Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

22 de Abril de 2020

Columna de Pablo Ortúzar: Un hervidero de tonteras

Marcelo Calquín

El desafío sería asumir que lo que ocurre en redes sociales no es un real debate público. Que ellas no son, básicamente, medios de comunicación, sino juegos. Y reconocer el deber de configurar dicho debate en algún otro espacio, para lo cual el escenario actual -en que la vida social se ha reducido a un mínimo- podría ser propicio.

Pablo Ortúzar
Pablo Ortúzar
Por

Dado el encierro, todo el que puede hoy se proyecta hacia el mundo desde las redes sociales. Y esto las ha convertido en un espacio más insoportable y menos inteligente que de costumbre, lleno de expertos súbitos en epidemiología, biología molecular, salud pública, ciclos económicos, geopolítica y un largo etcétera. Sin contar a los profetas del lugar común, que hacen nata. El desborde de esta dinámica hacia los medios convencionales ha llegado a tanto, que los choros en el canasto del rector Carlos Peña parecen haberse acabado. Esta semana su adusto republicanismo explotó en una supernova de sarcasmos, insultos y desaires que se va extendiendo desde las cartas al director a las columnas, y desde las columnas a las entrevistas (amenazando con alcanzar cualquier día de estos las secciones de economía y vida social, además de la Revista del Campo). Y eso que, por suerte, no usa Twitter. 

Ahora, uno bien podría preguntarse si tiene alguna relevancia que las redes sociales sean un hervidero de tonteras. Lamentablemente, la respuesta es que sí resulta relevante, especialmente en un contexto de emergencia nacional, dado que hoy ellas son el principal espacio de configuración de la opinión pública. Y la política, esa que guía los destinos del país, es una caja de resonancia de esa opinión. Si aquello seleccionado como relevante por la opinión pública son opiniones frenéticas y desinformadas, de eso se tratará la política: ese será su ritmo y contenido. 

¿Qué podemos hacer con el estado calamitoso de nuestra opinión pública? La censura estatal, para empezar, no parece ser una respuesta adecuada. El bochorno chino respecto a la pandemia nos da una idea de ello. Y es que el problema no se encuentra, principalmente, en el  caudal infinito y contradictorio de opiniones que posibilita la libertad de expresión. El problema es uno de selección y coordinación: si los periodistas y políticos se guían por los vaivenes caprichosos de las redes sociales para conducir sus propias acciones, es muy probable que terminen siendo una especie de exudación de Twitter. Es decir, unas veletas furiosas. El daño lo produce el acople de la lógica de las redes sociales a los medios de comunicación y a las dinámicas políticas. 

Si los periodistas y políticos se guían por los vaivenes caprichosos de las redes sociales para conducir sus propias acciones, es muy probable que terminen siendo una especie de exudación de Twitter. Es decir, unas veletas furiosas.

La solución, entonces, tiene quizá que ver con nuestra comprensión de las redes sociales. Desde un inicio se les ha asumido como si fueran un espacio virtual de debate, tal como las cartas al director de un diario. Sin embargo, sabemos que no funcionan así, y no sólo por el anonimato, la inmediación y la inmediatez. Al igual que los blogs virtuales de los periódicos, en ellas priman los insultos, los sarcasmos y los debates de sordos. ¿Por qué? 

La percepción de lo que ocurre en los intercambios virtuales se hace más nítida si dejamos de pensarlos por analogía con el diálogo y los pensamos, en cambio, desde el juego. Si Twitter, por ejemplo, fuera un juego, se trataría básicamente de uno donde los competidores buscan ganar puntos de aprobación. Ellos se obtendrían mediante estrategias de identificación y de combate. Obtenemos aprobación declarando nuestro punto de vista y combatiendo otros. Esto incentiva radicalizar el punto de vista, de modo que sea fácil de identificar por seguidores y enemigos. Las referencias informativas, dentro del juego, operan como cartas de triunfo: se navega la web seleccionando aquellas fuentes que respalden nuestro juicio, y descartando las que no. El óptimo es que un medio internacional validado respalde la propia opinión. Y así. De ahí que todos terminen opinando como expertos pasajeros sobre temas respecto a los cuales no tienen la menor idea, además de politizando asuntos escasamente políticos (lo más simple para procesar la realidad es asumir que todo lo que existe, por complejo que sea, es de izquierda o derecha, sin matices).

En el caso de la actual pandemia esto se ve reflejado a la perfección en el absurdo debate que opone economía y vida, cuando son dos asuntos evidentemente entrelazados. También en el show pobre montado por los alcaldes de todos los colores políticos. Y, sin duda, en los giros burbujeantes de la oposición, que primero acusó al gobierno de usar la pandemia para desplegar una antipolítica del miedo orientada a un control total del orden social, para luego demandar medidas sanitarias leviatánicas y acusar al gobierno de ser unos desalmados al servicio del capital por no subirse al carro de dicha histeria. Ni hablar del Frente Amplio –cuya relación con las redes sociales es especialmente estrecha- demandando políticas públicas de corte nórdico -como una renta básica universal- pero oponiéndose radicalmente a cualquier medida que se oriente a reactivar la economía, como si las políticas redistributivas funcionaran cuando no hay nada que redistribuir. 

¿Por qué se produce esta falta de matices? Básicamente por la ausencia de pretensiones de verdad y razonabilidad en las redes sociales, que operan a partir de la búsqueda narcisista de aprobación con efectos polarizantes. Luego, sería imposible construir un debate público sano desde ahí. Si las élites, los políticos y los periodistas configuran sus acciones y posiciones a partir de este juego, lo único que puede pasar es que la república termine volando por los aires. Y las personas también, como nos ilustra el triste caso de José Maza, que transitó desde ser un competente premio nacional de física dedicado a la difusión científica, a un personaje de matinal. 

¿Por qué se produce esta falta de matices? Básicamente por la ausencia de pretensiones de verdad y razonabilidad en las redes sociales, que operan a partir de la búsqueda narcisista de aprobación con efectos polarizantes. Luego, sería imposible construir un debate público sano desde ahí. 

El desafío sería, entonces, asumir que lo que ocurre en redes sociales no es un real debate público. Que ellas no son, básicamente, medios de comunicación, sino juegos. Y reconocer el deber de configurar dicho debate en algún otro espacio, para lo cual el escenario actual -en que la vida social se ha reducido a un mínimo- podría ser propicio. En otras palabras, necesitamos descolonizar el debate público, imponiéndole -ciudadanos, políticos y medios de comunicación- nuevas reglas y estándares. Si dejamos, en cambio, que la competencia narcisista por puntos imaginarios de aprobación se desborde a todos los rincones de nuestra vida juntos, esa convivencia se volverá imposible en el plano real, en el cual sólo la cuarentena evitará que nos matemos. Y es que si el juego se hace verdadero, tal como diría Tiro de Gracia, bienvenidos al laberinto eterno. 

*Pablo Ortúzar es antropólogo e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

Notas relacionadas

Deja tu comentario