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Entrevistas

9 de Julio de 2020

Entrevista inédita a Ángela Jeria: “Nunca he llorado a gritos”

En febrero pasado, cinco meses antes de su muerte, se sentó por varios días a repasar sus 93 años y ver cómo en ese tiempo el país ha ido cambiando. De esa conversación larga de verano, que será incluida en un libro de testimonios y memoria, presentamos aquí los recuerdos que Ángela Jeria hizo de su primera vida, ésa cuando era hija y hermana menor en una familia de provincia. Cuando enfrentó el temprano fallecimiento de su madre y luego la presencia de una madrastra que no la quería. Cuando la lectura y las enseñanzas paternas moldearon sus valores y pensamientos. “Mi padre decía que le molestaba cuando la gente lloraba o reía exageradamente. Ninguno de nosotros lo hacía”, confesó una de esas tardes.

Por

Puso una sola condición. Primero escuchó con atención la propuesta: conversar con ella en varias sesiones y sin apuros sobre el país que fuimos y ya no somos, y sobre todo cómo ella lo ha vivido a lo largo de sus 93 años de vida. Preguntó luego quiénes más iban a ser parte del libro al cual estaba siendo invitada. Conocía a casi todos los otros convocados: hombres y mujeres destacados en áreas desde la Historia a la Arquitectura; todos con al menos ocho décadas sobre el cuerpo; todos dispuestos a recordar. Fue entonces que Ángela Jeria, siempre en su modo prudente y discreto, puso una sola condición.

“Yo hablo con usted. Pero si al final de las entrevistas usted considera que el material no le sirve o yo no doy con lo que está buscando, debe decírmelo. No lo usa y de verdad no pasa nada”, dijo.

Sus aprensiones estaban de más. 

Todo lo que Ángela Jeria contaría en cuatro largas conversaciones sostenidas en febrero pasado, en su departamento de Las Condes, sirvió. Y mucho. Fue generosa con sus recuerdos y fue honesta en sus emociones. Lúcida siempre. Aguda, con humor. 

Hoy, cinco meses después, cuando ella lleva una semana muerta, sus palabras de esos días de verano se escuchan y se leen como inédito testimonio póstumo.

Ángela Jeria – Crédito: Agencia Uno

“ÍBAMOS A LOS CERROS Y AL MAR”

Ángela Jeria, en esas conversaciones, revisitó todo lo que se puede acumular en tantos años vividos. Recordó con profundidad, y sin lágrimas, episodios dramáticos como la muerte en 1974 de su marido Alberto Bachelet en la Cárcel Pública; o su detención junto a su hija Michelle en enero de 1975; o su salida al exilio; o el infarto sorpresivo que mató en Estados Unidos a su hijo mayor en 2001. También su experiencia como universitaria tardía a los 43 años, su activismo en la lucha por los derechos humanos, su responsabilidad para que funcionara el “frente interno familiar” mientras su hija fue presidenta de Chile. Se animó incluso a tomar posición frente a temas actuales como el feminismo y Las Tesis; o la situación de las personas transgénero.

De todas esas reflexiones, que serán incluidas completas en el libro de testimonios y memoria que está en proceso, extrajimos para The Clinic sus pasajes menos conocidos. Aquellos que tienen que ver con su primera vida: esos años lejanos en que fue niña y adolescente, cuando Ángela Jeria era hija y hermana en una familia de provincia en la que aún no entraba ni el general Bachelet ni la expuesta vida pública que le tocó por ser la madre de una presidenta. Un periodo que se inicia a mediados de los años 20 del siglo pasado y que ella reconoce clave en la formación de la mujer que sería después.

Así dio inicio a sus recuerdos: “Yo nací en Talca, aunque no tengo recuerdos de la ciudad. Sólo que la gente iba a un lugar de la cordillera, que estaba cerca y era muy bonito. Eso yo escuchaba. Mi familia iba a ir, pero a mí no me llevarían porque era muy chica, la menor de los hermanos. Así que un día me fui caminando hasta donde estaban las micros que partían a ese lugar y pregunté si me podían llevar. Obviamente llegaron a buscarme”.

Después se trasladan a Concepción, ¿no?

-Sí. Ya era una ciudad grande. El Cerro Caracol estaba a dos cuadras de mi casa. A mi padre le gustaba subir cerros, siempre fue aventurero. Yo iba al kindergarten, me llevaban mis hermanos mayores. Tenía un gran gimnasio donde jugábamos y un jardín donde plantábamos. Éramos pocos alumnos, algo muy experimental. Allí aprendí a leer. Bueno, en mi casa se leía muchísimo además.

Cuénteme más de su familia

-Éramos cuatro hermanos, entre cada uno de nosotros no había más de dos años y medio de diferencia. Éramos hombre, mujer, hombre, mujer. Alberto, Alicia, Arturo y yo. Todos mis hermanos hoy están muertos… Recuerdo que los fines de semana íbamos a los cerros y al mar, con mi padre. En los almuerzos y las comidas se leía un libro, siempre. Mi padre y mis hermanos leían; y todos opinábamos. 

 “Yo iba al kindergarten, me llevaban mis hermanos mayores. Tenía un gran gimnasio donde jugábamos y un jardín donde plantábamos. Éramos pocos alumnos, algo muy experimental. Allí aprendí a leer. Bueno, en mi casa se leía muchísimo además”.

¿Cómo era su padre?

-Mi padre, Máximo Jeria Johnson, era un aventurero, un viajero. Trabajaba en la Singer, la empresa de las máquinas de coser. Era vendedor. Por eso se movía por todos lados. Pienso que por eso aceptó ese trabajo. Le gustaba conocer, moverse. A los 17 años se fue a Punta Arenas en bus. En un barco ballenero, como cargador, llegó a Brasil. En otro barco a Argentina, y estuvo años allá. Otra vez desde Chile atravesó la cordillera y llegó a Mendoza, donde conoció a mi madre Ángela Gómez Zamora, que era mendocina. O sea, su familia era de Los Ángeles y se había ido a Argentina; ella nació allá. Mis padres se casaron y se fueron a Buenos Aires, donde nacen mis dos hermanos mayores. Por trabajo parten después a San Juan; allí nace mi tercer hermano. Luego se vienen a Chile. Yo nací en Talca.

Ángela Jeria – Crédito: Agencia Uno

Su padre era muy amigo del escritor Manuel Rojas

-Íntimos amigos. Creo que esa amistad nació en Argentina. Manuel Rojas escribía muy bien y para mi padre lo más importante era la lectura. Era un gran lector, en mi casa jamás faltó un libro. Bueno, el asunto es que la vida patiperra de mi padre era muy interesante; y Manuel Rojas dijo en una revista que uno de sus más fieles colaboradores era Máximo Jeria, que a él le debía muchísimo. La mayoría de los libros de Manuel Rojas se refieren a cosas que le contaba mi padre. En “Hijo de ladrón”, el personaje es mi padre; en “Hombres del sur” también. Lo escuchaba y después lo transformaba en libro. Se querían como hermanos, aunque se trataban muy formalmente. De esa manera que hoy no existe. 

“Mi padre, Máximo Jeria Johnson, era un aventurero, un viajero. Trabajaba en la Singer, la empresa de las máquinas de coser. Era vendedor. Por eso se movía por todos lados. Pienso que por eso aceptó ese trabajo. Le gustaba conocer, moverse. A los 17 años se fue a Punta Arenas en bus. En un barco ballenero, como cargador, llegó a Brasil”.

“MI MADRE MANEJÓ DISCRETAMENTE SU ENFERMEDAD”

¿Qué recuerdos tiene de su madre?

-Venirse de Argentina para acá habla de una mujer decidida; no era común en esa época que las mujeres partieran a otro país con una persona que no conocían mucho. En esa época, las familias estaban encima de las parejas todo el tiempo. Mi madre rompe eso. Era mujer muy fuerte, trabajadora, y con mi padre aventurero tuvo que enfrentar que él se fuera por trabajo a Centroamérica y a Perú, y ella quedarse sola a cargo de los cuatro hijos. No era común en esa época. Era una mujer tan especial, tan buena, todos la adoraban, hasta los perros. Cuando se enfermó y se fue al hospital, tenía un perro que no se movió más de la puerta, esperándola. Ella estaba siempre en la casa. 

Bastante trabajo tendría allí, con una familia grande

Tenía dos empleadas. En ese tiempo no había refrigerador ni lavadora, todo se hacía en la casa. Era mucho trabajo. La mamá dirigía a las empleadas, había que lavar mucha ropa y plancharla. En esa época la presencia de la mujer en la esfera pública era muy discreta. Había mujeres que trabajaban en almacenes, entregando la mercadería, generalmente jóvenes antes de casarse. Las mujeres casadas estaban en sus casas. No había ni siquiera voto femenino, que fue muy tarde en este país. Siendo Chile un país con muchos intelectuales, no sé por qué estaba tan atrasado en eso. El rol de la mujer era infinitamente marginal. Eran excelentes madres, esposas, dueñas de casa, pero no hacían otras cosas. Incluso en mi casa, con un hombre avanzado como mi padre, era muy difícil salir de esa norma. 

“Venirse de Argentina para acá habla de una mujer decidida; no era común en esa época que las mujeres partieran a otro país con una persona que no conocían mucho. En esa época, las familias estaban encima de las parejas todo el tiempo. Mi madre rompe eso”.

Su madre se enfermó cuando usted era niña. Murió cuando usted tenía 9 años.

-Ella manejó discretamente su enfermedad. No le contó a mi padre, que estaba de viaje por trabajo en Centroamérica. Tampoco le contó a los hijos. Sólo a mi hermana mayor le dijo que estaba muy mal, que tenía cáncer. A mí no me dijeron nada. En ese tiempo vivíamos en Santiago. Yo la fui a ver al hospital, tenía 9 años. Ella me ayudó a subirme a su cama y me abrazó. Me puso sobre su pecho, y me decía: “Qué terrible, Máximo tan lejos y venir a suceder esto”. Mis hermanos ya sabían que mi mamá se iba a morir, así que al día siguiente me llevaron de nuevo al hospital. Recuerdo que era un sábado temprano. Me llevaron a una pieza abajo, como un subterráneo, y ahí estaba mi mamá muerta.

Ángela Jeria – Crédito: Agencia Uno

¿Fue una muerte tan rápida?

-Sí. Ella era tan fuerte, nunca se quejó. Es una de las mujeres más fuertes que he conocido, con una actitud de entrega y ayuda a los demás y no pensar en ella. Incluso en su enfermedad. Una generosidad enorme. Sabía que mi papá no se podía venir, porque estaba a cargo de la mantención de toda la familia, así que le evitó la angustia. ¿Pero sabe? Ella al mismo tiempo era muy alegre. Cantaba muy bien y se reía con ganas de las cosas. Mi hija Michelle sacó mucho de eso. Tan alegre como su abuela.

“Yo la fui a ver al hospital, tenía 9 años. Ella me ayudó a subirme a su cama y me abrazó. Me puso sobre su pecho, y me decía: ‘Qué terrible, Máximo tan lejos y venir a suceder esto’. Mis hermanos ya sabían que mi mamá se iba a morir, así que al día siguiente me llevaron de nuevo al hospital. Recuerdo que era un sábado temprano. Me llevaron a una pieza abajo, como un subterráneo, y ahí estaba mi mamá muerta”.

Qué duro para usted perder la madre a los 9 años

-Muy duro. Sobre todo porque era tan cariñosa y estaba siempre conmigo. Fue una ausencia fuerte; y además sin padre. 

De alguna manera, temporalmente quedaron huérfanos

-Claro. Por eso Manuel Rojas nos llevó a vivir con su familia a su casa. Mi padre no pudo venir, no estuvo en el funeral. Fue muy triste para él y para nosotros. Cuando le contaron que mi madre estaba muy mal, él venía de Centroamérica en barco. Él se bajó en Perú y nos esperó allá, donde por trabajo debía establecerse. Manuel Rojas le dijo a mi padre que no se preocupara, que se organizara en Perú y que él nos mandaría por barco.

“Manuel Rojas nos llevó a vivir con su familia a su casa. Mi padre no pudo venir, no estuvo en el funeral. Fue muy triste para él y para nosotros. Cuando le contaron que mi madre estaba muy mal, él venía de Centroamérica en barco”.

“LA GENTE ME DECÍA: ‘QUÉ TERRIBLE, TU MADRASTRA TE ODIA’”

Los hermanos Jeria Gómez partieron al poco tiempo a Perú. Vivieron allá con su padre por cuatro años. Primero en Arequipa, luego en Lima. Ángela asistió a un liceo público, “porque mi padre no aceptaba un colegio particular. Le interesaban los colegios fiscales porque era la única manera de conocer bien el país y a la gente. Siempre nos metió en liceos así”. Cuando regresaron a Chile, estuvieron un tiempo instalados en Santiago y luego el padre, nuevamente por trabajo, fue trasladado a Temuco.

¿Cómo se las arreglaba la familia con la ausencia de la madre?

-Ese papel lo asumió mi hermana. Cuando murió mi madre, mi hermana Alicia tenía 15 años y asumió esa responsabilidad, sobre todo conmigo. Eso siempre lo lamenté; siempre le dije: “Alicia yo te quiero mucho, pero no te puedo considerar como hermana porque tú eras la que me mandabas; y aunque lo hacías con cariño, no te siento como una hermana, sino como una figura de autoridad materna”. Era mucha responsabilidad. Me da pena. 

Ángela Jeria – Crédito: Agencia Uno

Luego su padre volvió a casarse y usted tuvo una madrastra

-Sí, y siempre digo que mi madrastra fue madrastra de las peores formas. Trató de hacerme la vida imposible. Yo estaba en el liceo en Temuco. Mi madrastra era tan mala, que le planteé a la directora que tenía un problema serio, que mi madrastra lo único que quería es que yo me fuera porque, según ella, le quitábamos el cariño de mi padre. Donde yo iba, me contaban cómo me pelaba. Decía las cosas peores de mí. Sí, Fresia fue muy mala. Delante de otra gente hablaba muy mal de mí; la gente me decía: “Qué terrible, tu madrastra te odia”. Por eso me casé recién salida del liceo, a los 19 años. Yo sabía que no podía estar con ella. Ella decía que los hijos apenas salen del colegio deben ponerse a trabajar y salir de la casa. 

¿Su padre no intercedía?

-Mi padre me dijo muchas veces que  él no podía estar en contra de ella. Era una mujer muy embromada, pero le agradezco a ella que tuvo un hijo, mi hermano menor, que es fantástico y con quien tengo una excelente relación. Es como un hijo para mí y mis hijos lo quieren como a un hermano.

“Sí, Fresia fue muy mala. Delante de otra gente hablaba muy mal de mí; la gente me decía: ‘Qué terrible, tu madrastra te odia’. Por eso me casé recién salida del liceo, a los 19 años. Yo sabía que no podía estar con ella. Ella decía que los hijos apenas salen del colegio deben ponerse a trabajar y salir de la casa”.

Dice que se casó para poder salir de casa. ¿Nunca pensó en estudiar después de terminar el liceo?

-Mire, yo desde cabra quería estudiar Medicina. Me da vergüenza decirlo, pero es verdad: encontraba que en el mundo había gente muy mala, y entonces quería especializarme en genética a ver si podía cambiar a la gente.

Arreglar la raza humana, digamos

-Eso. Pero mi madrastra me quitó todas las posibilidades. 

“Mire, yo desde cabra quería estudiar Medicina. Me da vergüenza decirlo, pero es verdad: encontraba que en el mundo había gente muy mala, y entonces quería especializarme en genética a ver si podía cambiar a la gente”.

¿No la dejó estudiar?

-No. Lo único que quería es que nos fuéramos apenas saliéramos del colegio. Apenas salí empecé a trabajar: en la Farmoquímica del Pacífico ayudaba a vender las cosas que se fabricaban de farmacia. Lo hice por poco tiempo. A los 19 años me casé con mi marido, Alberto Bachelet, a quien conocí en una kermesse en Temuco. A pesar de ser la menor, fui la que me casé primero de todos mis hermanos.

Ángela Jeria – Crédito: Agencia Uno

No estudió Medicina, pero las vueltas de la vida hicieron que una hija suya estudiara esa carrera…

-Curiosos los círculos de la vida…

“EN MI CASA SIEMPRE SE HABLÓ DE POLÍTICA”

Ha dicho que su padre fue importante para usted, marcó sus ideas, su forma de ser.

-Mi padre fue una persona muy errante, que se movía mucho, pero para él lo más importante era el estudio y la lectura. No entró a la universidad que yo recuerde, pero era un hombre culto, porque leía muchísimo. Compraba libros, tenía una biblioteca en una pieza, sus amigos casi todos eran escritores. 

¿Heredó también de él esa manera discreta, casi contenida,  con que usted enfrenta la vida y las emociones?

-Sí. Mi padre nos decía que le molestaba cuando la gente lloraba exageradamente o se reía exageradamente. Entonces ninguno de nosotros lo hacía. El llanto fuerte altera a las otras personas, decía, y eso debe evitarse. Y lo mismo con la risa, porque son desagradables las carcajadas. Yo nunca he llorado en público. Pensaba en mi padre, que me decía: al ver llorar a alguien que está sufriendo, uno sufre también. Entonces hay que tener cuidado de no dañar; y eso lo hacía a uno controlarse.

“Mi padre fue una persona muy errante, que se movía mucho, pero para él lo más importante era el estudio y la lectura. No entró a la universidad que yo recuerde, pero era un hombre culto, porque leía muchísimo”.

¿Pero a veces no le daban ganas de llorar con ganas?

-Nunca he llorado a gritos. 

¿Ni frente a los hechos más trágicos?

-Nunca. Cuando vimos el cuerpo de mi marido en el Servicio Médico Legal, Michelle lloró, pero contenida. A mí me daba mucha pena, pero sabía que no podía explotar. Eso hubiera sido chocante. 

¿En su adolescencia ya tenía usted inquietudes políticas, sociales?

-En mi casa siempre se habló de política, a pesar que de que no eran militantes. Mi padre era un hombre de izquierda; creo que en su juventud fue anarquista, igual que Manuel Rojas, eso los unió seguramente. En la mesa de mi casa se hablaba sobre lo que pasaba en el país, con todos incluidos en la conversación. Hasta yo de 9 años. Conversar así entre nosotros era normal. 

Ángela Jeria y Michelle Bachelet – Crédito: Agencia Uno

¿Eso era común en las familias de entonces?

-No. Yo me asombraba que mis compañeras del liceo no tenían idea… como que no correspondía en las mujeres al menos. En mi casa era distinto, para mi padre todos éramos iguales. Por eso cuando hablo de cómo era la vida hablo de mi vida. Hay una marca muy fuerte en eso. Recuerdo que yo era amiga de quienes curiosamente sus padres eran masones, como lo era el mío. Eso hacía tener una posición ante la vida, más amplia, más liberal. 

“Cuando vimos el cuerpo de mi marido en el Servicio Médico Legal, Michelle lloró, pero contenida. A mí me daba mucha pena, pero sabía que no podía explotar. Eso hubiera sido chocante”.

Estaban lejos de la religión

-En mi familia no eran católicos. Creo que mi madre sí, pero respetó mucho y no quiso interferir en lo que nos enseñaba mi padre. Para mí cualquier religión era respetable, pero yo no creo en Dios, en los santos. Mi padre nos explicaba cómo se crearon las religiones, decía que el mundo era tan terrible que uno entiende que hay gente que necesita creer en algo o si no la vida no tendría sentido. 

Ni entonces ni después usted militó en un partido político

-Nunca. En primer lugar, porque mi padre nunca militó en su vida. Luego mi marido era uniformado, y yo no podía. Sin embargo, en la Fuerza Aérea me decían la roja. Yo unas veces dije que si hubiese pensado en militar, a lo mejor habría sido comunista. 

“LA PALABRA VEJEZ ES MUY AMPLIA”

Todos le dicen Gelo. ¿De dónde viene ese nombre?

-De niña. En mi familia me decían Angelita, pero yo era muy traviesa. Entonces un día algo había hecho yo y mi mamá dice: “¿Pero por qué tratan así a la Angelita?”. Y mi hermano mayor, Alberto, le respondió: “Qué Angelita… Angelorum será”. Desde ahí no me decían Angelorum, pero sí Gelo. Todos en la familia sabían que Gelo era Angelorum. 

Ángela Jeria se rio al recordar la anécdota. Una risa muy medida, claro. Era mediados de febrero y, pese a que ya se acababa la tarde, aún hacía un calor que obligaba a mantener encendido un ventilador en el living de su departamento. Ella recién se había tomado un café pequeño, pero no probó las galletas que sirvió en un platillo. No se ha quitado en ningún momento sus característicos lentes ahumados. No es un asunto de glamour. “Desde niña tengo fotofobia. Me molesta mucho la luz, estoy pestañeando todo el tiempo. Empecé a usar lentes oscuros a los 15 ó 16 años, aunque a medida que pasan los años los uso más”, explicó.

Ángela Jeria y Michelle Bachelet – Crédito: Agencia Uno

Luego contó que ha estado con la salud resentida. Estaba con un resfrío arrastrado hace varios días. Y no era lo único. Antes de Navidad se intoxicó -no sabía con qué- y tuvo una gastroenteritis infecciosa que la hizo bajar cuatro kilos en un mes. Una pérdida de peso que se unía a los varios kilos que ha bajado en estos últimos dos años, tampoco sabía por qué. Como si eso no bastara, se recuperaba de un esguince en un tobillo que le dejó un dolor persistente en toda la pierna y en la cadera. Esperaba poder retomar pronto la kinesioterapia. Pero jamás se quejó. Se refería a sus males de salud como quien enumera un conjunto de datos, y punto. Sin dramas, incluso hasta con humor: “Imagínese que hasta me he achicado. Siempre medí 1,65; y ahora estoy en 1,60”.

“Nunca. En primer lugar, porque mi padre nunca militó en su vida. Luego mi marido era uniformado, y yo no podía. Sin embargo, en la Fuerza Aérea me decían la roja. Yo unas veces dije que si hubiese pensado en militar, a lo mejor habría sido comunista”.

¿Cómo se lleva con la vejez?

-La palabra vejez es muy amplia. Para mí, es un estado en el que uno no se puede mover. Y yo no estoy en esa categoría aún. Me siento una persona con hartos años, una señora vieja, pero no en la vejez. 

¿Le tiene miedo a la muerte?

-Miedo no le tengo, pero no me gusta. No me gustaría morirme.

¿Por qué?

-Porque lo único que tengo es la vida. No creo en Dios, ni en el paraíso, nada de eso. 

Y en esta última parte de su vida, además, ha debido acostumbrarse a estar lejos de su hija Michelle, con quien ha compartido tantas vivencias.

-Es la carrera de ella afuera del país; de eso me di cuenta recién el otro día. A lo mejor me voy a morir un día y ella no va a alcanzar a estar conmigo. 

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