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Reportajes

31 de Marzo de 2020

Diario de 16 días con coronavirus

En Chile, hasta el cierre de este texto, hay casi 2.800 contagiados con coronavirus. Cada número de esa lista es una historia. Como la de María Luisa Labarca (49), quien lleva dos semanas con Covid 19 positivo. Tuvo fiebre, tos y malestar general, pero no alcanzó a tener dificultad respiratoria. Se ha ido recuperando aislada en su propia casa, desde donde conversó con The Clinic sobre estos días de virus, confusión y claridad.

Por

Domingo 15 de marzo: Desperté con un dolor de cabeza súper grande. Tenía malestar en todo el cuerpo, los brazos, las piernas; me sentía rara. “Gonzalo, me siento mal”, le dije a mi marido. Desde hacía varios días que ya estaba con el tema del autocuidado. Desde la semana anterior andaba saltona con que ojalá no saludáramos a nadie, solo hola, hola, chao, chao; y trataba de evitar lugares con mucha gente. Decidimos hacer una cuarentena voluntaria en la casa. Mi hija de 19 años estaba entrando recién a Ingeniería Comercial. Mi marido había empezado a trabajar a distancia para su empresa de tecnología. Y el viernes 13 le dijimos a la Gloria, que trabaja con nosotros hace más de 20 años, que no viniera más. Ella quería venir, pero sabe que no va a perder su trabajo y le vamos a seguir pagando. Sé que ese miedo está en mucha gente y eso me parte el corazón. 

Ese domingo en la tarde me empecé a sentir peor y me dio fiebre. Me dolían los hombros, los brazos, la espalda, los oídos. No sentí que me estaba ahogando ni me dolía el pecho, por eso descarté que fuera coronavirus. Eran síntomas de una gripe. Así es que me fui a acostar y mi marido me dijo que se iba a dormir a la pieza de arriba. Me dejaron aislada en la casa por si acaso. Ya tenía tos y mucha congestión nasal. 

Archivo personal María Luisa Labarca

Lunes 16 de marzo: Sentía como si me hubiera pasado un tren por encima. Me despertaba para comer y seguía durmiendo. La fiebre empezó a subir hasta 38. Empecé a llamar al teléfono del Minsal. Llamé todo el día. Colapsado. En la tarde fui con mascarilla a la Clínica Alemana. Estaba lleno. Me dijeron que el tiempo de espera era de cinco horas. No me daba para quedarme, me sentía mal, así es que me fui. En la noche pude comunicarme con el número del Minsal. Me preguntaron si estaba con fiebre sobre 38 grados, si tenía tos con flema, con quienes había estado, si había viajado. Era obvio que lo tenía, pero no había estado con mucha gente ni habia salido fuera del país. Estaba muy confundida. Era tan poca la información… estaba asustada, pero hasta ese momento convencida de que no era coronavirus, no sé si por un tema de negación o qué. 

Miércoles 18 de marzo: Como todo el martes estuve con 38 de fiebre, que se bajaba un poquito con paracetamol pero no se pasaba, a las seis de la mañana volví a la clínica. Ahí me atendieron y me hicieron las preguntas de rigor: si viajé a un país de alto contagio, mis síntomas. Me hicieron examen de influenza y de coronavirus: el de influenza es con un cotonito por la nariz; el de coronavirus es por la boca. De vuelta en la casa, seguí en mi aislamiento con paracetamol. Me sentía pésimo. Dormía y dormía. De repente veía twitter, me daba solo para leer cortito. El 2015 yo había tenido la N1H1 y me sentía muy parecido a esa vez. A cada rato hacía un ejercicio: me aguantaba la respiración por diez segundos y botaba el aire. Si tosía, era porque estaba con problemas de pulmones. Pero no. No tenía nada. 

Viernes 20 de marzo: Supe el resultado en la mañana temprano. Era Covid 19 positivo. Me llamaron de la clínica para informarme. Me dio una reacción bien irracional: agarré un paño con cloro y empecé a limpiar perillas, enchufes, bases, cubiertas. Llamé a todas las personas con las que había estado 14 días hacia atrás. Les avisé que tenía coronavirus y que tenían que hacer cuarentena. Me llamaron de la Seremi de Salud para saber cómo me sentía y pedirme los datos de esas personas y contactarlos también. En la tarde, me volvieron a llamar de la clínica. Fue poca la información: solo para saber si necesitaba licencia médica. Me dieron recomendaciones de hacer reposo, tomar mucho líquido y paracetamol. Si me complicaba, tenía que volver. Y me dieron un instructivo del Minsal. Me sentí confundida. Hay tanta desinformación, nadie sabe nada. No sé si me puedo volver a contagiar ni cuánto tiempo tiene que pasar para no contagiar a nadie… se dicen tantas cosas. Le conté a mi familia, a mi hija, mi marido, mi mamá y mantuvimos la cuarentena y mi aislamiento dentro de la casa. 

Archivo personal María Luisa Labarca

Sábado 21 de marzo: Ya no tenía fiebre, se me había pasado el jueves. Me sentía un poco mejor, aunque todavía estaba apaleada. A mi hija ni la he visto de lejitos; ella está en la suya, con clases en línea de la universidad. Mi marido se ha tenido que hacer cargo de la casa y cocinar. No está acostumbrado, pero todos los días hace un menú y nos pregunta por el chat qué nos parece. Nos ha servido mucho la parrilla a gas: ha tirado hamburguesas, pimentones, huevos y pescado. Ha hecho cuscús también. Él me trae la comida, con mascarilla, y nos vemos de lejos. Yo ventilo mi pieza y cambio sábanas día por medio. Voy a la cocina cuando no hay nadie, con mascarilla, las manos lavadas y tengo todo separado para mí: taza, vaso, plato y cubiertos. 

Archivo personal María Luisa Labarca

Mi familia me mira de lejos, es un miedo normal de no contagiarse. Igual nos echamos de menos. Con mi mamá hablamos todos los días por whatsapp y me dice que me tome los remedios, el paracetamol. Está más atacada que yo, me pide que me cuide. Para los viejitos es más difícil estos tiempos modernos porque no manejan tanto la tecnología. Mis perros Jack y Eli vienen a verme, pero no los quiero tocar mucho. Tengo un termo y todo el día tomo té de limón con miel y jengibre. Se supone que el jengibre te despeja, te protege. Capaz que no sirva para nada. Tomo mucho líquido, también vitamina C, probióticos. Y hago mucho reposo. Dormir es fundamental. Yo no duermo mucho, con suerte seis horas, y siempre estoy en pie temprano. Pero ahora me permito dormir, para recuperarme.  No siento miedo, pero sí angustia de no saber cuánto va a durar esta cuestión. Lo otro que me angustia es que fallezca mucha gente. 

Lunes 23 de marzo: Tengo un chat con compañeras del colegio y supe que a una le dio coronavirus también. Venía de Italia, pero a ella se le complicó y tuvieron que internarla en la clínica porque le dio neumonía. Yo todo el tiempo pienso que no se me va a ir a los pulmones, pero igual cuando supe lo de esta compañera me asusté. Aunque no le dije a nadie. Son rollos míos y no quería preocupar a los otros. Creo que mi estado de ánimo no está muy bien todavía. De los tres que estamos en la casa, me tienen como la virulenta. Me siento rechazada, pero en el fondo sé que está bien. Lo que pasa es que una también quiere sentirse más apapachada; en vez de eso, te echan porque nadie se quiere contagiar. Mi marido y mi hija me hicieron el quite. Les dije: “Saben qué más, váyanse a la…”, pero no alcancé a decir mierda. Levanté mi dedo índice, apunté para arriba y me devolví a mi pieza. 

Martes 24 de marzo: Todavía me siento débil. Me volvieron a llamar de la Seremi de Salud para confirmar si les había dado los teléfonos de las personas y sus datos y me dieron recomendaciones de cómo desinfectar. Según ellos, tengo que estar aislada hasta el 3 de abril. Decidí publicar por twitter que tenía el virus, porque siempre me llamó la atención que no hubiera entrevista de alguien que estuviese enfermo. Como si fuéramos un ente, un tabú. Lo tuiteé y la gente fue súper buena onda; me mandan ánimos, cariños, y hasta una vecina que tuve hace seis años me llamó. Recibo buena onda. Después empezaron las preguntas. No puedo ser irresponsable: como no soy médico, solo respondía lo que había pasado en mi caso. Lo que más preguntan son los síntomas, cómo me contagié, cómo he ido evolucionando y preguntas específicas acerca de la tos, de la fiebre. Lo publiqué porque estar contagiada no es delito. No robé, no hice nada, solo me enfermé. Malo sería lo que hizo este cabro que fue a Temuco en bus, sabiendo que se había hecho el examen. 

Miércoles 25 de marzo: He visto a mis amigas por una aplicación que se llama Houseparty. Nos ponemos de acuerdo en la hora y ahí estamos. Una de mis amigas creía que su marido estaba contagiado porque tenía síntomas. Otra había estado viajando por la India y estaba terminando su cuarentena. No había podido ver a su papá porque es de alto riesgo. Una que vive en Washington contaba cómo se estaba viviendo allá, que los gringos arrasan con todo cuando salen a comprar. Me preguntaban mucho por los síntomas, qué se sentía. La gente piensa que altiro te da neumonía y te mueres en pocos días. Pero se quedaron tranquilas de verme, porque me vieron bien, nada aterrador. Por eso le respondo a la gente que me pregunta: no todos van a tener síntomas, no todos van a tener neumonía tampoco.

Jueves 26 de marzo: Me levanté. Ya llevaba muchos días en pijama. Pero igual estoy echada en la cama y en aislamiento. Cada día estoy mejor, pero aún no me siento al 100%. Tengo corta la capacidad de la neurona para concentrarme, pero tengo unos libros para leer: “Aún Tenemos Patria” y también “La Aventura de Ser Pareja”. Veo un poco de noticias. Escucho música. Me pongo a revisar cosas, ordeno un cajón. Vuelvo a dormir. 

Siento que esto del coronavirus nos ha enrostrado algo que estábamos viendo hace rato con el estallido social: todos somos iguales. Esta enfermedad no discrimina color de piel, estrato; nos viene a todos por igual. Además te preguntas: esto de querer tener y tener, ¿de qué te sirve? De nada. Nada es necesario, solo la salud. Y los lentes, claro. Estoy convencida de que después de esto vamos a tener cambios profundos como sociedad. Ayer andaba bajoneada y no porque estuviera enferma, sino porque todo es tan incierto… ni siquiera el capitán del barco tiene claro cómo va. No sé si lo estamos haciendo bien y eso me angustia más que haberme enfermado. No sé si estamos repitiendo los mismos errores de Europa. Tampoco hay que ser tan críticos, porque esto nunca lo habíamos vivido. La gente cree que hay que tener protocolos para todo, pero hay cosas que estamos viviendo por primera vez. Yo no tengo ningún pendiente. Si me muero mañana, la gente que quiero sabe que la quiero, no le debo un peso a nadie y me gusta estar conmigo misma. Fue rico quedar en cuarentena conmigo misma. 

Viernes 27 de marzo: Hoy estoy con más fuerza. Almorcé crudo, mi marido cocinó. Me hace falta la tortilla, el budín, pero él no sabe hacer eso. La casa no está impecable, está más o menos, pero nunca lo he escuchado lamentarse. Él no se ha quejado en nada. Tampoco anda con la mejor cara porque debe tener sus preocupaciones, la pega, el tema económico. Él es súper privado y no me dice esas cosas, pero yo conozco al caballero. 

Ayer me pasó algo increíble: me llamó mi papá. No lo veo hace 20 años. Nos distanciamos, nos peleamos heavy. Pero ahora me llamó. Mi hermana le había contado que estaba con el virus y me habló como si nada. Fue bastante relajado. Le conté cómo me había sentido, que estaba aislada; y ahí empezó a hablarme de los chinos y de no sé qué, porque es bien fatalista. Creo que por algo apareció, aunque ahora no quiero pensar mucho en eso. Tal vez esta cuarentena me va a servir para ver ese tema. 

Martes 31 de marzo: Me siento súper bien. Me duché y me puse buzo. Todavía tengo que estar aislada en mi pieza, pero voy a hacer elongaciones. He estado muchos días encerrada y el cuerpo necesita movimiento. Ahora se supone que el virus ha mutado y no se sabe cuándo o no ponerse mascarilla. Ayer llamé a la clínica para ver cuáles eran los pasos a seguir, si me tengo que hacer el examen de nuevo o no. Me dijeron que no, pero en la Seremi me dijeron que sí. El cruce de informaciones confunde. Eso me tiene enrollada. Me quiero hacer el examen para descartar, pero ahora sí que me da miedo ir a una clínica. No me haría gracia recaer.

¿Sabes lo que más echo de menos? Abrazar, dar besos, tocar a mi hija, a mi marido, a mis papás, a mis amigos. Yo soy muy de piel. También echo de menos bañarme en el mar. Quizás necesitamos remezones potentes y sentir el silencio para apreciar las cosas simples. Las cosas que importan.

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