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Opinión

25 de Mayo de 2020

Columna de Aïcha Liviana Messina: La política y el hambre

Agencia Uno

Salir a la calle no es un grito hambriento, es ya una acción política, es decir un lenguaje. Esto no quiere decir que no hay hambre (y desesperación), ni tampoco que la sociedad civil no ha de actuar y organizar o fortalecer las redes de apoyo, sino que lo que es requerido de forma urgente es una respuesta política y no espiritual. De otro modo, las canastas, necesarias y urgentes, tienen por efecto colmar una falta y acallar.

Aïcha Liviana Messina
Aïcha Liviana Messina
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La pandemia provocada por la propagación del coronavirus, que hace unos meses fue comparada con una gripe por los habituales detractores del Estado, ha tenido por efecto que cada país no consiguiera mucho más que hablar de sí mismo y que la política desapareciera por completo detrás de la necesidad de “gestionar” la crisis. Hoy, si hablamos de China, es eventualmente para copiarle (o criticarle) las políticas que habrían permitido tener un mayor control de la epidemia. Y si hablamos de Estados Unidos, es para constatar que no tiene ninguna política y que están cerca de ser número uno en la mala gestión de la crisis. No hablamos de la sociedad civil. De ningún país. Desde las manifestaciones que tuvieron lugar en la comuna de El Bosque, Chile es excepción. En el extranjero se habla de un retorno del movimiento social, y en Chile decimos que se viene el hambre. 

¿Qué está en juego entre una interpretación y otra?

En una columna publicada el 20 de mayo, Pablo Ortúzar expresa una opinión interesante y algo sutil respecto a la relación entre hambre y política. Para Ortúzar, el hambre siendo insoportable debería despertar nuestra espiritualidad, ponernos a prueba como país e incluso como “patria”, “iglesia” y “familia”. En un país como Chile, dice Ortúzar, donde “la mayoría de los chilenos vivimos atrapados en una visión del ser humano tan deprimente como estéril”, el hambre amenaza de romper de manera definitiva el lazo social y de abandonarnos al “imbunchismo”. Por esto, dice él, es hora de responder por el hambre, aquí y ahora, más allá de las políticas de Estado que parecen acomodar tanto la elite de izquierda, cómodamente satisfecha de las políticas de confinamientos, como la elite de derecha, determinada a que las canastas de alimentación se financien por los ya suficientemente abusivos impuestos. Es hora de una acción política que nos implique a todos y todas, más allá de este confinamiento que nos deja a todos dormidos y dormidas.

Es interesante que Pablo Ortúzar vea en el hambre un inicio de espiritualidad, tal como lo lee por ejemplo en el recorrido de la autora del libro Tomen este pan de Sara Miles, libro que da el título a su propia columna. Sara Miles, dice Ortúzar, es una periodista de izquierda “lesbiana y atea”, convertida al cristianismo y entonces a un activismo fuertemente marcado por el problema del hambre. Y es que el hambre es un tema espiritual y no solo material. Tener hambre es necesitar al otro, es implorarlo. Como lo podemos ver en la obra teatral de Ionesco, La sed y el hambre, ser reducido al estado de hambriento puede marcar el inicio de una conversión porque el hambre no es una mera falta pasajera, es una experiencia insoportable, de la cual no hay salida ni reparo y que entonces es vivida sin límites. El hambre es una experiencia del infinito en la que ya no se puede hablar sino implorar. En el hambre, uno remite de manera ya obligatoria si no a Dios como en el caso de la obra de Ionesco, por lo menos a otros. Comer quizás sea un asunto material (y cultural). Pero tener hambre, empero, es también un asunto espiritual.

“Es hora de responder por el hambre, aquí y ahora, más allá de las políticas de Estado que parecen acomodar tanto la elite de izquierda, cómodamente satisfecha de las políticas de confinamientos, como la elite de derecha, determinada a que las canastas de alimentación se financien por los ya suficientemente abusivos impuestos.”

Tiene razón Ortúzar al incomodarse con el hambre. Tiene sentido desesperarse con la comodidad en la que estamos literalmente confinados (por razones que van quizás más allá de la política de confinamiento). Quizás no sea mala idea pensar el hambre como un punto límite de lo que la derecha llama con tanta soberbia el moralismo de izquierda, y de lo que la propia derecha, no sin un cierto gusto por el misterio y la patria, detecta como un economicismo carente de proyecto político, que nos destina todos, de manera indiferenciada al mall. Ambas posturas, el moralismo y el economicismo, en efecto, si fueran tan fácilmente simplificable, son cómodas y apolíticas.

Sin embargo, lo que ocurre en la comuna de El Bosque y que está por fin cambiando el enfoque de la prensa, chilena y extranjera, ¿es un puro grito de hambrientos? ¿Por qué pensar que de la respuesta dada al hambre dependerá la revitalización de los lazos sociales? (“El momento es ahora, dice Ortúzar, y no después, para expresar a través de la comida un hambre que va más allá de esta comida: el hambre de comunidad, de patria, de iglesia y de familia”)

Pobladores de la comuna de El Bosque, se enfrentaron a Carabineros por la nula ayuda que han recibido del Estado en medio de la Pandemia. Foto: Agencia Uno.

Lo que ocurre en la comuna de El Bosque y que ha sido ampliamente mediatizado, no es el hambre sino ya una expresión política, es decir un lenguaje respecto del hambre y también respecto de las políticas de confinamiento, que, como sabemos, en algunas zonas de Santiago no han tenido tregua desde mediado de marzo, mientras en otras, donde el contagio ya era masivo, empezaron solo recientemente. Juntarse con otros y otras y salir a la calle no es un grito hambriento, es ya una acción política, es decir un lenguaje. Esto no quiere decir que no hay hambre (y desesperación), ni tampoco que la sociedad civil no ha de actuar y organizar o fortalecer las redes de apoyo, sino que lo que es requerido de forma urgente es una respuesta política y no espiritual. De otro modo, las canastas, necesarias y urgentes, tienen por efecto, de colmar una falta y acallar. 

Mientras los medias solo consiguen suscitar pánico o emoción, la rebelión social pide por lo menos otra respuesta que el pánico, la emoción o la espiritualidad. Las manifestaciones en la comuna de El Bosque son un lenguaje y no un grito; involucran sujetos políticos diferenciados y no seres reducidos a la necesidad y homogeneizados por ella; son la primera manifestación política de la sociedad civil que no solo pide canastas de pan y comida distribuidas por una nueva alianza entre la iglesia y los supermercados (como lo propone Ortúzar), sino que plantean el problema de cómo se llevó a cabo la gestión de la situación sanitaria a expensas de una política que actuara con la debida anticipación en función de la vulnerabilidad (y del potencial) de cada comuna.

“Juntarse con otros y otras y salir a la calle no es un grito hambriento, es ya una acción política, es decir un lenguaje. Esto no quiere decir que no hay hambre (y desesperación), ni tampoco que la sociedad civil no ha de actuar y organizar o fortalecer las redes de apoyo, sino que lo que es requerido de forma urgente es una respuesta política y no espiritual.”

Entonces, Ortúzar tiene razón al incomodarse del hambre, pero hay un cierto purismo en substituir una rebelión por una manifestación del hambre, una organización política (sea lo que sea su nivel de improvisación y de precariedad) por un grito corporal. El hambre no se manifiesta. Es mortal en muchos niveles (deshumaniza y desociabiliza). Pero que ante el hambre, una comuna se organice políticamente nos da quizás otra lectura de lo que hay entre el dicho moralismo cómodo de las elites de izquierda, y el no menos cómodo (y en realidad moral de otra manera) economicismo de la derecha: no pueblos en búsqueda de nuevas o antiguas raíces, que les permitirían pensar en el paraíso y no en el infierno, sino individuos que necesitan estructuras políticas para crear nuevos lazos y hacer que sus luchas sean audibles. No sujetos que buscarían redimir sus necesidades materiales en una comunión espiritual, sino individuos que necesitan constituirse como sujetos políticos. De otro modo, a la limitación política de un mundo divido entre ideólogos bienpensantes de izquierda y gestores en principio eficaces (¡pero ya no!) de derecha, se substituye un mundo dividido entre “imbunchistas” y nostálgicos de la patria. Pero en política, la nostalgia por un paraíso perdido, es un mal presagio.

*Profesora titular de Filosofía, Universidad Diego Portales.

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