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Opinión

19 de Junio de 2020

Columna de José Andrés Murillo: La vida, la muerte y la política en pandemia

Foto: Agencia Uno

Lo que estamos viviendo por la pandemia del Covid-19 pone riesgo la dimensión de vida biográfica. La vida está siendo tratada como puramente biológica. Y la muerte también. Cada día se da un recuento de vidas que se pierden, como si fueran números en un tablero.

José Andrés Murillo
José Andrés Murillo
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En 1958, Hannah Arendt, la filósofa alemana, publicó uno de los libros más importantes de filosofía política del siglo XX, La condición humana. En este libro Arendt analiza el concepto de vida a partir de una distinción que había en griego clásico, y que hoy ya no existe. En griego antiguo había dos palabras para decir vida, y sus contenidos eran muy distintos. Zoé y Bios. La vida en cuanto Zoé era la vida meramente biológica, proceso metabólico sin fin, compartida con las plantas, los animales, los seres humanos, los dioses. La Zoé era el simple hecho de que un cuerpo estuviera vivo.

Bíos, por otro lado, es la vida propiamente humana, la vida susceptible de constituirse en una bio-grafía. Una biografía es una vida que cobra sentido cuando se la lee, se la escucha, se la comparte. En el relato compartido la vida pasa de ser una vida solo biológica, un cuerpo viviente, a ser una vida propiamente humana. Una vida con sentido, con sentido humano. Así, una vida puramente biológica se transforma en una vida biográfica, con sentido humano, en ese compartir, ese relato compartido. Incluso una presencia significativa, a veces sin palabras, una presencia que genera reconocimiento, validación, crea sentido humano. Humanidad.

Así, una vida puramente biológica se transforma en una vida biográfica, con sentido humano, en ese compartir, ese relato compartido. Incluso una presencia significativa, a veces sin palabras, una presencia que genera reconocimiento, validación, crea sentido humano. Humanidad.

Lo que estamos viviendo por la pandemia del Covid-19 pone riesgo esta dimensión de vida biográfica. La vida está siendo tratada como puramente biológica. Y la muerte también. Cada día se da un recuento de vidas que se pierden, como si fueran números en un tablero.

¿Será una manera de disociarnos, de protegernos del dolor existencial de enfrentarnos a la muerte tan próxima? Puede ser.

La disociación es una herramienta de sobrevivencia. Permite seguir administrando sin que el dolor paralice. Pero tiene consecuencias. Es una anestesia ante el dolor de la muerte expuesta en un conteo diario. Anestesia ante la posibilidad de la muerte propia o de los seres queridos. Pero socialmente es una disociación y anestesia ante el sufrimiento en general, ante la desigualdad, el maltrato, la soledad, la injusticia, la pobreza, la corrupción, el hambre, el abuso. Una disociación política. Todo se reduce a un conteo cotidiano de muertes, infectados y de recursos económicos. Si la política -y los políticos- se anestesian ante el sufrimiento humano, a la crisis la seguirá una fractura irrecuperable.

Una disociación política. Todo se reduce a un conteo cotidiano de muertes, infectados y de recursos económicos. Si la política -y los políticos- se anestesian ante el sufrimiento humano, a la crisis la seguirá una fractura irrecuperable.

Lo que estamos viviendo como humanidad es doloroso y es necesario asumirlo como tal. La disociación por la urgencia economicista no debe ocultar la urgencia del sufrimiento. La disociación no sólo lanza a la angustia solitaria a las víctimas directas y sus familias, sino que desorienta al mundo político, confunde las prioridades en políticas públicas, sociales y económicas.  

Hoy el desafío político se debe constituir desde la comprensión profunda de la realidad, más allá de las ideologías de base (que son otra forma de disociación). Y esa comprensión comienza en lo más básico y concreto del sufrimiento de quienes están enfermando, perdiendo la vida o perdiendo la vida de algún ser querido.

En lo concreto, se deben generar las condiciones necesarias para humanizar tanto la vida como su muerte. Que nadie muera solo, que nadie muera sin despedirse; si es creyente, que tenga un momento religioso o trascendente. Nadie puede morir como si fuera un simple cuerpo viviente que deja de estarlo. Y al personal de salud también es necesario entregarle las herramientas y apoyo necesarios para enfrentar este momento crítico.

La disociación evita enfrentar las crisis, pero las agudiza. Enfrentarla en su total y dolorosa realidad, al contrario, es la única manera de comenzar salir de ella.

En lo concreto, se deben generar las condiciones necesarias para humanizar tanto la vida como su muerte. Que nadie muera solo, que nadie muera sin despedirse; si es creyente, que tenga un momento religioso o trascendente. Nadie puede morir como si fuera un simple cuerpo viviente que deja de estarlo.

*José Andrés Murillo es Doctor en filosofía. Director ejecutivo Fundación para la Confianza.

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