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Opinión

13 de Febrero de 2020

[Columna] Los dragones también sangran

"Más allá de los disruptivo de este fenómeno, el contagio humano del coronavirus está golpeando directamente la imagen de Beijing, que se ha visto humano y políticamente sobrepasado para contener avance. Para un gobierno que basa toda una estrategia de control poblacional en la idea de garantizar seguridad a sus ciudadanos, un virus es de los peores adversarios posibles. Esto, pues muestra los puntos débiles del sistema (del control de la información o de la manera para enfrentar la epidemia) y también lo más crudo del sistema autoritario".

Sascha Hannig
Sascha Hannig
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La expansión del coronavirus es una prueba para la conectividad mundial y una amenaza para la imagen del régimen chino.

China, la nación que parecía no inmutarse ante los peligros mundiales, hoy enfrenta el profundo avance del coronavirus, un desafío que, como un dejavú del SARS en 2003, vuelve a ubicarla de manera infame en los titulares del mundo, demostrando que incluso los dragones sangran. Más allá de los datos que encierran a esta epidemia, —los que cambian tan rápido que para cuando acabe estas líneas, ya estarán obsoletos—, resulta necesario e interesante entender algunas de las claves sociales y contextuales que explican el rápido avance de este virus, y sus posibles —y preocupantes— consecuencias, por ejemplo, con la información limitada que el régimen provee al público.

2020 es, quizá, el peor y el mejor momento de la historia para que aparezca una pandemia de alcance internacional. En épocas anteriores, cuando la conectividad era limitada y el ser humano no tenía acceso a vías rápidas de transporte, las enfermedades demoraban siglos en propagarse de un extremo del globo al otro. Hoy, la disrupción en la conectividad es tal, que una epidemia —especialmente una con alguna etapa asintomática de varias semanas— se hace casi imparable. Y es que, con récords de casi 200 mil vuelos al día a nivel global, unos 130 por minuto, jamás se han movido tantas personas, de manera tan rápida. Sobre esta megatendencia mundial, la propagación del coronavirus comenzó a aumentar justo en una semana crítica para China: el año nuevo o fiesta de primavera. Se trata de dos semanas de vacaciones en las que se movilizan el triple de pasajeros en avión, de los que transitan en Chile durante todo un año, y donde se calculan hasta 3 mil millones de viajes. De hecho, se estima que solo de Wuhan habrían salido 2 millones de personas antes de la cuarentena. Es, sin lugar a duda, el peor momento para que brote una epidemia.

Sin embargo, esta misma conectividad hace que la comunicación y la investigación se hagan mucho más rápidas. Como diría Harari, de manera individual o secular, los científicos pueden hacer poco para enfrentar la epidemia, pero la cooperación y la acumulación de descubrimientos y conocimientos sobre los virus se están canalizando para poder encontrar la manera de frenar el alcance y consecuencias de la neumonía de Wuhan. Por eso, a diferencia de brotes en el pasado, como lo fue la catastrófica gripe española de 1918, esta es la mejor época de la historia para descubrir, de manera rápida y eficiente, la cura a esta enfermedad.

Más allá de los disruptivo de este fenómeno, el contagio humano del coronavirus está golpeando directamente la imagen de Beijing, que se ha visto humano y políticamente sobrepasado para contener avance. Para un gobierno que basa toda una estrategia de control poblacional en la idea de garantizar seguridad a sus ciudadanos, un virus es de los peores adversarios posibles. Esto, pues muestra los puntos débiles del sistema (del control de la información o de la manera para enfrentar la epidemia) y también lo más crudo del sistema autoritario.

En primer lugar, como un mal recuerdo del SARS en 2003, Beijing demoró varias semanas en tomar en serio la alerta de este brote, lo que permitió que el virus se propagase por varias zonas del país. La muerte del doctor Li Wenliang, quien había anunciado la presencia de la enfermedad en diciembre, es un recordatorio oscuro de las consecuencias de la censura.

Conociendo la forma en que el régimen controla el flujo de información, ¿En qué cifras debemos confiar para medir la escala e impacto del coronavirus? No lo sabemos, y no hay forma de saberlo tampoco. Hay al menos dos niveles de información que debieran estar funcionando. Uno de seguridad y estándares mínimos, y que requiere que Beijing entregue datos a la comunidad internacional —cosa que, como dijimos, no es su especialidad—, necesarios para que otros estados reaccionen y dimensionen la crisis. Otro es de tipo público, y es a lo que podemos acceder los ciudadanos. Las personas en todo el país han estado recibiendo mensajes directos del gobierno con recomendaciones sanitarias, e información sobre posibles movimientos del virus, además de advertencias para no salir ni encontrarse con otros. Sin embargo, no se les da mayor profundidad a dichas precauciones. Es cierto que las epidemias provocan histeria, y esta, mal controlada, puede decantar en una sobrerreacción de la población —como se ve ahora en Hong Kong con la escasez de recursos sanitarios—, pero ocultar cierta información vital para la correcta contención de la enfermedad, como lo acusó la OMS durante las primeras semanas del brote, demuestra cómo aquella faceta que en cualquier otra situación fortalece la autoridad del régimen, en esta lo debilita.

Pero, además, no hay total claridad sobre las medidas que se están tomando para enfrentarlo, más allá de los titulares propagandísticos, como el hospital construido en 10 días. De hecho, se han filtrado una serie de videos que dan a entrever la cara más autoritaria del régimen: no solo el control de la información, sino además la persecución contra los ciudadanos de la región de Hubei —siendo arrastrados forzosamente fuera de sus casas en la noche—, las condiciones de la cuarentena y el real alcance de esta enfermedad. Beijing parece estar desesperado por mantener control sobre su imagen internacional a cualquier costo, pero eso no ha frenado que este hito, que amenaza al sistema de orden y estabilidad, los haga reaccionar con una represión que habían ocultado bajo la cara del “gobierno eficiente y sostenible”.

Por supuesto, este hito, que era totalmente impredecible, tendrá consecuencias económicas directas para el país y para Xi Jinping, que ve amenazada tanto su credibilidad como el avance económico del régimen, que apenas estaba llegando a negociaciones con EE. UU. y enfrentaba los primeros signos de estancamiento. El impacto también afectará a Chile, que este año enfrenta un escenario de inestabilidad tanto interna, como en su comercio exterior. El coronavirus nos está haciendo ver que incluso las potencias, aquellos indomables dragones, sangran.

*Autora:
– Sascha Hannig, periodista, investigadora, novelista y máster en Comunicaciones UAI. Forma parte de la Fundación para el Progreso y sus principales ejes de investigación son la influencia de China en el mundo del siglo XXI y los efectos de la tecnología en la sociedad.

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