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Opinión

26 de Febrero de 2020

Columna de Aïcha Liviana Messina: Soledad y Territorio

Agencia UNO

¿Qué va pasar? Esta pregunta, que parece ser al menos uno de los acontecimientos de este año que inicia, ¿tiene una virtud política?, ¿o es solamente desoladora? Hoy, el centro de Santiago, ¿es un territorio de combate que abre a nuevas perspectivas políticas? ¿o es el territorio de una desolación tal que solo podemos decir “el desierto crece”, sin tener entonces más amparos o lugares donde fijarnos? ¿La soledad a la que remite la incertidumbre en la que estamos (¿qué va a pasar?) es o no política?

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Por

Aïcha Liviana Messina
Profesora titular, Universidad Diego Portales

De todo lo que se ha dicho desde el inicio de lo que se sigue llamando un “estallido social” (con esto decimos que el fuego prendió muy rápido, pero no decimos nada del fuego en sí, de su uso metafórico y real, y de las implicancias de la piromanía en los movimientos sociales), lo que me parece realmente novedoso es la pregunta “¿qué va pasar?”

Por primera vez me encuentro con sujetos que parecen haber depuesto las armas, que ya no saben, que ya no dicen, como en 2011, “esto es una revolución” o “esto es solo folklore” (¡gente que no sabría de educación!), que ya no saben y que sobre todo no saben dónde y cómo situarse. Por primera vez (al menos desde hace un tiempo), un movimiento social produce algo como una soledad existencial, pero verbalizada y compartida, y por lo tanto, en cierto modo, política. Esto, me parece, es insólito, es algo inaudito. En otra época, el asunto político (que no se distinguía de lo que significa “época”) se podía polarizar en unas pocas palabras, no necesariamente muy articuladas, pero que justamente servían para polarizar, para definir una doxa, una creencia colectiva, un lugar de militancia y una orientación: una “época del mundo”. En una determinada época, se podía decir: “libertad o justicia”, “revolución o conservación” (términos que no son necesariamente opuestos pero que actuaban como principios directivos y cuya diferencia formaba un conjunto) … Hoy día, a pesar de que en las manifestaciones de los sábados en la estación Escuela Militar se van levantando las banderas de los capitalistas contra los supuestos marxistas (!!), no funcionan las palabras dóxicas. Por esto de hecho, estas manifestaciones terminan con una pelea. La pelea no es por el contenido de las ideas, sino porque no consiguen su estatuto de ideas. Lo que está en juego, son palabras que, a lo sumo, pueden reunir personas de un mismo barrio. A su vez, la palabra “dignidad” que da ahora su nombre a una de las plazas centrales de Santiago, no es una consigna. Es casi el diagnóstico o una pregunta (desolada, sin territorio): ¿qué significa ser digno de la política?

Que el movimiento se haya iniciado al modo de un estallido, sin horizontes de sentido (como lo podría ser una demanda por justicia o igualdad), sino a través de un salto de torniquete, algo que podría ser una performance más que una acción sostenida por una agenda política, remite al hecho de que efectivamente este movimiento no se define (modernamente) en función de un proyecto. Pero si bien no hay horizontes de sentido (y esto es un asunto epocal), evadir el metro para poner en escena los múltiples tipos de evasión tiene su genialidad. Mientras no nos permite reenforcarnos (para esto necesitamos un horizonte, y no lo tenemos), dispone un escenario en el que nuestra ausencia de enfoque puede ser reflexionada de manera múltiple, quizás infinita:  si nuestra época se caracteriza justamente por su ausencia de sentido, ¿qué hacemos, políticamente, es decir en común, con esta ausencia? Es más: cuando ya no hay un principio rector, un sentido que sirve de agente ordenador, todo puede ser confundido. Es así que alguna/os política/os llegan a pensar que el metro – un servicio público – debe ser financiado por sus usuaria/os, no por los impuestos, es decir por una colectividad. ¡Que la/os trabajadora/es paguen para poder trabajar! Donde no contamos ya con un sentido que guíe, pero también que irrigue la lógica argumentativa, todo puede ser dicho. ¡La lógica funciona sola! Este escenario de una lógica desolada (abandonada a sí misma) fue abierto por el salto de torniquete, la proliferación semántica de la palabra evasión. Y la reflexión de esta desolación no tiene fin y no apunta solo al aparato estatal o gubernamental: la represión de estos últimos meses no es la expresión de una fuerza política sino, por el contrario, una debilidad en la que quizás habría que ahondar y que hace falta comprender (¿es la expresión de una falta de preparación de carabineros, de las debilidades de los servicios de inteligencia como alguna/os estipularon, o de una incapacidad por parte del govierno de relacionarse con el conflicto?, ¿es un problema político o un problema técnico?); a su vez, la violencia múltiple inherente o colateral al movimiento no puede ser comprendida en términos de medio necesario a la realización de un fin, justamente porque este movimiento no tiene un determinado o único fin. No impera en este movimiento social una unidad corporativa (la consigna que leemos a veces “más lesbianas menos pacos” no es solo el índice de una heterogeneidad de actores y actrices política/os sino que este movimiento surge, en su violencia, como una variedad de puntos de vista – que podemos o no compartir –  sobre la violencia). Por fin, que haya personas cobrando a los automovilistas en “plaza de la dignidad” ¿es un acto político o es un negocio? ¿es digno o indigno? ¿abre a un mundo común, o define nuevas lógicas territoriales, económicas y de poder? Y que el metro Baquedano así como muchos semáforos en Santiago hayan permanecidos sin funcionar, ¿es una señal de conquista?, ¿de humanización (ahora no hay máquinas sino seres humanos tratando de asegurar el tránsito)? ¿o de abandono?

Empero, el salto de torniquete abrió una espiral de preguntas más que una visión clara sobre el bien y el mal, y sobre lo que se viene.

¿Qué va pasar? Esta pregunta, que parece ser al menos uno de los acontecimientos de este año que inicia, ¿tiene una virtud política?, ¿o es solamente desoladora? Hoy, el centro de Santiago, ¿es un territorio de combate que abre a nuevas perspectivas políticas? ¿o es el territorio de una desolación tal que solo podemos decir “el desierto crece”, sin tener entonces más amparos o lugares donde fijarnos? ¿La soledad a la que remite la incertidumbre en la que estamos (¿qué va a pasar?) es o no política?

Por cierto, mientras seguimos en la incertidumbre, muchas cosas pasaron en este inicio de año, en este verano en el que muchas personas no fueron a veranear. Febrero habrá sido el mes de la territorialización y de la desterritorialización. Territorialización por el lado de la “sociedad civil” (si es que pueda llevar este nombre), en Escuela militar, donde se levantaron viejas banderas, que si bien no responden a ninguna coyuntura histórica, responden de la racionalidad de uno de los principales afectos políticos (¡gran productor de discursos!): el miedo. Desterritorialización por el lado de la política institucional: mientras algunos dejan la UDI, otros dejan el PS para fundar un nuevo partido, supuestamente más representativo del “estallido” (¿qué busca o no representatividad?), y otro se propone dialogar con la “oposición” (¿aún existente en estos términos?), arriesgando así ponerse en contra su familia política y ser considerado un “llanero solitario”.

Es más, mientras con mucha facilidad se dice que el movimiento social está desprovisto de lenguaje o de demandas precisas (¡tiene más de un lenguaje y de una demanda!), la desterritorialización de la política institucional da lugar a nuevas matrices hermenéuticas: quien había rechazado la propuesta de reforma de la constitución propuesta por Bachelet, ahora la reivindica (no tanto como un punto de partida sino como un punto límite), quien se relacionaba con la oposición como un enemigo político que le permitía definirse ahora necesita la oposición para seguir adelante. Estos cambios, estos desplazamientos, esta desterritorialización (que luego dan lugar a nuevas formas de territorialización) no son menores. Dan cuenta de que el movimiento social, aún en la ausencia de sentido que hace patente, ha modificado la base de todo acto de comprensión, de toda posibilidad de otorgar sentido. A su vez, esta modificación hace posible nuevas formas de escucha y de auto-comprensión. ¡Esto porque solo podemos ser nuevas lectoras y nuevos lectores y agentes hermenéuticos si nos desplazamos! Podemos escuchar una demanda si pasamos por un momento de soledad, si el partido, el barrio, la familia política o social ya no funcionan como construcción identitaria, como amparo que, tal como observa Daniel Matamala a propósito de la oligarquía (y cuando se trata de capacidad de escucha, somos todos y todas los oligarcas del sentido), son como casas sin ventanas. Asimismo, lo que es interesante e impactante no es que el movimiento social esté o no desprovisto de discurso (discursos siempre hay), sino que la desterritorialización que ha producido, la soledad a la que ha momentáneamente remitido, haya modificado la posibilidad misma de la comprensión política. Donde ya no hay un principio rector que determine el sentido, que lo irrigue, hay desplazamientos, desterritorialización, que también irrigan, pero tal vez de otra forma.

Por cierto ninguna propuesta política es viable si no se vuelven a fortalecer familias políticas, mundos de sentido, universos semánticos. La política no es asunto de “llaneros solitarios”. Pero la fuerza desterritorializante de un movimiento social que hace perdurar la pregunta ¿qué va pasar?, las posibilidades hermenéuticas a las que abre esta desterritorialización, este momento de soledad, permite hacer una diferencia importante: si bien, por un lado, no hay política sin familia política, por otro lado, confinada al territorio, a la familia, la política aún no es política. Lo que necesitamos hoy es “mundo”, no “territorio”. Es un acto de comprensión que, en ausencia de un sentido rector (de principio unificante) se refiera a lo “común”, no a la dimensión aun privada y casi an-historica de la familia. En ausencia de un principio rector, la política, tal como la lógica, se privatiza y enloquece. O bien los partidos no reflejan ideas sino intereses gremiales o de clases, tanto que un mismo partido puede afirmar ideas contradictorias (¡lo que no lo hace pluralista sino cerrado en particularismos, un modo de ser más provincial que plural!). O bien se afirman ideas sin partidos, como si se tratara de adherir a un bien transcendente, sin la historia (¡el mundo!) que hace posible su ideación. En ambos casos, la política se repliega en lógicas territoriales. Ahora bien, el territorio es cerrado. Tiene cables eléctricos o perros guardianes. Es privado y de alguna manera, aunque sea políticamente potente, es pre-político. El mundo en cambio es lo que la política debe crear y recrear en permanencia. Es su artificio. Es lo más frágil (porque es sin sustento) y es lo que da un sentido objetivo (aunque no duradero) al derecho y a nuestras instituciones. Es lo que irriga las palabras aunque sea de algo indeterminado. El mundo es el legado histórico y la necesidad de comprendernos siempre de una manera nueva. A falta de un mundo político, tal se comprará un arma y tal otro lanzará una piedra. La violencia es también la manifestación de algo que no hay.

Entonces ¿qué presenciamos en Baquedano, frente a la estación de metro no solo cerrada sino abandonada, y ahí donde ya no sabemos de quién fiarnos para transitar?, ¿un mundo común?, ¿nuevas lógicas territoriales?, ¿mera desolación?

La pregunta reviste una indudable urgencia pues si bien el no-saber, la incertidumbre humaniza, des-viriliza, abre por fin a una soledad que nos desplaza de estos territorios que a fuerza de protegernos y de anclarnos nos vuelven inmutables, miedosos y agresivos, la mera remisión a lo desconocido también nos desrresponsabiliza. En política, la violencia mesiánica no es una promesa de redención (de la humanidad). Por lo mismo, la pregunta “¿qué va pasar?” no puede (como la lógica) ser abandonada a sí misma: o bien la soledad que algunos y algunas vivenciaron al reconocer que todo es incierto volverá a encerrarnos en territorios, confinados y por ende privados, o bien conseguiremos desterritorializarnos hasta formar mundos políticos, con agendas que van más allá de estas polarizaciones entre capitalistas y marxistas (que ni siquiera tienen un anclaje histórico que las vuelva creíbles) y más allá de la fascinación por el Bien y el heroísmo. Para esto quizás, debemos reflexionar no sólo sobre la constitución y los principios que incluirá, sino también sobre nuestras instituciones, su funcionamiento y la historicidad que les es propia. Debemos pensar lo que haría posible un mundo político que no use la fuerza cada vez que se enfrenta a su debilidad y desde gramáticas que no terminen confinando en territorios. No entonces un nuevo comienzo, sino por fin una historia.

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