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Entrevistas

8 de Mayo de 2020

Juan Villoro: “La única solución frente al coronavirus es estar al margen; ser nosotros también invisibles”

Crédito: Carles Mercader - Anagrama

El reconocido escritor y ensayista mexicano estaba en Estados Unidos cuando comenzó la crisis sanitaria, pero en marzo decidió regresar a su país, el segundo con más muertes por Covid-19 de Latinoamérica. Dice que la pandemia traerá un replanteamiento de la vida que llevamos. “Pero ignoro si el mundo va a ser mejor”, reconoce. Al menos, tiene la ilusión de que así sea, aunque “suene como una carta a los Reyes Magos”.

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Los primeros meses de este año Juan Villoro (63) los pasó en Estados Unidos como profesor invitado de la Universidad de Stanford. Hace justo una década, el reconocido escritor mexicano estaba al otro extremo del mapa: en una habitación de un hotel del centro de Santiago cuando ocurrió el terremoto del 27 de febrero de 2010. Fue tal el impacto, que escribió el libro 8,8: el miedo en el espejo.

“Aunque el susto fue grave y algunos daños eran inciertos, se trató de algo concreto y acotado en el tiempo. El coronavirus es invisible, avanza en zonas donde no estamos”, comenta hoy el narrador y ensayista, quien en marzo regresó desde San Francisco a Ciudad de México, donde por estos días termina una novela, una obra de teatro y pronto publicará la antología de cuentos Examen extraordinario.

Maestro de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo, Premio Herralde de Novela 2004 con El testigo, Premio José Donoso 2012 y Premio Manuel Rojas 2018, Juan Villoro es autor de una amplia producción compuesta de más de 25 libros entre crónicas, ensayos, novelas, cuentos y obras de teatro. En estos últimos años ha reflexionado sobre las consecuencias de vivir en un mundo cada vez más dependiente de las nuevas tecnologías. 

“El mundo interconectado se convierte en un mundo hipervigilado, y las ganancias de las plataformas digitales superan a las de cualquier país”, señala.    

¿Cómo fue ese cambio desde EE.UU. hasta México, donde pasa la cuarentena familiar? 

-Vivía en San Francisco porque daba clases en la Universidad de Stanford cuando se desató la pandemia. El área de la bahía fue una de las zonas más rápidamente afectadas y a partir de marzo hubo disposiciones de estar en casa. Terminé mis cursos en la universidad en línea y luego venía una semana de vacaciones. Aproveché para regresar a México, porque quería estar cerca de mi familia y tenía muy mal seguro médico en Estados Unidos, donde la salud pública es pésima. En México la situación es un tanto más relajada, no por gusto sino por necesidad. Cuatro de cada diez mexicanos viven en la pobreza y si no salen a la calle no comen. Nuestra peor epidemia es el hambre. Si tienes 80% de posibilidades de morir por no conseguir comida o 5% de morir por contagiarte de coronavirus, obviamente optas por lo segundo. La reclusión en mi país es voluntaria y debe ser considerada como un lujo. Los hospitales ya están a tope y la única manera sobreponerse al virus es evitar el contagio o sobrevivir con medios propios. 

“Cuatro de cada diez mexicanos viven en la pobreza y si no salen a la calle no comen. Nuestra peor epidemia es el hambre. Si tienes 80% de posibilidades de morir por no conseguir comida o 5% de morir por contagiarte de coronavirus, obviamente optas por lo segundo”

México es el segundo país, después de Brasil, con más muertos en Latinoamérica. ¿Cree que han sido eficaces las medidas tomadas por el gobierno de Andrés López Obrador?   

-Es muy difícil hablar de políticas públicas ante algo inédito. De pronto, todo el mundo es “experto”. La salud pública ha sufrido recortes en todo el mundo. Curiosamente, los políticos de todas partes elogian al sistema médico que han contribuido a desmantelar. En México ha habido desfalcos terribles desde hace décadas en el Seguro Social. ¿Cómo enfrentar la pandemia con un sistema ineficiente y millones de personas que si no salen a la calle no comen? El gobierno ha recomendado estar en casa, pero no lo ha convertido en obligatorio. Se han evitado las concentraciones masivas, pero no la movilidad individual. Es la medida más viable para mi país. Además, hay que tomar en cuenta que grandes zonas están controladas por el crimen organizado y el gobierno no puede imponer ahí cordones sanitarios. Mi crítica tiene que ver con la forma en que el presidente ha comunicado esto. Invitó a la gente a no temerle al virus y abrazarse cuando ya había contagios, y dijo que la mejor forma de protegerse eran unos amuletos llamados “Detente” y la actitud honesta. Esta postura religiosa no ayuda mucho. El Subsecretario de Salud reforzó esto diciendo que el presidente no podía contagiar a nadie ni contagiarse porque era una “fuerza moral”. Esta manera milagrera de enfrentar la crisis hizo que medidas bastante sensatas de salud pública parecieran improvisadas. Pero el respaldo popular, aunque ha disminuido, sigue siendo fuerte.

Se acaba de publicar Pandemia (Anagrama), de Slavoj Žižek, donde se refiere a la necesidad de “repensar políticamente la sociedad contemporánea”. ¿Será cierto, como señala Žižek, que el coronavirus es “el golpe definitivo contra el capitalismo”?

-Žižek siempre exagera, es parte de su vocación de pregonero filosófico. Nadie puede levantar un acta de defunción sin tener un cadáver. Una y otra vez se ha decretado la muerte del teatro, la novela, el libro, la televisión, las dictaduras, los fanatismos, y nada de eso ha pasado. Cuando un hombre de letras muere, no faltan encabezados que dicen: “Falleció el último humanista”. Cinco años después la noticia se repite, ignorando que el muerto anterior ya era “el último”. La pandemia traerá un replanteamiento de la vida que llevamos. Hay cosas sorprendentes. Trump ha destinado billones de dólares a programas de bienestar social. No lo hace por filantropía ni por convicción, sino por necesidad de supervivencia. En ese sentido, es obvio que el capitalismo ha mostrado grietas. También resulta claro que la destrucción ecológica debe ser frenada y esto limitará la destructiva expansión capitalista. 

¿Y cómo ve este desarrollo?

-La crisis le ha dado más armas a Netflix, Amazon, Apple, Twitter, Zoom, Google y las demás compañías que integran el tecnolopolio que nos domina, y eso es craso capitalismo. El gran negocio de la época es el tráfico de datos personales. Nos hemos convertido en envoltorios de información para el consumo, en sujetos progresivamente inmateriales. Somos un password, un alias, un NIP, una dirección a la que Amazon manda productos. Se resquebrajan zonas reales del capitalismo, pero se refuerza la vertiente espectral del capitalismo. Los virus más dañinos ya estaban en el orden digital.

“El gran negocio de la época es el tráfico de datos personales. Nos hemos convertido en envoltorios de información para el consumo, en sujetos progresivamente inmateriales. Somos un password, un alias, un NIP, una dirección a la que Amazon manda productos”

MALESTAR DE LA CULTURA 

Dentro de su producción literaria, Juan Villoro es autor de un fenómeno inusual. Un pequeño libro que varias veces se ha reimpreso: los Aforismos (FCE), de Georg Lichtenberg, que él seleccionó y tradujo desde el alemán en 1989.

Crédito: Tamara Williams – Anagrama

“La idea de salud sólo se adquiere con la enfermedad”, decía Lichtenberg. ¿Cómo interpreta hoy estas palabras a raíz de esta epidemia planetaria? 

-Lichtenberg era un hipocondríaco eminente. Por eso mismo, valoraba las enseñanzas de la enfermedad. “Basta que alguien tenga un padecimiento para que también tenga una opinión propia”, escribió. El malestar singulariza. Los grandes sabios tienen opiniones definitivas para todo. En estos momentos de la pandemia una de las cosas más complejas es la espera. Estamos entre paréntesis. A veces nos sobra tiempo, pero no sabemos qué hacer con él, como les ocurre a los presidiarios. Lichtenberg tiene una frase alentadora al respecto: “Una felicidad comienza con su anticipación”. Esperar algo bueno ya es bueno.

“En estos momentos de la pandemia una de las cosas más complejas es la espera. Estamos entre paréntesis. A veces nos sobra tiempo, pero no sabemos qué hacer con él, como les ocurre a los presidiarios”

Escribió hace poco una columna donde señala: “La paradoja es que la gente sobrevive al encierro gracias a la cultura. Desde hace siglos, el esfuerzo de lavar la ropa se supera cantando”. Sin embargo, en Chile, por ejemplo, no hay ayuda concreta del gobierno hacia los artistas. ¿Qué opina? 

-“No sólo de pan vive el hombre”, dijo Jesús. Iván Karamazov retomó la frase para señalar que los bienes materiales pueden cautivar, corromper y dominar a la gente. A Iván le parece extraño que Jesús no optara por recibir pan del cielo y disponer de él para controlar a la humanidad. En cambio, optó por conceder la libertad, y esa libertad lo llevó a la cruz. Esta le parece la gran tragedia del cristianismo. Su hermano Aliosha, por el contrario, entiende eso como un triunfo; piensa que hay que atreverse a creer sin recompensa de por medio; no se debe creer a cambio de pan o de otra coacción, sino por voluntad propia. La lección que obtenemos de esa disputa es que los dos tienen razón: el ser humano necesita pan, pero también la libertad que hace que el pan sea sabroso. Resistimos el encierro gracias a que tenemos comida en el refrigerador, pero no nos volvemos locos gracias a que podemos conversar, cantar, leer, ver películas, y todo eso tiene que ver con la cultura. El sujeto que sólo es visto en clave económica está mutilado. Por desgracia, ahora que se habla de recortes, se elimina por principio de cuentas a la cultura, cuando es la cultura la que nos permite sobreponernos a la desesperación de la espera. “Si sacrificamos nuestra cultura, ¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?”, dijo Churchill. Me pregunto en qué gobierno hay un presidente digno de esas palabras.

“Resistimos el encierro gracias a que tenemos comida en el refrigerador, pero no nos volvemos locos gracias a que podemos conversar, cantar, leer, ver películas, y todo eso tiene que ver con la cultura”

Son temas distintos, pero ¿qué analogías podría hacer con la experiencia actual y las que narra en su libro 8,8: el miedo en el espejo

-El terremoto en Chile nos volvió a enfrentar a la naturaleza como límite. La arrogancia del ser humano se ve rectificada con una sacudida como esa. El terremoto fue un acontecimiento físico que nos llevó a un examen de conciencia y nos hizo replantearnos muchas cosas. Aunque el susto fue grave y algunos daños eran inciertos, se trató de algo concreto y acotado en el tiempo. El coronavirus es invisible, avanza en zonas donde no estamos, puede contagiarnos sin que nos demos cuenta, y a diferencia del terremoto no podemos hacer algo útil como levantar piedras o hacer acopio de comida y medicinas. La única solución es estar al margen; ser, también nosotros, invisibles. Esto, más la duración del problema, es lo que hace el asunto difícil de sobrellevar. Los escritores somos profesionales del aislamiento y la soledad, pero no todo el mundo desea pasar tantas horas entre cuatro paredes.

“Los escritores somos profesionales del aislamiento y la soledad, pero no todo el mundo desea pasar tantas horas entre cuatro paredes”

Muchos afirman, con optimismo, que después de esta pandemia nos convertiremos en mejores seres humanos… otros, al contrario, piensan que la raza humana es siempre la misma y volveremos a lo de siempre. ¿Qué piensa?    

-Ignoro si el mundo va a ser mejor. El regreso a la vida habitual hará que valoremos los actos de presencia. El teatro aumentará su carga ritual y será aún más importante experimentar esa catarsis colectiva. En el fútbol, el público volverá a ser, más que nunca, el jugador número 12. Los abrazos, las caricias y los besos se cargarán de mayor significado. La gente que adquirió o reforzó hábitos en el encierro posiblemente los mantenga en la normalidad y se sienta más deseosa de ir a librerías, cines, museos y salas de conciertos. La certeza de que estamos devastando la ecología quizá permita que los canales de Venecia y el cielo de China sigan limpios. Las políticas de bienestar social asumidas por Trump como una medida de emergencia tal vez lleven a reconsiderar su relación con los menos favorecidos. La principal lección es que no es lo mismo estar interconectados que unidos. La interconexión permitió el contagio; pero las soluciones sólo pueden ser dadas en unidad. Ante un sentido de comunidad global, remitirían las polarizaciones y los fanatismos. Todo esto suena como una carta a los Reyes Magos, y quizá lo sea, pero no se puede cambiar el mundo sin la ilusión de hacerlo. Por otra parte, también hay motivos para el pesimismo. El más importante es la forma en que la tecnología determina cada una de nuestras acciones. Nadie tiene más información mía que mi teléfono celular y esa información está en manos de personas que no conozco. El mundo interconectado se convierte en un mundo hipervigilado, y las ganancias de las plataformas digitales superan a las de cualquier país. En California, el Estado no tiene dinero para construir viviendas y debe pedirle a Google que haga el favor de asumir esa tarea. Si no construimos comunidades reales sucumbiremos a tiranías virtuales.

“El regreso a la vida habitual hará que valoremos los actos de presencia. El teatro aumentará su carga ritual y será aún más importante experimentar esa catarsis colectiva. En el fútbol, el público volverá a ser, más que nunca, el jugador número 12”

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