso. Fue ello lo que lo llevó a publicar en 1974 El libro negro de la intervención norteamericana en Chile, uno de los primeros libros sobre los orígenes del golpe militar, y durante largo tiempo proscrito en Chile. Una versión en inglés publicada por Beacon Press en Estados Unidos en 1975 fue  referente clave en los debates en ese país sobre el quiebre de la democracia en Chile y las responsabilidades de Washington en ello. El accidente Pinochet , en co-autoría  con el historiador Miguel Vicuña, con ocasión de la detención del dictador en Londres, fue impulsada por lo mismo

Por esos avatares del destino, quince años después de conocer a Armando tuve el privilegio de seguir sus pasos como embajador de Chile en China. A él le correspondió abrir la embajada de Chile en Beijing en junio de 1971. Chile había sido el primer país en Sudamérica en establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China en diciembre de 1970, cuyo aniversario de medio siglo se celebra este año.

La embajada de Chile sigue estando en el mismo lugar en el barrio Sanlitun, en Chaoyang, al que llegó Armando. Este es el así llamado “segundo barrio diplomático”. El primero está en el centro histórico de Beijing, poblado de palacetes y mansiones de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Sanlitun, construido en los sesenta, se caracteriza por un estilo de arquitectura entre funcional e industrial, con edificios de ladrillo amarillo, gratas calles arboladas que invitan a caminarlas, y un centro comercial cercano, “The Village” con tiendas de ropa de marca,  librerías, cafés, restaurantes y discotecas, sin duda algo muy distinto a lo que fue en los setenta. La casa de Chile está en el # 1 de la calle Dong Si Jie, con la Embajada a un lado y la Residencia al otro, en un mismo paño. 

China se considera un país de poetas (Mao Zedong, sin ir más lejos, escribía poesía), y hasta el día de hoy Neruda y su obra son un referente. Por ello no dejo de preguntarme que les habrá parecido a nuestros amigos chinos el hecho que tanto el primer embajador de Chile en Beijing (Armando Uribe), como el primer agregado cultural (Gonzalo Rojas) hayan sido poetas de nota. Como quiera que ello sea, dice la historia que no se llevaron muy bien, y a poco andar Rojas partió rumbo a Cuba.

La forma en que el gobierno chino reaccionó ante el golpe militar en Chile no fue de las mejores, y es algo que nos pena hasta el día de hoy. Armando Uribe, como embajador del gobierno de Salvador Allende, pensó que podría contar con algo de la solidaridad con que contaron otros jefes de misión chilenos en el resto del campo  socialista. Ello no ocurrió, y esto es un tema que amerita algún grado de reflexión medio siglo después del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la RPC y Chile. China se ufana de ser un país de una larga memoria histórica. Chile lo es menos, pero eso no quita que el tema requiere ser despejado.

En momentos en que Chile atraviesa por una de sus crisis más profundas, poca duda cabe que voces como las de Armando harán una enorme falta. Pero debemos considerarnos afortunados de haber sido contemporáneos de un hombre de su talento y temple, que tanto aportó a este largo pétalo de mar y nieve.

*Jorge Heine es profesor de relaciones internacionales en la Escuela Pardee de Estudios Globales en la Universidad de Boston.

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