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Opinión

10 de Febrero de 2020

Columna de Josefina Araos: Ya no hay vuelta

Mario Desbordes. Foto: Agencia UNO
Josefina Araos Bralic
Josefina Araos Bralic
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La reunión de Mario Desbordes con representantes de la oposición generó escozor a ambos lados del espectro político. La reacción no deja de sorprender, considerando que en tiempos de crispación y polarización como los que vivimos, los esfuerzos por dialogar debieran ser motivo de celebración. Desde la izquierda, más de alguno expresó su molestia en redes sociales, apelando a un argumento que, tristemente, ya se ha vuelto lugar común en esta crisis: la “cocina”. El encuentro de Desbordes sería señal de que los políticos no han entendido nada; que se mantienen en sus estrategias noventeras obsoletas; que no logran comprender que ya no son tolerables los llamados acuerdos a espaldas de la ciudadanía. Pareciera a ratos que hacer política, con sus luces y sombras, se ha vuelto ilegítimo en sí mismo.

Sin embargo, lo más preocupante es la crítica proveniente desde la derecha, que revela con claridad las profundas dificultades que experimenta desde el 18 de octubre. Mientras Jacqueline Van Rysselberghe acusó a Desbordes de “llanero solitario” y de montar una “parafernalia” para ocultar el desorden de su partido, el gobierno advirtió que el diálogo debe “partir por casa”. Esto último llama especialmente la atención, sobre todo si recordamos el discurso de campaña y de los primeros meses del gobierno de Piñera, marcado por la llamada a construir una nueva transición, donde primaran los acuerdos y consensos. ¿No debiera esa convocatoria haberse vuelto aún más imperativa en el contexto de la crisis que vive Chile, y particularmente la clase política? Luego de semanas de desencuentros y tensiones provocadas por las sucesivas acusaciones constitucionales, el gesto de Desbordes y figuras de la oposición debiera ser leído como válvula de escape, sobre todo si consideramos que su foco de conversación fue el pacto social y la violencia. Ambas temáticas, que han enfrentado al gobierno y la oposición en las últimas semanas, serán fundamentales para la discusión política que tendrá lugar este año. Establecer ciertos puntos en común podría, de hecho, destrabar el debate entre ambos lados, algo que se le ha hecho particularmente difícil a un gobierno que goza de tan poco respaldo ciudadano. Pero en lugar de ello, su respuesta a Desbordes genera la triste sensación de que la segunda transición propuesta por Piñera no era convicción, sino un intento vacío por calmar las voces que le pedían más política.

Ahora bien, más allá de la valoración que uno habría esperado del gesto de acercamiento efectuado por Desbordes, la pregunta que surge es qué tan factible es para él responder a la solicitud de su sector. Dialogar internamente requiere consensos mínimos que no es tan claro que existan hoy en día en la derecha, la que todavía no tiene un diagnóstico compartido respecto de lo que ocurre en Chile desde octubre, y menos respecto del malestar que, desde mucho antes, incubó esta crisis. Que Desbordes actúe como llanero solitario exigiría una reflexión más detenida por parte de quienes lo cuestionan: ¿es posible sentarse a conversar con quienes leen el acuerdo de noviembre como una derrota, o una cesión hecha bajo presión? En alguna medida, el movimiento autónomo de Desbordes revela el tipo de fractura que existe hoy día al interior de la derecha, que debiera tomar conciencia de que su unidad no se mantendrá por evitar conversar con el adversario, sino luego de una profunda autocrítica y reflexión conjunta que, por el momento, no parecen estar realizando. La sentencia de Carlos Larraín, que cuestionó también al presidente de RN pues “ya no hay vuelta con la izquierda”, se devuelve dramáticamente contra ellos: la verdadera pregunta es si todavía hay vuelta en la derecha, y esa cuestión es una de las tareas más urgentes que el gobierno y el oficialismo tienen por delante. Quizás febrero pueda ser ocasión para ello.

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