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Opinión

22 de Julio de 2020

Columna de Javiera Arce: “Reducir parlamentarios/as: una propuesta popular que daña la democracia”

Hoy, en momentos de convulsión política, la opción ha vuelto a surgir en el debate, pero, por más popular que pueda sonar, es recomendable detenerse sobre sus reales implicancias y consecuencias. Para ello es bueno tener presente de entrada que el número de escaños es consecuencia directa del sistema electoral.

Javiera Arce
Javiera Arce
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Luego del estallido social de octubre de 2019, una de las  ideas que tuvo el gobierno fue reflotar un proyecto anunciado por el Presidente Piñera al asumir su mandato: disminuir el número de parlamentarios/as. La justificación era que la Presidenta Bachelet habría cometido un error al aumentar la cantidad de representantes y era necesario ahorrar dinero fiscal para invertirlo en “política social”. La oportunidad de la propuesta no debía extrañarnos, ya que las iniciativas “antipolítica” siempre son populares en contextos de crisis y como salida para reducir el impopular gasto que conlleva la representación política. 

Hoy, en momentos de convulsión política, la opción ha vuelto a surgir en el debate, pero, por más popular que pueda sonar, es recomendable detenerse sobre sus reales implicancias y consecuencias. Para ello es bueno tener presente de entrada que el número  de escaños es consecuencia directa del sistema electoral. Dicho de otro modo: ¿Qué es un sistema electoral? Es una fórmula matemática que transforma los votos en escaños. A pesar de lo simple que suena, politólogas como Pippa Norris afirman que es un instrumento poderoso, ya que decide quién entra y quién no al juego político. Ni más ni menos. 

Dieter Nohlen, por su parte, advierte que no existe un sistema electoral perfecto y que, por lo tanto, cada país debe darse el que mejor le acomode. Pero a pesar de esta  recomendación, es bueno recordar la propuesta que, en 1972, hiciera Rein Taagepera, al momento de preguntarse cómo calcular de la mejor manera el número de escaños de un órgano legislativo. Su conclusión: la raíz cúbica del total de la población para obtener una representación demográfica proporcional a su demografía. . 

“Tras más de dos décadas, el binominal logró  desenraizar el sistema de partidos, volviéndolo prescindible ante la ciudadanía y los propios representantes”

Pero antes de aplicar esta regla a nuestra realidad, hagamos un poco de historia. Con el regreso de la democracia, el sistema electoral chileno fue el binominal, único en el mundo, que dividió el país en 60 distritos electorales y 19 circunscripciones senatoriales en que se escogían dos representantes por cada una. 

En ambos casos, para obtener el 50% del total de los escaños en disputa, se debía alcanzar el 33% de los votos, y si se quería conseguir el distrito entero, alguna de las listas tenía que llegar al 66% de los sufragios. ¿El resultado de ese sistema electoral? Un pseudo empate en el Congreso y la conformación de dos coaliciones quienes, como cartel, terminaron por impedir el ingreso de nuevas fuerzas políticas.

El paisaje político se hizo poco dinámico y sólo se logró avanzar en la eliminación de algunos enclaves autoritarios, como los senadores designados. Si a esto se le agregan las leyes orgánicas constitucionales, que poseen altos quórum para ser reformadas (3/5 o 4/7), o en su defecto reformas constitucionales que van desde 3/5 a 2/3 del total de congresistas, se hizo prácticamente imposible avanzar hacia reformas sustantivas.

/AGENCIAUNO

Recién en 2015, logró ser aprobada una reforma electoral que ajustaba al alza el número de legisladores, de acuerdo al incremento de población del país. El nuevo sistema de proporcionalidad moderada aumentó así el tamaño de los distritos de tres a 8 bancas a disputar, en aquellas zonas de amplia densidad poblacional, y de 2 a 7 en el caso del Senado, dependiendo también del tamaño de la región. Mientras la Cámara aumentó a 155 escaños, el Senado se quedó en 38. 

Junto con esta reforma electoral, se puso en marcha una Ley de Cuotas que obliga a los partidos, hasta el 2029, a completar sus listas nacionales con un 40% de candidaturas femeninas. Todos estos retoques electorales, permitieron en la práctica, una mayor diversidad al abrir el Poder Legislativo a una tercera fuerza política, el Frente Amplio, que irrumpió con 20 diputados/as y un senador. Fue la primera vez que se lograba dotar de un mayor dinamismo a la política chilena y todo -volvemos a lo mismo- gatillado por el sistema electoral y cómo reparte el poder.  

Porque las consecuencias del sistema electoral son mucho más profundas. De hecho, tras más de dos décadas, el binominal logró  desenraizar el sistema de partidos, volviéndolo prescindible ante la ciudadanía y los propios representantes. Esa lógica corporativista impidió avanzar en reformas sustantivas que requería el sistema político, incluso para su propia supervivencia. Nadie tenía incentivos ni para verlas ni para empujarlas. Pero ahí estaban, por lo que -de alguna u otra forma- buscaron su vía de escape a través del estallido social. 

Las demandas sobre la desigualdad, la sensación de injusticia y el sistema de pensiones han develado la inestabilidad laboral y salarial, precarización de la vida de la ciudadanía chilena. Todo esto como consecuencia de la falta de expresión de la diversidad social y política en los espacios de representación ciudadana

“Para tener democracias fuertes se requieren órganos de representación amplios, que reflejen la diversidad de la sociedad. Si hay algo que el estallido social demostró es la diversidad de intereses y la necesidad de que las mujeres y las minorías étnicas encuentren representación”

La democracia chilena es muy limitada en cuanto a canales de expresión ciudadana. El sistema de partidos y el Congreso Nacional comenzaron a autonomizarse de a poco de los intereses ciudadanos, y en algunas ocasiones, acabaron por defender intereses de la clase empresarial. De hecho, a pesar de los altos sueldos de los legisladores existieron casos de financiamiento irregular de la actividad política que acabaron por deteriorar aún más la legitimidad y confianza en el sistema político.

Los problemas de la democracia no se resuelven suprimiendo el pluralismo y la representación. Para tener democracias fuertes se requieren órganos de representación amplios, que reflejen la diversidad de la sociedad. Si hay algo que el estallido social demostró es la diversidad de intereses y la necesidad de que las mujeres y las minorías étnicas encuentren representación en estos espacios, de nuevas formas de deliberación pública, mecanismos de democracia directa, mayores posibilidades de accountability ciudadano, descentralización económica y política, es decir, con más democracia. 

Es de esperar que iniciativas como la reducción de parlamentarios no prospere por el bien de la democracia chilena. De hecho, no se requieren 120 como propone el Mensaje Presidencial ingresado por el actual gobierno. Si aplicáramos la regla de la raíz cúbica, el resultado sería 266 o 267 representantes en la Cámara de Diputados/as. Ahora sobre la pertinencia o no de tener una o dos cámaras, es materia de otra discusión.

*Javiera Arce, politóloga. Universidad de Valparaíso- Red de Politólogas

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