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Reportajes

6 de Abril de 2020

Retratos de la pandemia en la comuna más pobre de Santiago

Pacientes del Hospital Padre Hurtado antes del Covid-19.

Según los datos del Ministerio de Desarrollo Social, es la comuna más pobre de la Región Metropolitana. Y en esa condición, los ciudadanos de La Pintana enfrentan la pandemia del Covid-19. Los niños con dificultades para acceder a la educación en línea por problemas de internet y los padres saliendo a trabajar para mantener el hogar. “Las soluciones que dan las autoridades es para la realidad de otra gente”, acusa una vecina que vende palomitas de maíz en un semáforo. Un conserje detalla que no le permiten ausentarse o lo despiden. El director de un jardín en El Castillo se lamenta del brutal abandono que marca la historia comunal. La alcaldesa Claudia Pizarro se prepara ante una eventual cuarentena total. Un médico urgencista del Hospital Padre Hurtado advierte que se preparan para una guerra.

Por

Pamela Mora (35) camina diariamente las tres cuadras que separan su hogar en Villa Colombia, en La Pintana, de la escuela Teniente Dagoberto Godoy en la vecina comuna de El Bosque. Lo hace, cuenta, a paso rápido y evitando el contacto directo con sus vecinos. Casi a toda hora, el sol da directo sobre el pavimento. Hay pocos árboles, las áreas verdes escasean y el trayecto no es un paseo. El paisaje, detalla, es árido y ella lleva prisa: necesita retirar las guías escolares para sus dos hijos menores, Eliot (10) que cursa quinto básico y Tomás (7) que va en tercero. Es la fórmula que encontró para que ambos continúen la educación a distancia en plena crisis sanitaria por el Covid 19 porque en las familias más pobres, como la suya, la tele educación es algo que se escucha fácil en los noticiarios, pero tiene una aplicación compleja en el cotidiano. Su otra hija, Paola (15), la mayor que va en primero medio, se las arregla, dice, como puede.

“Tengo una Xbox y ahí se puede ver en una tele las guías que mandan. Eliot las ve ahí; mi hija estudia en el celular; el otro en mi teléfono, pero yo trabajo con el teléfono, entonces no se lo puedo dejar todo el día, así es que tomé la opción de ir a buscar las guías físicamente al colegio. Uno llega al colegio y mantienen la distancia y dan alcohol gel. Ahora estoy moviéndome para comprar un computador para lograr que los tres hagan sus tareas, pero las soluciones que dan las autoridades es para la realidad de otra gente. Yo acá tengo una amiga con tres hijos también. La mayor trabaja y es la que ocupa el computador y los otros dos tienen que ver cómo lo hacen, así es que sale también a buscar guías”, relata.

Pamela Mora y sus hijos Eliot (10) y Tomás (7).

Pamela cuenta que vive en una especie de patio trasero que rara vez se considera en las políticas públicas. El acceso a internet es limitado. Ella lo sabe de primera mano: hasta enero se dedicó a vender planes de Movistar que no abarcaban el lugar donde habita o, acusa, ofrecían una mala señal por montos cercanos a $40 mil “y aquí la mayoría gana el mínimo ($318 mil pesos brutos)”.

Las cifras avalan este juicio. En el Índice de Prioridad Social elaborado por el Ministerio de Desarrollo Social, seis comunas encabezan el “ranking” en la categoría de Alta Prioridad. Son las que presentan las peores condiciones socioeconómicas. La número uno en esta medición, que aborda desde los ingresos a los años perdidos por malas condiciones de salud, es La Pintana. En el otro extremo, está Vitacura.

Mantener en estas condiciones una cuarentena voluntaria y evitar el contacto con terceros es una odisea. Pamela, por ejemplo, además de ir al colegio a buscar material, acude todos los días a vender palomitas de maíz a un semáforo.

“Poco antes de perder el trabajo, había comprado una máquina de hacer cabritas y empecé a vender en la calle y con eso me he mantenido hasta ahora. Tenía gente trabajando para mí y los tuve que despedir. Yo les pasaba las cabritas a chiquillos jóvenes. Les pagaba 10 mil por tres horas, pero la venta bajó mucho, así es que voy sola al semáforo y hago pedidos por teléfono”.

Si llegara a contraer el coronavirus y la enviaran a aislamiento en su casa, sería imposible no contagiar a su familia. La Pintana, según cifras del Ministerio de Vivienda de 2018, duplica el porcentaje de hacinamiento nacional: si en el país el 7% de la población está en una situación de 2,5 personas por  habitación, en esta comuna alcanza al 14% de sus habitantes. Pamela convive con su madre, sus tres hijos -que comparten una habitación separada por guardarropas- y su hermano. Sólo hay un baño para todos. 

Pamela Mora(35) y su hija Paola(15).

Es la que lleva, además, la economía familiar. No recibe pensión alimenticia de su expareja; paga mensualmente una cuota de $120 mil en CrediChile y le informaron que no es candidata a la postergación de tres meses; y ahora, como si no fuera suficiente presión, debe ejercer de profesora en casa.

“Mis hijos ven las guías y me preguntan cómo se hace y yo trato de entender, pero no es lo mismo que a mí me pasaron. Ahora es como ‘ese número es un patito que con este signo se convierte en negativo’. No es de memoria. Los hacen pensar mucho y yo no sé ese método de enseñanza”.

Eliot confirma lo que dice su mamá: “En el colegio uno puede estudiar y jugar con los compañeros; y en la casa, no. Me cuesta pensar, porque con las guías en el colegio enseñan lo que hay que hacer, se repasan las preguntas y se hace todo más fácil”.

LA “VIDA NORMAL”

Eugenio Torres (54) es artesano en piedra y conserje nocturno en un edificio ubicado en Macul 2.300. Su horario es de 21.30 a 06.30; sin embargo, desde que se comenzaron a tomar medidas para frenar el avance del coronavirus a inicios de marzo -que han incluido cuarentena en comunas del sector oriente y toque de queda-, ha debido modificar su rutina. Antes demoraba una hora en trasladarse. Ahora debe salir de su casa pasadas las seis de la tarde porque de otro modo no encuentra micro; y al otro día tiene que esperar hasta las 07.30 para volver.

“Antes no era así, había mucha locomoción. Tengo que ver cómo me las arreglo porque no puedo faltar o me descuentan. Una compañera no pudo ir en la crisis social y la echaron nomás, así es la cosa. Si no encuentro micro, me voy en Uber y es muy, muy caro. Sólo lo uso porque yo no puedo perder mi trabajo”.

Eugenio Torres (54)

A Eugenio le preocupa que la curva del virus vaya en alza y que él, como muchos de sus vecinos en La Pintana, deba continuar trabajando como si nada pasara. Cree que debería haber medidas más drásticas del gobierno que garantizaran que los ciudadanos permanecieran en sus casas sin perder sus salarios. Mientras eso no pase, deberá seguir, plantea, saliendo a cumplir sus labores y arriesgando con ello la salud de su esposa, sus hijos y su nieta pequeña con viven con él.

“Al menos en los horarios que yo voy y vuelvo no me topo con mucha gente. Veo, eso sí, los paraderos llenos, miles de personas en las mañanas yendo hacia arriba. Mi señora limpia casas por Providencia y ya no está yendo. Mi familia está cuidándose, aunque por acá donde yo vivo, la gente hace su vida normal. Juegan a la pelota en toque de queda. Si aquí nunca llegan carabineros, menos el ejército”. 

La “vida normal” en la comuna, explica Juan Francisco Abogabir (47), director del jardín infantil Idequitos -un centro de administración delegada que depende de Integra- es “un abandono brutal, plagado de violencias invisibles”.

Juan Francisco Abogabir (47), director del jardín infantil Idequitos

El licenciado en Historia dirige desde hace años este recinto educacional en El Castillo, uno de los sectores marcados por el narcotráfico. En medio de la pandemia, la mitad de los funcionarios continúa asistiendo a trabajar. Se preocupan de llamar cada dos días a los apoderados, llevarles a domicilio material de trabajo para los niños y repartir las cajas de alimentos para los pequeños. Si bien, comenta, ha cambiado la rutina de los centros de estudio, no se ha visto una modificación real en la conducta de las personas.

“Es extraño, pero acá la vida sigue normal y pasó lo mismo con el estallido social. El Castillo siguió funcionando normal, como si estuvieran fuera de la historia. Eso creo que se debe al abandono brutal, esas violencias invisibles que afectan a la comuna. La vulneración de derechos es tal que no se sienten parte de los procesos. Ahora están un poco preocupados y ya.  El toque de queda no opera, siguen las ventas de drogas, no hay autoridades resguardando la seguridad”, acusa.

Para la enseñanza en general, la situación actual es un desafío. Y para La Pintana es exponencialmente mayor el reto, comenta Juan Francisco, por las carencias que se arrastran. “Los niños no tienen espacios para jugar o aprender. Viven hasta ocho personas en 36 metros cuadrados. No quiero pensar en qué va a pasar si hay un contagiado en un grupo familiar. Imposible seguir el aislamiento”.

NECESIDADES, TEMORES

“Todo es más complicado para los pobres”, sentencia la alcaldesa Claudia Pizarro (50) cuando repasa lo difícil que, prevé, serán las próximas semanas a cargo de un municipio con pocos recursos para hacer frente a la pandemia. 

“Nos afecta la tremenda incertidumbre de todo esto. Hay muy poca preparación por parte de los vecinos. Nos hemos esforzado en informar, pero por fuerza mayor la gente tiene que salir a trabajar. La locomoción colectiva sale muy llena, no se puede respetar la distancia social y no he visto ninguna medida del gobierno para restringir la capacidad de los buses”.

Las aglomeraciones en La Pintana -comuna que al viernes pasado registraba 13 contagiados por coronavirus- no sólo tienen que ver con el Transantiago, sino también con la escasez de servicios. Opera solo un banco y existen cuatro cajeros automáticos en un radio de 30 kilómetros cuadrados. Tras la quema de supermercados en octubre pasado, sólo permanecen dos operativos. Hay tres farmacias de cadenas y otras 15 locales.

Claudia Pizarro – Foto por Valentina Manzano

Lo que sobra, apunta Pizarro, son necesidades, temores y hacinamiento. Hogares donde conviven dos familias y donde aislar a uno de ellos no es factible.

“Todos los días veo las filas para la micro o el banco a pesar de las recomendaciones. Me preocupa lo que va a suceder con los trabajadores independientes y desempleados cuando se decrete la cuarentena total y dónde van a ir a parar los enfermos de mi comuna. Tenemos dos hospitales cercanos -el Padre Hurtado y el Sótero del Río- ya colapsados. Y la gente vulnerable que se ha visto afectada no ha muerto en una clínica, ha muerto en sus casas. Las casas acá son pequeñas, ¿qué va a pasar con esas familias?”.

El médico de urgencias del Hospital Padre Hurtado -en el límite comunal con San Ramón- Pablo Gutiérrez (33) ya sabe qué va a pasar. Cuenta que hace unos días recibió a un paciente con sospecha de coronavirus, le hizo el test y, mientras esperaba el resultado, lo envío a cuarentena en su domicilio.

El médico de urgencias del Hospital Padre Hurtado, Pablo Gutiérrez (33).

“La hija me decía que no podía aislarlo. Vivían en dos piezas su papá, su mamá, ella, su esposo y sus hijos y una prima. Recibí a cuatro pacientes de Puente Alto del hogar de ancianos en que se detectó contagio  y es obvio que en esos lugares se pueden contagiar todos. La situación no es fácil en estas comunas. Hay una pobreza estructural, una precariedad laboral que los hace ir atestados en la micro o el metro a sus lugares de trabajo; y lo otro es que acá se controla en consultorios mucha gente con diabetes e hipertensión y de aquí a un mes se van a empezar a agravar además esas enfermedades crónicas”.

Pablo consigna que por ahora cuentan con los insumos justos para operar. Si la curva de casos aumenta, podrían quedar al debe en implementos. 

“La situación es apretada, aunque todavía no estamos pésimo. En algún turno he debido salir corriendo en busca de la mascarilla que nos queda, entonces sí, estamos con lo justo. Si alguien dona va a ser ultra bienvenido porque nos estamos preparando para una guerra. Yo no quiero llegar a esa guerra, pero estamos pensando que ya viene”.

Hoy el recinto abre una segunda urgencia para atender las emergencias no respiratorias. Se trata, sobre todo, de resistir.

Dice el médico: “Nosotros nos estamos preparando con lo justo para lo que viene, en un hospital donde se atiende La Pintana, San Ramón. Gente que no puede dejar de trabajar y que si se enferma va a llegar a casas chicas con mucha gente”.

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