Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

24 de Febrero de 2020

Columna de Joaquín Castillo Vial: ¿Criminalizar el grafiti?

Pixabay
Joaquín Castillo
Joaquín Castillo
Por

La capa de pintura que la madrugada del miércoles sorprendió a quienes pasaban fuera del GAM —y que en días posteriores se repitió en otros puntos de la capital— encendió una gresca entre distintos sectores políticos, e incluyó fuego cruzado dentro de la misma derecha: el nunca prudente Ignacio Urrutia junto con otros diputados de la UDI terminaron pidiendo la renuncia del ministro (s) de Cultura al considerar que sus dichos avalaban la violencia. Lo cierto es que el episodio ha generado una interesante discusión acerca de la calidad artística de los rayados urbanos, además de la pregunta por el vínculo entre arte y política, esto último desde que la vocera de gobierno señaló que no es arte aquel que incita al odio y a la violencia.

No cabe duda de que nuestra actual crisis posee una enorme diversidad: conviven demandas legítimas con episodios de violencia brutales; al tiempo que se enarbola la bandera de la dignidad, miles de personas han perdido sus empleos y experimentado en carne propia la desaceleración de la economía. Las manifestaciones callejeras desde el estallido tienen dos caras equivalentes: mientras grupos masivos de mujeres protagonizan impactantes performances, grupos minoritarios se limitan a la pornografía al aire libre; y los mismos muros que acogen expresiones de arte espontáneo, crítico y muy lúcido con el momento histórico, están plagados de ofensas, incitaciones al odio y a la violencia. El centro de la capital, especialmente el barrio Lastarria, el GAM y sus alrededores, han sido un lugar privilegiado de la interacción entre manifestantes, vándalos, artistas, carabineros y todo aquel que haya circulado por el sector. Conviven a su alrededor las distintas fuerzas en pugna: la violencia callejera que destruye a su paso el patrimonio y los bienes públicos con la expresión de un anhelo masivo por un cambio en nuestro orden político.

¿Qué significan, en este contexto enrarecido, las capas uniformes de pintura que cubrieron sin distinción, y entre gallos y medianoche, los grafitis y los garabatos? ¿Por qué hubo, desde ciertos sectores, un afán celebratorio de una pintura uniforme que quería igualmente apropiarse, aunque con un signo contrario, de los lugares comunes que están en disputa? Al mismo tiempo, ¿por qué ciertas instituciones condenaron férreamente esa intervención no autorizada, siendo que nunca se manifestaron con igual fuerza cuando fueron apareciendo los primeros rayados? Para algunos, la pintura gris fue un intento por recuperar algo del orden y limpieza que hace más de cuatro meses desaparecieron del centro de Santiago; para otros, una censura inexcusable de la cual nadie, al parecer, ha querido responsabilizarse.

No cabe duda de que la gran mayoría de los rayados originales incitan a la violencia, son ofensivos y no permiten que esos espacios sean patrimonio compartido, y aquí no cabe enaltecer todas esas expresiones como si fuera gran arte. Si el ideal urbano es que la ciudad sea de todos, que algunos barrios estén tomados por grupos violentos que detienen el tránsito o que las paredes estén repletas de rayados pidiendo la muerte de ciertas personas está muy, muy lejos de ese objetivo. Especialmente grave es la situación de los miles de monumentos —estatuas, edificios patrimoniales, museos e incluso bibliotecas— que han sido rayadas, destruidas o quemadas. Al mismo tiempo, negar que pueda encontrarse en medio de todo el vandalismo la expresión de algo valioso es responder, valga la expresión, con una brocha muy gorda. Y peor aún: cuando la carga política de esta manifestación masiva está ciertamente escorada hacia la izquierda y en directa oposición al Gobierno, resistirse a ella con una uniforme pintura gris evoca, inevitablemente, a una sombra de nuestro pasado que nunca ha desaparecido del todo.

A ciertos actores de la derecha habría que recordar que todo arte tiene su dimensión política, y grandes creaciones poseen una carga subversiva que es poco comprensible para quienes solo están acostumbrados a las películas de Hollywood o a los ensayos de Harari (quizás también han leído las novelas de Jorge Inostroza, ¿no hay, ahí, una posible lectura política de la historia y de la realidad nacional?). Pero también habría que tener algo de honestidad para reconocer que la mayor cantidad de los grafitis y rayados son ofensivos, violentos y terminan degradando un patrimonio que necesitará una enorme cantidad de recursos para restaurarse. ¿No habrá una posibilidad de encontrar en el cuidado a la ciudad un punto en común?

Temas relevantes

#criminalización#Grafiti

Notas relacionadas