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Entrevistas

28 de Enero de 2020

Marcelo Montecino, fotógrafo: “Me choreé con Estados Unidos cuando eligieron a Reagan y empezó a matar los sindicatos y empezó a ganar el mal gusto”

El legendario fotógrafo acaba de publicar “Qué viaje tan largo y extraño” un inédito registro personal de Estados Unidos, país donde vivió desde 1954 hasta 2015. El volúmen incluye el registro de un 18 de septiembre con Orlando Letelier —tres días antes de ser asesinado— y recorridos por diners, tiendas de armas, parques y protestas masivas en el país del norte. Acá seleccionamos algunas fotos y conversamos sobre ellas.

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Marcelo Montecino (1943) es uno de los fotoperiodistas fundamentales de Chile. De esos que son premiados, llamados “maestros” y cuyas imágenes trascienden al propio autor y forman parte de la llamada memoria colectiva. De él son fotos tan emblemáticas como una pareja muy joven abrazándose desconsolada con La Moneda destruida de fondo, de militares más jóvenes aún custodiando el Estadio Nacional con cara de no entender nada o de las protestas de los años ochentas en un Santiago que parecía siempre nublado. Pero también son universalmente célebres sus coberturas de los sandinistas en Nicaragua, al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador o diversos procesos políticos en Latinoamérica. Intérprete en la ONU; colaborador de Washington Post, Playboy o Newsweek; autor de una decena de compilaciones con su trabajo forma parte del grupo de chilenos que tejieron redes solidarias internacionales durante la Dictadura y que también fue parte de Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI). Su regreso definitivo al país fue recién en octubre de 2015.

Acaba de publicar con la curatoría de Andrea Jösch, Qué viaje tan largo y extraño (Liberalia Ediciones), una colección de fotos estrictamente inéditas, cuyo título aluda a una canción de los Grateful Dead y que registra el tremendo impacto personal que le generó llegar a Estados Unidos en 1954 junto a su hermano Christian. Tenía  11 años, sus papás se habían separado y en Washington los esperaba su madre Lillian Slaughter, periodista de La Nación y que había trabajado en la OEA y la embajada de Chile en Estados Unidos. Diners, autopistas, protestas, neones y personas, muchas personas de aquellas con rasgos y actitudes que no se veían en nuestro país. Uno de sus tantos viajes de regreso fue en 1973 donde logró documentar los últimos momentos de la UP y el Golpe de Estado. Su hermano moriría asesinado por una patrulla militar en octubre de 1974 y, aunque los responsables fueron condenados en 2011, y logró cumplir la promesa de editar un libro juntos —Irredimibile. Diario 1973 (Ocho Libros)—  “esas cosas no se borran con nada, ni catarsis, ni duelo, no sé, sigue presente”. 

Aunque se define como “jubilado”, está en pleno proceso de revisión de su archivo pero sigue atento de lo que está pasando en el país. “He estado en algunas marchas, pero de las periféricas. Me llama mucho la atención el activismo de la mujer. No se veía de esa forma en los ochenta. Lo de disparar a los ojos… Bueno, yo creo que en esa época lo hacían igual, sólo que no se sabía tanto. Uno le tenía más miedo a los milicos que a los pacos que eran bastante respetuosos, los otros en cambio te amenazaban de verdad, te ponían el cañón en el pecho. Esa es otra diferencia. ¡Y que es más difícil sacar una foto sin que aparezca un montón de manos con celulares sacando fotos también!”.

Todo esto lo dirá en el transcurso de una extensa conversación en su casa, donde sólo los pajaritos rompían los numerosos momentos de silencio del entrevistado. Más que timidez parecer ser una actitud propia de su trabajo de traducir a diplomáticos que lo hacen ser más reflexivo, esperar un momento y responder. Acá seleccionamos algunas fotos representativas del libro y conversamos sobre ellas una calurosa tarde veraniega.

1. La última cueca de Orlando Letelier (Bethesda, 1976)

Fue el 18 de septiembre. Tres días antes que lo mataran. Posiblemente es la última foto de él. Mi madre era secretaria de él. Nos veíamos mucho, en la oficina y en su casa. Era muy amiga de la familia. En la noche le estaban poniendo la bomba en el auto, en Bethesda, Maryland que es un barrio muy bonito. ¿Si había conciencia antes de eso del peligro de la Dictadura chilena aún allá? ¡Para nada! Rompió nuestra idea de seguridad. Me había ido a Nueva York a interpretar en una conferencia y me enteré subiendo al metro y vi de lejos a alguien leyendo el diario que decía: “Ataque terrorista en Washington”. Yo pensé: “Puede haber sido Letelier”. Quedé muy alterado, porque mi madre era su secretaria. Llegué a la casa donde estaba alojado y de inmediato sonó el teléfono. Era ella contándome que lo habían asesinado. Yo sigo muy amigo de Isabel (nota: su viuda). Pasaron cosas feas. Gente del Institute for Policy Studies, donde trabajaba Orlando, se sintió tan amenazada que presentaron sus renuncias. A la semana del asesinato llegó la FBI a interrogarme. Lo hicieron con todos los que estaban en la libreta de teléfono de él. Yo creo que eran preguntan más de rutina, porque tienen que haber sabido bastante de esto. Fue un lunes temprano. Lo primero que me preguntan fue: “¿por qué usted no está trabajando?”. Le dije que era freelance y que trabajaba a veces nomás. Dos semanas después, haciendo cálculos mentales pensé que podían ser los cubanos gusanos, que son expertos en este tipo de acciones. Ellos estaban concentrados en Nueva Jersey y Miami. Después me di cuenta que no podían ser otros que la DINA. Pero ahora, mirando la foto me acuerdo lo bonita esa tarde, fin del verano, principio de otoño. Deben haber unos treinta personas, exiliados de Uruguay y Argentina. Era un registro de amigos que revelé mucho después”.

2. Marchas “La Nación del Islam” (Washington, 1984) y “Marcha Gay” (Washington D.C., 1986)

Me acostumbré a ir a las manifestaciones en Chile durante la UP. No, miento, empecé a ir antes en Estados Unidos a las protestas contra de la Guerra de Vietnam. ¡Iba a todo! La que me perdí fue la gran marcha por los derechos civiles de Washington en 1963, la de Martin Luther King. No sé por qué. Creo que fue porque ese verano (estadounidense) estuve en Portillo trabajando como recepcionista. Esta foto es de “La nación del islam”, grupo ultranacionalista afroamericano. Ellos eran bien disciplinados, si no lo fueran tanto serían patos malos. Habría sido mala publicidad que le sacaran la cresta a los únicos blancos que estaban en la marcha que éramos yo y otro colega. No estaba demás sentir aprehensión. Los que salen en la foto son los guardaespaldas de Louis Farrakhan. Un grupo muy racista, anti blanco y antisemita. Lo que me gusta de las manifestaciones es la energía, la variedad de personas, las mujeres. ¿Si en Estados Unidos las protestas logran cambiar las cosas? Uhm. En el caso de Vietnam no lo creo. Las protestas empezaron a mediados de los sesenta y la guerra duró hasta el `74.

3. El aparato estatal gringo (Sede de Impuestos Internos, Atlanta, 1986)

La burocracia en Estados Unidos no es tan asfixiante. Uno no lo llega a percibir.  A mí me tocó trabajar en distintas conferencias de ministerios y me di cuenta como el aparato es eficiente. No es como acá. Por ejemplo, para sacar pasaporte, requieres de partida pasar un día en la cola del Registro Civil. Allá vas a correos con tu pasaporte antiguo, una foto, llenas un formulario y diez días después te llega uno nuevo. Lo que me interesaba retratar era lo visualmente inmenso de impuestos internos, con los computadores. Yo me choreé con Estados Unidos cuando eligieron a Reagan y empezó a matar los sindicatos y empezó a ganar el mal gusto.

4.   Diner (Washington D.C., 2006)

Me llaman la atención los neones, aunque los encuentro un poco kitsch. Este tipo de tono, más que entrañable, lo definiría como “típico”. Acá venía siempre con mi hijo. Tenían hamburguesas muy buenas y la gente era sólidamente de clase media. Había mucho movimiento. Este tipo de locales junto a los moteles y carreteras eran parte de una infraestructura que contrastaba con el Chile de los cincuenta donde los niños aún andaban a pata pelada. ¿Si me di cuenta de la neoliberalización del país? Yo volví a Chile después del Golpe por primera vez en 1979 y ya estaban empezando a construirse el Parque Arauco. Me llamó mucho la atención, porque era el primer mall de verdad.

5. “The Dude”  (Las Vegas, 1968)

En Las Vegas hay algunos personajes muy estrafalarios. Esta foto es de la primera vez que fui allá. Al principio yo llevaba invitados del gobierno de Estados Unidos para allá, para mostrarles un lugar insólito, un Fantasilandia para los adultos. La cámara era mi compañera de viaje y como vivía tanto en Washington D.C. para mí viajar era como salir de una burbuja, donde encontré un mundo que no me esperaba allá afuera: las grandes planicies, California, Colorado uno de los estados más bellos que junto a Arizona y Nuevo México son mis favoritos. Son espacios super abiertos. 

6.   Lucy (Rock Creeck Park, Washington D.C., 1976)

Ella es mi esposa. Los domingos nos íbamos a este parque que recorre toda la ciudad, 20, 30 kilómetros. Leíamos los diarios. Al principio sufría en esa ciudad porque no tenía aire acondicionado. El verano en Santiago al menos baja la temperatura, allá el calor es húmedo porque la ciudad está construída sobre un pantano. Todo se llena de humedad, te empieza a salir una especie de película sobre la piel y sientes que te pica todo. Yo me iba con una polola al autocine en la noche, un lugar donde estaba la libertad de poder gritar con la familia con lo que pasaba en las películas, clase B en su mayoría.

7. Tiendas de armas (Baltimore, 1981)

Mi señora era de una ciudad del sur, Richmond, la capital de la confederación. A medio camino había una tienda de armas. Una vez fui con mi sobrino, recién llegado a Estados Unidos. Nos bajamos a ver las armas. Lo que más me llamaba la atención era la cantidad de armas: ¡eran miles!. Podías ir a comprarla con el carnet nomás. Hasta hoy no entiendo la tradición de los gringos con las armas. Y son de tan fácil acceso.

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