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Opinión

23 de Julio de 2020

Con el hambre no se juega

Crédito: Diamond Filmms

Ver películas y series distópicas pueden ayudar a entender mejor los tiempos que corren. Pero ni la distopía más enajenada como “Los Juegos del Hambre” o “Fahrenheit 451” nos han preparado para este capítulo interminable de “Black Mirror” que estamos viviendo: pobreza, cuarentena, protestas por no tener qué comer.

Ernesto Garratt Viñes
Ernesto Garratt Viñes
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Vemos series y películas en el streaming para bajar la angustia del Covid-19. ¿No? Nos pegamos a Netflix, más que antes, o Amazon o a HBO Go o a Direct TV para buscar con qué distraernos: una serie, un documental, una película. Puede ser un efectivo sistema de autodefensa para no volverse más loco en esta locura, en este oasis neoliberal donde se creía olvidada la pobreza y el hambre. 

Pero no. Hay personas protestando en Chile porque tienen hambre y eso supera cualquier ficción. Aunque el streaming esté sembrado de ficciones que hablan  de realidades distópicas, el límite que separa ficción de realidad se hace más difuso en este capítulo de “Black Mirror” larga duración -y sin aviso de término- que estamos viviendo en Chile y el mundo. 

¿No les resulta que un capítulo de “Years & Years” parece noticiero?

Antes de seguir, ésta es la definición de distopía de la RAE: “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.

Los desvalidos

Algunos de mis estudiantes, en el Campus Creativo UNAB, me preguntaron qué película se podría parecer a lo que vivimos y sin pensarlo dije: “Los Juegos del Hambre”. Es verdad que se trata de una cinta de acción, de Hollywood, juvenil, con todo lo que eso conlleva. Pero les dije que siempre, desde que la he visto, no puedo dejar de apreciar los detalles sobre el hecho de ser pobre, tener carencias, tener rabia.

Los estudiantes me preguntaron enseguida por qué elegí ser crítico de cine. Y nunca lo he dicho directamente, salvo ahora: justamente porque viendo películas pude olvidarme por algunos ratos del hambre que me estrujaba las tripas siendo niño. En los 80 la miseria era pan de cada día y pedir fiado era la moneda de cambio para comer. Recuerdo también ollas comunes en la iglesia del barrio y las agradezco.

“Los Juegos del Hambre”… me compro la historia con Jennifer Lawrence y el mundo donde el Presidente Snow (Donald Sutherland) es un cruel operador político y donde los medios oficiales no critican nada, menos en la transmisión televisada de los Hunger Games; esos juegos donde adolescentes deben competir por sus vidas para divertir al régimen.

Leo la noticia en un matutino: consumir este tipo de historias distópicas ayudarían al público joven a sentir menos angustia en esta realidad del terror que vivimos. Y creo que es así. 

En las historias de distopía, el elemento en común es el punto de vista de los desvalidos, de quienes lo pasan mal para que otros lo pasen bien. Desde “Metrópolis”, el clásico de Fritz Lang de 1927 (vean la copia restaurada en YouTube), los oprimidos de un imaginario año 2026  han sido parte de este cóctel anticipatorio que, tristemente en la realidad, se está haciendo cada vez más palpable. 

Metrópolis. Crédito: UFA

Desde la cuna que representa “Metrópolis” en esto de contar y anticipar un futurismo realista (que algunos llaman pesimista), el universo de distopías ha explotado y ha llegado a lugares interesantísimos, en especial en este tiempo, nuestro presente de 2020, donde lo que se vaticinaba se está comenzado a cumplir. 

Sin balas

El que mejor ha tomado el guante anticipatorio es el cineasta coreano ganador del Oscar por “Parásitos”, el señor Bong Joon-ho. 

Él ha explorado las coordenadas de la lucha de clases, pero en clave apocalíptica, en su filme “Snowpiecer”, de 2013, que trata sobre un grupo de privilegiados que, para zafar del Apocalipsis, abordan un tren hecho para esos fines en el año 2031. Dentro de sus planes no están considerados los pasajeros más pobres que lidera el ex Capitán América, Chris Evans. Su némesis es la grandiosa Tilda Swinton, la líder de este tren hecho para cuicos pero invadido por pobres y el único medio de control es el uso de armas… sin balas. 

Snowpiecer: la serie. Crédito: Netflix

Cuando los pobres a bordo se dan cuenta de semejante detalle, se dan cuenta de que los controlan sólo con símbolos de poder y sin real poder de fuego, la revuelta está servida dentro de los vagones: un escenario donde el genio de Bong Joon-ho metaforiza con rigor las brutales diferencias de clases y la represión de los uniformados para mantener los privilegios de los VIP. 

La adaptación de Netflix de esta maravilla es bastante óptima, de verdad, véanla. Uno de los roles gravitantes cae en las manos de Jennifer Connelly, la voz del tren. Es una de las pasajeras VIP que se pone frente al micrófono para los anuncios oficiales y quien, inesperadamente, siente simpatías hacia los “roteques”. Bong Joon-ho es productor ejecutivo de la serie y, aunque me quedo con la película (qué pedazo de distopía), cumple harto. 

“La ignorancia es la felicidad”

Hablando de Jennifer Connelly, la actriz norteamericana es parte de otra pieza distópica de culto y que para muchos es la antesala y referencia “desconocida” de la  trilogía “The Matrix”. Hablo de “Dark City”, dirigida en 1998 por Alex Proyas: una afiebrada distopía donde la tesis es la misma que las de las hermanas Wachowski; es decir, un mundo que luce real pero que en el fondo se trata de una elaborada simulación de la realidad.

Dark City. Crédito: Warner

La historia es simple: héroe descubre la farsa del simulacro y es pieza clave para mostrar las costuras del disfraz de realidad. 

 Quizás “Dark City” no tenga esa lectura modernizada de los superhéroes de “The Matrix” (Neo finalmente es un Superman digital), pero posee logros visuales y narrativos sorprendentes… y un enorme contenido anticipatorio al graficar una urbe “sin tiempo”, oscura, pesimista y donde, para variar, son los poderosos quienes levantan realidades sin consultar a nadie y de espaldas a la gente.  

Sin embargo, la odisea de Neo en “The Matrix” quedó  impregnada con más fuerza en el inconsciente colectivo debido al afán de sus creadoras por conectar con la cultura pop. Escenas formidables, rompiendo las leyes de la gravedad y guiños a Bruce Lee, entre la asombrosa pirotecnia visual, fueron acompañadas por diálogos que son un manjar: el que más me gusta, el del cínico Cypher (Joe Pantoliano) cuando explica su traición a Morfeo y sus soldados de la realidad. Cypher, descreído, explica que ojalá nunca hubiera tomado esa píldora que lo hizo despertar y apreciar el horror en el que vivían. 

The Matrix. Crédito: Warner

“La ignorancia es la felicidad”, concluye Cypher frente al agente Smith. Ya que no quiere ser consciente. No quiere saber. No quiso ni quiere haber despertado. Es un personaje negacionista; y hay tantos Cyphers sueltos por ahí, ¿no? 

El espíritu de Philip K. Dick

Si las distopías tuvieran una especie de embajador, ese sería el título del escritor Philip K. Dick, cuyas piezas, la mayoría impregnada de paranoia y temor al futuro, han sido imán para adaptaciones audiovisuales. El gran tema de K. Dick es el simulacro de la realidad y cómo se cae a pedazos frente a nuestros ojos. En el mundo de sus historias, desde “Blade Runner” hasta “El hombre del castillo”, no se puede confiar ni en la autoridad ni en el curso de la historia oficial. 

El hombre del castillo. Crédito: Amazon Prime

La serie de cuatro temporadas de Amazon basada en “El hombre del castillo” es una distopía y un what if: es decir, qué hubiera pasado si la Segunda Guerra Mundial la hubieran ganado las potencias del Eje. Ambientada en 1962, el territorio de Estados Unidos se encuentra de esta manera dividido entre la Alemania nazi y Japón; y los protagonistas quedan en shock en esa realidad cuando descubren unas latas de película con propaganda de otra realidad alternativa: la nuestra. 

La serie “Devs” (2020) se inspira mucho en ese mundo de Philip K. Dick y su cóctel de exagerado delirio. Su creador es Alex Garland, el director de “Ex Machina” y “Aniquilación”; y el argumento es adictivo: en una empresa de desarrollo tecnológico, una funcionaria de bajo rango comienza a investigar el asesinato de su novio, ascendido hace apenas un día a la secreta unidad de la compañía donde se exploran avances que incluye la vida después de la muerte. 

“Devs” es una reflexión filosófica sobre el determinismo. Nada es al azar, plantea su tesis fundamental. Y los personajes estarían condenados a repetir el mismo camino o  loop una y otra vez. Muy al estilo de “Dark”, la serie alemana que es también una sorpresa de este 2020. 

DEVS. Crédito: FX

Por su parte “Upload”, un estreno de Amazon, brilla con su argumento distópico donde también resuena el espíritu de Philip K. Dick: toma la idea de su novela “Ubik” acerca de “bajar” la conciencia de una persona muerta a un mundo digital y generar así una vida eterna artificial. 

La he disfrutado porque aplica un humor nada de tonto y que hace más amigables las teorías y visiones distópicas que tienen tomada la TV de streaming más brillante de estos días. ¿La razón? En “Upload”, después de muerto, igual hay que gastar en hotel, ropa, comida: el mercado no perdona ni a un alma en pena. Notable la talla de las miserables existencias afterlifes con apenas 2 gigas mensuales para “vivir”. 

“Como lágrimas en la lluvia”

“Blade Runner” es LA gran película inspirada en la obra de Philip K. Dick. Cuando la vi por primera vez no la amé por las armas, ni las persecuciones, ni los autos voladores (bueno, sí) de esa ciudad de Los Angeles, de un noviembre de 2019 alternativo.

Lo que más me tocó fue el nivel de pobreza en una “película del futuro” y ambientada en un país del primer mundo. Siendo consciente de mi propia pobreza, me conmovió y llamó la atención que en una Tierra moribunda, los pobres en esta historia fueran dejados abajo del sueño de ir a buscar una mejor vida en el Outer Space.  Sólo iba el que podía pagar.

Upload. Crédito: Amazon Prime

Sólo había derechos para el que podía pagarlos. Igual que en el Chile de los 80 y en el del 2020. De hecho, cuando pienso en el replicante Roy Batty (Rutger Hauer), uno podría compararlo con el alma de algún poeta chileno, perdido en su propia búsqueda del gran sentido de la vida. Con una enorme facilidad de labia, este humano sintético masticaba un fabuloso monólogo en la película “Blade Runner”, improvisado, genial.

Decía: “Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”.

“Blade Runner 2049”, la muy digna secuela de Denis Villeneuve, de 2017, profundizó las mismas coordenadas de la original: el sentido de abandono absoluto -por parte de un modelo brutalmente capitalista- no sólo de las personas “orgánicas”, sino que también eran abandonas las sintéticas: los replicantes. Y el protagonista, K (Ryan Gosling), ni siquiera alguien con un nombre completo, solo una letra, busca el sentido de su falta de humanidad en un recuerdo-implante perdido. Una memoria que es la clave para descifrar un milagro. K cree que puede ser “humano” en verdad. Se trata de un tipo de hambre más metafísica, espiritual; y no deja de ser paradójico que un ser artificial busque su “alma” a cómo de lugar.

Blade Runner. Crédito: Warner

Soylent Green… es gente”

No deja de asombrarme el aura profética de obras maestras como “Fahrenheit 451”, que François Truffaut filmó en 1966 y es la mejor adaptación del clásico de Ray Bradbury. En un futuro aparentemente perfecto, los bomberos, en vez de apagar incendios, queman los libros ya que están prohibidos. Se sanciona pensar fuera del fascista orden de las cosas. Lo raro es penado. Lo distinto, exterminado.

Truffaut filmó una adaptación elegante y llena de poesía visual que captura la esencia de la novela y aporta su propio universo fílmico, preocupado de la condición humana.

El bombero Guy Montag (Oskar Werner), sin que nadie lo note, se roba libros en vez de hacerlos arder. Queda embobado con una joven idealista, Clarisse, mientras en su hogar su esposa es parte de un decorado apagado y muerto en vida. Ambas mujeres son interpretadas por Julie Christie, en un desdoblamiento digo de Kim Novak en “Vértigo”, de Alfred Hitchcock.

En una vista general, desde muy atrás, desde la galería, estas sociedades “futuristas” lucen perfectas. Son un oasis en un desierto hostil. Pero si nos acercamos, vemos sus fisuras y defectos; y ése es quizás el trabajo del arte: apuntar el camino y mostrar una imagen real de lo que no vemos.

 “Cuando el destino nos alcance” es la más oscura distopía que he visto en mi vida. Es de 1973. Actúa Charlton “El planeta de los simios” Heston. Y ésta es su trama: en una Nueva York de 2022, sobrepoblada, en crisis, con calentamiento global y dominada por una cruel elite, la crisis alimentaria ha provocado que los ciudadanos comunes sólo puedan comer un producto prefabricado de marca Soylent; y es noticia porque ha salido al mercado un nuevo sabor: Soylent Green, hecho en base a productos del mar.

Soylent Green. Crédito: MGM

Antecesora de “Blade Runner”, en “Cuando el destino nos alcance” Charlton Heston (al igual que Harrison Ford) es un detective que descubre una verdad inesperada y tan chocante que solo le queda balbucearla, al final, sin que nadie lo comprenda bien: “Soylent Green… es gente”. Una tétrica metáfora del canibalismo social en el que nos devoramos unos a otros. 

Una seria constatación de que con el hambre no se juega… nunca. 

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