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Opinión

4 de Junio de 2020

Columna de Alejandro Aravena: La triple crisis

Enfrentamos la posibilidad real que no sea posible salir de esta triple crisis -sanitaria, económica y social- libres de víctimas; hacia donde nos movamos va a haber que sacrificar algo (o peor aún, alguien). Una discusión de esta naturaleza va a requerir un cambio en la información que manejamos, una redefinición de la política tal como la entendemos hoy, pero sobre todo una refundación de la sociedad tanto a nivel personal como colectivo.

Alejandro Aravena
Alejandro Aravena
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Tenemos en Chile una triple crisis que resolver: la sanitaria, la económica y la social. Las acciones necesarias para responder a cada una de ellas empujan en direcciones exactamente opuestas: ¿encerrarse o salir? ¿juntarse (a resolver nuestras diferencias) o distanciarse? 

Hasta ahora creímos que la manera de enfrentar estas oposiciones era poniendo una a continuación de la otra. Entre salud y economía: apretar los dientes, quedarse en casa, y cuando la curva se aplane, salir a trabajar. Lo mismo entre salud y paz social: si en octubre el desafío era juntarnos (a conversar), a partir de marzo el bien común requirió distanciarse; ya veríamos después cómo retomar la conversación pendiente. Entre economía y paz social, la relación era más polarizada: dependiendo del bando, estaban los que decían, haz más justa la economía y recuperamos la paz, y por otro lado los que, sin paz en la calles, ni siquiera estaban dispuestos a conversar. 

Crédito: Agencia Uno

Lamentablemente todo parece indicar que la estrategia secuencial no va a ser posible: estamos lejos de poder suspender las medidas de distanciamiento y no se puede apretar los dientes eternamente. Incluso si por vía de la represión lográramos forzar el aguante, la pandemia sería sustituida por la hambruna. Por otro lado hemos visto, más temprano que tarde, que el estallido no esperó a que erradicáramos la pandemia: barricadas en las poblaciones, narcos repartiendo comida o gente rompiendo la cuarentena a pesar de estar contagiada han vuelto a poner en duda la paz social. Lo que está claro, es que el debate no es sólo entre Salud y Economía con mayúscula, sino entre Salud y economía con minúscula de empleo.

Lamentablemente todo parece indicar que la estrategia secuencial no va a ser posible: estamos lejos de poder suspender las medidas de distanciamiento y no se puede apretar los dientes eternamente. Incluso si por vía de la represión lográramos forzar el aguante, la pandemia sería sustituida por la hambruna. Por otro lado hemos visto, más temprano que tarde, que el estallido no esperó a que erradicáramos la pandemia: barricadas en las poblaciones, narcos repartiendo comida o gente rompiendo la cuarentena a pesar de estar contagiada han vuelto a poner en duda la paz social“.

Enfrentamos la posibilidad real que no sea posible salir de esta triple crisis, libres de víctimas; hacia donde nos movamos va a haber que sacrificar algo (o peor aún, alguien). Una discusión de esta naturaleza va a requerir un cambio en la información que manejamos, una redefinición de la política tal como la entendemos hoy, pero sobre todo una refundación de la sociedad tanto a nivel personal como colectivo. 

MEJOR INFORMACIÓN (no más información)

Se ha instalado como una verdad fundamental, global e incuestionable lo que el filósofo André Comte-Sponville llama lo “sanitariamente correcto”. Desafiar o siquiera comparar las tasas de contagiados y muertos con otras pandemias (u otras causas de muerte) para saber si las medidas de distanciamiento son desproporcionadas o no, tiene la categoría de una falta moral imperdonable. Sin embargo, tenemos la obligación de mirar la información sin prejuicios y sin agenda. 

Si no somos el país con más favelas, ni el más pobre, ni el que tiene el peor sistema de salud ¿por qué estamos en la poca honrosa liga de los países más golpeados del mundo? ¿Es una pura cuestión de indisciplina cívica? ¿O realmente la gente no puede respetar la cuarentena aunque quiera? 

Escuchando a gente razonable, comparar contagiados es difícil: habría que comparar tests por cada millón de habitantes para saber si los contagiados por millón son equiparables. Los muertos por el virus también son materia de debate: ¿cuándo asignar una muerte a Covid-19 y cuándo a una enfermedad preexistente? Lo más objetivo parece ser la medición de la carga viral en las plantas de tratamiento de agua: un artículo en Nature plantea que, si se analiza el agua servida, se mide el virus y se divide por la población que descarga ahí, no sólo se determina con precisión la escala del contagio, sino que se puede identificar tempranamente un posible rebrote. En cualquier caso, es fundamental conocer con precisión la magnitud de la pandemia para evitar tanto la histeria como la falsa vuelta a la normalidad. 

Si no somos el país con más favelas, ni el más pobre, ni el que tiene el peor sistema de salud ¿por qué estamos en la poca honrosa liga de los países más golpeados del mundo? ¿Es una pura cuestión de indisciplina cívica? ¿O realmente la gente no puede respetar la cuarentena aunque quiera?

Lo segundo que deberíamos hacer, es contar para la crisis económica y para la social con un nivel de información equivalente al que tenemos sobre la crisis sanitaria. Conocemos con exactitud la cantidad de ventiladores mecánicos disponibles, el porcentaje de población médicamente vulnerable y cuándo va a colapsar nuestro sistema de salud. Sería muy útil conocer con la misma exactitud, cuál es el porcentaje de nuestra población económica y socialmente vulnerable, cuántos equivalentes a ventiladores mecánicos tenemos para el hambre y el descontento y poder saber así, cuándo van a colapsar nuestros sistemas económicos y sociales. Esto va a ser fundamental para que podamos tomar una decisión informada sobre la dirección en la que nos vamos a mover. 

Conocemos con exactitud la cantidad de ventiladores mecánicos disponibles, el porcentaje de población médicamente vulnerable y cuándo va a colapsar nuestro sistema de salud. Sería muy útil conocer con la misma exactitud, cuál es el porcentaje de nuestra población económica y socialmente vulnerable, cuántos equivalentes a ventiladores mecánicos tenemos para el hambre y el descontento y poder saber así, cuándo van a colapsar nuestros sistemas económicos y sociales.

LO COMÚN

Esta triple crisis se nos ha presentado en clave bíblica: pandemia, hambruna, guerra (estallido). El denominador común, si bien no declarado, es que cada uno de ellos es una amenaza a la especie humana. Esto quizás explique lo global del debate y la radicalidad de las medidas que la sociedad ha estado dispuesta a aceptar. Sería sano debatir si es tan cierto que estamos frente a un conjunto de amenazas a la supervivencia de la especie. Pero más interesante aún puede ser asumir que lo son y preguntarnos, históricamente ¿qué ha permitido a la especie humana prevalecer? 

Esta triple crisis se nos ha presentado en clave bíblica: pandemia, hambruna, guerra (estallido). El denominador común, si bien no declarado, es que cada uno de ellos es una amenaza a la especie humana. Esto quizás explique lo global del debate y la radicalidad de las medidas que la sociedad ha estado dispuesta a aceptar. Sería sano debatir si es tan cierto que estamos frente a un conjunto de amenazas a la supervivencia de la especie.

Si aceptamos la tesis del historiador Noah Harari sobre el triunfo del Homo Sapiens, éste se basa no en el individuo, sino en lo colectivo: la capacidad de colaboración flexible y en grandes números entre extraños. Lo primero es clave para adaptarse a desafíos nuevos y siempre cambiantes. Para lo segundo es fundamental generar confianza entre individuos más allá de la propia familia o tribu. ¿Qué permite esto? La imaginación: un sistema simbólico que no sólo describe la realidad, sino que puede imaginar una nueva, a la que como conjunto podemos adherir y contribuir. 

Si bien la ciencia puede estar próxima a encontrar una cura para la pandemia, sería una lastima que los sacrificios de vidas y de vida que hemos hecho hasta ahora, hayan sido en vano. Tenemos la oportunidad de activar los mecanismos simbólicos que nos han hecho prevalecer como especie y movernos hacia un momento refundacional que en circunstancias normales habría sido impensado.

Crédito: EFE

Explorar este camino, abre la posibilidad de hacernos cargo de la crisis social que teníamos antes de la pandemia cuando un colapso de legitimidad nos explotó en la cara. Se había perdido la confianza en todos aquellos que no fueran los “propios”: se desconfiaba de todos quienes no eran de la propia familia, del propio colegio, del propio barrio o de la propia estirpe. Y la colaboración sólo entre conocidos ya anunciaba, aunque no nos hubiéramos dado cuenta, que estábamos frente a una amenaza a la especie. 

Para salir de ésta, vamos a tener que hablar, nos vamos a tener que escuchar y vamos a tener que imaginar un sistema de reglas que nos devuelva el sentido de grupo. Aquí es donde el arte y la cultura pueden tener un rol que no habíamos imaginado: por anti-intuitivo que parezca, lejos de ser ellos un suntuario que se consume una vez que se han resuelto todos los problemas básicos, arte y cultura constituyen un conjunto de herramientas simbólicas que pueden tocar esa fibra emocional capaz de recuperar la confianza cívica y, por extensión, la colaboración extraños. Todos podemos reconocer el rol que cumplió la coreografía de Las Tesis o la música de Los Prisioneros en propagar un mensaje con alto índice de universalidad que traspasó edades, estratos sociales y fronteras. 

Salir de esta triple crisis va a requerir una épica que transforme una colección de individualidades desconectadas en una unidad mayor. La dimensión simbólica y emocional de la música, el cine o la fotografía, no sólo nos permitiría pasar del yo al nosotros, sino que le podrían dar sentido a los sacrificios que inevitablemente vamos a tener que hacer. 

Salir de esta triple crisis va a requerir una épica que transforme una colección de individualidades desconectadas en una unidad mayor. La dimensión simbólica y emocional de la música, el cine o la fotografía, no sólo nos permitiría pasar del yo al nosotros, sino que le podrían dar sentido a los sacrificios que inevitablemente vamos a tener que hacer.

LO PERSONAL 

Además de un movimiento hacia afuera, hacia una dimensión colectiva, reconstruir el clima de confianza y colaboración necesario para enfrentar la triple crisis va a requerir también un movimiento hacia adentro: pasar del individualismo a lo personal (porque no son lo mismo). 

Una de las razones que nos llevó a la crisis social fue una sensación generalizada de abuso: la pérdida transversal de credibilidad (desde las instituciones a la autoridad, desde el “sistema” a las personas) tenía en su base no sólo una experiencia diaria de inequidad e injusticia, sino la sospecha de que ese abuso era premeditado (egoísmo o avaricia) o en el mejor de los casos inconsciente (indolencia o ignorancia).

Es verdad que vamos a tener que debatir sobre un conjunto de mecanismos que detecten, persigan y castiguen los abusos, pero poco o nada va a cambiar si no hay una toma de conciencia a nivel personal. La única manera de refundar de manera sostenible nuestra convivencia es pasar de lo regulatorio a la autorregulación. 

Vamos a tener que debatir sobre un conjunto de mecanismos que detecten, persigan y castiguen los abusos, pero poco o nada va a cambiar si no hay una toma de conciencia a nivel personal. La única manera de refundar de manera sostenible nuestra convivencia es pasar de lo regulatorio a la autorregulación.

Hay una pugna ideológica entre quienes buscan “desregular” para que haya competitividad, crecimiento y generación de excedentes por un lado, y quienes quieren “regular” para evitar el consumismo, el lucro o la utilidad desmedida.  En un área gris, al centro de esta disputa, queda la realidad: ¿cuándo la tercera o cuarta vivienda es el fruto de una vida de esfuerzo o cuándo el reflejo de una serie de abusos?, ¿cuándo comprarse un auto de lujo es un merecido gusto o la prueba de un sistema injusto? Lo único claro es que esta disputa no la vamos a resolver aunque diseñáramos la regulación más estricta del planeta; esto requiere autorregulación. Y no por una cuestión ética o moral, sino porque excedentes desmedidos están inevitablemente relacionados a un déficit innecesario en algún otro lado. 

En un mundo globalizado en que todo está conectado con todo (la pandemia es la prueba más irrefutable de esto), ese “otro lado” no es algo abstracto o filosófico sino algo bien concreto que puede estar bastante cerca. Una persona que se sienta presionada por generar un nivel desmesurado de excedentes a costa de pagarle a sus empleados el sueldo mínimo (en vez del máximo posible), está contribuyendo a aumentar la presión social. Autorregularse en cambio y no comprar el no-sé-cuánto-avo auto o la no-sé-cuánto-ava casa en la playa, permitiría subirle el sueldo a los empleados y que ellos a su vez pudieran optar, por ejemplo, por una mejor educación para sus hijos. O quizás que se cambiaran de casa a un barrio más cerca para no pasar tantas horas en transporte público. Y que ese tiempo ahorrado les permitiera pasar más tiempo con sus familias, o dormir más, o simplemente andar de mejor ánimo. ¿Cuánto de esta autorregulación aplicada a tiempo y de manera generalizada habría evitado el estallido?

La autorregulación implica un mayor nivel de conciencia, entendida como atención a las propias acciones y como cuidado de cómo esas acciones afectan al bien común. Es como cuando a uno la dan mal el vuelto. Corregir ese error es un acto de pura conciencia. Se hace simplemente porque está bien. El individualismo nos llevaría a quedarnos con ese vuelto; la autorregulación, a devolverlo. Tomarse cada acción como algo personal no sólo nos conecta con la propia conciencia, sino tiene consecuencias sanadoras para nuestra sociedad porque tiene el potencial de reinstalar la confianza en un desconocido. 

ADMINISTRACIÓN v/s GOBIERNO 

Lo que está claro, es que la crudeza de las opciones que tendremos al frente y la dureza de las decisiones que deberemos tomar para salir de esta triple crisis, van a requerir que hayamos desarrollado tanto la dimensión colectiva de la confianza como la dimensión personal de la conciencia. Ese debate es probable que tenga óptimos relativos y no absolutos y va a ser por lo mismo políticamente incorrecto. Por eso, difícilmente va a poder ser abordado por la política convencional para lo cual es probable que tengamos que redefinir el rol de la política. 

Crédito: Agencia Uno

Una clave la puede dar la manera en que se la entiende en inglés: se habla de ella no como gobierno sino como administración. De un gobierno se esperan órdenes; de una administración, que ordene. De un gobernante, dado que se le ha dado poder, se espera que sea infalible. De una administración se espera que sea eficiente. Para manejar esta triple crisis, no debiera ser la política sino la democracia la que cargue el peso de optar. En este momento refundacional deberemos pasar de tener mandatarios a mandatados.

De un gobierno se esperan órdenes; de una administración, que ordene. De un gobernante, dado que se le ha dado poder, se espera que sea infalible. De una administración se espera que sea eficiente. Para manejar esta triple crisis, no debiera ser la política sino la democracia la que cargue el peso de optar. En este momento refundacional deberemos pasar de tener mandatarios a mandatados.

Con la información adecuada sabremos cuál será el tamaño del sacrificio que tendremos que hacer en términos de salud (y vidas), de economía (y vidas) y de paz social (o vidas). Este debate y la opción que se tome deberá ser una decisión ciudadana. Será una decisión colectiva y en conciencia. Una vez hecha, se la entregaremos a la administración de turno para que implemente de la manera más eficiente posible esa visión de sociedad que hayamos acordado. 

Tal como lo describe el poeta Leonel Lienlaf, vivimos hoy muy preocupados de sentirnos representados por la autoridad, cuando lo importante para un pueblo debiera ser la pertenencia. Lo que deberemos discutir para salir de la triple crisis va a ser tan duro que, o nos desintegra como sociedad o nos templa en un nuevo sentido de pertenencia. 

*Alejandro Aravena es arquitecto, ganador del Premio Pritzker 2016. 

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