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Opinión

3 de Junio de 2020

Columna de Josefina Araos: La pandemia política

Foto: Agencia Uno

Ambos lados políticos parecen permanentemente seducidos por la posibilidad de ganar una fama hace rato perdida, y que hoy es completamente irrelevante. Es como si, incluso en medio de esta nueva crisis que debiera haberlo suspendido todo, no pudieran sustraerse a la disputa facciosa por quién se queda con la aprobación y legitimidad de una esquiva ciudadanía.

Josefina Araos Bralic
Josefina Araos Bralic
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Las cifras de contagio de los últimos días indican que probablemente estamos entrando al momento más duro de la pandemia en Chile. El sistema hospitalario roza su límite, los test demoran más de la cuenta en entregar resultados y la trazabilidad del contagio se va haciendo cada vez más difusa. 

En medio de ese escenario, la esperanza la sostiene el altísimo nivel demostrado por el personal de salud y una red de cuidados intensivos que, a pesar de la precariedad acusada en el sistema, mantiene contenido –por ahora– el aumento de los muertos por este virus indomable. Varios expertos han afirmado que, a pesar del oscuro panorama, no hemos llegado todavía al peak, lo que sólo aumenta la sensación de incertidumbre y la saturación de la ya exigida infraestructura sanitaria. Pocos negarán que la situación actual es sumamente delicada. Y esto sólo empeora si agregamos la crisis económica que ya muestra sus primeras evidencias, la tensión social ante cuarentenas que no se pueden implementar del mismo modo en todos los sectores y, para rematar, la profunda desconfianza política que, instalada desde octubre, no deja de enturbiar el ya enrarecido ambiente. 

FOTO REFERENCIAL. Los ministros del Comité Político tras sostener una reunión con el Presidente de la República. 25 de mayo del 2020 Crédito: Agencia Uno

Este escenario plantea un desafío de primer nivel a la clase política en su conjunto. No sólo por la magnitud de la crisis que hoy enfrentamos, que exige una disposición extraordinaria a los acuerdos, sino sobre todo porque la obliga a quebrar las problemáticas dinámicas en las que se encuentra sumida desde el estallido social –aunque muchas son previas a él– y que la pandemia, por el momento, no ha logrado revertir. 

Así, por un lado, constatamos cómo la oposición se ve tentada sistemáticamente a presentar las decisiones del gobierno en términos de buenos y malos. Para confirmarlo, basta ver los adjetivos con que se critican las distintas medidas propuestas: “intransigencia”, “conservadurismo”, “orgullo”. Es el estilo que, ya sabemos bien, alimenta la lógica twittera que suele atribuir todas las acciones a la mala voluntad o los intereses ocultos que conspiran en La Moneda. En esa dinámica, la tendencia es a tensionar permanentemente al gobierno, parapetándose en gritos unívocos respecto de cómo debiera manejarse la pandemia. Como si hubiera una sola decisión técnica, clara y evidente para todos, excepto para el Ejecutivo. 

“No sólo por la magnitud de la crisis que hoy enfrentamos, que exige una disposición extraordinaria a los acuerdos, sino sobre todo porque la obliga a quebrar las problemáticas dinámicas en las que se encuentra sumida desde el estallido social –aunque muchas son previas a él– y que la pandemia, por el momento, no ha logrado revertir”.

Por el otro lado, sin embargo, las cosas no se ven mucho mejor. A ratos inconsciente del frágil equilibrio en que se mueve desde octubre, el gobierno se encarga de enlodar su propia agenda. Los anuncios de los últimos días en materia de salud han estado plagados de polémicas, sobre todo por cierta actitud errática que ha empezado a invadir sus decisiones (y que se expresa sobre todo en el particular estilo del ministro, que tiene la virtud de enojar a todos). Es como si el famoso retorno a la “nueva normalidad” hubiera sentado un precedente en el que a cada estrategia nueva, le sigue al día después una correspondiente aclaración o corrección, que no hace más que aumentar la incertidumbre en que se encuentra la población. Los críticos suelen concentrarse en el cuestionamiento a las medidas ejecutadas por el gobierno, cuando quizás el mayor problema ha estado en la dificultad para justificarlas y defenderlas. Y también, por cierto, para comunicarlas: basta ver el lamentable espectáculo mediático en que quedó la entrega de cajas con productos de primera necesidad, política que, al menos en términos inmediatos, parecía valiosa. La imperiosa distribución de dichos productos fue opacada por el despliegue de ministros y funcionarios de gobierno más preocupados por registrar el momento con sus cámaras, que por garantizar la entrega adecuada y segura a sus destinatarios. 

Es como si el famoso retorno a la “nueva normalidad” hubiera sentado un precedente en el que a cada estrategia nueva, le sigue al día después una correspondiente aclaración o corrección, que no hace más que aumentar la incertidumbre en que se encuentra la población“.

Como se ve, ambos lados parecen permanentemente seducidos por la posibilidad de ganar una fama hace rato perdida, y que hoy es completamente irrelevante. Es como si, incluso en medio de esta nueva crisis que debiera haberlo suspendido todo, no pudieran sustraerse a la disputa facciosa por quién se queda con la aprobación y legitimidad de una esquiva ciudadanía. No han terminado de entender –quizás no han empezado siquiera– que tanto en el descontento de octubre como en la incertidumbre de ahora, si las medidas y políticas implementadas fracasan, no se salva nadie. Es la clase política completa, y con ella la institucionalidad como instancia de canalización de nuestros conflictos y urgencias, la que se pone en juego. Y de paso, hoy día, el destino completo de todos nosotros.

*Josefina Araos Bralic es Investigadora del IES (Instituto de Estudios de la Sociedad)

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