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Opinión

29 de Julio de 2020

Columna de Daniel Brieba: “Reequilibrar para gobernar”

"Lo hizo recurriendo a otra vieja táctica: trayendo parlamentarios en ejercicio a La Moneda. Como nunca, sin embargo, varios de éstos llegaron a copar el comité político, entrando así directo al corazón del gobierno. Es una inyección de política partidista a la vena".

Daniel Brieba
Daniel Brieba
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Un gobierno casi sin apoyo en la opinión pública sufrió la semana pasada la humillación de no contar siquiera con un tercio de los votos en la última votación sobre el retiro del 10% de las AFP. En tan profunda posición de debilidad, no es de sorprender que el gobierno haya movido las piezas para intentar sobrevivir y recuperar la iniciativa. Lo hizo de una forma bien conocida: reequilibrando el peso de su comité político para que éste reflejara de mejor manera el peso real de sus partidos en el Congreso. Lo hizo también recurriendo a otra vieja táctica: trayendo parlamentarios en ejercicio a La Moneda. Como nunca, sin embargo, varios de éstos llegaron a copar el comité político, entrando así directo al corazón del gobierno. Es una inyección de política partidista a la vena.

La apuesta es clara: cediéndole a RN y la UDI una porción preponderante de la influencia sobre la conducción política, el gobierno espera recuperar el orden en la coalición y lograr así que esta funcione como tal, tanto para pasar leyes como para sortear con algún éxito el vendaval de plebiscitos y elecciones que se viene. Dándole protagonismo en el gobierno a los partidos, y a los líderes de cada facción dentro de cada partido, el gobierno espera evitar el fuego amigo y hacer a RN y la UDI partícipes de su suerte.

Lo hizo también recurriendo a otra vieja táctica: trayendo parlamentarios en ejercicio a La Moneda. Como nunca, sin embargo, varios de éstos llegaron a copar el comité político, entrando así directo al corazón del gobierno. Es una inyección de política partidista a la vena.

Las diferencias con el último cambio mayor en el gabinete – en octubre pasado – saltan a la vista. Esa vez, el público objetivo del cambio era la opinión pública, y su sentido era mostrarle a ésta un elenco más joven y receptivo a las demandas tras las protestas que con furia se tomaban las calles. El acuerdo constitucional de noviembre y el abandono de la ortodoxia fiscal acérrima fueron los frutos de esa estrategia. Pero hay límites evidentes en la capacidad que tiene Chile Vamos de moverse hacia su izquierda tanto en lo constitucional como en lo económico. Pocos votos y ningún partido lo esperan ahí; la oposición siempre le dirá que su esfuerzo es insuficiente y demandará mucho más, mientras que su propia coalición se tensionaría al límite en ese movimiento. En un ambiente polarizado, quedar en el medio es quedar a la deriva.

Por eso, el público objetivo de este cambio no es la opinión pública, sino Chile Vamos. En ese sentido, la oposición tiene razón al señalar que este cambio señaliza un giro hacia una derecha más dura; nadie podría confundir a Víctor Pérez con un centrista conciliador. Pero eso no quiere decir necesariamente que se imponga una estrategia de confrontación. Más bien, la misma posibilidad de negociar cualquier cosa con la oposición depende para el gobierno de liderar una coalición con coherencia interna y con alguna unidad de propósito. 

Si los nuevos ministros son capaces de ordenar a sus legisladores, el gobierno podrá recuperar iniciativa en la agenda y acaso consensuar legislación con la mayoría opositora desde una posición de cierta fortaleza. Para que esta movida funcione, sin embargo, se requieren dos condiciones adicionales: que se recupere el diálogo entre las directivas de los partidos de Chile Vamos y que el Presidente ceda protagonismo y deje a sus nuevos ministros funcionar como articuladores y canales bidireccionales entre el gobierno y los partidos. Que puedan, en suma, operar más como un gabinete propiamente político que como un grupo de subordinados. De ser así, más que desde “moderados” a “duros”, el nuevo gabinete podría simbolizar un giro desde la tecnocracia presidencial a la política transaccional como modus operandi. Esto no necesariamente es malo desde el punto de vista de la sensibilidad del gobierno a las demandas sociales.

La oposición tiene razón al señalar que este cambio señaliza un giro hacia una derecha más dura; nadie podría confundir a Víctor Pérez con un centrista conciliador. Pero eso no quiere decir necesariamente que se imponga una estrategia de confrontación

La lección más general es que, tal cual le sucedió a Bachelet y a Piñera I, los gabinetes hechos puramente a la pinta del Presidente de turno han resultado ser políticamente débiles. Generalmente, funcionan mejor aquellos con políticos de peso y que representan a la coalición gobernante como un todo, con sus tensiones y contradicciones.  Nuestro sistema de gobierno no es parlamentarista, pero si funciona mejor con legisladores como ministros, quizás debiéramos considerarlo.

*Daniel Brieba, doctor en Ciencias Políticas y profesor de la Escuela de Gobierno de la UAI.

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