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Reportajes

7 de Marzo de 2020

“La prostitución del hombre”: Un adelanto del libro “Anarquía sexual, feminismo y homosexualidad” de Johanna Elberskirchen

Magdalena Antosz traduce y selecciona una serie de textos de Johanna Elberskirchen para editorial Paidós, sobre la búsqueda de la emancipación de mujeres y homosexuales en la sociedad, así también del cuestionamiento de la posición del hombre.

Por

La prostitución del hombre

También un sermón del monte – además, una lectura para mujeres

(1896)

Y serás un fastidio para todos los devotos y ateos.

Un título extraño, ¿verdad? También indignante, inmoral, ¿cierto? Más extraño, más indignante e inmoral es el hecho de que yo, una mujer, me permita ocuparme de este tema, de estas inmundicias humanas, particularmente masculinas, a las que se refiere el título. ¡Por supuesto! Pero, ¿cómo puede haber lugar para títulos como este? Es más: ¿cómo es posible que ocurran cosas como estas en el siglo que les pertenece, en el siglo tan elogiado y bendecido por ustedes, en el siglo de “importantes progresos”, de la “moralidad elevada”, de la “gran humanidad”? ¿Y cómo es posible que sean ustedes, la mayoría de mis lectores masculinos, tan desarrollados, morales y humanos, los que cometen estas inmoralidades, estas bestialidades? ¿No es lo más extraño, lo más indignante e inmoral? Pero ¿qué tengo que ver yo con su moral y su moralidad? Su moral no es mi moral y, con certeza, su moralidad no es la mía. Yo no quiero moralizar desde su perspectiva, sino desde la mía, completamente distinta. Desde una perspectiva que no surge de lo metafísico, sino que se basa en una subjetividad no condicionada. Por lo tanto, no esperen de mí objetividad. No pertenezco a los objetivos. ¡Al final, la objetividad tiende a validarlo todo, incluso a los parásitos y a los cerdos, incluso su moral y su moralidad! Pero la subjetividad no, yo no. Me asquean enormemente los parásitos y los cerdos. ¡También su moral y su moralidad! Con impaciencia y una implacable crueldad, ahuyento a los parásitos que me invaden, los aplasto; con ira y asco rechazo al cerdo que se me acerca. Ambos me desagradan, me repugnan, me amargan la vida, la perturban, la agreden, ambos son obstáculos, enemigos de mi vida. Por lo tanto, para mí, no tienen derecho a la existencia, al menos no a la existencia cerca de mí. ¿Que ustedes no son parásitos, que no son unos cerdos? ¿Acaso he dicho eso? ¿No fueron únicamente ejemplos? Obviamente. No quise decir nada más que esto: aunque no tenga nada que ver con su moral y su moralidad, tampoco las quiero ni puedo validar. ¿Será porque me repugnan? ¡Oh, no! Por ustedes solo siento desprecio y, a veces, la máxima compasión. No, es porque ustedes me afectan mucho a mí y a mi sexo, porque su moral y su moralidad agreden a la mujer, la asquean, le amargan y envenenan la vida, porque se meten en el corazón de su vida y obstaculizan su crecimiento y desarrollo, impiden su florecimiento, destruyen lo mejor de su vida. Porque su moral y su moralidad son enemigas, agresoras y perturbadoras de la vida de la mujer. En pocas palabras, no puedo validar su moral y su moralidad, ya que se dirigen contra la mujer y, por lo tanto, contra mí. Y desde este punto de vista más subjetivo y, por lo tanto, más firme, más resistente, más justificado, arrojo, a través de este escrito, una maldición ardiente sobre su moral y su moralidad, me opongo a ellas, les digo a ustedes, a los fuertes, los morales, los superiores, que su moral y su moralidad son débiles, inferiores e inmorales; les digo un no rotundo, privado de consideración alguna, lleno de intolerancia, de la más subjetiva repugnancia, desprecio e ira. Pero lo digo también con todo el desenfreno del espíritu libre, audaz y noble.

¿Cambiarlos a ustedes? ¿Mejorar la situación de la mujer? ¿Cómo podría siquiera atreverme a esperarlo? No, solo intento decir lo que aún no se ha dicho, ¡lo que nadie se atrevió ni quiso mencionar para, por casualidad, no exponerse a sí mismo!. Solo quiero comprometer lo que aún no se ha comprometido, ¡exponer su infamia, cobardía, hipocresía y debilidad! Ustedes, los fuertes, los superiores y morales son infames, cobardes, débiles e hipócritas. Y si eso me afecta, si yo, si la mujer tiene que tolerarlo, por lo menos ha de ser revelado. Entonces no intenten tapar su flaqueza con el abrigo complaciente de su moral. Les arrancaré ese abrigo con una mano firme e inquebrantable, y los expondré en toda su repugnante desnudez. Si la mujer lo debe tolerar, que por lo menos desde ahora no tenga que tolerarlo silenciosamente. Ya ha sido mucho tiempo. Hace ya demasiado tiempo que la mujer ha callado ante la miserable e infame superioridad masculina, hace demasiado tiempo que ha aguantado silenciosamente el enorme desprecio, la humillación, la depreciación de su sexo por parte del hombre. Durante demasiado tiempo ha cargado la mujer “prostituida”, sola y callada, con toda la culpa, toda la desgracia de la prostitución. Durante demasiado tiempo ha tolerado la mujer silenciosamente al cómplice de las prostitutas y ha permitido arruinarse físicamente a sí misma y a sus hijos por el hombre; ha permitido manchar su cuerpo, y destruir su alma. Hace ya demasiado tiempo que la mujer ha callado ante este escándalo, esta atrocidad, esta aterradora y repugnante inmundicia, ante la terrible, espantosa difamación contra la mujer, contra la humanidad; ante la ridícula, miserable, indignante, conmovedora y atroz farsa de su moral y su moralidad. Es hora de hablar, ¡no!, de gritar, para que se escuche, que resuene en sus oídos, en los oídos de los fuertes, los superiores, los morales. Que por lo menos ocurra eso, ese es el único propósito de mi escrito.

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