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Opinión

3 de Mayo de 2020

Columna: Que las calles desiertas nos ayuden a pensar nuevas calles

"Es de esperar que estos tiempos de encierro nos sirvan para pensar con nuevos ojos nuestras calles para que, cuando volvamos, tengamos más espacio para conversar, pasear y jugar en ellas", escriben los autores.

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*Texto escrito por Rodrigo Mora, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile y Giovanni Vecchio, del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales UC, ambos investigadores CEDEUS.

La pandemia del Covid-19 nos tiene a buena parte de los habitantes del planeta confinados en nuestros hogares. En Chile, dependiendo de la ciudad o de la comuna en que vivamos, debemos respetar una cuarentena y ello ha impactado en cómo y cuánto. 

Los viajes en las ciudades chilenas han disminuido de manera importante. Según una estimación de Google los viajes al trabajo han disminuido un 47%, el flujo en estaciones de metro y terminales ha bajado 60%, y los viajes a lugares comerciales en un 62%. Mientras disminuyen los viajes en transporte público y vehículo particular, calles y veredas se ven desiertas de autos y de personas, como escenografías gigantes que dan cuenta el poder de la pandemia.

Es cierto que esta disminución no afecta a todos por igual. Mientras las personas de mayores ingresos pueden trabajar en forma remota, la gran mayoría de quienes trabajan en forma presencial son personas de menores ingresos, dependientes de largos desplazamientos en transporte público, y por lo tanto, más expuestos al contagio. A pesar de lo anterior, la disminución de los desplazamientos ha sido aplaudida por la autoridad. Se argumenta, con razón, que es importante que restrinjamos las salidas lo más posible para limitar el contagio, estableciéndose cordones sanitarios en ciertas comunas o ciudades para limitar el movimiento de personas. 

A la luz de este discurso, pareciera ser que el fin último de la calle sería permitir el movimiento personas, de desplazarse de un lugar a otro. Sin embargo, nuestra experiencia durante estas semanas muestra una realidad muy diferente. No poder salir a la calle es no tener la posibilidad de comprar, jugar, manifestarse, conversar, encontrarse, ejercitar, caminar e, incluso, mirar a la gente pasear.  Y es que, a la vez de permitir el desplazamiento, las calles posibilitan dar significado a la experiencia de estar y moverse por la ciudad. Permiten llenar de anécdotas nuestros días. 

Aunque la mayoría de los urbanistas nacionales compartimos esta visión de la calle (visión que tiene ya cincuenta años), no se puede decir lo mismo de la planificación vial chilena. En efecto, tanto la normativa de diseño de las calles como las políticas que las administran han priorizado históricamente su rol de movilizador de flujos, principalmente de automóviles, en desmedro de los otros usos, y usuarios, de la calle. 

Así, bicicletas y peatones han sido relegados a un segundo plano tanto cuando se diseñan las aceras o paraderos de buses, como cuando se programan los tiempos de un semáforo. Calles y veredas han sido vistas históricamente como infraestructuras, no como espacios habitables. Esta despreocupación implica que sea común encontrar veredas muy angostas o llenas de obstáculos para los peatones, mientras los autos se mueven sin problemas de espacio. Así, el paradigma tácito que rige el diseño es que las calles son para que los autos se muevan lo más rápido posible y todo lo demás es secundario. En estos días, ver las calles vacías resalta lo paradojal de dedicar un espacio tan grande de nuestras ciudades al mero tránsito de los vehículos.

A diferencia de Chile, en varios países desarrollados la calle se ve de manera multidimensional. Por ejemplo, Londres lanzó hace cinco años una nueva caracterización de sus calles que considera tanto su rol como vía de circulación de personas y vehículos, como su capacidad para servir de espacio público para el juego, el intercambio comercial o su carácter simbólico. 

Como resultado de lo anterior, se definen a nueve tipos de calles, donde algunas sirven preferentemente como espacio público, mientras otras juegan un papel fundamental para el movimiento de personas en la ciudad. La inversión pública, el diseño vial y el tipo de equipamiento en cada tipo de calle es diferenciado según su rol. A esta visión estratégica se suman las intervenciones tácticas de muchas metrópolis como Berlín, Vancouver y Bogotá que, en estos días de cuarentena, están redistribuyendo a favor de bicicletas y peatones las pistas tradicionalmente reservadas al tráfico motorizado.

La imposibilidad de ocupar la calle producto de esta pandemia, pone en evidencia su fuerte rol como espacio público y de encuentro de las personas. Es de esperar que estos tiempos de encierro nos sirvan para pensar con nuevos ojos nuestras calles para que, cuando volvamos, tengamos más espacio para conversar, pasear y jugar en ellas.  

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