Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

2 de Marzo de 2020

Columna de Guillermo Pérez, investigador del IES: Yo desperté

Agencia Uno
Guillermo Pérez Ciudad
Guillermo Pérez Ciudad
Por

Hace tiempo que el monstruo tuitero quería faenar a Ernesto Belloni y hacerlo pagar todas sus culpas. El humorista lo tenía claro, y así lo dejó ver con un video que difundió en redes sociales un par de días antes de su presentación en el Festival de Viña. Belloni entró al escenario con la actitud horrorizada de un acusado que tiene la última oportunidad para salvarse de la guillotina. Fue una rutina triste, con poco humor, plagada de explicaciones y disculpas. Yo desperté, repetía entre lágrimas quien hasta ese día era uno de los principales representantes –sobre todo para cierto progresismo ambiente– del machismo y la homofobia.

Su actitud de “disparen, que ya estoy muerto” y la sumisión casi total al establishment de lo políticamente correcto recuerda, en parte, a las confesiones soviéticas de los años 30. En esos tiempos, los artistas –como el compositor Dmitri Shostakóvich, cuya historia está narrada magistralmente en la novela El ruido del tiempo de Julian Barnes– se podían mantener en la esfera pública siempre y cuando no incomodaran al Partido. El Che Copete no es Shostakóvich y el buenismo progresista claramente no utiliza los mismos métodos que Stalin, pero, guardando las proporciones, la lógica se desarrolla de forma más o menos similar: hay una verdad oficial y quienes se atrevan a ponerla en duda tendrán que pagar las consecuencias. Los policías tuiteros no asesinan, pero excluyen, destierran y, como dicen ellos, cancelan. Si Belloni no pedía perdón por sus pecados, arrodillándose ante los promotores del buenismo, lo más probable es que lo funaran hasta conseguir su jubilación de los escenarios.

Muchos de estos inquisidores están orgullosos de haber hecho recapacitar al Che Copete. Chile despertó, dicen, hemos logrado transformar a Ernesto Belloni en un ser humano respetable. Sin embargo, creer que matando al mensajero van a deshacerse también del mensaje refleja una ingenuidad que no deja de sorprender. Puede ser que, de ahora en adelante, el humorista se transforme (¿sinceramente?) en un ferviente defensor de ciertas minorías, o tal vez llegue a ser de esos militantes de Revolución Democrática que desprecian el amor romántico. Pero nada de eso refutará el hecho de que su humor fue (y sigue siendo) el reflejo de aproximaciones a la realidad que, con o sin él, continúan existiendo.

Por lo mismo, la conversión de Belloni no es tan importante como que sus verdugos hagan el ejercicio de preguntarse cuáles son las razones que explican el éxito que este tipo de humor ha tenido por décadas. En otras palabras, si el objetivo que se busca conseguir funando al Che Copete y a otros humoristas es combatir el machismo y la homofobia, la atención debiera centrarse no solo en exigir que quienes encarnan esos males asuman su cuota de responsabilidad, sino también en explorar los motivos de su enorme influencia en ciertos sectores de la población.

Insistir en el argumento de que nuestro país ya no tolera expresiones de este tipo es querer tapar el sol con un dedo: si algo nos ha enseñado la crisis social es a ser conscientes de que hay muchos Chile y que, querámoslo o no, cada uno valora las expresiones culturales de distinta forma. El país que se ve en las redes sociales es muy diferente del que le regaló las dos gaviotas al humorista, o de aquel que cantó hasta cansarse con Ana Gabriel.

Por último, humoristas como Belloni, con todo lo malo que tienen, son puentes que visibilizan los intereses de los sectores populares (y más allá), y funcionan como termómetros que permiten levantar la mirada hacia esos mundos tan alejados de los gustos refinados que abundan en Providencia y Lastarria. Borrarlos del espacio público, sin antes comprender cómo y por qué logran sintonizar con tanta gente, provocará que muchos de sus seguidores lo hagan a escondidas, riéndose bajito, para que no les llegue reto. Chile despertó, pero a ratos pareciera que solo lo hizo para quienes cumplen los estándares del buenismo y la corrección política.

Notas relacionadas