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Selección Nacional

17 de Julio de 2020

Eloy, de la orquesta a la pizzería

Llegó a Chile buscando mejores oportunidades, logró al principio sostenerse como artista junto a su pareja, pero el estallido y la posterior pandemia paralizaron todo, incluso su trabajo. Hoy prepara masas en una cadena de pizzería en Santiago. Aquí cuenta su transición, su oscilante paso por Chile y sus esperanzas de hacer arte, pese a todo.

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Eloy Rojas tiene 34 años, es venezolano y músico profesional: canta, produce, dirige y toca flauta traversa. Llegó hace un año y cinco meses a Chile tras la crítica situación política y social que atraviesa su país. Allá trabajaba en un colegio particular que califica de “alto estándar”. Cuando lo que recibía como profesor no le alcanzó para vivir, tomó la decisión de dejar Caracas. Vendió todo lo que tenía y con eso compró pasajes para él y su pareja. Llegó al país impulsado por su familia, principalmente por su hermana doctora que lo ayudó a asentarse durante una primera etapa en Quilpué. Se instaló junto a su novia Victoria González, también venezolana. Ambos son artistas. Ella, para poder seguir con sus estudios de danza, postuló a la escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago y quedó. 

Victoria González en la función de “Los Martirios de Colón” en el Teatro Municipal de Lo Prado.

“Durante los primeros meses me dediqué a tirar curriculums, a presentarme con distintas personas, yendo para todos lados. Fue Vicky quien en una primera etapa tuvo actividades plenas y estudió de lunes a viernes en el ballet. Por mi parte seguía haciendo algunos trabajos musicales para algunas personas en Venezuela y otros proyectos online. Mi hermana nos ayudaba económicamente también”, relata Eloy. 

Cuando los trayectos diarios de dos horas entre Quilpué y Santiago fueron haciéndose cada vez más pesados para ella, optaron por independizarse e instalarse en un departamento antiguo de la calle Tenderini en el centro de Santiago. 

A los meses Eloy encontró trabajó ad honorem como director en la Fundación Música para la Integración que creó un grupo de venezolanos residentes en Chile. Allí también conoció a una de sus ídolas: Giovanna Sportelli, una reconocida cantante lírica chilena que hizo gran parte de su carrera en Venezuela. Ella, de vuelta en su país, le pidió organizar una gala lírica con la ópera “Los Martirios de Colón” en versión de bolsillo, obra del venezolano Federico Ruiz. Paralelamente lo invitaron a dirigir a la orquesta de la fundación en un espectáculo para las fiestas patrias en La Moneda.

Esa presentación en el palacio presidencial lo puso en el ojo público y desde el Teatro Municipal de Lo Prado lo llamaron para trabajar tres meses como productor musical. Implementó talleres, eventos de carácter cultural y gestionó el estreno de la ópera que llevaban trabajando desde la fundación. Ese estreno se fijó para la tercera semana de octubre, en conmemoración a la llegada de Cristóbal Colón a América. Lo cierto es que el estallido social frenó el estreno y lo postergó hasta el 1 de febrero del 2020. Tras esa presentación, donde Eloy ofició como director y productor musical, cerró muchos proyectos que auguraban un año fértil en términos económicos y creativos.

Pero la propagación del coronavirus en el país fue inminente y todos los proyectos se diluyeron con el encierro y la crisis. “Actualmente estamos trabajando de cualquier cosa menos arte”, cuenta. A mediados de marzo salió a buscar trabajo y le fue bien: lo contrataron en una cadena de pizzería para amasar y hacer reparto a domicilio de lunes a viernes. Las licencias y despidos masivos abrieron un cupo dentro del local y Victoria también ingresó a la pizzería para trabajar durante los fines de semana. “Actualmente somos maestros pizzeros. Es una experiencia totalmente nueva y la disfrutamos muchísimo igual, siempre aprendemos algo nuevo”, cuenta.

Victoria el resto de los días recibe sus clases, reactivadas hace pocos días, por Zoom. Incluso el living de su casa tiene montada una improvisada sala de ensayo: con piso de linóleo y una barra de ballet confeccionada con tubos de PVC. Cuando tiene horas libres, él también aprovecha para ensayar y no perder el ritmo. Casi todos los días se dispone un rato frente a su ventana que mira hacia el mítico pasaje de repuestos y ensaya con su flauta traversa.

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¿Qué significó para ti encontrarte con estas crisis en otro país?

-En Venezuela tenemos 20 años de una crisis extenuante. Yo era de los que decía “tranquilos, aquí (en Venezuela) se puede vivir, no hay que irse”, hasta que llegó el momento en que ya se me acabó el saldo y no podía más. El estallido social en sí, para nosotros, fue un poco decepcionante porque alcanzamos a vivir un lapso de tiempo de paz y tranquilidad. Además vivimos aquí al lado de la Alameda, donde estaba pasando todo y había mucho ruido. Yo en Venezuela vivía en Altamira, epicentro de las protestas allá. Entonces sabía más o menos cómo era la cuestión. A Vicky le costó un poco más. No ha sido fácil, fue un poco frustrante.

¿Cómo ha sido la transición de pasar de la música a hacer pizzas?

-Ya me acostumbré al ritmo, tenemos un buen equipo en la tienda. Entré con miedo, porque yo soy flautista y quemarte o cortarte el dedo a mí me genera mucho estrés. Pero yo tengo una filosofía: el arte de vivir es hacer que la vida sea una obra de arte. 

¿No te desmotivó tener que dejar el arte por un tiempo indefinido?

-Al comienzo fue rudo trabajar así porque yo estoy en el turno nocturno, me dejaba poco tiempo para ensayar y eso no me gustaba, uno empieza a estar como en una incertidumbre. Al mismo tiempo me di cuenta que tenemos que sobrevivir, pagar el arriendo. Pero poco a poco he ido retomando las ganas. Pese a todo, los buenos y malos ratos, los cambios que hemos tenido que sortear, por muy difícil o diferente que sea todo ahora, igual tenemos que sobrevivir porque ojalá todos los artistas que existan puedan pagarse su vida con el arte que hacen. Sé que para mí no es imposible, porque ya lo logré, pero si en esta etapa me toca cocinar, lo hago. Hace unos años viví en Francia, entonces sé lo que significa ser extranjero y sé también que me tengo que adaptar a lo que venga.

“Pero yo tengo una filosofía: el arte de vivir es hacer que la vida sea una obra de arte”.

¿Cómo te sigues conectando a la música pese a todo?

-De varias formas. Una es mi compromiso por los alumnos que tengo con la fundación, me motiva que ellos sigan interesados pese a estar encerrados. Y también acá en la casa: a veces estudia ella, a veces estudio yo. Cuando Vicky está en clases por Zoom, yo voy a tocar flauta a la pieza. Pese a todo, de repente se arma un cuadro acá que a mí me parece poético: un día estaba acá escribiendo música y ella estaba ensayando. Pese a lo difícil, me pareció que tenía una belleza.

¿No te dan ganas de abandonar de repente?

-Claro, pero hay que seguir insistiendo. Yo creo que cuando uno tiene una identidad y sabe quién es y qué es, mira, podrán decir “ay, el director de orquesta trabaja haciendo pizza”, pero para mí el trabajo no deshonra a nadie. Lamentablemente yo no puedo transferir toda mi trayectoria y estatus de Venezuela a Chile, porque si la gente no me conoce, no me conoce. Entonces al final, creo que lo que sea que me toque hacer no me va a cambiar en esencia, me transforma o me mejora, tal vez, pero dejar de ser lo que realmente soy no creo que sea posible. Si el arte me escogió, ni que yo huya. Porque eso es para mí el arte: algo inevitable, que te va arrollando y que te empuja hasta que lo haces.

“Si el arte me escogió, ni que yo huya. Eso es para mí  el arte: algo inevitable, que te va arrollando y que te empuja hasta que lo haces”.

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