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Reportajes

20 de Abril de 2020

Fabiola Campillai y sus días de dirigenta social desde el hospital

A través de un teléfono celular, desde el Instituto de Salud del Trabajador en el barrio Franklin. Así Fabiola Campillai organiza la entrega de cajas de mercadería y hasta una mediagua para sus vecinos de la Población Cinco Pinos, en San Bernardo, que están cesantes en medio de la pandemia. “Hay días en que me siento triste y me dan ganas de llorar porque echo de menos a mi familia, pero me seco las lágrimas, me vuelvo a levantar y vuelvo a ser la misma de antes, la de siempre”, cuenta la mujer que el 26 de noviembre quedó ciega al ser impactada por una lacrimógena.

Por

Dice que le ha crecido el pelo y que ese fenómeno cotidiano -0,5 milímetros diarios; 1.5 centímetros en un mes- la tiene contenta, la hace sentirse linda. El cabello, cuenta, ya casi le cubre por completo la cicatriz que cruza de oreja a oreja la parte superior de su cabeza. Esa línea oscura que va quedando rezagada tras los mechones que se alargan es un vestigio de la operación del 14 de enero con la que se buscó detener la fuga por su nariz de líquido cefalorraquídeo desde la membrana cerebral rota.

Fabiola Campillai Rojas (36), a cinco meses de haber recibido de Carabineros una bomba lacrimógena en la frente que hizo estallar sus dos globos oculares y la dejó ciega, sin olfato, sin gusto y con una peligrosa filtración del fluido transparente que rodea y baña el encéfalo y la médula espinal, ha vuelto a retomar la vida que quedó en pausa.

“Creo que ya soy fuerte, ya estoy bien”, comenta la trabajadora de la empresa de pastas Carozzi, el viernes 17 de abril. Quedan todavía 15 minutos para que termine su nueva “jornada laboral”. 

-Mi oficina se abre desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche- recalca Fabiola, riendo.

Y aunque el horario parece excesivo para alguien aún convaleciente, Fabiola está feliz de haber vuelto al “trabajo”: a través de su teléfono celular, desde el Instituto de Salud del Trabajador (IST) en el barrio Franklin, donde está internada, coordina la entrega de cajas de mercadería para sus vecinos de la Población Cinco Pinos, en San Bernardo, que están cesantes en medio de la pandemia por coronavirus:

-Para mí significa harto. Estaba aquí en el hospital, voy a cumplir cinco meses y poder volver a ayudar para mí es mucho. Conseguir cosas, ayudar a la gente es impagable. Tu corazón se siente genial cuando lo haces.

“Para mí significa harto. Estaba aquí en el hospital, voy a cumplir cinco meses y poder volver a ayudar para mí es mucho. Conseguir cosas, ayudar a la gente es impagable. Tu corazón se siente genial cuando lo haces”

REGRESA LA DIRIGENTA

Ocurrió un sábado hace un par de semanas. Fabiola se preparaba, con temor, para que le abrieran otra vez el cráneo porque la cirugía anterior había fracasado y continuaba drenando líquido cefalorraquídeo por las fosas nasales. Sabía que arriesgaba una meningitis si la filtración no se detenía y que frenarla también era un gran peligro. Una intervención de entre siete y ocho horas, que se sumaba a las tres previas -una para intentar salvar sin éxito su ojo derecho; otra de reconstrucción facial; y aquella que había dejado una marca gigante en su cabeza- y a las que vendrían cuando le instalen las prótesis oculares. Entonces, sintió la parte superior de los labios seca. Aquel especie de romadizo eterno había desaparecido.

-La fístula se selló. No me pregunte cómo, porque ni el doctor sabe. Yo estaba esperando la otra operación- dice.

Cuando se fue esa preocupación, Fabiola volvió a pensar en el futuro y lo hizo en plural: quiso saber cómo estaban sus vecinos enfrentando la crisis por el Covid-19. 

-Nosotros le empezamos a contar que la gente estaba necesitando ayuda, gente que llegaba a la casa a decirnos que no tenían plata para comprar mercadería. Yo le llevé el celular porque vi que estaba muy aburrida, estaba como desesperada. Se ha ido enchufando de a poquito. Eso la tiene contenta- relata Marco Antonio Cornejo (44), su esposo.

Un enfermero del IST le bajó una aplicación para dar instrucciones al aparato a través de la voz. Fabiola, explica Marco, siempre ha sido una dirigente social en su entorno y ahora retomó ese rol.

-Imagínese que cuando hubo el incendio (2017), llevaron un camión a Santa Olga. Ahora le llevé el teléfono donde estaban los contactos con la gente de cuando ella organizaba bingos y ayuda. Hay mucha gente acá que está sin trabajo, que se está quedando sin alimentos porque están sin pega y sin plata, así es que ella está organizando con mi comadre Lola. Hay gente que dona azúcar, tallarines y así se va juntando- cuenta el marido.

Ana María, Lola (43), es la hermana de Fabiola. Con ella iba hacia el paradero de Avenida Portales en San Bernardo -donde se detiene el vehículo de traslado de la fábrica Carozzi ubicada en Nos-, ese martes de noviembre en que le cambió la vida. El día en que desde un piquete de Carabineros fue lanzada una granada de gas que la tumbó de espaldas. Aquella jornada había sido violenta en el sector, pero Lola ha declarado que a la hora en que Fabiola partía a cumplir su turno nocturno, la situación estaba en calma, que aún no logra entender por qué fueron agredidas.

Fabiola fue llevada esa noche por vecinos al Hospital Barros Luco donde quedó consignado que tenía “hemorragia intracerebral fronto basal, pequeña fractura de hueso maxilar expuesta y fractura de hueso nasal expuesto, lesión de globo ocular posiblemente por objeto contundente”. Su rostro estaba trizado y, por un tiempo, la esperanza también lo estuvo.

Fabiola Campillai junto al esposo, Marco Antonio Cornejo. Gentileza de la familia Campillai.

-Pero viera cómo está ahora. Ya no se aburre, porque está con el teléfono y tempranito empieza a llamarnos; de allá está organizando todo. Yo le digo “¿te pusiste el casco blanco, jefa?”. Nos dice: “Sepárense bien, si; no se junten mucho; usen mascarillas”. Hasta de eso se preocupa. Ya está mejorcito- confidencia Lola.

Ambas forman parte de la organización Apoyo Vecinal, una entidad que ha realizado en otras ocasiones bingos y comidas para ayudar a vecinos en dificultades. Sus integrantes estaban disgregados hasta que Fabiola volvió a convocarlos. Hace una semana distribuyeron cajas de mercadería y realizaron gestiones para que una mujer, que vivía sola con sus tres hijos en una pieza -con los que compartía una cama de plaza y media- recibiera una vivienda y camarotes. También han reunido bidones de agua para trasladar a otras poblaciones. 

“Pena tuve, rabia también, pero no odio. Gracias a Dios, mi corazón no tuvo odio”, dice sobre todo este proceso de recuperación. Gentileza familia Campillai.

La alcaldesa de San Bernardo, Nora Cuevas, ha facilitado algunas gestiones para el grupo y hace hincapié en la garra de las Campillai.

-Fabiola y su familia son muy fuertes. Ella es una dirigente. Yo la conocí hace muchos años atrás como una líder, siempre fue muy luchadora, muy arriesgada. Fue una de mis compañeras para conseguir una nueva estación de Metrotren, algo que parecía imposible. Peleamos en esa época por los derechos de la comunidad, ya que ahí había 4 mil adultos mayores que habían quedado cercados por la línea del tren. Ella fue parte de las personas que estuvo dando la batalla- cuenta la alcaldesa. 

El municipio planifica la compra de una vivienda aledaña a la de Fabiola para que ella cuente con un espacio más amigable cuando retorne a su hogar y un parque que se construirá a un costado de Cinco Pinos llevará su nombre.

RABIA, PERO NO ODIO

-Hay días en que me siento triste y me dan ganas de llorar porque echo de menos a mi familia, pero me seco mis lágrimas y me vuelvo a levantar y vuelvo a ser la misma de antes, la de siempre- dice Fabiola

“Hay días en que me siento triste y me dan ganas de llorar porque echo de menos a mi familia, pero me seco las lágrimas, me vuelvo a levantar y vuelvo a ser la misma de antes, la de siempre”

Es una mujer inquieta. La de ayer, la de hoy. En Carozzi era parte de la defensa en el equipo de fútbol de la empresa y ayudante de pitonera del cuerpo de bomberos. Desde hace años que movilizaba a los pobladores de su barrio si alguien se enferma o está sin recursos.

-Yo creo que la fuerza me la da  escuchar -porque con mis ojitos ya no veo nada- que la gente está mal, que la gente está quedando sin trabajo, que por Facebook la gente está permutando hasta zapatillas por mercadería. Y la fuerza para seguir adelante es de mi familia. Desde un principio, desde que me dijeron que mis ojitos no iban a abrir más, no me decaí; y creo que ya soy fuerte, ya estoy bien, y hacer esto me mantiene mejor, me ayuda más- cuenta.

“Yo creo que la fuerza me la da  escuchar -porque con mis ojitos ya no veo nada- que la gente está mal, que la gente está quedando sin trabajo, que por Facebook la gente está permutando hasta zapatillas por mercadería”

En los próximos meses, Fabiola debe ingresar otra vez a pabellón para que le instalen las prótesis oculares y recupere su fisonomía. Sin embargo, a ella quien le preocupa hoy es otra persona. 

-Hay un niño que todavía está esperando nuestra ayuda. Él tuvo hace poco un accidente: el tren lo chocó y le cortó su pierna y su brazo. En su casita tienen que hacerle un dormitorio para él, un pequeño gimnasio, un baño, y se ha conseguido ayuda, pero falta. En este momento nosotros tenemos que ayudar a la gente que está sin trabajo y a que la enfermedad no siga. Las personas que están bien le puedan echar una manito a su vecino. Así como nosotros podemos, imagínese yo desde un hospital, afuera se puede hacer más- reflexiona. 

“En este momento nosotros tenemos que ayudar a la gente que está sin trabajo y a que la enfermedad no siga. Las personas que están bien le puedan echar una manito a su vecino. Así como nosotros podemos, imagínese yo desde un hospital, afuera se puede hacer más”.

Para evitar un eventual contagio de Covid-19, Fabiola sólo puede recibir la visita de Marco, su esposo, con todas las precauciones y una lejanía que ya resiente.  

-Lo molesto respecto de muchas cosas. Le digo: “A ver guatón, estás bien gordito, espérate nomás que llegue yo a la casa, porque te voy a dejar como esqueleto”. Y él me dice “ya, poh, déjate, que me molestai a cada rato”. Y ahora no podemos ni siquiera darnos un beso por esto del coronavirus; entonces, con suerte, nos agarramos los deditos y estamos como a dos metros. Él me agarra más la mano y yo le digo: “Ahí nomás, recuerde que estamos pololeando, no vaya muy rápido”. Y se ríe. Me dice, “tú no vas a perder tu sentido del humor. Te pudieron quitar tus ojitos, pero tú esencia, todo lo que eres, no te lo va a quitar nadie”- cuenta.

La espera en el hospital debe continuar en los próximos meses, pero Fabiola confiesa que hoy está más preparada para enfrentar lo que viene:

-Pena tuve, rabia también, pero no odio. Gracias a Dios, mi corazón no tuvo odio.


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