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Reportajes

11 de Marzo de 2020

Nabila Rifo: “La justicia es muy mala con las mujeres”

Emilia Rothen

La mujer a la que Mauricio Ortega -expareja y padre de sus hijos- le arrancó los ojos en Coyhaique, sueña con abandonar esa ciudad definitivamente y venirse a Santiago. A días de la marcha por el 8 de marzo, en pleno corazón de la capital, repasa sus últimos años, habla de feminismo y traza su camino hacia el futuro.

Por

—Nabila, estoy nerviosa— le confieso justo después de saludarla. 

—¿Y por qué está nerviosa? ¿Si es usted la que va a hacer preguntas?

Ella buscó mis manos y las sostuvo. Las tenía heladas.

—Todo va a salir bien— sentenció con una sonrisa.

Ahora sonreímos las dos.

Nabila Meliza Rifo Ruiz tiene 32 años y cuatro hijos, todos hombres. Dos adolescentes de 16 y 14 años y otros dos de ocho y siete, éstos últimos, hijos de Mauricio Ortega, su expareja y el hombre que le arrancó los ojos en Coyhaique, en el inicio del fin del mundo. 

Ha vivido en esa ciudad toda su vida, en la población Los Ciervos, arriba de la loma, dice ella. Cuenta que su día se inicia temprano, a las cinco de la mañana. Que le gusta hacer el aseo a esa hora, que aprovecha para ordenar la ropa de sus hijos y que pese a no poder ver, está orgullosa de reconocer todavía a quién le pertenece cada cosa. Cuando está lista con el orden los despierta, los manda a ducharse y les da desayuno. Después; directo a la escuela.

A veces, cuando el frío es soportable, sale. Visita a su mamá o su abuelo, que son los destinos más próximos y que su memoria recuerda a la perfección. Los días buenos, los días que tiene ánimo, decide ir un poco más allá y se pasea por el centro. A veces sale demasiado temprano, pilla todo cerrado y tiene que devolverse. 

Cuando habla de Coyhaique se aflige, se entristece. Cuenta que allá “puro se la pasa haciendo el aseo”, estando en la casa. Que quiere ser independiente pero que no puede estudiar braille por ejemplo, porque no hay escuelas en donde le enseñen a leer el mundo de esta nueva forma que no decidió, pero que a la que pretende hacerle frente.

Cuenta que al interior de su casa se ha fracturado partes de su cuerpo y que también se ha quemado. A veces se aburre de esperar que alguien la ayude y se decide a echar leña para hacer combustión y prender la chimenea, pese a los riesgos. “A veces tengo que echarle yo, porque no voy a estar pasando frío si no llega alguien. Lo único que me da miedo, de repente, es que salte una chispa y se queme mi casa”, dice. 

Es por eso que Nabila quiere, necesita irse de Coyhaique. Dejar los recuerdos y olvidar las rutas aprendidas de memoria para trazar otras. ¿Su destino ideal? A exactos 1692,7 kilómetros al norte, en Santiago. Pese al ruido, pese a la sensación de inseguridad y pese al calor seco, anhela conseguir esa autonomía que allá le parece tan esquiva. 

Al momento de esta entrevista Nabila se encontraba en la capital, en pleno corazón del centro. Desde el balcón de un departamento arrendado, en una especie de simulacro de su sueño, se escuchaban las micros y los bocinazos de la mañana, esos que para cualquiera podrían ser una molestia, pero para ella son síntoma de vida, de ruido, de agitación. 

“Ahora vinimos a Santiago y la que los guía soy yo, con mis recuerdos que tengo de acá. El metro, yo lo recuerdo. Ya sé dónde me puedo bajar, dónde puedo subir las escaleras. Acá es mucho más plano. Coyhaique tiene mucha escalera, entonces eso me da miedo. Acá camino mucho mejor. Si voy por un lado, ya lo conozco. Tengo muy buena memoria gracias a Dios. Por mi memoria me guío más que por todo”, dice orgullosa.  

Uno de los objetivos principales de este viaje era chequear cómo avanzaban las prótesis de sus ojos. Acá se enteró que el procedimiento y recuperación deben salir de su bolsillo, uno que hoy por hoy solo recibe ayudas esporádicas y una pensión de gracia de poco más de 300 mil pesos.

Estuvo hasta el ocho de marzo en la capital, un día histórico. Oyó desde la ventana el ruido de la masiva marcha que se tomó las calles. Se emocionó y escuchó repetirse a lo lejos “Y cómo, y cómo, y cómo es la hueá, nos matan y nos violan y nadie hace na’”.

Justo después de la conversación con The Clinic, Nabila tenía una reunión importante con el alcalde de Recoleta para acceder a una vivienda popular.  

Hace un tiempo iniciaste una campaña en donde denuncias que el apoyo estatal no ha sido suficiente, dices que te han dejado sola. ¿En qué te gustaría que te apoyaran?

-Bueno, venir a vivir acá a Santiago. Arrendar algo que yo pueda ir pagando de a poco, lo que sea. Desde que me pasó lo que me pasó, que no quiero decirlo, ha sido muy difícil para mí en todo sentido. De primera, había mucha solidaridad de la gente, mujeres y hombres, pero después, cuando mi expareja empezó a decir que era inocente, que yo lo había metido preso, la gente empezó a dudar de mí. A veces vendo ropa o cualquier cosa cuando me falta la plata y lo publico en redes sociales. Y ahí me atacan y me dicen cosas. Eso me molesta, me duele, me hace sufrir más.

Por otro lado, me empecé a enfermar. Desde hace como dos años paso invierno y verano enferma, me resfrío mucho. Allá en Coyhaique la temperatura es muy cambiante: un día hace calor y al otro hace frío. 

¿Qué hay acá en Santiago que crees que puede transformar tu vida?

-Acá tengo mucha gente que me quiere. Tengo más amigas, más apoyo y además siempre me gustó Santiago. Me gustaría estudiar en la escuela, ser alguien, no quiero ser una inútil, porque así es como me siento: inútil.

¿Y qué pasó? ¿Se fue desvaneciendo el apoyo que prometió darte el Gobierno?

-Cuando pasó lo que me pasó, desde el Senadis me donaron una plata para tener una cuidadora, que me ayudara a hacer las cosas, básicamente para que yo me pudiera manejar mejor. La cosa es que cuando fue, a mí no me agradó porque ella no hizo nada, solo estuvo sentada y estuvo menos tiempo de lo acordado. Con mi mamá fuimos y reclamamos. Después buscaron a otra persona para reemplazarla y no había en Coyhaique. Fue así como me dijeron que tenía que postular de nuevo, que tenía que buscar yo a alguien. Finalmente pasó el tiempo y no sé qué se habrá hecho esa plata.

¿Cómo fuiste estableciendo tu vida sin ese apoyo? 

-En realidad, yo estoy muy sola. No tengo el apoyo de ninguna red, excepto de la gente que me da mis pastillas, que es el Cosam de Coyhaique. Ellos son los únicos que siempre han estado preocupados por mí, de llevarme los medicamentos que estoy tomando para mi depresión, de tratarme con la psiquiatra. Ellos son los que siempre están conmigo. Aparte de eso, nadie más.

¿Te sientes abandonada por el Estado de Chile?

-Sí. Me siento muy abandonada por el Estado, incluso por la Ministra, porque le han dejado correos de mi parte. Ahora, antes de venirme desde Coyhaique una amiga mía se trató de comunicar y ella no responde. La otra vez cuando me quebré el pie en mi casa por no estar acondicionada, ella dijo que se iba a preocupar de mí, que lo mejor para mí, y no, no pasó nada. 

A raíz de lo emblemático que fue tu caso en cuanto a violencia de género, ¿sientes que debieron protegerte más?

-Sí, el Estado tenía que cuidarme. Yo demandé a Mauricio por daños y perjuicios para que me indemnizara por el daño que me hizo a mí y a mis hijos. Cuando él supo eso, decidió traspasar su casa. Entonces, a mí me pusieron un abogado del ministerio que se equivocó en hacer unos documentos al principio, y una nueva abogada que me está apoyando dice que está atada de manos porque el proceso partió mal. Entonces yo no voy a recibir nada. A mí me angustia porque tengo cuatro hijos, que cada día están creciendo y que algún día van a ir a la universidad. Yo no sé qué voy a hacer con eso, porque por ahora no puedo trabajar, no puedo hacer nada, por más que lo intente.

¿En qué te sostienes hoy?

-Lo que más me sostiene y me tiene en pie son mis hijos. Ellos son lo único que tengo. De repente yo estoy enferma o me duele la cabeza y siento que necesitan algo, que quieren bañarse, que quieren hacer algo. “Mamá, juguemos, miremos tele”, me dicen. Aunque esté mal. Y yo siento que tengo que estar ahí y me levanto. O si quieren comer algo, por ejemplo. Yo todavía les preparo queques, solo que alguien me los tiene que cocer. El otro día estuve haciendo empanadas, pero tampoco puedo freírlas, alguien tiene que ayudarme. Todo lo puedo preparar, pero en la cocina me da miedo porque puedo tener un accidente. De repente trato de salir a los columpios, pero ando bien abrigada porque me enfermo rápido. Me gustaría hacer una vida normal para que ellos se sientan felices, ellos son lo único que tengo para mí, mi único levante son ellos y me dan lástima, porque ellos están (su voz se quiebra)…. Su mamá está ciega, su papá preso. No tienen a nadie. 

Sí, pero ellos sienten tu ejemplo y resistencia. Es una lección importante la que les estás dando.

-Ellos todos los días se sienten orgullosos de mí. Cada día me dicen que yo puedo hacer cosas y que hago cosas. Que soy inteligente. Porque cuando pierden algo, ahí estoy yo y lo encuentro. Los guío. 

¿Qué significa hoy Coyhaique para ti? 

-Coyhaique es donde yo crecí, donde he pasado de todo. Donde también nacieron mis hijos y tengo a mi mamá, un poco de mi familia. Pero ahora, en estos momentos yo tengo que pensar en mí y en mi salud, porque si yo no estoy bien, mis hijos no van a estar bien y yo no pienso vivir enferma por el frío todo el tiempo. Ni con miedo a quemarme.

¿Y qué representa Santiago entonces?

-Mira, algunos dicen no, que Santiago es aquí que es acá, pero Santiago tiene sus partes, como Coyhaique, como todos lados. Está lo bueno y está lo malo, pero uno tiene que tratar de vivir con eso. Además a mí me gusta el calor. El otro día, toda la gente alegaba porque hacía calor, pero para mí es muy bueno el calor. Los ruidos también, me hacen sentido, porque ser ciega y no escuchar a nadie, ni siquiera un ruido en la calle, como es allá, es como estar viviendo en un túnel, en la oscuridad. Hay días en que mis hijos se van a la escuela y yo quedo totalmente sola. Acá tengo más amigos, gracias a Dios me he hecho de muchas personas que me quieren más que mi propia familia. Que se preocupan por mí, que saben que yo llego, que me van a buscar, me están llamando y preguntándome cómo estoy, que me acompañan al médico.

MAMÁ, TÚ ERES RARA

Cada vez que la prensa conversa contigo,  inevitablemente se vuelve a repasar lo que te ocurrió ¿Qué te provoca revisitar ese lugar una y otra vez? 

-No sé. Ya he perdido el miedo ya. Ya no me provoca susto ni miedo ni rabia. Como se dice, ya lo perdoné, sé que solamente Dios castiga. Creo mucho en Dios y sé que él es justo. Y pienso que si él me dejó ciega, es por algo. Justo ayer me pasó algo. Mis hijitos nunca me habían preguntado qué me había pasado. “Mamá, tú eres rara”, me dijo uno de mis hijos. “¿Por qué?”, le pregunté yo. “Porque hay mucha gente que es cieguita pero tiene sus ojitos o los tiene como dados vuelta, no sé. Y tú no tienes nada”, me dijo. Y yo le dije: “mira hijo, lo que pasa es que a mí me sacaron mis ojitos”. Entonces me empezó a hacer preguntas, a preguntarme quién había sido y yo le cambié de tema. Yo quiero que él sepa, porque algún día él va a crecer y le van a decir, sabes qué, este es el hijo de la que le sacaron los ojos, porque así es. Allá en Coyhaique así dicen. 

Hay un dicho que dice que nadie vuelve del infierno con las manos vacías. ¿Cómo aplica para ti? 

-Yo cambié mucho y aprendí mucho de esto. Esto fue un golpe muy duro, porque yo antes era muy buena persona. Yo ayudaba a cualquiera, era buena de corazón, pero en el fondo, cuando a uno le pasan las cosas, hay gente que habla de ti y que ni siquiera te conoce. También uno se da cuenta de que en el fondo uno no está sola. Todo lo contrario de lo que me decía él (Mauricio Ortega) cuando estábamos juntos. Él me decía “no, si tú estás sola, nunca vas a ser nadie, nunca vas a salir adelante”. Y pienso que esto también es un ejemplo para todas las mujeres. Justo hoy día en la mañana estaba escuchando una noticia, la de una chica que perdió la vista por una bomba lacrimógena. 

Sí, Fabiola Campillai. 

-Creo que ella fue. En la mañana estaban dando esa noticia y ella dijo que tuvo que  empezar todo de nuevo, que (quedar ciega) es como nacer de nuevo y yo creo que es verdad. Es como nacer de nuevo. Aprender de nuevo a ir al baño, aprender a caminar de nuevo, tocar todo de nuevo y uno pierde años de su vida, porque de alguna forma uno queda en el pasado, uno se queda en lo último que vio. 

¿Cómo recuerdas tu vida antes de lo que te ocurrió?

-Lo más hermoso que recuerdo fue cuando una vez llevé a mis hijos a la playa, cuando jugaba con ellos, era una mamá muy preocupada. Incluso, el mismo día que me pasó eso (el ataque de Mauricio Ortega), al Kevin le faltaba un disfraz y era el único que no tenía, entonces yo me desesperé y se lo fui a comprar, se lo cambié en la escuela y me fui. No pensé que esa iba a ser la última vez que lo vería. Entonces, de ahí me fui con Mauricio, que era más chico y me lo llevé en brazos. Pasé donde mi mamá, fui a ver a mi abuelito y, como nunca, los visité a todos. Sería porque (piensa un rato)… No sé… Mi vida siempre era de hacer cosas como mamá, andar para allá y para acá, porque imagínese, con cuatro hijos uno tiene que ser rápida. Ahora tengo que tener paciencia para todo, saber esperar, de repente eso es lo que me hace llorar y frustrarme. Sentirme inútil. 

¿Sientes mucho esa sensación de frustración?

-A veces. Me pasa que cuando quiero hacer algo rápido, por ejemplo, lavar loza y me demoro. De repente quiero cocinar. Me cuesta barrer mucho, a veces dejo la mitad de la mugre. No salir a la calle sola también, porque me da miedo caerme. Todavía no me han enseñado cómo moverme con el bastón. Y aunque lo he intentado tampoco puedo, porque allá en Coyhaique es como un cerro, sube y baja.

¿Te sientes consciente de lo que representas para Chile, para muchas mujeres? ¿Has podido pensar todo este episodio de tu vida de esa forma?

-Sí, yo lo veo así. Lo que más me gustaría es meterme en algún grupo feminista. Dar charlas, ir a marchas, apoyar mucho a la mujer, por eso también me gustaría estar acá. Para apoyarlas, para decirles cómo se empieza de a poco y cómo se termina. 

¿Cómo el feminismo ha llegado a tu vida?

-Las mujeres feministas han sido un apoyo muy grande para mí, porque cuando pasa algo y yo estoy en Coyhaique, ellas al tiro se manifiestan y luchan, sobre todo cuando salió lo del libro (“Los ojos de la verdad”, publicado por editorial Planeta y a los pocos días sacado de circulación), ellas fueron allá y reclamaron, siempre están conmigo. Siempre me dan su apoyo, incluso en el juicio, algunas de ellas se dieron el tiempo y fueron a apoyarme. Cuando estuve acá en el hospital igual, cuando me quebré, igual fueron todas a verme. Por eso yo les doy muchas gracias a ellas y gracias a Dios porque haya mujeres así, que se pongan en el lugar de otra.

¿Te salvó darte cuenta que no estás sola?

-Sí, yo antes nunca miraba mucha televisión, no entendía mucho. Me daba pena cuando escuchaba que mataban a alguien, pero nunca pensé que a mí me iba a llegar a pasar algo así. Yo sé que todas tenemos pecados, pero yo hubiera preferido que me hubieran dejado inválida, sin un brazo, no sé, pero para mí la vista es todo para una persona y a mí me arrancaron los ojos. Me hubieran dejado uno, no importa que hubiera pasado esta crisis, pero hubiera (se quiebra de nuevo)… Eso es lo que todos los días me frustra, haberme quedado sin vista. También pienso que todavía hay mujeres que están ahí metidas (en relaciones tóxicas). Ayer conversé con una persona que me contó que tuvo que soportar mucho a su marido, que le pegaba a sus dos niñitos, que incluso abusó de ellos, hasta que ella se retiró de la casa y ahora está viviendo sola. Yo pensaba en ese extremo de esperar que abusen de tus niños… No sé, a mí me da pena eso. Gracias a Dios a mis hijos no les pasó nada porque siempre los protegí, pero nunca dejaba a mis hijos con ningún hombre. 

 ESTADO VIOLADOR

Quizás una de las cosas más emblemáticas de tu caso, fue el tratamiento que recibiste por parte de la justicia. ¿En qué crees que falla el sistema judicial cuando se enfrenta a casos de violencia de género?

-La justicia es muy mala con las mujeres. Por ejemplo, mi caso no fue considerado un femicidio frustrado. Fueron a la Corte Suprema, apelaron y ahora quedó como lesiones graves, gravísimas y le rebajaron una pena. Imagínate ahora hace buena conducta. A veces pienso que a lo mejor puede salir en un tiempo más. Y eso es lo que más rabia me da, porque a las mujeres las matan, les hacen un daño irreparable y después ellos salen y uno como que queda desprotegida. A nosotras nunca nos van a pagar, ni con millones ni con cosas, porque una queda así para siempre. Y ellos con diez, con veinte años de cárcel, no les pasa nada. Debería ser más la pena, debería de haber más cargos contra los hombres que les hacen eso a las mujeres, deberían preocuparse más de las medidas de alejamiento. 

¿Te enteraste de la performance de LasTesis? 

-Sí. Me pareció muy lindo y me gustó mucho, esa es la verdad. 

¿Crees que el Estado es un macho violador?

-Sí, yo pienso que sí.

¿Por qué?

-Porque el Estado es el que tiene que mandar y ellos se quedan así, como tapando todo. El Estado no hace bien su trabajo, no hay justicia con las mujeres. 

¿Qué lección sientes que dejó tu caso de violencia de género al país? 

-No sé si habrá alguna lección dando vuelta en esto. 

¿No crees que se haya aprendido algo de todo lo que te ocurrió?

-No. 

EL MIEDO YA LO PERDÍ

Hoy tienes una pareja, te acompaña ahora en Santiago. ¿Cómo fue para ti volver a construir un lazo de confianza con un hombre después de todo lo que viviste?

–Bueno, yo siempre tengo esa desconfianza o estoy a la defensiva. Y si estoy con él, es porque él ha tenido mucha paciencia conmigo. Él más que mi pareja, ha sido un amigo, me ha cuidado. De repente cuando yo le pido algo o tengo hambre, él me lo sirve. De repente me da mis medicamentos, me anda trayendo, es un buen compañero conmigo. Cuando yo estoy aburrida, él como trabaja de maestro en carpintería, me invita a que hagamos algo juntos y yo le ayudo a hacerlo, para que no me sienta tan inútil. Que sostenme esto, que ayúdame a martillar, que pone esta cosa para allá, entonces yo me siento bien así. Es muy preocupado también por mis hijos, me ayuda a cocinar cuando yo no puedo, cuando estoy cansada. 

¿Qué ejemplo te gustaría dejarles a tus hijos?

-Mi enseñanza es que ellos salgan adelante y ellos estudien. Yo todos los días les digo, ustedes tienen una mamá que es muy inteligente, porque yo les he demostrado, yo les salgo a comprar sus cosas, les sé los gustos todavía y eso que han crecido, yo siempre los pienso como la última vez que los vi, cuando eran bebés. Y les digo que ellos sean buenos, que cuando tengan una pareja la respeten, que también ellos se hagan respetar, que sea de mutuo respeto, porque algún día ellos van a crecer y van a hacer su vida. Pero yo no quiero que algún día ellos le hagan daño a nadie. A los cuatro siempre les dije “Yo me he sacrificado por ustedes, ustedes tienen que ser unas buenas personas”. Y me lo han demostrado.

¿Con qué sueñas hoy? 

-Yo pienso venirme a vivir acá a Santiago, ese es mi sueño. Yo creo que de antes también fue mi sueño, porque acá hay más oportunidades y ahora que yo quedé discapacitada, en mi ceguera, yo quiero ser una persona. Me gustaría, en unos años más ser una persona útil, que por último aprenda a desenvolverme sola. Cosa que en Coyhaique, donde yo nací, no puedo. Ese es mi sueño, ojalá algún día ir a pescar, salir a la calle e ir a comprar. No tener miedo por eso. Bueno (se corrige)…  el miedo ya lo perdí cuando me pasó eso. Ahora yo no le tengo miedo a nada, porque yo digo: ¿qué más me pueden hacer? El peligro está en todos lados, no solo acá, está en todas las regiones, en cualquier parte, incluso en mi casa.

Tengo una última pregunta que espero poder expresar bien. Después de todo lo que has pasado, de todo el camino recorrido, toda la violencia que viviste ¿Crees que alguna vez podrás abandonar el lugar de víctima y armarte nuevamente? 

–Yo pienso que sí, que soy víctima, pero ahora, ya no tan víctima tampoco… 

¿Y por qué “ya no tan víctima”?

-Porque yo he salido adelante y ahora yo me he empoderado más, me he empoderado y ya no me siento así.

¿Hay algo que quieras expresar y que yo no te haya preguntado?

-Bueno, me gustaría expresar a todas las mujeres que todas podemos salir antes de que nos hagan más daño. Porque yo de ahí (su relación con Mauricio) pude haber salido. A veces te ruegan, dan lástima, entre medio hay hijos, uno se queda pegada y de repente como que no hay apoyo, como que nadie te dice “oye, vente a la casa, quédate unos días acá”. En ese momento yo no lo tuve, pero ahora hay muchas redes de apoyo para las mujeres que te impulsan a salir adelante. Además me gustaría decir que uno sin un hombre puede hacer muchas cosas. El hombre sí, es un compañero, no todos son malos tampoco, pero no hay que dejar que nadie nos haga daño, en ningún sentido, ni psicológico ni nada, porque nosotras las mujeres valemos mucho y todas valemos por igual.

***

Días después de esta conversación llamé nuevamente a Nabila. Quería saber cómo le había ido en la reunión en Recoleta. Ella ya estaba instalada en su casa en Coyhaique, había llegado el día anterior desde Santiago. Al otro lado del teléfono dice que está contenta, que tiene algo que agregar a la entrevista. 

—Me fue bien, pronto me voy a ir a vivir a Santiago— cuenta ansiosa.

—Qué buena noticia, Nabila— le respondo. —¿Y cuándo te vendrías?—

— Quedaron de avisarme esta semana.

— Y al final tenías razón pos, Nabila. Todo va a estar bien.

*Si estás viviendo violencia de género o eres testigo y necesitas orientación puedes llamar al teléfono 1455. Es anónimo, gratuito y atiende todos los días las 24 horas. También puedes comunicarte al 149, el Fono Familia de Carabineros. Para más información ingresa al sitio de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres.

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