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Entrevistas

19 de Junio de 2020

Camilo Marks y su tecnologización obligatoria por pandemia: “Soy un absoluto tarado digital”

Crédito: Rodrigo Fernández para libre reutilización.

A sus 71 años, el crítico literario y abogado conversa con The Clinic sobre el encierro que dice no ha sido fácil para él. Su necesidad de sociabilizar y mantenerse en contacto con otros lo ha llevado a desatender el llamado a confinamiento. También cuenta cómo ha sobrevivido a la tecnología, el exceso de pantallas y las cátedras universitarias online. “Es un horror constante”, sentencia.

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Para concertar una entrevista con el crítico literario, novelista y abogado Camilo Marks (71) tuve que mandarle un mail. La respuesta fue rápida y extensa. Recojo de la misiva de carácter privado un comentario: “Yo creía que The Clinic había cerrado… Felizmente estoy equivocado”.

Al otro lado, en su Mac nuevo que, según advierte, no sabe usar, responde un cuestionario que poco ahonda sobre la realidad nacional y sí pretende profundizar en las vicisitudes que ha debido sortear en estos tiempos pandémicos. Después hablaremos por teléfono para aclarar nuevas dudas: ¿Se aburre Camilo Marks?, ¿cómo se lleva con el encierro y la tecnología?, ¿extraña a sus alumnos?, ¿le teme a la muerte? Algunas las responde, otras las sortea con ironía.

Le pido una foto para esta publicación y manda un retrato donde algún alumno suyo lo dibujó “judío, frágil y con carita de Woody Allen”, dice. Por mail también cuenta que está durmiendo un promedio “de 12 a 14 horas diarias”. Excusa esa prolongación del sueño diciendo que “uno no se puede pasar todo el día leyendo, viendo películas, teleseries y pelotudeces por el cable”.

Retrato en dibujo de Camilo Marks por el estudiante Nicolás Noli.

También reconoce que no ha sido muy responsable con la cuarentena, pues recién hace un mes y medio que está conscientemente “guardado” y sólo hace dos semanas cayó en cuenta de que atravesamos una situación realmente grave. “Tuve que cambiar las sesiones de psicoanálisis presenciales por videollamadas. Comprenderás que un tipo como yo si no se hace psicoanálisis termina asesinando a medio mundo”, dice.

¿Cómo se sienten esas sesiones online?

-Bien, ya llevo cinco o seis sesiones por videollamada. Ni puta idea cómo funciona Zoom ni Skype, además lo encuentro muy invasivo. El único salvoconducto que estaba sacando era para ir a ver a mi terapeuta a Las Condes, a la altura de Escuela Militar, y era realmente como Varsovia ocupada por los nazis. Mirabas para acá (en dirección al centro de Santiago) y era una ciudad totalmente normal. Creo que se nos pasó un poco el tejo.

¿Por qué? Veo que no te tomaste muy en serio lo de respetar la cuarentena.

-Al comienzo no me lo tomé muy en serio y creo que nadie se lo tomó muy en serio. La verdad es que todavía no me lo tomo muy en serio. No sé, encuentro tan extraño lo que está pasando. Uno lee tanta tontera en esa plataforma de la estupidez y el exhibicionismo llamada Facebook. 

¿Cómo estás llevando el encierro?

-En realidad no sospecho cómo lo llevo ni a qué me dedico: ya no soporto leer, odio, detesto los libros, los voy a quemar todos. Veo Facebook y empiezo a atacar el computador a martillazos, miro el mail y tengo que calmarme con electroshocks, el otro día estaba tan aburrido que vi un concierto de Pavarotti de dos horas, ¿qué se puede hacer? A veces estoy solo, otras muy mal acompañado.

Camilo Marks. Crédito: Rodrigo Fernández para libre reutilización.

¿Qué ha sido lo más difícil del confinamiento?

-Yo vivo solo hace bastante tiempo, pero soy muy sociable. Te voy a decir una frase para el bronce: me parece que la soledad y la sociabilidad son tremendamente compatibles. Es que en serio, soy muy sociable, muy sociable. Salgo mucho, me junto con mucha gente, soy amigo de mis exalumnos, tengo cerca una pareja de amigos y uno de ellos es exalumno mío, y de repente me traen comida a la casa. Soy muy sociable, muy sociable. Entonces esto de estar obligado a estar encerrado, a veces estar dos o tres días sin salir a la calle, para mí es muy difícil. A veces bajo al almacén de la esquina a comprar puras huevadas solo para conversar con personas. 

¿De qué forma resientes el encierro?

-Me ha afectado en lo cotidiano: estoy como ese personaje de García Márquez -en Cien años de soledad-, Rebeca, que se come el yeso de las paredes. Y creo que el virus es una conspiración de la Santa Sede en contra mía. 

Entonces esto de estar obligado a estar encerrado, a veces estar dos o tres días sin salir a la calle, para mí es muy difícil. A veces bajo al almacén de la esquina a comprar puras huevadas solo para conversar con personas“.

¿Y con qué matas el tiempo? ¿Qué ha captado tu atención por estos días?

-Me entretengo estudiando lenguas muertas y practicando el serbocroata. Mato el tiempo cocinando fideos que terminan en engrudo. Nada me ha llamado la atención, salvo los maravillosos rostros televisivos. 

¿Te aburres?

-Hablando en serio, nunca jamás me he aburrido. En cuanto al confinamiento, tuve una época mística, en la que me interné en un monasterio trapense y en una de esas, vuelvo.

¿Cómo ves este escenario en el que estamos? ¿Te preocupa?

-Mira, es incuestionable que el gobierno ha manejado pésimo la crisis. Para mi salud mental, trato de no ver las noticias, aunque es imposible mantenerse al margen. Por otra parte y aunque esto signifique que muchos me van a quitar el saludo, no creo que otro gobierno lo hubiese hecho mucho mejor. Supongo que es imposible que hagamos las cosas como en Nueva Zelanda o Suecia. Desde luego que nuestro escenario es lamentable y se empeora más todavía cuando vemos que quienes tienen el deber de tranquilizarnos, dan palos de ciego.

¿Crees que nos deja alguna lección lo que está ocurriendo con el coronavirus en Chile? ¿O al final del día eres de los que cree que esto no nos va a cambiar para nada?

-Para mí, la lección más evidente es que la pandemia es un castigo de la naturaleza por todo lo que hemos hecho y seguimos haciendo para destruirla, agotar sus recursos, convertirla en un basurero universal. Sin embargo, no soy pesimista y tal vez esto despierte la conciencia de muchos.

Supongo que es imposible que hagamos las cosas como en Nueva Zelanda o Suecia. Desde luego que nuestro escenario es lamentable y se empeora más todavía cuando vemos que quienes tienen el deber de tranquilizarnos, dan palos de ciego.

¿Piensas en la muerte como una posibilidad cercana?

-Ni me asusta ni me preocupa ni me interesa para nada la muerte. Obviamente, comenzando la setentena, estoy mucho más cerca de ella que tú. Así y todo, lo considero un tema más bien literario. 

¿A qué te refieres con que es un tema literario?

-Leo muchas huevadas, muchas tonteras. Pero también leo cosas para mí, para entretenerme, pero tampoco puedo estar leyendo todos los días. Bueno, ahora estoy releyendo “Cien años de soledad”, un libro que no leía hace mucho tiempo. Ahí hay mucha gente que se muere, pero que vuelve de la muerte. En ese sentido me parece que es un tema más literario que otra cosa. Ahora, yo particularmente no le tengo miedo a la muerte. O sea, tampoco tengo ningún interés en morirme. Pero hace treinta años que no me resfrío.

VOLVER AL DULCE DE ALCAYOTA

Las cátedras de Camilo Marks son un secreto a voces entre los estudiantes de periodismo, literatura y publicidad. “Histriónico”, “teatrero”, “entretenido” y “jovial”, son algunos de los epítetos que se ha ganado en la docencia universitaria. Hasta el día de hoy mantiene un curso optativo de cuarto año sobre crítica literaria en la Universidad Diego Portales. 

Cuenta que ante la contingencia no le queda otra que hacer clases por correo electrónico, ya que no entiende “ni jota” de Zoom y Skype. Entonces manda trabajos, los recibe y manda feedback de vuelta. También ha realizado dos sesiones por video y le quedan dos más para cerrar el semestre. Dice que las eclass han transformado una experiencia que para él es vital y que hoy, desde el encierro, añora.

Camilo Marks. Crédito: Rodrigo Fernández para libre reutilización.

¿Qué le pasa a Camilo Marks en un mundo tan tecnologizado como el de hoy?

-Soy un absoluto tarado computacional, a cada rato me queda un desastre tras otro, tengo un celular “inteligente” hace pocos meses y ahora compré un Mac que apenas puedo usar. Si estuviera en mi poder, volvería a las máquinas de escribir, al cine en blanco y negro, al dulce de alcayota. 

Alumnos que te han tenido de profesor te recuerdan como alguien muy activo e histriónico. En tiempos de le teleclases, ¿cómo te has tenido que adaptar? 

-Por correo electrónico, pues soy incapaz de utilizar cualquiera de esos inventos de ahora. Me he visto obligado, eso sí, a grabar un par de sesiones, en un estilo parecido al que me salía en el programa de TVN, Hora 25. Viene Óscar, un periodista que trabaja para la escuela y que fue alumno mío de la Usach hace muchos años. Se instala en la casa, entonces tengo que limpiarla… Hice una limpieza a fondo hace una semana, bueno, limpieza a fondo relativamente, los pisos no están flamantes, pero las baldosas de la cocina y el baño son una mierda por las pisadas. Y bueno, me graba mientras estoy sentado. Hablo 20 ó 25 minutos sobre uno de los temas de mi curso, pongo un bolero antiguo y después hablo de algún video que les haya mandado. El bolero de Ravel o cualquier otra cosa.

Soy un absoluto tarado computacional, a cada rato me queda un desastre tras otro, tengo un celular “inteligente” hace pocos meses y ahora compré un Mac que apenas puedo usar. Si estuviera en mi poder, volvería a las máquinas de escribir, al cine en blanco y negro, al dulce de alcayota”.

¿Eres un nostálgico del aula? 

-Me encanta, me fascina, me entusiasma hacer clases. El contacto personal con muchachos y muchachas jóvenes me estimula, me hace sentirme vivo, me rejuvenece. Y bueno, como pienso que nada hay más entusiasmante que el entusiasmo, es posible que se los transmita a mis incautas víctimas. 

¿Y cómo son ellos?

-La gente que toma el ramo es porque ya me conoce y está interesada en el tema. Ese Pablo Picasso que te mandé (el retrato en dibujo) me lo hizo un alumno flacuchento hace dos años. Nicolás Noli, me acuerdo de él. Era un curso de 32 alumnos y eran dos hombres en plena revolución feminista. Estuvieron a punto de degollarnos, así que tuvo que ponerse feminista rabioso. Y me mandó un trabajo con ese dibujo añadido. “Tendría que ponerte un 7, pero tu trabajo tiene algunos defectos”, le dije en ese momento. Pero en general, los cursos míos son de buena calidad, en el sentido que siempre son de cuarto año, ya llevan años estudiando y escribiendo, entonces cometen errores de puntuación, pero no errores garrafales. Es un gusto. ¿Pero te digo algo? Para mí, la clase es esencialmente presencial.

El contacto personal con muchachos y muchachas jóvenes me estimula, me hace sentirme vivo, me rejuvenece. Y bueno, como pienso que nada hay más entusiasmante que el entusiasmo, es posible que se los transmita a mis incautas víctimas.

¿Qué es lo que más te gusta de hacer clases?

-Mira, son muchas cosas. Tengo muchas diferencias con las generaciones actuales, por supuesto, podrían ser hijos míos. Pero me gusta mucho como es la gente joven ahora. Ese desparpajo, ¿me entiendes? La falta de prejuicios, no hay discriminación entre alumnas lesbianas o gais. Eso en mi época era totalmente impensado. Me gusta también la cara que ponen con las tonterías que yo les digo. 

¿Qué pasa con el diálogo con los estudiantes? ¿Siguen teniendo sentido para ti clases en este nuevo formato?

-Ya te dije que me parece que tan mal no he funcionado. Incluso en algunos casos hemos hecho amistades, con las que desarrollamos programas de gobierno, reorganizamos las FFAA que sólo admitirán mujeres, sustituimos a la Corte Suprema por un grupo punk, fundimos los ministerios de Economía y Hacienda, eliminando el dinero e implantando el trueque, ¿sigo?…

Me gusta mucho como es la gente joven ahora. Ese desparpajo, ¿me entiendes? La falta de prejuicios, no hay discriminación entre alumnas lesbianas o gais. Eso en mi época era totalmente impensado. Me gusta también la cara que ponen con las tonterías que yo les digo.

¿Cuesta mucho mantener el “encanto”?

-Por mail trato de mantenerlo, pese a todo, pero ponte en mi lugar. Yo soy absolutamente tarado. Hace dos noches, cuando estaba haciendo la crítica para El Mercurio, no podía cerrar el computador, simplemente no lo podía cerrar. No me cerraba y eso que es un Mac, que lo estoy pagando todavía y que me costó un disparate. Entonces claro, yo trato de mantener la frescura, la vitalidad. Como te habrás dado cuenta, soy bastante vital. Si me conocieras, te darías más cuenta todavía. Entonces trato de mantener eso, pero es totalmente imposible. 

¿Te ha pasado algún bochorno con tus estudiantes?

-He tenido bochornos espantosos, tales como, en lugar de mandarles las notas, enviarles películas pornográficas. Ahora, hablando en serio, tengo la impresión de que me las he arreglado de manera pasable, pero absolutamente nada reemplaza a la clase presencial. 

Camilo Marks. Crédito: Rodrigo Fernández para libre reutilización.

¿Te frustras con la tecnología de repente?

-No me frustro, es un horror constante. De repente borro todo, pierdo documentos importantes, deshago lo que quiero conservar, aparecen voces de ultratumba que me ofrecen ayuda, la pantalla se repleta de fotos de gente anónima, ¿no es una pesadilla?

En ese sentido, ¿cómo observas nuestra relación con la tecnología, sobre todo en estos tiempos?

-Los inventos siempre han generado una euforia que luego se disipa. Con el telégrafo se pensó que las comunicaciones serían inmediatas; el teléfono, la radio y la televisión hicieron creer que terminarían las guerras…Internet es, por cierto, algo portentoso, aun cuando temible. Mientras te escribo, se están creando decenas de miles, cientos de miles, tal vez millones de aparatos nuevos. Y esto, o sea, la tecnología de la obsolescencia permanente, produce adicciones superiores al alcoholismo, la nicotina, las drogas.

De repente borro todo, pierdo documentos importantes, deshago lo que quiero conservar, aparecen voces de ultratumba que me ofrecen ayuda, la pantalla se repleta de fotos de gente anónima, ¿no es una pesadilla?

La última entrevista con el Clinic fue durante el estallido social. ¿No te parece medio esquizofrénico el paso del tiempo?

-Claro, se olvidaron las protestas, se olvidó todo. ¿Quién va a ir a juntarse a la Plaza Italia ahora? Yo vivo muy cerca del epicentro, entonces toda la gente se venía arrancando para acá. Hasta el piso 12, donde vivo, me llegaba la bomba lacrimógena y el ruido y todo eso… Era bien duro, pero se vivía, ah. Se vivía. Tú y yo vivíamos, no estábamos enclaustrados, no estábamos encerrados en este monasterio.

¿Añoras esa libertad?

-Bueno, claro que sí. Y tú también, ¿no? Pero va a pasar, yo creo que va a pasar.

“(Para el estallido) Era bien duro, pero se vivía, ah. Se vivía. Tú y yo vivíamos, no estábamos enclaustrados, no estábamos encerrados en este monasterio”.

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