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Adelantos

1 de Julio de 2020

Adelanto del libro “El pejerrey”: Eliminatorias

Este libro lo componen 21 crónicas cortas, algunas de ellas publicadas en The Clinic, que tratan de diversos temas: la pesca, la familia, la televisión, el fútbol, los años 90 y 2000. Su autor, Gabriel Zanetti, dice: “A pesar de ser una compilación, siempre pensé las crónicas como parte de un conjunto, una especie de novela por entrega, que comienza en septiembre de 2016, bajo el título ‘En la zona central de Chile’, y finaliza a principios de 2019, bajo el encabezado de ‘Manual de pesca recreativa’”. “Eliminatorias”, la crónica de este adelanto, es inédita.

Por

Me gustan las Eliminatorias Sudamericanas. Siento una especie de vacío interno cuando no se están jugando: las considero como actividad que provoca una sensación, aunque mínima, de pertenecer a un continente (a algún lugar), como si el solo hecho de que todo América del Sur esté pendiente de la fecha -imagino millares de televisores prendidos-, polémicas, resultados y tabla de posiciones, generara vínculos mayores o relevantes entre los países. 

Como nací a principios de los ochenta el primer mundial que recuerdo es el de Italia 90. Es decir, en esa edad fundamental entre los siete y diez años, carecí de Eliminatorias, producto del castigo que recibió la selección chilena luego del escándalo de la bengala y el corte del Cóndor Rojas en el Maracaná. La trampa se olía en Chile. Recuerdo haber ido en un transporte escolar escuchando a compañeros de más edad diciendo que el “Cóndor” se había echado salsa de tomates en la cara. Se imitaba el gesto “Pato Yáñez” en las pichangas, el bochorno marcó toda una generación.

Vi el Mundial de Estados Unidos 94 con entusiasmo, como si asumiera que Chile estaba fuera de ese universo, lo que tal vez en esos tiempos fue otra manera de tener la sensación de que Chile estaba fuera del mundo. Recuerdo la prematura tarjeta roja al Diablo Etcheverry en el partido inaugural, jugadores como Hagi, Hristo Stoichkov, el sueco Brolin. También a Maradona y su suspensión -su paseo de la mano con la enfermera rubia-, y el momento en que se desarmó un arco y los gringos lo cambiaron en cosa de minutos. Yo iba firme por Italia. Mi ídolo era el Codino Baggio, por quien lloré al ver errar el penal que coronó campeón a Brasil.    

“En esa edad fundamental entre los siete y diez años, carecí de Eliminatorias, producto del castigo que recibió la selección chilena luego del escándalo de la bengala y el corte del Cóndor Rojas en el Maracaná. La trampa se olía en Chile”.

Esos años sin Eliminatorias es lo que tal vez me provoca esta obsesión por ella, o placer. Qué imágenes más especiales: el Hernando Siles de La Paz o Defensores del Chaco, cuya transmisión parece aun de los ochenta, colores desteñidos, ciertos difuminados en las tomas. El Monumental de River siempre a medio llenar. 

A pesar de todo, solo he asistido a la eliminatoria del Mundial de Francia 98. De hecho, fui a un solo partido: Chile vs Colombia, cuando el Nacional aun aguantaba sobre las ochenta mil personas. Tal vez escribo esto porque hoy estuve con mi papá. Tenemos una relación errática, de amor y distancias extremas. En la actualidad lo veo. En ese tiempo también, porque seguía casado con mi mamá y un día llegó con entradas para ver el partido en la galería norte, como buenos colocolinos. 

<<En qué habrá pensado mi padre/ cuando dejó sus quehaceres de lado/ y compró dos entradas/ sin decirme nada>>, versiono al poeta Ishikawa Takuboku. Parece que fue un buen año ese. Hasta me gané un televisor en la botillería Libertad de Ñuñoa. ¿Tomaba alcohol en 1998? No lo recuerdo, probablemente sí, tenía quince años, y en ese tiempo a los niños no solo le vendían cerveza en las botillerías, sino que además te instaban a llenar un cupón de Cerveza Escudo, meterlo a una tómbola, asunto que olvidé hasta que mi papá me llamó por teléfono: “Te ganaste una tele”. 

Era una Sony de 20 pulgadas, se fue a la pieza de mis papás y a mí me dieron la que tenían ellos, que era más vieja y chica. Pero el partido eliminatorio contra Colombia fue antes de eso, un 5 de julio de 1997. Una tarde helada, como casi todas las tardes de partidos eliminatorios. Con mi papá salimos -vivíamos en Irarrázaval a la altura de la Villa Frei- y nos tuvimos que devolver porque se nos quedaron las entradas. Tomamos una micro hasta avenida Campo de Deportes y caminamos al estadio. Nos acomodamos en uno codo y esperamos. Había que estar por lo menos una hora antes del partido para conseguir una buena ubicación. 

Eran tablones, aún no ponían las butacas. La gente se divertía haciendo rodar por el Nacional un muñeco de Carlos Valderrama que finalmente terminó sin cabeza. Hasta que empezó el partido. Partidazo, mejor dicho. Justo estábamos en el arco donde se vieron con más claridad tres goles del partido que terminó 4 a 1 a favor de Chile. El tercero, una joya: quedaban pocos minutos del primer tiempo, centro de Zamorano y Salas corre a encontrarse con el balón y le cambia el palo con un cabezazo a Mondragón. Es de lo más estético que he visto en el fútbol.

Los partidos de la selección chilena son de las pocas cosas prácticamente unánimes relativas al patriotismo, cosa bien sabida por la prensa y la gente vinculada al fútbol: jugadores, técnicos, dirigentes, etc. Tal vez no es ni más ni menos que una instancia para olvidarse de todos los problemas. Casi todos suspenden toda actividad para ver los partidos -la realidad misma, se suspende. Cuando Chile gana los más entusiastas terminan en Plaza Italia rompiendo la garganta. Esa tarde mi papá y yo nos devolvimos felices a la casa, comentando los goles mientras conejéabamos por Ñuñoa, esperanzados en ver a la selección en el Mundial. 

FICHA DEL LIBRO

Título: El pejerrey

Autor: Gabriel Zanetti
Sello: Editorial Aparte (2020)
Precio: 7.000
Páginas: 71  

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