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6 de Febrero de 2020

Voyerismo, morbo y abuso: La historia secreta de la Casa de Vidrio a 20 años de su instalación

Casa de vidrio Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Cuando la actriz Daniella Tobar vivió en una caja transparente en el centro de Santiago, para el verano del año 2000, se desató un acalorado e inédito debate en el país. El proyecto Nautilus quería cuestionar la modernidad de la sociedad chilena de la época y lo que obtuvo fue su lado más bestial: mientras unos defendían la performance y otros la acusaban de exhibicionismo puro, 200 hombres se instalaban solo para ver a la joven ducharse, grupos conservadores predicaban con los ojos en blanco, el Fondart tuvo que justificar fondos asignados y hasta hubo querellas y amenazas a los autores. Era otro Chile, coinciden varios de sus protagonistas. El nuevo contexto y la posibilidad de rehacer la obra hoy, en cambio, los dividen.

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La oferta la indignó. 

Siete y millones y medio de pesos pagó el empresario y fotógrafo chileno Roberto Edwards (1937) por la célebre Casa de vidrio chilena. Sus creadores, los arquitectos Arturo Torres y Jorge Christie, estaban en bancarrota para fines del año 2000: habían gastado casi cuatro veces el presupuesto con que contaban para ejecutar el polémico proyecto Nautilus y necesitaban deshacerse de su mayor emblema cuanto antes. Hubo dos postores: un coleccionista holandés y el propio hermano del fallecido e histórico del diario El Mercurio. Ambos pusieron el mismo monto sobre la mesa, pero el martillo dictó que la casa se quedaba en Chile.  

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Años después de adquirirla, Edwards la mantuvo en una bodega en la calle Santa María, en Providencia, en su antiguo taller. Fue entonces cuando contactó a la actriz Daniella Tobar. El nombre de la joven aún resonaba fuerte como única protagonista y rostro visible de la recordada performance, que años atrás había generado tal nivel de escozor y culposos estupores, además simpatía, en la sociedad chilena de la época. 

“Tuvimos un par de reuniones porque él quería hacer una escultura mía. Decía que yo tenía una ‘responsabilidad social’ con la Casa de vidrio y que quería que le cediera gratis mi imagen. O sea, Roberto Edwards, le dije, qué te pasa, jamás. Al parecer pensaba exponer la casa, no sé, ni él lo tenía muy claro. Creo que por sí misma la construcción era magnífica y ahí estaba todo su valor, pero para este caballero no lo tenía sin la presencia de esta escultura mía en su interior”, cuenta hoy la actriz al teléfono desde Francia, donde vive hace cinco años. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

No fue todo. Edwards le propuso también reunir cada uno de los elementos originales de la casa, desde ollas y platos y hasta uno de los vestidos que ella había usado en público y que el fotógrafo parecía recordar perfectamente. “Nunca junté nada porque las discusiones se basaban en que yo tenía esta supuesta ‘responsabilidad social’ con la Casa de vidrio, y que mi imagen tenía que quedar ahí para la posteridad. Como actriz jamás lo hubiese hecho por una acción social, menos una acción social privada. Quizás hubiese tenido la oportunidad de hacerlo, pero con él era un diálogo de sordos. Perseguía esa escultura a toda costa”, agrega Tobar.

Después de tantos años y de todo el revuelo, pensó, aún seguía tratándose de ella. 

EL ACUARIO

Fue su primera mudanza. También la primera vez que vivió sola, sin su madre. Daniella Tobar cursaba tercer año de Teatro en la Universidad de Chile, tenía 20 años y tan pocas pertenencias como para llenar apenas un par de bolsos con ropa y libros, además de su cama, una olla y un sartén viejo. La tarde del sábado 22 de enero del año 2000, la joven salió a bordo de una camioneta desde su casa en la comuna de La Florida, rumbo al centro. El vehículo se detuvo frente al antiguo número 1055 de calle Moneda, en pleno casco histórico de Santiago. El palacio presidencial se veía a solo unos cuantos pasos. 

Su nuevo hogar era una especie de mini-studio prefabricado en acero, madera y vidrio, de no más de 12 metros cuadrados y sin muros. La construcción había aparecido casi inadvertidamente y solo unas horas antes en la esquina con Bandera, donde entonces solía haber un amplio terreno baldío y, desde hace ya varios años, un patio de comidas. Vista desde la calle, parecía una vitrina, un acuario humano.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

“Conocí la casa antes de irme a vivir ahí. Estuve en ella cuando la estaban instalando en el sitio, y antes me la habían mostrado en fotos. Sentí que era tan pequeña, me acuerdo ahora, que me pregunté cómo alguien podía vivir con tan poco espacio. Pero me gustó mucho lo que se veía, esta gran pecera o jaula transparente. El concepto de la Casa de vidrio siempre me pareció algo muy bello y con un trasfondo simbólico muy interesante que tiene que ver con el voyerismo que es espiado. Yo tenía que hacer mi vida lo más normal posible en esa casa y que la reacción del exterior moviera la obra. Y así fue, pero todo se salió de control”, recuerda la actriz. 

Esa misma noche inauguró la casa. Invitó a cuatro o cinco amigos, todos estudiantes y artistas de su compañía de teatro, conversaron largo rato, bebieron unos tragos y, pasada la medianoche, comenzaron a marcharse. Uno de ellos se quedó ahí pues ya no pasaban micros de regreso hasta su casa. Durmió apretujado a los pies de la cama de la actriz. A la mañana siguiente, la del domingo 23, él la dibujó a mano alzada en un bloc de croquis. Más tarde, Daniella recibió a su madre. Tomaron once juntas y luego esta última se fue. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Los primeros en pasar por afuera de la casa aseguraban que el extraño módulo transparente y ubicado frente a la Bolsa de Comercio y la iglesia de las Agustinas, no era sino la nueva campaña publicitaria de una inmobiliaria. “Nadie se me acercó el fin de semana a preguntarme quién era o por qué yo estaba yo ahí. Muchos evitaban mirar o incluso pasaban de largo”, agrega Tobar. 

No existe registro alguno de esas dos primeras noches. Tampoco reportes de prensa. 

Los titulares de los periódicos de la época especulaban acerca de si un lesionado Nicolás Massú podría jugar o no la siguiente Copa Davis, o de qué tan real era el triángulo amoroso entre Felipe Camiroaga, Karen Doggenweiler y Bárbara Rebolledo. Pero, sin duda, el pactado retorno de Augusto Pinochet a Chile, que desde su arresto en 1998 permanecía preso en Londres, era la gran noticia por esos días. Mientras Daniella Tobar se aclimataba a su nueva casa, desde Bélgica anunciaban que se jugarían la última carta a fin de retener al dictador chileno en Europa. Fue en vano: su regreso y la patética escena del aeropuerto, la silla de ruedas, el bastón y ese abrazo burlesco que selló su impunidad, ocurriría solo semanas después, el 2 de marzo del año 2000. 

Pero algo, una de esas noticias que de último minuto paran las prensas, estaba a punto de marear a la conservadora y veraniega sociedad chilena de la época. Esa noche de domingo Daniella Tobar miró nuevamente hacia la calle. No había nadie allí. Se acostó, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño. Lo verdaderamente rudo, dirá después, vino cuestión de horas. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

THE TRUMAN SHOW CHILENSIS

“Proyecto de un habitante en una casa transparente por un mes. $200.000. Realizaremos entrevistas el sábado 13 de noviembre durante todo el día”. 

Era un aviso piñufla e impreso en hojas tamaño carta. Apareció pegado en los muros de las escuelas de teatro y arte santiaguinas hacia fines de 1999. Al centro resaltaba aún más grande la palabra “actriz”, así, con minúscula, y más abajo el logo del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes (Fondart).

Hacía tiempo que el arquitecto Arturo Torres, hoy de 47 años, venía trabajando en un proyecto, incluso antes de titularse de la Universidad Católica. Inicialmente lo ideó así: instalaría una vivienda transparente en el Paseo Ahumada y pondría a vivir a una o más personas en ella por un año, o cuanto fuese posible. Debía “naturalizarse” y, una vez incorporada al barrio, desaparecer de un día para otro. Fantaseaba, dice ahora en su oficina en el centro, con ver lo que podía desatarse a partir de esa vida privada que por primera vez se exponía en público.

Quería poner en jaque la modernidad chilena, y para eso recurrí a un símbolo de la modernidad occidental, cultural y arquitectónica, como lo es una casa de vidrio”, cuenta el también académico de la Universidad Diego Portales. “En el país y en el mundo en general había entonces un debate de hacia dónde íbamos como sociedad para el año 2000, y se decía por la prensa que en Chile éramos modernos. ‘Somos un país moderno porque tenemos computadores’, esa fue la frase que usó el ex presidente Eduardo Frei ante los medios y que me quedó dando bote. Pero eso no era la modernidad realmente, sino una configuración cultural de autodeterminación. ‘La capacidad de auto determinarse’, como dice Manuel Antonio Garretón”, agrega Torres. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Por primera vez en su historia, en 1999 el Fondart abrió una nueva línea de proyectos para “Artes integradas”. Aún no existía una categoría específica para Arquitectura, pero el proyecto contemplaba a su vez un componente performático poco antes visto en Chile y que intentaría emular la vida cotidiana de una persona común y silvestre, y dejar que ésta fuese espiada a través de los vidrios de su propia casa. Al poco tiempo Torres sumó a su amigo, el también arquitecto Jorge Christie, y juntos inscribieron la obra Nautilus, la casa transparente para armar en un lote suburbano en el registro de Propiedad Intelectual.  

A mediados de ese año, la propuesta de ambos se adjudicó $ 5.290.000 del Fondart con el puntaje máximo, y tuvo la venia y elogios de un selecto jurado integrado, entre otros, por Francisco Brugnoli, Nelly Richards y Diamela Eltit. Fue cuando todo tomó vuelo: la Universidad Católica les prestó un taller en Lo Contador para construir la casa, compraron insumos, pidieron todos los permisos municipales por habidos y por haber, y, tras descartar el paseo Ahumada y otros barrios como Bellas Artes, pagaron 800 mil pesos por dos meses de arriendo de un antiguo terreno eriazo que pertenecía a la empresa de seguros Chilena Consolidada. 

“Decidimos poner la casa en el centro de Santiago y no en uno más ‘cultural’, pues no queríamos que la obra fuera asociada al arte”, explica Torres. “Preferimos instalarla a vista y paciencia de todos para que hubiese un choque, una fricción social, una reacción al experimento. Sabíamos que la iba a haber, pero como puede ocurrir con cualquier otra obra neo-dadá o de arte procesal, no sabíamos qué iba a desencadenar esa fricción y nos pusimos en todos los escenarios posibles. Uno y quizás el más probable, era que la casa fuese apedreada por grupos conservadores, y estaba diseñada para recibir proyectiles y peñascos. Se usaron vidrios laminados que impedían que un impacto los atravesara, como los de los autos”, revela. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Para la entonces coordinadora del Fondart, la abogada y académica Nivia Palma, el Nautilus “proponía representar, por un lado, la ciudad que se había desarrollado y su actividad económica, versus un territorio que estaba desolado, sucio y no habitado”. Del otro, en tanto, “la casa de vidrio simbolizaba también que lo privado se había hecho público en Chile, en una tendencia cada vez más marcada de que en los medios de comunicación dejaran que la vida privada de algunas personas entrara a la casa de otros como un espectáculo”, agrega. Recién en 2003, Canal 13 estrenaría Protagonistas de la fama, considerado el primer reality show de la televisión chilena.   

A esas alturas, el nombre de quien habitaría entre esas cuatro paredes de vidrio se había vuelto un dolor de cabeza para el equipo del Nautilus. Ni uno de sus diez integrantes quiso exponerse a tal nivel. No habrían sabido cómo manejarlo emocionalmente tampoco, advierte Torres. “Lo cierto es que no nos atrevimos e hicimos un llamado público a artistas y gente de teatro. Necesitábamos a alguien que pudiera lidiar física y mentalmente con una experiencia como la que estábamos planteando”, cuenta, pero ni los afiches ni el boca a boca surtieron el efecto esperado: llegaron solo cuatro personas interesadas de las por lo menos veinte que esperaban. 

La que más calificó tenía más de 40 años. “Era una mujer de aspecto muy común y pintaba cuadros, con atril y todo”, recuerda Torres. No la seleccionaron pues no querían que la obra pareciera una instalación de Marina Abramovic. Otras dos candidatas, ambas estudiantes de arte, “tenían un look demasiado estrambótico y el efecto hubiese sido similar al anterior”, añade el arquitecto. La más idónea, resume, era Daniella Tobar, una estudiante de teatro de tan solo 20 años, y “que si bien estaba relacionada también a las artes, pasaba más piola. No la elegimos a primeras porque además era muy guapa, y cuando decidimos que finalmente fuese ella pensamos al tiro: chuta, aquí se podría generar algo por ese lado, y eso fue lo que pasó”. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

LA JAURÍA

No alcanzó a sonar el despertador y ya había abierto los ojos. Bordeaban las 9 de la mañana de ese primer lunes de verano en su casa nueva, y Daniella Tobar se puso en pie, tomó su toalla y antes de meterse la ducha notó que afuera había entre 5 y 10 personas, en su mayoría hombres, viéndola de frente y casi sin pestañear. “Cuando salí había, no sé, el doble, 15 o más. Algunos me pedían que me volviera a duchar. No sé, fue un poco fuerte pero tranquilo. Entendí que había sido un primer descubrimiento, tanto para ellos como para mí”, cuenta. 

Arturo Torres y otros del equipo se comunicaban con ella a través de un celular y vigilaban lo que estaba sucediendo desde el exterior, camuflados entre el tumulto. Se tuvo que haber corrido la voz, asegura Torres: “Ese día llegó un fotógrafo de prensa, el que tomó las primeras fotos al otro día temprano en la mañana. Nosotros nunca dimos explicaciones de nada a nadie, la idea era no hacerlo, pero nos vimos obligados a hacerlo. Todo esto nos estalló un poco en la cara”.

Fue el inicio de una pesadilla.  

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

“Revuelo por acción de arte en el centro”, tituló el diario La Segunda al mediodía siguiente, el martes 25 de enero del año 2000. Era solo el tercer día de Daniella como inquilina en la Casa de vidrio, y en la portada del vespertino publicaban destacada una fotografía suya en la que aparecía desnuda y a medio jabonar. En otra alcanzaba a verse un grupo no menor de hombres y mujeres apelotonados contra la reja del terreno, otros sentados sobre los hombros de alguien más, y un tercer lote que sermoneaba con los ojos entreabiertos. 

“El proyecto no tiene afán exhibicionista ni morboso”, tuvo que salir a explicar Nivia Palma horas más tarde, en medio de críticas al Fondart. La abogada y académica lo reafirma hasta hoy, y añade: “Es importante recordar el contexto. No solo la transición política del retorno a la democracia, sino porque aún había un fuerte debate en torno a la censura y la no censura, de cuáles eran los límites del arte y de qué se entendía por arte y producción cultural, y el Nautilus al igual que otros anteriores, como el proyecto del mural de Simón Bolívar (1994) de Juan Dávila, habían generado un debate público, y este también lo generó. Yo creo que, como experimento, lo que la Casa de vidrio mostró era este Chile que estaba ahí, fuerte, conectándose con sus deseos, con la sexualidad. Muchos deseos habían estado muy oprimidos durante la dictadura y buena parte de la transición democrática”. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Las primeras amenazas, sin embargo, no tardaron en llegar. Arturo Torres recuerda que un hombre les salió al camino afuera de terreno: “Era muy alemán, de ojos celestes y andaba vestido de traje. Nos dijo: ‘Van a venir 25 jóvenes patriotas a destruirlo todo’. No es posible que un profesor de la UC haya hecho esta inmundicia’. Yo quedé bastante helado con sus palabras”. Informó al Fondart y a la PDI, pero al equipo no le bastó. “Nos preparamos para la destrucción –cuenta el arquitecto–y detectamos lugares desde donde pudiéramos filmarlo todo. Ese hubiese sido un primer término posible de la obra”.

Durante los siguientes dos días, miércoles 26 y jueves 27, más de 200 hombres se agolparon desde amanecida y hasta altas horas de la noche solo para ver a la actriz ducharse, sin importar si lo hacía a las 9 de la mañana o a la 1 de la madrugada. Su nombre, su rostro y su cuerpo se imprimía en periódicos que luego se vendían como pan caliente en todo el país. 

De haber existido Twitter o cualquier otra red social hace dos décadas, #DaniellaTobar y #Casadevidrio serían hoy verdaderos haghtags de antología. 

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

“Los mirones congestionan el centro”. “La mujer que enloquece a Santiago”. “Una casa transparente, un país voyerista”. La noticia hizo eco y pronto también en el mundo: “Multitudes mucho más grandes que las que se manifestaron el fin de semana en favor del general (Pinochet) han congestionado las calles del centro de Santiago para observar a la mujer tomar una ducha en la casa transparente”, consignó el periódico británico The Guardian, que no titubeó en añadir: “Chile es culturalmente mucho más conservador que sus vecinos Argentina y Brasil. Desde el golpe militar de 1973, artistas y actores han sido considerados subversivos por los partidarios de Pinochet”. 

En España, en tanto, El País ironizó con el torpe destape sexual chileno: “Unidades móviles de televisión, emisoras de radio, ciudadanos de toda condición, hombres en su mayoría, aguardan impacientes ante la casa. En la calle, la multitud empieza a gritar: ¡En pelotas, en pelotas!“.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Daniella Tobar sitúa su peor recuerdo en el proyecto el miércoles 26 de enero, último día en que ingresó a la casa. “Había salido sola, volví y sufrí diversos agarrones. Esa tarde tuve que salir con Fuerzas Especiales”, relata a The Clinic. “Si alguien podía robarse un pedacito de mí y desgarrarlo, lo hubiera hecho. Había una animalidad que daba susto. Fue chocante. Era agarrar cualquier cosa; el pelo, la ropa, las piernas”. Más tarde, ese mismo día, Arturo Torres y Jorge Christie la llamaron para contarle que alguien había bloqueado el candado con un palo de fósforo y que no podían abrir la chapa de la casa. “Ellos temieron por mi seguridad”, recuerda hoy. Esa noche Daniella no volvió al centro. Tampoco a la siguiente. Durmió en La Florida, en casa de su madre. 

No pasó una sola noche más en la Casa de vidrio. Cuatro habían sido suficientes. 

***

Pienso en qué Chile era ese; en cuán irreprochable y respetada era la voz de la Iglesia Católica, en la fe ciega en la nueva institucionalidad política de la transición e incluso en la seguridad y confianza que proyectaba Carabineros tras una dictadura militar de 17 años. Pienso también en ese país que recién en 1998 tuvo una ley de Filiación que terminó con los hijos ilegítimos. En el que solo al siguiente dejó de condenar y llamar “sodomía” a las relaciones consentidas entre dos hombres, y en que los más progres intentarían abrirse tímidamente de lleno al debate laico y a una Ley de Divorcio que no llegaría hasta el año 2004, para el gobierno de Ricardo Lagos. ¿Qué otro efecto podía provocar entonces el desnudo de una mujer en pleno centro de Santiago de 20 años atrás, sino un festín voyerista y una cacería mediática?

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

El fallecido escritor y artista Pedro Lemebel calificó el proyecto como “hermoso”, pero decía que estaba “mal hecho”. Casi mordisqueó a un periodista que le preguntó si le gustaba ver a una mujer adentro de la Casa de vidrio, mostrando ser “tan normal” como cualquiera. “No puedo entender que se le contrate y use para eso. Quienes deberían haber vivido en ella eran los arquitectos y sus esposas”, lanzó la yegua en esos días. 

Al respecto, tanto Arturo Torres como Nivia Palma insisten en que no fue un propósito inicial que la casa fuese habitada por una mujer. “Nos era indiferente”, argumenta el arquitecto. “Lo central era la intervención del espacio urbano”, le sigue la abogada y académica. 

Tobar difiere: “Tengo la sensación de que era un llamado a actrices, ese fue el cartel que yo vi en la escuela de Teatro de Morandé 750”, relata. “Tampoco era raro que buscaran a una actriz y no a un actor, porque 20 años atrás e incluso hoy existe un sistema que es absolutamente patriarcal, machista y yo no sé si ellos (Torres y Christie) se lo habrán cuestionado o no, pero hoy en día, con todo lo que está pasando, podríamos hacernos la pregunta de qué poner adentro, si un hombre o una mujer o una persona transgénero. La pregunta hoy es súper válida, no sé si hace 20 años”.  

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Durante los convulsos días de fines de enero del 2000 aparecieron también los resultados de una reciente encuesta de la Fundación Futuro, acaso las únicas cifras y sondeos más oficiales en torno al proyecto: el 58% de las personas encuestadas, todas mayores de 18 años, aprobaba la Casa de vidrio; un 54,3 consideraba que la obra era de carácter cultural y no de exhibicionismo, como discutían los intelectuales más ahumados, y el 87% declaró que, más allá de si les gustaba o no, la performance debía ser respetada por su libertad de expresión. Un último dato arrojaba que un 62,7% creía que la casa era un aporte a la apertura de la sociedad chilena. 

Y lo fue.

Hubo tres acciones legales en contra de la Casa de vidrio: una denuncia anónima y otra presentada por Carabineros de Chile junto a un informe de la misma institución sobre los efectos del proyecto en el orden público, y una querella por cargo de “ultraje público” interpuesta ante el Segundo Juzgado del Crimen de Santiago por el abogado René Trincado, un simpatizante del grupo ultra conservador Provenir de Chile. Solo esta última fue acogida en tribunales.

“Fue bien difícil, pero ganamos”, cuenta Torres. “Fue un juicio importante y que generó una jurisprudencia nueva ante el derecho al desnudo no erótico ni erotizado. Lo mismo pasó con (el fotógrafo estadounidense Spencer) Tunick, cuya obra en Chile del 2002 también se pudo realizar en Chile gracias a esa nueva jurisprudencia. Significó un gran logro, a pesar de los costos que nos trajo a todos”, agrega.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

***

Días después de dejar la Casa de vidrio entre agarrones y gritos, Daniella Tobar partió silenciosamente a Valparaíso junto a un grupo de amigos actores, por sugerencia de los dos arquitectos y autores del proyecto. Ni siquiera alcanzó a sacar sus pertenencias.

“Dijimos que podíamos mantenerla unos días allá y que pudiera seguir ensayando su obra de teatro además, y al mismo tiempo alejarla de todo mientras se calmaba”, apunta Torres. Y agrega: “Ninguno de nosotros imaginó lo que estaba pasando en términos de reacción en Chile. No apedrearon la casa pero sí hubo mucha violencia de algunos mirones y los medios fomentaron en parte todo eso, mostraban a la Daniella duchándose, a quienes iban a mirarla y venía todavía más gente. Era una suerte de reality show pre realities show, pero más cruel, como un The Truman Show muy a la chilena”.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

“Fueron días difíciles”, reconoce hoy la actriz. “Por eso escogieron a una persona con buen manejo de las emociones. No era fácil enfrentarse a ese espejo, al chileno en su animalidad más fuerte y que solo se centró en el desnudo. La prensa y los periodistas contribuyeron a eso, y ahora que lo veo a 20 años creo que no pudo haber sido de otra manera tampoco. Si me preguntas si el proyecto fue un éxito te digo que sí lo fue, porque no dejó a nadie indiferente, pero me hubiese gustado que la discusión fuera a más cosas y más profundas que solo la hora de la ducha de una mujer. En ese sentido, aquí la discusión fue súper básica”.

Nivia Palma cree que si el proyecto se repitiera tal cual 20 o 30 años después, sería más polémico de lo que fue en el año 2000: “Más allá de la intención de sus autores, de alguna manera uno podría decir que sin estar conscientes se volvió a usar a la mujer como un objeto. Hoy día o en el futuro sería bastante más difícil e incorrecto hacer un proyecto como el Nautilus tal y como se hizo hace 20 años. Me consta que Daniella quiso ser parte del proyecto de manera muy activa, y ella lo vivió también de esa manera, como una obra artística, pero llegó un momento en que el acoso de la ciudadanía y su comportamiento fue tan impropio que ella se sintió, y con justa razón, muy atemorizada”.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

Tras varias horas paralizado por razones de seguridad, ambos arquitectos pusieron oficialmente fin al proyecto el 17 de febrero de ese año, a casi 20 días de iniciada de la obra. Daniella Tobar solo alcanzó a dormir cuatro noches al interior de la Casa de vidrio, pero solo días después ingresó el actor Víctor Ogaz –46 años, casado–, quien la habitó por menos de una semana. “El efecto y la expectación del público fue mucho menor”, concluye Torres. Y revele: Él y la actriz nunca se reunieron nuevamente para hablar de todo lo sucedido. 

“En la prensa se dijo que yo había renunciado al proyecto, pero no fue así. A lo que sí me negué fue a recibir a los periodistas a la semana o las dos semanas que el proyecto volvió. Sentí que su labor solo había aumentado el morbo y el voyerismo de la gente. Yo estaba en ese momento muy enojada, muy fastidiada del nivel de la prensa chilena. Y no ha cambiado mucho tampoco”, reflexiona Tobar. “Hoy un grupo de feministas podría boicotear la Casa de vidrio porque se podría llegar a malpensar que hubo una cosificación del cuerpo femenino, cosa con la que no estoy de acuerdo –agrega–. La cosificación no pasa porque tú te muestres en público. O sea, se habló hasta de pornografía. Yo me veo a mí ducharme, y creo que todos nos duchamos más o menos parecido. En ningún momento hice gestos ni posturas ni caras que pudieran tener relación con la pornografía. Eso fue bastante brutal. La mirada pornográfica es de quien lo ve, no de la persona que hace la performance, y creo que es mucho más pornográfico cuando salen chicas bailando en la televisión abierta o en publicidad de cerveza que lo que se vio durante esos pocos días en la Casa de vidrio. Digo, respeto que lo hagan, pero esa sí es cosificación”.

Foto: Arturo Torres y Jorge Christie, Proyecto Nautilus

***

Su fotografía de perfil de WhatsApp la muestra con el puño en alto y un pañuelo rojo en la cabeza. La imagen fue capturada hace unas semanas, cuando la actriz y otras chilenas llevaron la performance Un violador en tu camino de LasTesis hasta Perpiñán, la pequeña ciudad al sur de Francia y en la frontera con España, donde vive junto a su esposo y sus dos hijos, y donde se gana la vida además dando clases de castellano, mientras termina su doctorado en teatro latinoamericano. Allá no es conocida como actriz, dice. Mucho menos por la Casa de vidrio. 

Cada vez que pronuncia “El violador eres tú”, sin embargo, Daniella Tobar apunta también a esos antiguos y babosos demonios del centro de Santiago. Esos demonios de siempre y que nunca dejaron de parecerle tan familiares.

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