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Reportajes

1 de Junio de 2020

Testimonial: Regresar a campo minado

Foto: Álbum familiar.

Alicia Beltrán tiene 32 años y es enfermera en un hospital de Estación Central. El 24 de abril dio positivo su examen PCR. Tuvo licencia por 16 días y debió volver al mismo lugar donde probablemente se contagió. Relata aquí su historia, sus reflexiones, sus miedos.

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Nunca pensamos que lo íbamos a vivir. Yo le decía a Danilo, mi marido, que me lo pasaron en mi primer año de Enfermería: recuerdo una clase donde nos hablaron del cólera y de la fiebre tifoidea, historias de hace como 500 años. Yo, igual ilusa, siempre pensando en que como somos un país al final del continente no nos iba a afectar tanto el coronavirus. “Alicia, todo el día salen aviones llenos en todo el mundo. En un dos por tres vamos a estar hasta el cogote”, me decía él, que trabaja en Latam Cargo hace algunos años. Los dos fuimos los primeros en contagiarnos el Covid en nuestros trabajos. 

Soy enfermera, tengo 32 años y trabajo en la Unidad de Esterilización en un hospital en Estación Central. Algunos hospitales nuevos o concesionados externalizan esta unidad. Yo trabajo en la empresa Exteriliza y nuestro trabajo es básicamente recoger material sucio de pabellón, lo que va dentro de las cajas quirúrgicas, para luego lavarlos, desinfectarlos y esterilizarlos. Los pabellones siguen operando pacientes con urgencias, así que nuestro trabajo debe continuar. 

Foto: Álbum familiar.

Danilo y yo somos de Rancagua. Hace justos ocho años, un 27 de mayo, nos dimos nuestro primer beso. Él estudió en Santiago. Yo salí del Oscar Castro, un liceo municipal que tenía 14 cursos por nivel y yo era del más porro. Quería estudiar algo corto, trabajar un tiempo, casarme y tener guaguas. Me acuerdo de que cuando chica tenía muñecas y jugaba a ser enfermera. Les ponía parches, les tomaba la temperatura, pero nunca generó que quisiera estudiar eso desde niña. Entré al técnico en el DUOC de Valparaíso y después a la carrera de Enfermería en el Inacap de Rancagua. 

El miércoles 22 de abril me desperté a las siete de la mañana, por segunda vez, a darle comida al Stark, mi gato. Me sentía horrible. Me dolía la cabeza, algo muy poco habitual en mí. Pero también me dolía la guata y tuve diarrea. Era extraño porque soy vegetariana y, la verdad, como super sano. Dormí hasta las 10 y desperté bien. Hice ejercicio y a las tres de la tarde, malestar de nuevo: dolor de espalda, la cabeza, las piernas. Pensé que podía ser un enfriamiento porque no me sequé el pelo. A las seis ya estaba terrible: con mucosa oral y conjuntiva; sentía la lengua, las encías y los ojos muy calientes. Algo que nunca había sentido. Me tomé la temperatura: tenía 37,2. 

Llamé a las siete de la tarde a un número que dispuso mi isapre para atención médica 24/7. Me dijeron que tomara un gramo de paracetamol, loratadina y que me fuera a acostar. Desperté a las 10 de la noche, toda transpirada. Me bajó la fiebre y me sentí mejor, incluso dejé preparada la ropa para ir a trabajar al día siguiente. Dormí pésimo, me levanté tres veces en la noche. Le había escrito a mi jefa; y vi que me había respondido. Decía que cualquier cosa, no fuera, que no había problema. Me levanté y definitivamente no podía ir a trabajar. Mi preocupación era que, si iba, podía tener coronavirus. 

Me hice el test al día siguiente a las 8.15 de la mañana en Integramédica de Plaza de Maipú, que queda a 25 minutos caminando de mi casa, pero pedí un Didi. La doctora me hizo el PCR y me dio licencia preventiva de seis días. Yo no tenía idea si me la iban a pagar o no, entonces le pedí que fuera un día: sólo el viernes, para esperar sábado, domingo y el lunes ver el resultado. 

De curiosa, me metí a ver el viernes porque la doctora me dijo “hay veces que salen antes”. Lo vi por internet y di positivo. 

Avisé a mi jefa y, efectivamente, el día anterior llegaron todas las chicas a la pega sintiéndose mal. Incluso faltó una tens, que se había sentido ahogada y le dieron licencia por otra cosa. 

Hice todo como tiene que ser. Mi jefa es venezolana y cuando esto empezó, ella lo vio venir. En su último año de universidad había hecho un proyecto de epidemiología y pandemias, entonces de un principio nos instó a ser muy precavidas. Me lavaba mucho las manos. Sólo iba de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa. Cuando llegaba, echaba la ropa a lavar y yo a la ducha. Salía a la feria y al supermercado una vez a la semana, pero nada más y siempre con alcohol gel a mano. Lo único que me quedaba es que el contagio haya sido en el trabajo. Obviamente abro puertas en el hospital, aprieto el botón del ascensor, voy al casino. Es una gran fuente de contagio, porque trabaja mucha gente y van muchos pacientes a consultar. 

Foto: Álbum familiar.

No tuve miedo. Pero sí sentí incertidumbre por las lucas. A lo mejor Banmédica me iba a decir que porque soy enfermera no me van a pagar la licencia. O en un hospital me van a decir “no, pero es que usted es isapre”. Esto significaba no trabajar la mitad de un mes. Además, iba a dejar sin trabajar a mi marido, que seguro estaba contagiado y que ya venía ganando el 50% menos de su sueldo. 

Cuando avisé que salí positivo, mandaron a todo mi turno a hacerse el PCR. Salieron todos positivos. Fue heavy lo que pasó en mi empresa, porque como hacemos turnos, a las nueve se juntan en una misma plaza física los que entran y los que salen. Salimos muchos con licencias, de 15, 6 ó 3 días, a criterio de cada médico. Hubo una semana que en mi trabajo había apenas una persona por turno. Mi jefa, que tiene horario diurno, hizo turnos de 24 horas. Un administrativo y hasta una persona que salió hace un par de meses de la empresa fueron a cubrir turnos. 

Hay incertidumbre en los trabajadores de la salud por la falta de EPP (elementos de protección personal). Yo estoy en contacto con muchas enfermeras de esterilización, porque estoy en un grupo de WhatsApp con más de cien a nivel nacional. Nos preguntábamos: “¿Cómo lo hacen ustedes con las pecheras, con los insumos?”, porque no había nada. Nadie tenía nada claro y teníamos las mismas dudas en todas partes, porque nunca existió un protocolo de funcionamiento desde el Minsal. 

Antes de llegar a la aquí, trabajé en el Hospital Regional de Rancagua, en el Félix Bulnes, en la Clínica Tabancura, en el Sótero del Río y en la UPC (Unidad de Paciente Crítico) pediátrica del San Juan de Dios. Mantengo contacto con gente de todos esos lugares y apenas llegó el Covid empezaron a desaparecer insumos, porque se los robaban. También trabajé con pacientes y sabía que no estábamos preparados, como decían Mañalich y Piñera. Se veía venir que esto iba a pasar. 

Cuando recién había empezado el tema Covid, yo me planteé salir a trabajar en mis días libres. Buscar una pega part time para ayudar más en la crisis, porque tengo experiencia con pacientes y en servicios críticos. Pero eso también significaba exponerme aún más, así que decidí dejar ese espacio a colegas que estaban sin pega. Había una crisis laboral enorme, y esos enfermeros significan un buen recurso para no agotar a los funcionarios que ya se han ido contagiando.Entiendo que es un porcentaje alto. El otro día ya murió un doctor en el Sótero. 

Cuando cumplí mi día catorce de cuarentena, al día siguiente fui al doctor para un examen de inmunoglobulina, para ver si había generado anticuerpos. Salió negativo de Covid y volví a trabajar cuando me correspondía. Entiendo que soy un eslabón, parte de una cadena donde hay muchos involucrados y que al final está el paciente que es operado. Yo ni le veo la cara al paciente, pero mi trabajo va en directa relación porque se va a operar con un instrumental que se procesó bajo mi cuidado. No puedo faltar a mi trabajo, porque la gente se sigue operando.

De las personas de mi turno, todos tuvimos un Covid no tan fuerte, menos una funcionaria que tuvo neumonía y estuvo hospitalizada. Yo no me siento inmune. Ya sé que si me expongo nuevamente quizá no me enferme, a menos que la cepa mute. Pero igual me tengo que proteger, porque si bien tengo inmunidad, podría seguir contagiando. Y soy responsable, no quiero ser un vehículo que transporte el virus. 

Para mí fue una buena cuarentena. Aproveché de meditar, cocinar, leer y, ahora, escribir también. No me sentí muy mal, aparte de un día que me sentí un poco ahogada. Estuve tranquila en mi casa, con mi marido y mi gato, sin que me faltara nada. Pero hay gente que no tiene esa realidad…

Esto va en aumento, porque la gente independiente necesita salir a trabajar. Camino al trabajo veo gente en la calle, estacionadores de autos, vendedores ambulantes. Cuando fui al segundo examen de Covid, la fila en Integramédica era de una cuadra y media. Fue el viernes previo al día de la madre, y La Polar y Belsport estaban llenos. Gente sin mascarilla y hasta mamás con cabros chicos.

Lo único cierto que han dicho las autoridades es que todos nos vamos a contagiar y es ahí cuando te das cuenta de la responsabilidad individual de cada uno. Danilo fue asintomático total y si yo no me contagio, no nos hubiéramos dado cuenta. Después andaba diciendo por teléfono: “El coronavirus no hace nada, es como un resfrío cualquiera”. Lo reté y le dije “no andí diciendo esas cosas, que la gente deja de protegerse. Tú tuviste la suerte que no te tocó, pero a las otras personas sí les va a dar”. 

En lo personal, mi mayor miedo es que a mis papás, que tienen más de 60, se contagien de Covid y se mueran. Y como ciudadana, espero que ojalá salgamos como sociedad más consciente y que tomemos en cuenta que lo esencial no está en un mall o en un carrete. Lo esencial es la familia y tu yo interno. Ojalá que todo esto sirva para algo en un futuro.  

Tengo que cuidarme al máximo, por mi familia, por mi trabajo y porque es la primera línea la que se lleva todo el peso de esta situación. Pienso en seguir cumpliendo mis obligaciones, porque mi trabajo es importante.

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