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Entrevista Canalla

26 de Junio de 2020

Rosa Oyarce sin el delantal: “Soy una amante de la vida”

Se cumplen tres meses desde que dejó de ser Seremi de Salud de la Región Metropolitana. Ya no figura en los noticieros. Ya no circula de blanco por la ciudad. Ya no clausura nada. Y pareciera que está más profunda que nunca.

Por

“Tenga fe, todo va a mejorar”, transmite Rosa Oyarce, la televisada ex Seremi de Salud de la Región Metropolitana, y lanza un brote de aire esperanzador al teléfono. 

-Uumm- suelta con actitud.

-¿Por qué lo cree?

-Porque siempre sabemos salir de los problemas- revela, inmutable, la Rosa práctica, el emblema del desinfectante, la tecnóloga médica que siempre trabajó aferrada al reglamento. 

-Somos capaces- resume convencida.

-¿Y qué pasará, Rosa?

-¿Cómo que pasará?

-¿Con los seres humanos?

-Vamos a tener que empezar a reflexionar. 

Foto referencial Rosa Oyarce – Agencia Uno

Es la frase de una mujer que consta de ciento cincuenta centímetros, pero que el año pasado tumbó a solas 99 restaurantes sin alterar su estado de ánimo. Pegó, entre flashes y equipada con un delantal purificado, el adhesivo CLAUSURADO en los mejores comedores de la ciudad. Cayeron hitos de la gastronomía como El Ají Seco, otro de Las Condes, otro menos iluminado, uno sin carteles. Jamás le tembló el adhesivo, pulverizó a empresarios con la legislación. Incluso al Osaka, calificado como uno de los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica durante el 2019, le generó una paradoja: al entrar en ese lugar encontró una barata que pudo costar una multa de 49 millones de pesos. 

Rosa Oyarce fue el hito de la blancura en sus dos períodos como Seremi, del 2010 al 2013 y del 2018 al 2020. 

-Y, bueno, eso ya es pasado- confiesa renovada, pues, justo el 26 de marzo, la mañana en que cumplía 63 años, fue despedida.  

-¿Se renovó?

-¡Por supuesto! Lo otro ya está archivado.

-¿Y el delantal? Era el sello de transparencia…

-Ahí lo tengo colgado.

-¿Qué hará con él?

-Voy a enmarcar ese delantal algún día- y su tono es melancólico por razones obvias, porque es el objeto con que alcanzó las portadas y la gloria, porque así se transformó en la estricta y a la vez telegénica Seremi. El punto medio entre Margaret Thatcher y Michelle Bachelet.

SIN LOS FOCOS

Hoy Rosa es una señora tranquila que ya no luce el ceño fruncido, posee un marido callado y dos hijas inteligentes. Su marido se llama Patricio, es biólogo marino y por tanto es proclive a la introspección, al silencio extendido. Una de sus hijas es odontóloga y la otra es doctora. Son los Barría Oyarce, todos científicos, habitantes de San Miguel, casa de dos pisos, sector El Llano, clase media ilustrada, sin ínfulas, sin empleada doméstica por una filosofía de hogar, amantes de la pizza y con turnos programados para que todos cocinen. 

-Voy a enmarcar ese delantal algún día- y su tono es melancólico por razones obvias, porque es el objeto con que alcanzó las portadas y la gloria, porque así se transformó en la estricta y a la vez telegénica Seremi.

-Es que todos no paramos de trabajar- admite Rosa. Aún en cuarentena, ella circula apresurada en su vehículo hasta llegar a la Municipalidad de San Bernardo. Allí ejerce como la Directora de la Secretaría de la Corporación Municipal.  

-¿No teme al contagio?

-Me cuido mucho, claro. Uso mi mascarilla de tres pliegues y bicolor, la que se usa en el sistema de salud. 

Rosa Oyarce en sus días como Seremi de Salud – Agencia Uno

De manera que hoy Rosa es una señora activa que se lava las manos diez veces al día y llega temprano a su casa. Antes, cuando era La Señora del Delantal, no se regía por horarios, obedecía únicamente al impulso de higiene. La alertaban de algo podrido y se inyectaba el traje. Hoy tiene horarios y su vida es distinta. 

-Y así nos hemos unido como familia.

-¿De qué hablan en la mesa?

-De todo, de todo- y ríe por alguna razón enigmática.

Durante la pandemia, los Barría Oyarce comen lo que produzca la inspiración apurada de las hijas. Rosa cocina el fin de semana. También piden pizza, las vegetarianas, las decoradas con aceitunas. Todos lavan, todos comen, todos secan, todos opinan, todos trabajan. 

-¿Está feliz?

-En paz. Mire, llevo 31 años de casada, mis hijas son grandes…

-¿Es una mujer felizmente casada?

-Claro que sí. Mire, después de tanto tiempo evidentemente la pasión loca se acaba, se transforma en otra cosa. En el quererse, el acompañarse…

-¿Usted ya no tiene pasión?

-O sea… no no… no es eso…

Lo que quiere decir Rosa es que ama profundamente a Patricio. Rosa y Patricio -pese a que el señor Barría tiene el perfil del lacónico- suelen tener conversaciones interesantes y ella cree que es un hombre con virtudes. Pero, desliza, ambos están en la madurez. 

-Ambos nos admiramos- afirma con elegancia.

-Mire, después de tanto tiempo evidentemente la pasión loca se acaba, se transforma en otra cosa. En el quererse, el acompañarse…

-¿Su marido es buenmozo?

-¿Cómo?

-¿Es hermoso?

-Eeee… bueno… claro…

Según parece, el señor Barría es un hombre magnífico. Y Rosa ha vuelto a llevar una vida anónima. 

-¿Cree que el poder es seductor?

Suspira en el teléfono.

-Sí.

-¿A usted le sedujo el poder, el ser autoridad?

-El poder es seductor para algunas personas. Una tiene que estar con la cabeza fría y saber que se está ahí con la maleta. Que el cargo te lo van a pedir en cualquier momento. Para mí lo seductor no es el cargo, es la función.

Foto referencial, Rosa Oyarce – Agencia Uno.

-¿Extraña salir en televisión?

-Es que eso sería ser una persona que está pensando en sí misma. Y no soy así. En todo caso, todavía me invitan a algunos programas.

-A usted la seguían las cámaras, Rosa…

-Eso no era malo. Así podíamos llegar a la gente.

-La aplaudían en todos lados…

-Lo agradezco. Eso es el ámbito de la credibilidad. Yo soy dueña de la credibilidad que inspiro.

El poder es seductor para algunas personas. Una tiene que estar con la cabeza fría y saber que se está ahí con la maleta. Que el cargo te lo van a pedir en cualquier momento.

-¿Cómo se hace para ser creíble?

-La credibilidad es un don. Se viene con eso.

Durante estos meses de confinamiento, ella fiscaliza su propia cocina. Es, en junio del 2020, una heroína untada en cloro. 

-Paso cloro por todas partes. 

-¿Cuál es la clave?

-El cloro es la clave. 

-¿Sólo eso?

-Y también hay que usar mucho detergente.

No se refiere a Mañalich, a la gente de La Moneda, a la hipótesis de que opacó a alguna autoridad que buscaba protagonismo. Y si uno le pregunta:

-¿Le cortaron un sueño?

Ella enfatiza:

-No.

Y al hacer la consulta:

-¿Es usted la Bachelet de la derecha?

Ella sonríe y dice:

-Alguien me lo dijo. 

Y agrega:

-Yo, señor, soy la Rosa Oyarce de la derecha.

SIN LA POLÍTICA

Aún cuando no ejerza de Seremi, es recibida con pánico en todos los restaurantes. Ella, para despistar, ha intentado cambiar de peinado, pero es en vano: a la fiscalizadora le reconocen la voz. Y, por supuesto, aunque vaya a comer como cualquier ciudadano, Rosa pone toda su atención en el lugar. Una vez, hace años, llamó a un mozo.

-Señor- dijo.

Un hombre pálido se le acercó.

-Este tenedor está sucio.

-Dios mío- comentó ese mozo descompuesto, que imaginó el fin.

-Sólo cámbielo, por favor.

Pero, bueno, todo eso era antes.

Ocurría antes de la pandemia que Rosa Oyarce iba a comer pastas, mariscos o comida gourmet. Ocurría que Rosa mordía a solas un chocolate o un queso añejo, sus vicios letales. Ocurría que Rosa, además, pensaba en la política, en la proyección. Pensaba, quizás, en ponerse de pie tras cuatro derrotas parlamentarias y ser otra vez candidata.

Ahora sólo piensa en una cosa.

Hoy Rosa Oyarce sólo piensa en vivir.

-No puedo pensar en otras cosas- revela con sinceridad.

Ya no hay cargos políticos. Ya no vislumbra el sueño del Parlamento. 

Vivir. Y que otros vivan.

-Lo único que quiero, cada día, es llegar a mi casa y estar con mi familia…

Rosa Oyarce – Agencia Uno

-¿Usted ha tenido un cambio?

-Pienso que sí…

Pasa un rato y agrega:

-… Pienso que sí… 

-¿Qué es?

-Todos tenemos que reflexionar. Tenemos que ser más humanos. Tenemos que ser menos individualistas. Tenemos que ser más solidarios… de verdad…

-¿Se ha hecho preguntas grandes, Rosa?

-Claro que sí.

-Todos tenemos que reflexionar. Tenemos que ser más humanos. Tenemos que ser menos individualistas. Tenemos que ser más solidarios… de verdad…

-¿Qué cree usted que viene?

-Un futuro material muy oscuro. Una economía complicada. Un ensayo y error. Pero, ¿sabe? También veo que vamos a reescribir el futuro… éste es el momento para dejar un legado…

-¿Usted qué ha aprendido?

-El valor de la vida.

-¿Cuál es el valor de la vida?

-Estar con mis hijas. 

-¿Y cuál es el sentido de la vida?

-El sentido de la vida es amar la vida. 

Es extraño, pero, a veces, por teléfono, a distancia, también se puede captar una emoción. O se puede captar cuando una persona parece encaminada a elevarse un poco más, a rebasar una entrevista. Pareciera que Rosa Oyarce está ahora en ese instante.

Ocurre cuando dice: 

-Amo la vida… soy una amante de la vida.

-¿Qué ama de la vida?

-¿Sabe? Amo el sol.

-¿El sol?

-El sol…

-¿Qué más ama?

-Amo un atardecer. Amo la lluvia. Ahí está el sentido de la vida. Y amo ayudar. Amo aportar. Sí… la vida tiene sentido.

-La vida tiene sentido, Rosa…

-…

-¿Está más sensible?

-Yo no tengo una coraza. 

-Amo un atardecer. Amo la lluvia. Ahí está el sentido de la vida. Y amo ayudar. Amo aportar. Sí… la vida tiene sentido.

-Eso pareció…

-Noo. Soy vulnerable como todos. Y, como todos, he tenido momentos muy tristes. Soy humana.

-¿Ha llorado más?

-Me han caído unas lágrimas.

Pausa. 

Rosa Oyarce está sin delantal.

-¿Y qué podrá hacer la humanidad para ser mejor?

-Aprender. Y los que estamos aquí debemos ponerlo por escrito. Que esto quede para todos los que vienen. Hay que contarlo también a los niños. Decirles por qué no abren los colegios. Decirles por qué no pueden ir al parque… Hay que saber contarles por qué ya no nos podemos abrazar.

Otro silencio.

-¿Y usted… está orgullosa con lo que ha hecho con su propia vida?

-Yo no era una soñadora de la vida. Pero, mire, he tenido lo que he querido.

-¿Qué ha sido eso?

-Una familia. Una profesión. Un trabajo. Yo he sido la constructora de mi vida.

-Yo no era una soñadora de la vida. Pero, mire, he tenido lo que he querido.

-¿Le quedó bien su edificio?

-Estoy conforme con el edificio que hice. Está sobre pilares muy fuertes.

-¿Y usted está con buena salud?

-Gracias a Dios.

-¿Y cómo cree que está la salud de los chilenos?

-Más o menos…

Y le surge un destello de Seremi de Salud y aconseja evitar la mayonesa casera, pide con énfasis expulsar del menú del planeta la comida chatarra, pide cuidarse, cuidarnos. Afirma que se quiere vincular con la naturaleza. Pronuncia la palabra respeto. De pronto, deriva a otras materias relevantes y, finalmente, anuncia su sueño de erradicar el machismo.

-Algún día- suspira.

-Rosa, hablando de la vida… ¿Usted dónde está?

-Estoy donde quiero estar.

Foto referencial, Rosa Oyarce – Agencia Uno

-¿Y qué es lo que quiere?

-… Quiero que todos estén mejor… Y quiero entender la forma de actuar del coronavirus para así poder eliminarlo, jajaja…

-Oiga, es claro que no cree ser la Bachelet de derecha, pero…¿no le ha picado el bichito de ser Presidenta? ¿No le gustaría?

-No lo sé… 

Por un segundo se podría inferir que le brillan los ojos. Pero aquí vuelve a su impulso del comienzo:

-Estoy en otra cosa. Vamos a salir de esto. Hay que tener fe…- y, tras un chao afectivo, corta. Entonces da la impresión que inmediatamente se va a ir a lavar las manos. Que va a limpiar el teléfono. Y da la impresión que Rosa Oyarce volverá temprano a su casa. Sin delantal.

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